Recientes escritos, en especial el de cooperata, me empujan a confirmar que efectivamente durante muchos años vivimos no sólo en una nube pseudoespiritual en el Opus Dei, en colegios, clubs y centros varios, sino que también respiramos una nube muy real, la del intenso humo que desprendían los cigarrillos que, excepto en el oratorio, se consumían por doquier.

A los daños psíquicos se les debe añadir los físicos los que esta Prelatura deberá responder ante Dios. Desde el deterioro de la mente al del sistema respiratorio. De la salud espiritual a la salud física, con el agravante de que estos daños eran perpetrados a menores de edad. No a los 16, no, a partir de los 14 años ya se nos permitía fumar si el menor recato por parte de los responsables del Opus Dei en todos sus condominios y durante décadas. 

Si no reparan en justicia en lo económico a quienes se dejaron la piel trabajando para la institución, aún menos lo harán por los perjuicios sanitarios derivados de tal adicción. No sólo lo permitían, sino que lo fomentaban como bien reporta cooperata, dando a entender que se era más hombre y por tanto capaz de decidir sobre uno mismo más allá de nuestro tierno e inmaduro conocimiento. El efecto que de inmediato producía la nicotina en nuestros cerebros junto al alcohol que manaba fácilmente en las tertulias, definía en una gran parte de los captados su predisposición a inmolar su vida entregándola a una banda de traficantes de almas. 

Manzano