El cheque en blanco.- CuG
Fecha Friday, 29 January 2016
Tema 030. Adolescentes y jóvenes


Hay experiencias en la adolescencia que no se olvidan.

Contaré una de ellas. Yo había pitado nada más cumplir 14 y medio. A esa edad era el más bajo de estatura de mi clase, no había pegado el estirón y venía un tanto retrasado en mi desarrollo físico, pero el médico decía que más tarde me emparejaría con el resto (como así fue). Cada tanto, iba a verlo.

Después de escribir la carta (que de hecho me dictaron pues no tenía idea de qué poner) todos los del centro me felicitaron como un héroe de guerra, me hicieron sentar junto al director, en fin, todo lo que merece una vocación reciente. Estaba en lo más alto...



No era el único adolescente del centro, ya que éramos varios los que íbamos pitando. En un momento me entregaron un farolillo rojo y me advirtieron que cuanto antes debía pasarlo (cosa que hice y que en su momento mereció una foto en Crónica). Antes de marchar a casa el director me recordó que la vocación había que cuidarla y que no lo comentara con nadie ("nadie" eran mis padres). Ya me lo había dicho antes el que me trataba (pues no lo sabía, pero estaba "bajo tratamiento", años más tarde también me "trataría" un psiquiatra). Volví a mi hogar y esa noche dormí tranquilo.

Pocos días después me presentaron a otro numerario, que estudiaba Ingeniería. Me tenía que dar unas charlas. Eran 32, las del B 10. Más tarde vendrían otras 50, del apartado III creo que le decían.

A veces salíamos a caminar, pero él era muy alto y yo bajo y la verdad es que me costaba escuchar lo que me decía. Además yo me dispersaba bastante.

Finalmente llegó una charla que pudo haber sido una bisagra. Reconozco que fue astuto, porque de lo contrario habría salido corriendo y allí se habría acabado mi historia en el Opus Dei. El tema fue la mortificación corporal.

Yo, como buen chico de San Rafael tenía mi agenda (no era la Lucindex, sino una más modesta)y allí mis listas: de jaculatorias, de amigos, de pitables para encomendar y por supuesto de mortificaciones "pequeñas", que debían ser "constantes como el latir del corazón". El estudiante en cuestión me habló de la Pasión de Nuestro Señor, de la flagelación, la corona de espinas. Yo entonces era muy sensible (lloraba con "Rey de reyes", la de Jeffrey Hunter, que la pasaban cada año en Semana Santa, creo que si entonces hubiese visto la de Mel Gibson habría quedado traumado). Al terminar el paseo volvimos al centro, me llevó a un baño, abrió un armario y para mi sorpresa sacó un cilicio. Yo no sabía que existía eso.

-Éste es para ti, desde ahora deberás usarlo dos horas al día, excepto los días de fiesta. Es como la corona de espinas de Nuestro Señor...

-¿Usarlo cómo? ¿En la cabeza?

Entonces él enroscó el cilicio en el muslo de su pantalón.

-Pues así. Claro que "por dentro".

-(Glup)

-Voy a salir. Tú te pones el cilicio a ver que tal.

Y salió.

Yo me bajé los pantalones y traté de ponerme el asunto aquél alrededor de mi muslo, pero no lograba atarlo bien. Se me deslizaba hacia abajo. Así que, frustrado, salí y pedí ayuda.

La escena tiene que haber sido bastante chocante. Un chico con sus pantalones bajos y un tipo, agachado detrás suyo, apretándole un cilicio en el muslo.

-¡Aayy!

-¿Duele?

-Mucho

-Te acostumbrarás, majo. Lo ofreces por el Padre. Hoy lo usarás media hora. Súbete los pantalones...

No sé si existen diferentes talles de cilicio. A mí, ése casi me daba dos vueltas. Y cómo dolía.

-¡Camina con naturalidad, hombre! Los demás no tienen que enterarse, hay que pasar oculto. Ve a la sala de estudio y te llamaré cuando sea la hora.

Esa media hora fue como estar debajo del agua. No sabía ya cómo poner la pierna para amortiguar los pinchazos y el reloj parecía detenido. Intenté estudiar, pero no podía concentrarme. Cada vez que se abría la puerta esperaba que fuese el ingeniero, pero este se demoró bastante más de la media hora. Finalmente apareció.

-¿Puedes quitártelo solo?

-Sí, creo que sí.

Salí del baño con el cilicio en la mano.

-¿Y ahora?

-Hay que guardarlo en una de las cajas.

Buscó en el armario -había varias cajas, muy monas- y de una de ellas (con unas iniciales) sacó el cilicio que estaba allí y puso el mío. Luego tachó esas siglas (supongo que sería de algún ex adscrito) y puso las mías: C. U. G

-Bien, aquí está. Cuando llegues al centro, saludas al Señor, pasas por dirección y luego te pones el cilicio. ¿Está bien?

-Pues...

-Es mejor no usarlo cuando haces la oración de la tarde, pero si no hay más remedio se usa.

-De acuerdo.

Volví a casa bastante angustiado. Había dolido y eso que sólo fue una muestra gratis. ¡Dos horas con eso! No aguantaré...

Al día siguiente, tuvimos el 2do capítulo de las 50 sombras de Grey: las disciplinas. Otra vez en el baño, el ingeniero me dio una clase de cómo dárselas, obviamente con ropa puesta.

