La encíclica Humanae Vitae y el Opus Dei.- Giovanna Reale
Fecha Wednesday, 20 August 2014
Tema 010. Testimonios


Querido Class:

Muchas gracias por tus palabras animantes. No te minusvalores. Aunque no aportes datos históricos concretos, respetas los hechos históricos, argumentas con rigor y te expresas muy bien. Lo importante es que estamos de acuerdo en nuestra visión sobre la situación de la Iglesia Católica y sobre la solución a sus problemas.

Puede que tengas razón en que la causa principal del proceso de secularización no fuera el rechazo a la encíclica Humanae Vitae (1968) de Pablo VI, sino, como dices, la suma de dos factores más amplios: 1) los inmensos cambios sociales y tecnológicos de los siglos XIX y XX y 2) la lentitud del Magisterio católico en tomar conciencia de la trascendencia de esos cambios, es decir, la larga pervivencia del integrismo católico, que lastra cualquier intento de reforma eclesiástica medianamente serio. El Vaticano II intentó solucionar el problema, pero gracias a Juan Pablo II no lo ha logrado.

Sin embargo, me parece que la Humanae Vitae pudo ser como el detonante, esto es, “la gota que colmó el vaso” o “la chispa que encendió la mecha”. En aquel entonces yo era una jovencita que había recibido una profunda educación religiosa en la familia y en el colegio y, por eso, quedé sorprendida viendo que muchas personas mayores –sacerdotes y religiosas también– criticaban al Papa con ahínco. No salía de mi asombro. Aunque el régimen de Franco no se llevaba bien con Pablo VI, se guardaban las formas en las instancias oficiales. Las críticas a la encíclica brotaban espontáneas de los católicos de toda la vida, del pueblo llano, no del aparato del régimen dictatorial. Esto me llamó mucho la atención y me impactó en cuanto persona joven e inexperta en la vida. Lo que te quiero transmitir es que, a partir de aquella experiencia juvenil, creo que el desprestigio de la jerarquía católica llegó a su culmen –y a su colmo– con la promulgación de la Humanae Vitae. Si el contenido de la encíclica hubiera sido el contrario, es decir, si Pablo VI hubiera reconocido la moralidad de los métodos anticonceptivos en el contexto de la paternidad responsable, tal vez los católicos europeos no hubieran reaccionado distanciándose tanto de su Magisterio; de alguna manera, ya ha dejado de ser magisterio en materia sexual y quizás también en otras materias, pues, excepto en las “guarderías de adultos”, nadie le hace el más mínimo caso sin cuestionarse el más mínimo escrúpulo de conciencia.

No sé si estarás de acuerdo con esta percepción mía, que –lo reconozco– es algo subjetiva, surgida de aquella vivencia de chica joven, asombrada ante las críticas masivas a la encíclica en uno de los países más católicos de Europa.

Uno de los pocos que dieron su apoyo a Pablo VI en aquellos momentos críticos fue monseñor Escrivá. Publicó una entrevista en la revista Palabra, si no me falla la memoria, que más tarde se recopilaría en el libro Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer (1968), defendiendo la doctrina del Papa. Ahora bien, este apoyo a Pablo VI, en medio de tantas opiniones contrarias, fue sólo a medias y con reticencias, porque Escrivá no estaba de acuerdo del todo con la encíclica. No toleraba las técnicas anticonceptivas como la píldora o el preservativo –y en esto comulgaba con la Humanae Vitae–, pero además tampoco estaba de acuerdo con lo único que esa encíclica prescribía como moralmente correcto: con los métodos naturales de control de la natalidad, como, entre otros, el método Ogino, que mide el calendario de fertilidad de la mujer.

Escrivá desaconsejó a las supernumerarias y a los supernumerarios recurrir a los métodos naturales de control de la natalidad. Aunque en teoría eran moralmente admisibles, él consideraba que una mujer y un hombre casados, que se habían comprometido con el camino hacia la santidad en su Obra, tenían que ser heroicos en la intimidad matrimonial, de modo que en cada acto sexual debían ser generosos y estar abiertos a la concepción de nuevos hijos, sin recurrir al cálculo rácano y tramposo de los métodos naturales, impropio de alguien sinceramente santo que nunca hace concesiones a la concupiscencia carnal. Durante varios años, a partir de 1968, las directoras y los confesores desaconsejaron a las supernumerarias el recurso del método Ogino y similares.

Con el paso de los años, en tiempos de su sucesor Álvaro del Portillo, esta praxis tan rigorista se modificó en el Opus Dei y se pasó a exigir a los supernumerarios lo estrictamente indicado en la Humanae Vitae, sin complicarse la vida mediante heroísmos exagerados. Portillo optó por la vía pragmática de no pedir peras al olmo y así reorientó la generosidad de los supernumerarios para que esta se concentrara en dar dinero al Opus; un supernumerario malhumorado y problematizado en su conciencia a causa de su vida sexual-matrimonial acaba siendo más calculador, rácano y tramposo en las aportaciones económicas a la prelatura personal. Portillo, que siempre fue menos visionario que el fundador, se las sabía todas.

Un cordial abrazo

Giovanna Reale









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