Más sobre la división azul, Jiménez Vargas y don Leopoldo.- Gervasio
Fecha Friday, 28 March 2014
Tema 115. Aspectos históricos


Más sobre la división azul, Jiménez Vargas y don Leopoldo
Gervasio, 28/03/2014

Querido Josef Knecht:

¿Te acuerdes de lo que escribí el miércoles 15 de febrero de 2012? Fue publicado en Opuslibros bajo el título Sobre la División Azul. Para Josef Knecht. Según Juan Jiménez Vargas, Isabel Armas, tú mismo y me parece que también los hagiógrafos de Sanjosemaría, la iniciativa de que los del Opus Dei, al terminar la guerra civil española, se alistasen a la división azul no partió de don Leopoldo Eijo y Garay, sino de Juan Jiménez Vargas, que era a quien le tocaba “hacer cabeza” en ausencia de Escrivá.

Me acabo de encontrar con un párrafo de Alberto Moncada, en Historia oral del Opus Dei, en el capítulo I, dedicado a El mundo eclesiástico, que  transcribo: "Me acuerdo -cuenta Fisac- que con ocasión de una ausencia del Padre, de Madrid, Eijo y Garay nos obligó, a los que habíamos sido alféreces provisionales, a apuntarnos de voluntarios en la División Azul. A su regreso, el Padre se indignó cuando lo supo, porque le parecía que éramos muy pocos y nos íbamos a exponer a unos riesgos que no teníamos por qué correr. Menos mal que a los que éramos oficiales no nos aceptaron."...



           Me fío más de Miguel Fisac que de Juan Jiménez Vargas, porque Fisac ha demostrado ser un hombre honesto, que dice la verdad. Además, habla no sólo con conocimiento de causa, sino también con la seguridad de quien vivió de cerca lo que narra. Juan Jiménez Vargas, aunque también vivió de cerca lo que narra, parece mentir “santamente”; es decir, mentir por “razones sobrenaturales”, como es usual en el Opus Dei. La “razón sobrenatural” que me parece entrever, es la de dejar bien al Opus Dei y de paso a don Leopoldo, quedando mal él. Se trata de una mentira que demuestra mucha humildad en quien la protagoniza. Hay que ser humilde. Y si se quiere se humilde, hay que mentir. Hay que dejar bien al Opus Dei, a sus superiores y especialmente a Escrivá, achacando a uno mismo cualquier metedura de pata o actuación que comprometa a la Obra. Es una exigencia de la espiritualidad del Opus Dei.

            Vislumbro que la finalidad de esta mentira de Juan Jiménez Vargas está encaminada —a lo mejor, la finalidad es otra— a no dar pábulo a la idea de que don Leopoldo mandaba en el Opus Dei tanto o más que Escrivá. Si es eso lo que se pretende ocultar, por lo mismo tampoco me parece que haya que aceptar que el Padre Sánchez se abstuviese de intervenir en cosas del Opus Dei, pese a lo que Escrivá decía.

No es infrecuente que los obispos diocesanos se consideren superiores supremos de las instituciones de ámbito diocesano. En cierto modo lo son. Acentuaba esta dependencia del obispo diocesano, que el Opus Dei iba a recibir o acababa de recibir la aprobación del obispo de Madrid-Alcalá y su primera configuración jurídica como pía unión. Nos encontramos hacia 1941. No era una ignota pía unión aprobada en épocas pasadas. Don Leopoldo había presenciado y quizá participado en la gestación de la criatura y en sus diversos avatares, hasta que pasó a depender de Roma.

Recuerdo a un obispo que decía, refiriéndose a un monasterio de monjas de su diócesis: la abadesa soy yo. Escrivá —para mayor abundamiento estaba incardinado en Zaragoza— era mucho menos que una abadesa. ¿Qué título podía exhibir para que unos jóvenes de Madrid le obedeciesen, no digo ya por encima del obispo, sino simplemente para que lo obedeciesen? Me parece que lo lograba con unos votos o algo así. La cosa no está muy clara. Escrivá insistía en que esos votos de los comienzos eran cosa privada, de la devoción de cada uno. Pero, en cuanto logró que el obispo de Madrid-Alcalá dejase de ser y de considerarse jefe supremo del Opus Dei, esos votos privados dejaron de ser privados, pues sólo el propio Escrivá podía dispensarlos. El prelado del Opus Dei sigue teniendo esa misma prerrogativa en relación con los “vínculos jurídicos de incorporación”. Vinculum iuridicum incorporationis es la expresión utilizada por los estatutos de 1982 (n. 1 §).

