Sobre la evaluación del papa por Antiguo.- Rescatado
Fecha Monday, 23 May 2016
Tema 900. Sin clasificar


Voy a presentar mis aclaraciones respecto a la interpretación de Antiguo sobre declaraciones del papa actual. En rigor, el escrito de Antiguo es de un tema que no corresponde a Opuslibros, pero dado que ha sido publicado, veo más correcto por mi parte, ofrecer mi punto de vista. Aunque hoy, para ser breve, sólo me voy a referir a su suposición de que el papa “no cree en los dogmas de la Iglesia” y “la existencia del infierno es un dogma, y decir que todos vamos a ir al cielo lo contradice”. Me voy a permitir incluir aquí varios párrafos de mi libro Mis convicciones sobre el cristianismo explicadas a mis amigos no cristianos”...



Una doctrina del infierno compatible con la bondad divina y la dignidad de la persona humana.

 

6.2.      Una doctrina del infierno compatible con la bondad divina y la dignidad de la persona

 

Ahora bien, a la hora de abordar la reflexión teológica sobre esta posibilidad –teniendo presente, claro está, la Sagrada Escritura, la Tradición, y el Magisterio oficial de la Iglesia– es preciso tomar medidas, desde el principio, para que, sin dejar de reconocer el carácter terrible de ese fracaso existencial definitivo, se evite a toda costa recaer en las monstruosas afirmaciones frecuentemente presentadas en el pasado, y que tan lamentables consecuencias provocaron. Entre éstas hay que destacar la de muchas vidas torturadas por trastornos de angustia, y no pocas personas que, a partir de esas interpretaciones amenazantes, decidieron despedirse de la fe cristiana.

 

Han de quedar claro, desde el principio, los puntos siguientes:

 

1) Cualquiera que sean las interpretaciones que se ofrezcan de la doctrina cristiana sobre el infierno, ha de poderse armonizar claramente con la imagen sobre la Realidad divina –el Creador del Universo, el Padre– que nos transmitió Yeshúa de Nazaret. Ha de constituir una interpretación sobre el infierno que pueda compaginarse con ese Dios que creó el Universo y el ser humano por amor, que –a través de Yeshúa– luchó siempre contra el sufrimiento físico, psicológico y espiritual, y perdonó a todos de manera incondicional. Ha de compaginarse con los sentimientos y actitudes que sugiere el padre –símbolo de Dios– en la parábola del hijo pródigo. Si una determinada interpretación de la doctrina del infierno no puede armonizarse con estas facetas de la Divinidad que son fundamentales en la Revelación divina bíblico-cristiana, ha de ser rechazada como falsa. Y esto sigue en pie, aunque puedan recogerse afirmaciones de padres de la Iglesia, y de teólogos importantes de distintas épocas de la historia, que presentasen afirmaciones con esas características.

 

2) Otro requisito imprescindible es el de que el hipotético posible rechazo de la salvación eterna por parte de alguien debería implicar un acto auténticamente lúcido y libre. Ahora bien, es hoy algo sabido, gracias al progreso de los conocimientos psicológicos, lo difícil que resulta discernir si una conducta –o incluso una actitud habitual– es, de verdad, gravemente perjudicial para el ser humano, y si, además, el sujeto de la misma disponía de la suficiente capacidad de libertad para que pueda considerársele responsable de sus actos.

 

Los intentos teológicos de delimitar el pecado mortal mediante el estudio de las condiciones objetivas y subjetivas, a saber, el contenido de la acción y la postura interna de un autor, han dado algunos resultados importantes, pero no han podido llegar a una seguridad definitiva. Pues, si por condiciones subjetivas se entiende el conocimiento del objeto y la decisión de la voluntad, la actual psicología muestra que precisamente esos elementos son muy difíciles de enjuiciar en cada caso concreto. Y tampoco en lo relativo al contenido, es decir, a la importancia de una acción para la vida comunitaria del hombre y para el orden en el mundo creado por Dios, es posible encontrar normas totalmente seguras, ya que se dan numerosas situaciones límite (Schmaus, 1970, p. 810).