-Bueno, ahora te quedas aquí, te bajas los pantalones y calzoncillos y te das, lo que dure una oración vocal.

-¿Cualquiera?

-Sé generoso.

(Yo había pensado en "Domine, ut videam".)

A partir de entonces y hasta que me fui de la Obra, cilicio y disciplina me acompañaron, incluso al trabajo y los viajes. Había algunos cilicios que parecían de hierro, como para que lo usara Bruce Willis, otros diseños eran más livianos.

Un hecho bizarro ocurrió meses después en lo del pediatra, pues mis padres me llevaban con periodicidad por ese retraso de crecimiento. Cuando el hombre me vio el muslo se extrañó.

-¡Pues qué te ha pasado aquí!

-No sé.

-¿Te han picado hormigas o algo así?

Tenían que ser unas hormigas muy organizadas pues las ronchas estaban todas equidistantes una de otra.

El hombre esperó mi respuesta, pero yo no había sido adiestrado sobre qué había que decir en esas situaciones. Recordaba, sí, que alguno había comentado que cierta vez que le abrieron el equipaje y hallaron su cilicio explicó que era el collar de un perro y lo dejaron en paz.

-Estuve jugando con el collar de un perro y me lastimé.

¿Qué habrá pensado el médico? ¿Tal vez "Este niño es idiota o tiene fantasías masoquistas, ¿habrá que derivarlo al psiquiatra"? En todo caso, no hizo más comentarios.

Cuando lo conté en el centro me dijeron que era por usarlo siempre en la misma pierna. Que debía ir cambiando.

Bueno, en mi caso no funcionó. Aún conservo las pequeñas cicatrices del uso del cilicio en mis muslos, aunque hace ya algunos años que me lo puse por última vez.

El cilicio tenía una ventaja: hacía que el tiempo se detuviera. Una cosa eran dos horas jugando un partido de fútbol, que pasaban volando, y otra dos con el cilicio mordiéndote la carne. ¡El tiempo se frenaba! Así que para estudiar era como que una hora valía por tres. Pero nunca estábamos dos horas seguidas en la sala de estudio. Había que ir a ver al cura, al que te llevaba la charla, al que te daba el apartado III, al círculo, subir y bajar escaleras y no faltaba el imbécil que te daba un golpe en el cilicio, haciéndote ver las estrellas.

Caminar con naturalidad con el cilicio me costo años. Y fue tema frecuente de confesiones y enmendatios: "haber omitido la mortificación corporal".

Lo de las disciplinas era diferente. Uno podía graduar el dolor. El cilicio mordía implacablemente. Si lo ajustabas poco, se deslizaba. A aguantarse.

Además, las disciplinas eran una vez por semana (el día de guardia). Mientras que tenías doce horas de cilicio en una semana normal. Empecé a estar muy agradecido a los santos intercesores, a los apóstoles, a San Severino, a las fechas históricas o a las Fiestas de la Virgen o Nuestro Señor. ¡Hoy no hay cilicio, Deo gratias!

Cierta vez, por error, abrí una de las cajas que por fuera era igual a la mía y vi que las disciplinas de otro de los adscritos estaban con manchas de sangre. Me impactó. Yo había leído ya que "a pesar de que el Fundador limpiaba cuidadosamente el baño tras darse unas disciplinas tremebundas" los demás hallaban manchas de sangre. ¡Otra de Tarantino! Bueno, confieso que también logré hacerme sangrar algunas veces. Era cuando había que hacer "mortificaciones extraordinarias" para que algún otro pitara. Entonces, si hacías una novena, pues al día 8 ya estabas a la miseria. Y como te sugerían rezar varios credos nicenos-constantinopolitanos, o una novena a nuestro Padre, pues salías con el traste como aquel que se sentó sobre el volcán.

Creo que una de las ideas que más me marcó (no sé si sería una de las ideas "madre" pero sí que era de las que más vulnerable te dejaban) era la de que "habíamos hecho un cheque en blanco a Dios".

Así que el enano de 14 y medio firmó ese cheque en blanco sin saber lo del cilicio ni las disciplinas ni muchas cosas más. Va un ejemplo. Cuando se cumplió el tiempo de la admisión, me entrevistó un señor de bigotes, que tenía fama de ser muy estricto. El centro se alteraba cuando aparecía, como si un jefe de la Gestapo entrara a la sinagoga.

Me iba a hacer unas preguntas y yo estaba aterrado. Fui contestando bien, aunque se me secaba la boca ante semejante personaje (creo que era el defensor).

Finalmente:

-Y si el Papa te dijera que a partir de ahora serás religioso, ¿Qué harías?

-Bueno, pues si lo dice el Santo Padre, me hago religioso. (Esta era la lógica del cheque en blanco)

Fue como haberle escupido en la cara. -¡Que no! ¡Que tú no eres religioso! ¡Eres laico! ¿Te enteras? ¡LAICO! Y si el Papa (era Pablo VI entonces) te dice eso, pues le dices que de ninguna manera porque lo tuyo es estar en medio del mundo, santificarte en una vocación laical.

-(Glup)

Años más tarde me tocó ir a comprar cilicios. No los vendían en el Corte Inglés. Había que ir a lo de unas carmelitas. Pero yo era laico. ¡Laico, te enteras!

CuG







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