El sacerdocio como culminación del éxito vocacional.- Gervasio
Fecha Friday, 13 March 2015
Tema 070. Costumbres y Praxis


El sacerdocio como culminación del éxito vocacional

Autor: Gervasio, 13 de marzo de 2015

 

El sacerdocio acaba resultando para los numerarios del Opus Dei como la culminación de su condición de numerario. A las numerarias no se les presenta el sacerdocio como el culmen de su propia numerariez —faltaría más—, pero tienden a proporcionar un trato de especial favor a sus “hermanos sacerdotes”. Se nota, entre otras cosas, en los pequeños detalles que la Administración tiene con ellos, tanto en las habitaciones como en el planchado y lavado de la ropa. Detalles nimios pero significativos.

En principio uno pita en calidad de laico que ha de santificarse en el ejercicio de su profesión. Es más, no sería aceptado alguien cuya aspiración fuese ser sacerdote del Opus Dei. Imaginaos a alguien manifestando, me parece muy bien eso que me propones de hacerme del OD, pero lo que deseo es ser sacerdote del OD; no laico del OD. Yo, como Sanjosemaría. Sería inmediatamente rechazado. Por supuesto no sucede lo mismo en las diócesis. Si alguien aspira a ser sacerdote diocesano, se le puede rechazar o no; pero no se le dice: como usted aspira a ser sacerdote de esta diócesis, lo rechazamos. Sólo buscamos sacerdotes entre aquellos diocesanos que no aspiran a serlo...



En el Opus Dei los sacerdotes forman el elemento al que se confía estructurar y dar unidad al conjunto, yo diría que no con demasiado éxito. Los sacerdotes en el Opus Dei están constituidos en una sociedad —la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz— con cuyas obras apostólicas los laicos cooperan orgánicamente. (Cfr. CIC cc. 295-296). Así ha quedado la cosa. No se trata de un cuerpo de capellanes que cooperan con las actividades apostólicas de los laicos. No nos encontramos ante un fenómeno laical, pese a lo que propagandísticamente se dice. Casi la totalidad de los sacerdotes numerarios son “inscritos”; es decir, pertenecen al personal destinado a las tareas llamadas “de gobierno y formación”. Son los que dirigen el cotarro. Su gobierno —leemos en el canon 295 a propósito de las prelaturas personales— se confía a un Prelado, en calidad de Ordinario propio. Como diría Ñico Saquito: María Cristina me quiere gobernar. Y yo le sigo, le sigo la corriente, porque  no quiero que diga la gente: María Cristina me quiere gobernar.

Los numerarios se forman en centros ad hoc. El canon 295 antes mencionados los clasifica en “seminarios nacionales” e “internacionales”. Me parece que al día de hoy, tras haber pasado a mejor vida el de Boston, sólo quedan dos seminarios internacionales: Aralar en Pamplona y Cavabianca, en Roma (Que me corrijan si estoy desorientado, cosa muy probable). En Roma, muy cerca del Padre y del gobierno central, es donde se ubica el principal centro de formación de futuros sacerdotes de la Obra,  el Colegio Romano de la Santa Cruz. Era la niña de los ojos del fundador y lo sigue siendo de sus sucesores. La crème de la crème. No se trata, como cabría suponer —dada la supuesta vocación de santificarse en el ejercicio de la propia profesión de los allí presentes—, de un centro de estudios destinado a formar buenos profesionales, sino de un centro de formación de sacerdotes; es decir, de un seminario. Del Colegio Romano de la Santa Cruz se suele regresar cura o a punto de serlo y en todo caso bastante preparado para serlo. Por Pamplona, especialmente en el campus de la Universidad de Navarra, circulan  muchos sacerdotes. Se prestaba a esta pequeña malignidad: 

—Si en un momento dado no ves ninguna sotana al moverte por Pamplona, malo; es que el sacerdote eres tú.

Tengo grabada en la memoria una meditación impartida en la penumbra del oratorio del Colegio Mayor Aralar por un capitoste.

—Este año se va a ordenar una treintena y al siguiente vosotros.

Respingo de consternación entre el auditorio, por lo que añade:

—Sí, vosotros. Cada año se ordenan unos treinta. Pero no los sacamos de un cajón guardado en algún recóndito lugar. Seréis vosotros. Si, no, ¿quiénes van a ser?

Al llegar al Colegio Romano, se daba a los recién incorporados una meditación especial —de esas con guión fijo— a lo largo de la cual se repetía una y otra vez:

—Venir al Colegio Romano supone recibir una segunda vocación.

