Queremos carne.- Isabel de Armas
Fecha Wednesday, 01 April 2015
Tema 070. Costumbres y Praxis


El escrito de Heraldo, titulado Un nuevo Procusto, todavía me ha impactado después de un montón de años, y digo un montón no en vano, porque fue en septiembre de 1974 cuando descubrí del todo –aunque ya tenía muchas pistas-, el Procusto que nos dominaba por el hecho de formar parte de aquella institución. Cuando ya me encontraba a punto de decir adiós a todo eso, la que entonces era mi directora acabó de realizar con su relato la tarea de remate (todo está recogido en mi libro Ser mujer en el Opus Dei. Tiempo de recordar, FOCA 2002, pág. 327). En una de aquellas últimas confidencias o charlas fraternas me contó, un tanto desconcertada, lo que le acababa de decir don Joaquín Ibars, sacerdote director de la delegación de Barcelona, cuando ella le había planteado lo chocante que le resultaba el hecho de que las numerarias que consideraba especialmente valiosas y con mente clara, en la Obra fueran consideradas como personas conflictivas y problemáticas (aquí es preciso recordar que de la casa que ella dirigía nos fuimos siete; algunas muy veteranas. Entre ellas estaba la llamada “cruz de palo” de Cataluña, que este ya próximo verano cumplirá 95 años). La respuesta fue la siguiente –aquella directora me lo expuso tal cual lo transcribo en letra cursiva -:

En la Obra lo que queremos es carne; porque la carne se asimila. Hay personas que son oro, pero el oro no se asimila nunca: igual que entra, sale. Como te digo, nosotros buscamos carne que alimente y nutra el organismo vivo que es la Obra, pero cuando encontramos oro, tampoco lo desechamos, porque con el oro compramos carne; se puede comprar mucha carne. ¿Has entendido?

Mientras la escuchaba, en aquellos mis años jóvenes, me veía como el mártir en la jaula de las fieras dejándome despedazar, sin látigo y sin posibilidad alguna de revolverme. Esa frase rotunda: ”Queremos carne”, me producía espanto, y me imaginaba a aquel sacerdote de aspecto frágil; más bien fofo, lampiño y blando, con una gran cabeza de león, masticando sin parar, huesos, carne, cartílagos, tendones y más y más carne para alimentar a aquel al parecer insaciable que llamaban “organismo vivo”.

“Queremos carne”. Las personas ya no son personas, son carne; pero la carne es un trozo de vida separada de un conjunto y, por consiguiente, algo inerte. El cuerpo vivo que es la institución y no las personas que están en ella, se alimenta con trozos de carne, es decir, con trozos de vida “inerte”, que son los individuos que la constituyen. La institución traga carne que digiere y asimila, es decir, que termina por abolirla.

Ahora pregunto a Heraldo. ¿No va todo este horror en la misma línea de tu cita de don Florencio Sánchez Bella de que, con esos que no van a perseverar se hace la labor? ¿Y qué pensaste tú cuando escuchaste ésta un tanto escalofriante especie de declaración de principios?

Yo, personalmente, después de darle vueltas a este monstruoso símil de la carne, pensé que me lo explicaría mejor así (lo digo en mi libro La voz de los que disienten, FOCA 2005, pág. 174):

Un astrónomo, un artista, un técnico y un lobo se comen entre los cuatro un hermoso pedazo de ternera; a las dos horas, aquella ternera no está rumiando, sino midiendo estrellas y enriqueciendo los saberes del universo en el primero, creando o interpretando en los distintos campos de las artes en el segundo, fabricando o reparando objetos útiles en el tercero, y aullando a la luna llena en el cuarto.

El astrónomo, el artista, el técnico y hasta el lobo, ¿pueden ser considerados carne, sin más, trozos de vida inerte que engordan un sistema, considerado como único organismo vivo? ¿No es algo deseable que sea al revés? Que ellos, los seres vivos, consuman, digieran y asimilen para hacer, en el mejor de los casos, un mundo más sabio, más bello, más habitable y amoroso, más humano.

Heraldo, el hondo y significativo contenido de tu reciente escrito, repito, todavía me ha impactado.

Isabel de Armas









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