 

Además, este requisito de la auténtica libertad ha de estar también implicado en los que acogen positivamente este tránsito a la vida de los resucitados. Ya que, en este proceso, Dios cuenta con la libre colaboración activa del ser humano a lo largo de su vida y en el acontecimiento de su muerte, incluida la probabilidad de una última posibilidad de decisión final, como ya mencioné en otro apartado.

 

3) Por otra parte, es preciso despedirse definitivamente de toda lectura literal –es decir, fundamentalista – de los textos bíblicos, incluidos aquellos que aparecen citados textualmente, –sin aclaraciones hermenéuticas–, en las declaraciones del magisterio oficial de la Iglesia, en documentos conciliares o papales.

 

Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de la época. Para comprender exactamente lo que el autor propone en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar que se usaban en tiempos del escritor, y también las expresiones que entonces más se solían emplear en la conversación ordinaria (Concilio Vaticano II: Constitución sobre la divina revelación, 12).

 

6.3.      Expresiones metafóricas sobre el infierno en el Nuevo Testamento

 

Será bueno ofrecer aquí brevemente unas pocas aclaraciones sobre las palabras “fuego” y “gehenna” que aparecen en el Nuevo Testamento en relación con este tema. La palabra “infierno” no aparece tal cual en el Nuevo Testamento, pero constituye la palabra cuyo uso se generalizó pronto para referirse a las consecuencias de rechazar la llamada divina a la salvación. En el Nuevo Testamento se habla con expresiones diversas sobre el infierno, “no para destinar de antemano a determinados hombres a una suerte inevitable, sino para advertir y exhortar a buscar la salvación y la vida eterna en la fe en Jesucristo” (Baudraz, 1973, p. 125). Para describirlo aparecen variadas expresiones de la época, de carácter metafórico, procedentes de diferentes mitologías, siendo la más típica el término “gehenna”, en griego, que viene de la palabra hebrea gé-Hinnum, valle situado al sur de Jerusalén, en el que, según textos del Antiguo Testamento, se habían realizado sacrificios humanos al dios Moloc, y posteriormente fue destinado a lugar donde se arrojaban y quemaban los cadáveres y la basura.

 

“Gehenna” tiene numerosos sinónimos o equivalentes: el fuego eterno (Mateo 18,8-9; 25,41); el fuego que no se apaga (Mateo 3,2; Marcos 9,44-48; el fuego y el gusano (Marcos 9,48; cfr. Isaías 66.24); el horno ardiente (Mateo 13,42), […] las tinieblas de fuera (Mateo 8,12; 23,13; 25,30) (Baudraz, 1973, pp. 124s.).

 

Así, por ejemplo, en Mateo, refiriéndose al destino de los malhechores, aparece esta declaración:

 

Y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y crujir de dientes. Entonces, en el reino del Padre, los justos brillarán como el sol (Mateo 13,42-43).

 

En la parábola del rico y Lázaro (que no hay que olvidar que es una parábola, que, por lo tanto, utiliza un lenguaje simbólico) se dice lo siguiente:

 

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y banqueteaba todos los días espléndidamente. Un mendigo llamado Lázaro estaba echado en el portal, cubierto de llagas; habría querido llenarse el estómago con lo que tiraban de la mesa del rico; más aún, hasta se le acercaban los perros a lamerle las llagas. Se murió el mendigo, y los ángeles lo pusieron a la mesa al lado de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Estando en el abismo, en medio de los tormentos, levantó los ojos, vió de lejos a Abrahán con Lázaro echado a su lado y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mi; manda a Lázaro que moje agua en la punta del dedo y me refresque la lengua, que me atormentan estas llamas” (Lucas 16,19-24).

 

Según el evangelista Mateo, Yeshúa advirtió del peligro de que personas con una religiosidad más aparente que real, confíen demasiado en que tengan garantizado en su momento su tránsito a la plenitud de la vida eterna, cuando en realidad sus obras estuvieron en contradicción con el proyecto divino de humanizar este mundo.