La resistencia de Escrivá a recibir aprobaciones eclesiásticas —la primera es esa de 1941 coetánea a lo de la división azul—, aunque oficialmente está apoyada en vagas razones de humildad y sencillez, responde, a mi modo de ver, al deseo de evitar ese arma de doble filo que es una aprobación o una erección canónica. Yo te apruebo, pero eso significa que paso a ser tu superior. Por ese mismo motivo —me parece a mí— Escrivá resaltaba mucho el carácter laical de su fundación. Somos laicos. Laicos. Lo más una pía unión. Las pías uniones son cosa de laicos. Ni siquiera erigida. Nada más que aprobada. Las competencias que la jerarquía eclesiástica tiene sobre los laicos son mínimas. Laicidad. Laicidad. El paraguas de la laicidad ha sido y es aprovechado por muchos fundadores y fundadoras —que viven a modo de religiosos, ad instar religiosorum—, para evitar las injerencias de los obispos diocesanos. Somos unos seglares más, dicen. Nuestros votos y compromisos son cosa privada. Al día de hoy el Opus Dei sigue exigiendo que sus laicos —los incorporados a la prelatura por un vínculo jurídico— sean considerados en todo como un seglar más en las diócesis en las que tienen su domicilio. Otra cosa es que dentro de la Obra semanal o quincenalmente, según los casos, se les pidan cuentas.

Por lo demás, en cuanto logró tener sacerdotes propios —sacerdotes en los que él mandase—, los puso al frente de la institución por él fundada. Son los que mandan en el Opus Dei. El Opus Dei de laical tiene muy poco, tanto desde el punto de vista jurídico como fáctico. Eso sí, es un laico es el que dice “Santa María Spes nostra Sedes Sapientiae”, al terminar cada acto de la “vida de familia” en la sección de varones  y una laica “Santa María Spes nostra ancilla domini” en la sección femenina. Me estoy divirtiendo demasiado. A lo que iba.

Como ya señalé (Vid. El dolo en el Opus Dei), el dolo es parte importante del espíritu del Opus Dei. Me da la impresión de que Isabel Armas, lo mismo que tú —que lo has oído de boca de propio Juan Jiménez Vargas—, os habéis dejado llevar por su testimonio. Pero Juan Jiménez Vargas era dado a la “santa mentira”; es decir, a las mentiras dichas con “buena intención”. Prevaliéndose de su condición de médico y de catedrático de fisiología, decía que tal o cual anticonceptivo era cancerígeno, cuando sabía perfectamente que no lo era. De mentir sobre las cosas, se pasa a mentir sobre las personas: la “santa calumnia”. Y poco a poco se acaba en la hagiografía y en la canonización. ¡Cuán malos todos y cuán bueno Escrivá! Si el día del juicio final Jesucristo nos juzgase asesorado por la Congregación para las Causas de los Santos, apañados estaríamos.

Al leer la vida y milagros de los santos —incluido por supuesto la de Sanjosemaría— se ve a la legua que están plagados de leyendas, lagunas y fabulaciones, pese a lo cual hay quien sostiene que proclamar santo a alguien, cuando lo hace el Papa, es un pronunciamiento en materia de fe y costumbres. Fe y costumbres es la materia propia de la infalibilidad pontificia. El papa no es infalible en otras materias. Al parecer, si yo digo a un niño “tu mamá está en el cielo”, me estoy pronunciando sobre materia de fe y costumbres, aunque no infaliblemente. Sólo si lo dice el papa, el aserto en cuestión pasa a la categoría de infalible, ¡Qué poco aprecio, en el fondo, por el contenido de la fe católica y por la infalibilidad pontificia!  

Los que nos interesamos por saber lo que pasó, por cómo fueron las cosas —más que por la historia del Opus Dei propiamente dicha—, corremos el peligro de apoyarnos en datos tomados de las hagiografías, aunque procuremos hacerlo con esa actitud crítica, tan denostada dentro del Opus Dei y tan bien valorada por los historiadores. Tal apoyo resulta metodológicamente incorrecto. Los biógrafos oficiales han de atenerse a lo que sus superiores les indiquen. Más que la verdad histórica, les interesa las cuestiones de imagen. Es preferible prescindir de esas hagiografías —mejor ni tenerlas en cuenta— y apoyarse sólo en testimonios que merecen crédito.

            Con un abrazo

            Gervasio







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