La burbuja del integrismo opusiano.- ramana
Fecha Monday, 16 May 2016
Tema 090. Espiritualidad y ascética


(A la memoria de Raimon Panikkar)

La fe es una condición del psiquismo humano lo suficientemente compleja como para no frivolizar sobre tamaño tema. Recordemos, de hecho, que en la antropología religiosa se diferencian tres estadios de vinculación con las realidades sobrenaturales, o mejor, transracionales (Ken Wilber, Panikkar): la creencia, la fe y la experiencia. Si la primera dice razón de sumisión acrítica y prerracional, basada en herencias culturales (los padres, la tribu), miedos o emocionalismos infantiles, la experiencia religiosa apela al encuentro no dual, al unimismarse con el objeto de la busca, eso que en todas las tradiciones místicas se llama iluminación, despertar de la conciencia o matrimonio espiritual (Taulero, Teresa de Jesús). En medio queda la fe, que apela a la confianza. La fe no es una creencia ciega e irracional, sino esa confianza, sostenida por un anhelo profundo y una intuición clara, de que al otro lado del recodo, ahora invisible por las revueltas del ascenso, está la cima del monte.

He escrito alguna vez que, en general, la gente del Opus no tiene fe y, si la tiene, no la vive, no la manifiesta, no la trasmite, jamás hablan espontáneamente de su vida interior, de sus anhelos, de su experiencia religiosa e íntima, solo sale de ellos como un acartonamiento envarado; es algo que siempre me ha inquietado: uno habla, y con pasión, de lo que vive, de lo que ama, ellos no, de hecho, cuando “hacen apostolado”, lo llevan todo al terreno de la moral y las costumbres (sobre todo en el ámbito de la moral sexual y familiar), cuando no directamente al de la política en su vertiente más reaccionaria y derechista que, imagino, solapan o confunden con el magisterio y su doctrina. Con este Papa, me malicio, se les habrán cruzado varios cables a ese respecto.

El Opus, muy claramente, ha sustituido la fe por la piedad, la verdadera experiencia religiosa (que nace del amor y del silencio) por un infantil y muy pelagiano acopio de “méritos”, basados casi exclusivamente en las múltiples prácticas acumuladas día a día, sancionado por la obediencia ciega al dictamen de los superiores, obediencia, en última instancia, que apela a un castrador apego a la figura omnipotente y sacrosanta del Padre. Esa mentalidad, en el fondo tan poco cristiana, arrastra a la institución y sus miembros casi necesariamente a un integrismo, ya denunciado por Von Balthasar hace medio siglo.

La eficacia del discurso opusiano de los primeros tiempos es suplantada luego, necesariamente, por un dogmatismo que sustituye y pervierte la coherencia fundacional (si la hubo). Ese integrismo se ve abocado, para sobrevivir, a propiciar la manipulación de los súbditos y la concentración burocrática del poder. En ese submundo oclusivo y cada vez más asfixiante, la incongruencia será, paradójicamente, la base de su fortaleza. Y es que existe un placer mórbido que impulsa a algunas personas a regodearse en la falla que termina surgiendo entre la teoría de aquello que profesan: ser cristianos en medio del mundo que, con su trabajo en la sociedad, apuestan por santificarse y transformarlo en pos del bien común, y su práctica: una vida recelosa y neurótica de continua simulación en que la experiencia de fe y el amor a los demás se ha sustituido por una piedad narcisista y egocentrada, lo cual fomenta un infantilismo y una incapacidad para la vida en sociedad que, a lo que parece, es bien visto por los directores de la Cosa.

Esa burbuja creciente, surgida de la grieta enorme entre la teoría y la práctica, provoca dos cosas: hacia atrás, una neurosis obsesiva de pseudoperfección que les lleva a reescribir constantemente la historia; y hacia delante, una huida megalomaniaca consistente en grandes proyectos institucionales de cara a la galería: canonizaciones exprés, propiciar que el Padre sea Doctor de la Iglesia (¿¿¿equiparable a Teresa de Jesús!!!), edificios y fundaciones (Saxum, etc.). Si el sueño de la razón produjo monstruos, el delirio baturro ha parido un ratón enfermo que se ha ido hinchando, como el sapo de la fábula. Que cuando reviente no nos pille cerca y a todos ellos confesados.

ramana









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