 

No todo el que diga ¡Señor, Señor! entrará en el reino de Dios, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo. Cuando llegue aquel día, muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre?, ¿no hemos expulsado demonios en tu nombre?, ¿no hemos hecho milagros en tu nombre? Y yo entonces les declararé: Nunca os conocí: apartaos de mi, malhechores (Mateo 7,21-23).

 

Veamos, finalmente, como último ejemplo de citas en las que se advierte del peligro de la condenación final, lo que afirmó Yeshúa –según el evangelista Mateo– tras elogiar la actitud del centurión romano que le había pedido la curación de un empleado suyo:

 

Os lo aseguro, una fe semejante no la he encontrado en ningún israelita. Os digo que muchos vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios. Mientras que los ciudadanos del reino serán expulsados a las tinieblas exteriores. Allí será el llanto y rechinar de dientes (Mateo 8,10-12).

 

Habría que comprobar cuáles de las expresiones que aparecen en los textos evangélicos para referirse al peligro de no salvarse fueron realmente utilizadas por Yeshúa, y cuáles son la forma de contarlo los evangelistas, o los que informaron a éstos. Pero en cualquier caso, fuesen o no palabras empleadas por Yeshúa, eran habituales en aquellos tiempos. En ellas se manifiesta el estilo vitalista y corporal característico del lenguaje bíblico. Para decir “ser humano” o humanidad, utilizaban la palabra “carne”. Por ejemplo: “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Juan 1,14). Para decir “persona” se utiliza “cuerpo”. Por ejemplo: “esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros” (Lucas 22,19).

 

En hebreo, por el no-dualismo, las pasiones, las funciones orgánicas, las sensaciones se atribuyen tanto al alma como a los órganos, y, por el contrario, el pensamiento y los sentimientos son algo de los órganos y de las partes corporales (Tresmontant, 1962, p. 147).

 

Ejemplos de este estilo “carnal” del lenguaje hebreo son, por ejemplo: “Se alegrarán mis entrañas” (Proverbios 23,16), “No os inquietéis por vuestra alma sobre qué comeréis” (Mateo 6,25), “Se conmueven mis entrañas y no puedo menos de compadecerme de él, palabra de Yahvé” (Jeremías 31,20). Para expresar las diversas clases de emociones se utilizan muy variadas expresiones sobre reacciones fisiológicas aunque, con frecuencia, si las traducciones no son literales, esta característica del lenguaje queda ocultada. Es en este contexto en el que hay que entender expresiones como “llanto y rechinar de dientes”.

 

La palabra “fuego” tiene significados muy diversos en el lenguaje bíblico.

 

En el Antiguo Testamento, el rayo es el “fuego de Dios” (2 Reyes 1,12). El fuego es medio de purificación. En el culto, el fuego sacrificial se usaba para quemar ofrendas en el altar e incienso en el incensario.

 

Como Yahvé estaba presente en medio de su pueblo como juez que libera y castiga, el fuego que lo acompañaba se hizo expresión de dos aspectos diferentes de su actividad. En primer lugar, era señal del juicio divino; en segundo lugar, del favor divino, al mostrar por medio del fuego su aceptación de un sacrificio. Era también señal de la guía de Dios, como aparece en las columnas de fuego y de nube en el éxodo (Mateos y Camacho, 1989, pp. 67s.).

 

Pero refiriéndonos ya a la utilización de esta metáfora en los evangelios:

 

Equivalente del fuego es la “gehenna”, que designaba el quemadero de basuras de Jerusalén, situado en el valle de Hinnón. En Marcos 9,43.45.47, “ser arrojado al quemadero” está en oposición a “entrar en la vida” o “en el reino de Dios”; es, pues, símbolo de la muerte definitiva (Ibidem, p. 69).

 

Muy diferente es el significado de fuego en aquel pasaje del evangelio de Lucas en el que Yeshúa afirma: “Fuego he venido a traer a la tierra, y ¡qué más quiero si ya ha prendido!” (Lucas 12,49). Aquí el fuego significa la fuerza iluminadora y energetizadora del Espíritu Santo, que en Pentecostés se manifestó también en forma de lenguas de fuego (Hechos 2,3). Con ello Yeshúa se distancia de la expectativa de Juan Bautista cuando anunciaba un fuego destructor como juicio divino.