Ese era el estribillo de la meditación: hay una segunda vocación. Recuerdo dándonos esa meditación a A. L., que por cierto ya no es del Opus Dei, aunque sigue desempeñando tareas sacerdotales. Debe de ser que ha recibido una tercera llamada. Lo digo en serio. Junto con la primera llamada a ser del Opus Dei y una segunda llamada a ir al Colegio Romano de la Santa Cruz, cabe una tercera llamada, que es la de abandonar el Opus Dei. El propio fundador estuvo en un tris de dejar el Opus Dei, para crear una nueva fundación destinada a los sacerdotes diocesanos. También tuvo una malograda vocación de ser obispo. Sor Lucia de Fátima, después de hacerse de la Congregación de las Hermanas Doroteas tuvo una ulterior llamada a hacerse carmelita, orden religiosa en la que terminó sus días. Algo parecido ha sucedido con la madre Teresa de Calcuta.  El primero de la Obra —según me han contado— dejó la Obra para casarse, por consejo de su confesor. Tuvo una segunda llamada. También hay sacerdotes, como el antes mencionado, que de sacerdotes de la prelatura pasan a ser sacerdotes diocesanos. A la tercera va la vencida, dice el proverbio.

Con tantas vocaciones me estoy divirtiendo demasiado. Iba diciendo: En principio uno “pita” en calidad de laico que ha de santificarse en el ejercicio de su profesión. Pero luego viene el Tío Paco con la rebaja. Lo de santificarme en la propia profesión u oficio —que para mí consistía más bien en ser estudiante— me lo tomé en serio y obtuve muy buenas calificaciones. Al llegar a mi primer curso anual mi sorpresa fue que muchos de los cursillistas tenían asignaturas pendientes. Aquello de “la aristocracia de la inteligencia”, de “los intelectuales” —que entonces se llevaba mucho—,  lo del “prestigio profesional” y cosas así chirriaban. El segundo curso anual me lo colocaron en septiembre. Yo cursaba una segunda carrera de la que me correspondía examinarse en septiembre. Tuve que renunciar a ella. Un curso anual en septiembre es más importante que examinarse en septiembre, me dijeron.

 Al llegar al centro de estudios —al seminario nacional, en terminología del canon 295 § 1— el número de suspensos entre los colegiales —por no llamarlos seminaristas— en las diversas carreras universitarias era muy elevado. Poco a poco me fui dando cuenta de que en la escribanía las carreras universitarias de los numerarios  importan más bien poco. Languidecen. En realidad no hacíamos nada más que imitar a nuestro santo fundador, que nos marcó el camino. Se trasladó a Madrid en 1927 para doctorarse en Derecho y no se doctoró hasta 1939. Es que tenía tanta “labor” que hacer, que lo de la tesis iba a trancas y barrancas. Lo de los numerarios son “las labores”.

Eso sí, se nos decía y repetía: hay que “sacar buenas notas”. En el Opus Dei hay muchas indicaciones que se dan con la boca pequeña. Una de ellas es eso de santificarse en la propia profesión. ¿Qué hacen los del Opus Dei? Santificarse en el ejercicio de su propia profesión, es la respuesta oficial. Es pura pose. Teatro. Lo tuyo es puro teatro. Falsedad bien ensayada. Estudiado simulacro. Perdona que no te crea. Me parece que es teatro (Tito Curet). Puro teatro es igualmente un seminario disfrazado de colegio mayor. Tal es la “vocación laical” del numerario. Puro teatro. La situación del numerario —finalizada ya la etapa de estudiante— acaba quedando planteada como una opción entre el ejercicio de una profesión o el desempeño de una tarea sacerdotal o diaconal: bien vocal de San Miguel, bien director de una obra corporativa, bien cosas del estilo. Sólo si se ha alcanzado un puesto como en el que en su momento tuvieron un Alberto Ullastres o un Laureano López Rodó, se deja al numerario en paz y con el bienio filosófico y el cuatrienio teológico a medias. Me parece que López Rodo (q.e.p.d.) falleció sin haber terminado los estudios internos. Iba muy atrasado. Desde luego no hizo doctorado eclesiástico.

En algunos casos —pocos— hay una verdadera renuncia al ejercicio de la profesión para dedicarse a tareas sacerdotales o diaconales. En la mayoría de los casos yo diría que la decisión es el resultado de un progresivo abandono y desinterés por el desempeño de una tarea profesional. ¿Por qué ese desinterés? Porque es fomentado por la superioridad. Lo que interesa es un “director” o  un “subdirector” para una concreta residencia de estudiantes, o para un consejo local, o para un club de niños, etc. Eso prima sobre las exigencias profesionales de cualquier numerario.  Que las olviden. Estorban. Lo que importa en un numerario —y es lo que lo define según los estatutos de 1982, nº 9—, es que tenga la máxima disponibilidad para desempeñar los cargos de formación y las labores apostólicas propias del Opus Dei. Esa disponibilidad alcanza hasta estar dispuesto ordinariamente a ser sacerdote, si uno es llamado por el Padre.

Hace bastantes, años al menos en España, se decía como peculiaridad o característica propia de los sacerdotes del Opus Dei que eran “vocaciones tardías”.

—¿Vocaciones tardías? —argüía un sacerdote del OD molesto por el calificativo de “vocación tardía”—. Nada de eso. Yo mismo me he ordenado con dispensa de edad. Y así casi todos.