 

6.4.      Intención de los textos del Nuevo Testamento sobre el infierno

 

Debe quedar claro, teniendo en cuenta las aportaciones de la hermenéutica para una exégesis inteligente sobre el significado de estos textos, que ya es totalmente inaceptable sostener que la no-salvación consista en un castigo divino en el que, además del doloroso hecho de la total separación del ámbito divino –que es lo importante- el condenado tenga que padecer lo que se dio en llamar “la pena de sentido”, es decir la tortura eterna de un fuego permanente.

 

Lo esencial del mensaje de este tipo de textos evangélicos es: a) anunciar la posibilidad de que el ser humano, a causa de una mala utilización de su libertad acabe rechazando –incluso en la oportunidad de una última decisión al morir– la acogida de la salvación que Dios le ofrece; b) motivarnos para un ejercicio responsable y cuidadoso de nuestras libre decisiones a lo largo de nuestra vida; y c) ayudarnos a tomar conciencia de que al final se realizará la justicia respecto a todos los que en esta vida han sido víctimas de personas y estructuras causantes de desgracias físicas, psicológicas y morales, y a las que con sus actuaciones o pasividades colaboraron de alguna forma con ello. [...]

 

 

Entre los teólogos actuales se destacan tres interpretaciones principales sobre la doctrina del infierno:

 

a) El infierno como autocondena (p.e. según Rahner)

b) El infierno como muerte definitiva (p.e. según Schillebeeckx)

c) El infierno como “condenación” de lo malo que hay en cada uno (p.e. según Torres Queiruga)

 

De momento me resulta más convincente la segunda, presentada principalmente por el teólogo holandés Schillebeeckx.  El infierno se entiende en ella como la ausencia de vida eterna, la aniquilación del ser (es decir, lo que piensan los ateos sobre la muerte).  Afirmaciones del Nuevo Testamento que la apoyan son, por ejemplo, las siguientes:

 

Quien se empeñe en salvar la vida la perderá; quien pierda la vida por mí la alcanzará. ¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo a costa de su vida? (Mateo 16,25-25).

 

Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen; yo les doy la vida eterna y jamás perecerán y nadie las arrancará de mi mano (Juan 10,27-28)

 

Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante (Juan 10,10).

 

El que come de este pan vivirá para siempre (Juan 6,58).

 

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna (Juan 6,54).

 

Yo soy el pan que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre (Juan 6,51).

 

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al hijo y cree en él, tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día (Juan 6,40).

 

Y, aunque conocen el veredicto de Dios, que los que así obran son reos de muerte, no sólo lo hacen, sino que aprueban a los que así obran (Romanos, 1,32).

           

Mientras erais esclavos del pecado, os emancipabais de la justicia. ¿Y qué sacabais en limpio? Resultados que ahora os confunden, porque acaban en la muerte. Pero ahora, emancipados del pecado y esclavos de Dios, vuestro fruto es una consagración que desemboca en al vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; el don de Dios, por Jesucristo Señor nuestro, es la vida eterna (Romanos 6,20-23).

  

 

Y aún así, no me consta que haya ningún dogma que declare que haya personas en el infierno (es decir, sin vida eterna).

 

Por otra parte, mi posición respecto a los dogmas de la Iglesia Católica –que siempre requieren ser interpretados teniendo en cuenta los condicionamientos lingüísticos y culturales del tiempo en que fueron formulados- es la que queda resumida en el siguiente párrafo del que fue cardenal Avery Dulles, miembro de la Comisión Teológica Internacional (1991-1997) y que anteriormente presidió la Catholic Theological Society of America y la American Theologycal Society.

 

La perseverancia de la Iglesia en la verdad del Evangelio le da una cierta infalibilidad, sin necesidad de que quede garantizada cada proposición propuesta por el magisterio eclesiástico, ni siquiera en sus actos más solemnes (Dulles, 1979, p. 190). (El subrayado es mío)







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