Y no le faltaba razón. Lo que sucedía y sucede es que fulanito de la noche a la mañana inesperadamente recibía la ordenación sacerdotal y aparecía vestido con sotana.  Hasta entonces se comportaba como un laico y aparentaba serlo. Aseguraba que lo suyo era ser químico o abogado o ingeniero. Incluso sus padres, aunque supiesen que era del Opus Dei, creían en el correspondiente futuro profesional de su hijo. No obstante secretamente iba cursando estudios seminarísticos. En realidad más que de “vocaciones tardías” se trata de “vocaciones secretas”, a las que un buen día repentinamente —a lo que ayudaba la dispensa de intersticios— se da publicidad, la mayor posibilidad posible. Se prestaba y presta a titulares periodísticos  como DOS INGENIEROS SE HACEN SACERDOTES. Al día de hoy, las noticias sobre las ordenaciones sacerdotales de miembros del Opus Dei se mueven en la misma línea.

La preparación de los numerarios para el sacerdocio se lleva con tanto sigilo que a veces ni el propio interesado se da cuenta de que está siendo encaminado hacia el sacerdocio. En vez de ser animado a internase en ese laberinto de la santificación del trabajo profesional lo que se le pide es que traiga compañeros a la meditación semanal, al retiro mensual, a tener dirección espiritual o al menos a hablar con el cura. Llega un momento en que le resulta más puesto en razón llegar a esta conclusión: daré yo la meditación semanal y el retiro mensual y que me traigan gente para que sea yo quien imparta la dirección espiritual.  Eso resulta todavía más patente cuando el sacerdote se dedica a atender la sección femenina. No se dedica a partir de entonces al llamado “apostolado de amistad y confidencia”  con mujeres en vez de con hombres. Se las traen. Lo más que puede llegar a tener con una mujer es una “amistad sobrenatural”, por llamarla de alguna manera. En realidad, en el Opus Dei no se permite ninguna amistad que no sea “sobrenatural”, aunque se trate de una persona del mismo sexo. Esa amistad, aunque carezca de connotación sexual, ha de estar encaminada a que el “amigo” asista a la meditación, al retiro, etc. Si no es así, es valorada cuando menos como una pérdida de tiempo.

Puesto a estar autorizado sólo a tener “amistades sobrenaturales”, a no asistir a espectáculos públicos, a vivir en celibato y a comportarse en todo como un sacerdote, lo mejor  y más cómodo es serlo efectivamente.  Si yo hubiese ido por la Facultad vestido de sotana, me hubiese resultado mucho más fácil el apostolado. Los interesados en cosas espirituales y con inquietudes religiosas vendrían a mi más fácilmente por el mero hecho de verme ensotanado. También resultaría más natural guardar distancias en el trato con las compañeras de clase, etc.

El fundador  comparaba algunas veces su posición como Presidente General del Opus Dei a la de  director de orquesta —no de una banda—, para señalar a continuación el comentario de un ignorante cateto que, ante la vista de un espectáculo orquestal, exclamó,  refiriéndose al director: “Eso de mover el palico también lo sé hacer yo”. La moraleja era resaltar el mérito del director que, aunque aparentemente no hace nada, es quien dirige, coordina, corrige la ejecución de los instrumentistas y  marca  el tempo y el ritmo de todos. Mérito grande sin duda tiene el director de la orquesta. También lo tienen el concertino y los primeros violines y los que tocan otros instrumentos y el coro, si es que lo hay. En este mundo de las responsabilidades sinfónicas estábamos dispuestos a conformarnos con las responsabilidades más humildes.

En algunos casos el numerario percibe que no vale ni para sacerdote, ni para director de un centro, ni para oficial de delegación, ni para cosas de este tipo. Si es laico, le cabe refugiarse en su trabajo profesional, que más que su vocación viene a ser un sucedáneo. En el caso de los sacerdotes, como parece haber sucedido con el padre Danilo, ni siquiera cabe ese refugio. En su nota manuscrita manifiesta: El P. P. Jorge C. me dijo que no tengo encargos de sg -sr –sm (estoy rechazado).Se quedó sin vocación.

En su Llamados al éxito, E.B.E. trata con profundidad el tema de la realización personal dentro Opus Dei. La realización personal se mueve en la línea de la vocación. Nadie se apunta al Opus Dei para fracasar. Sin embargo, las frustraciones y descontentos existenciales son frecuentes. Conviene tratar de averiguar cuáles son sus causas. El “numerario medio” —perdóneseme este elemental grado de abstracción— generalmente, antes o después, se acaba sintiendo en mayor o menor medida frustrado. A mi modo de ver, el fallo suele provenir del modo captación. Nos encontramos ante la misma técnica de captación —perdón por el paralelismo— empleados por las redes de prostitución. Se encandila a las candidatas con promesas de un futuro profesional halagüeño en otro país y una vez en él, se las obliga a algo distinto. Se engancha al candidato a numerario con el señuelo de la santificación del trabajo ordinario en el ejercicio de una profesión secular, pero posteriormente se le va llevando poco a poco, como por un plano inclinado, o a rastras, por un camino distinto.

Gervasio







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