Extraño viaje al psiquiatra con carabina incluida.- Fueraborda
Fecha Friday, 15 July 2016
Tema 060. Libertad, coacción, control


Terminé mi escrito anterior contando la llegada de la delegada de San Miguel con un billete para la clínica de Pamplona. Pues bien, la excursión a Pamplona con aquella peculiar señorita de compañía, no es para pasar página, pero si me detuviera en ello, se alargaría este culebrón hasta hacer antipática su lectura, así que intentaré limitarme a contar las cosas más serias que ocurrieron en aquella repentina y torticera visita al médico, en la que las estrategias y las mentiras se sumaban, yuxtaponían y enmarañaban hasta extremos difíciles de comprender...



¿Por qué esa extravagante complicación, cuando el dialogo conmigo siempre había sido fácil y sencillo?

En el avión mi señorita se mostró un tanto hosca, antipática y nada dialogante. Pero naturalmente, yo le hice las lógicas preguntas sobre el extraño y sorpresivo viaje al médico. Le pregunté, naturalmente, por el motivo de la consulta y el tipo de especialidad, le pregunté si no pensaba ella que hubiera sido más lógico hablar antes conmigo, y naturalmente le pregunté el motivo por el que tuviera que ir acompañada por la directora de san Gabriel que tantas cosas tenía que hacer. Para que no se ofendiera, ya que ella no era más que un peón al que otra mano movía, persona algo gris y extremadamente nerviosa o insegura de sí misma, fui muy cuidadosa en el trato con ella, me mostré agradecida y la traté continuamente con esa mezcla de cursilería y amaneramiento con la que le gustaba de ser tratada. En todo el viaje actuó de una extraña y antinatural forma de manifestar su autoridad. No tenía necesidad de hacerlo, pues no soy persona de ir a las bravas, pero no dejó de extrañarme. ¡Mmmm que bien, somos familia! El mejor sitio para vivir...

Al grano. No contestó a mis preguntas, y quedamos para ello en una "salita" (siempre que tenían que decir algo serio, te citaban en esas tediosas salitas, como si de ellas emanara la gracia de estado, o les daba mayor seguridad, o autoridad... No sé). El caso es que quedamos en la salita unos minutos antes de ir a la clínica, donde me daría las instrucciones.

Por lo que vi, no se sabía bien la lección, pues empezó sacando su chuleta.

Te va a ver un internista. (primera mentira, era una psiquiatra) y cuando te pregunte el motivo de tu visita, le dirás que tienes alucinaciones. Que confundes las cosas. Que piensas continuamente en ti y en tus enfermedades, que te auto lesionas. Que haces cosas raras (y los ejemplos eran fantasmagóricos... no me alargo).

Me levanté de mi silla de la sala de espera y me dispuse a entrar en consulta, cuando la enfermera me indicó que había llegado mi turno. Y mi carabina me siguió. Con serenidad le dije: tú no entras. Y con nerviosismo contesto: tengo que entrar, tengo que asegurarme de que dirás lo que te he dicho.

-Ni entras, ni diré lo que me has dicho, porque no debo mentir.

Por primera vez me impuse, ¡ya era hora! Y le di con la puerta en las narices.

El paseíllo a Pamplona fue muy largo para el escaso tiempo que duró la consulta.

Al preguntarme mi hermana la psiquiatra el motivo de la visita, le dije que lo desconocía, pero que podía hacerme tantas preguntas quisiera que le respondería con veracidad, pues ya que estaba allí, aprovecharíamos el tiempo.

Le dije que estaba rota, le conté que me costaba moverme, hablar, pensar, recordar... Y le dije que lloraba. Pero mi lealtad con la obra me impidió contar ni un ápice del motivo de mi flacidez moral y física.

Pasé a hacer unos test, -esos sí duraron más- y de nuevo con mi señorita de compañía al aeropuerto. Eso sí, pasando por la ermita; hay que mantener las buenas costumbres.

Me anunció mi guardaespaldas que haríamos escala en Madrid, donde estaríamos unas horas.

Para mí, permanecer más horas unidas a aquella mujer sin conversación, sin iniciativa, que cada pocos minutos le daba el tic de llamarme... -si al terminar mi relato recuerdo el adjetivo insultante, lo pondré. Y si no, os lo diré en la próxima-. Y que se había prestado a semejante misión, se me hacía de un insufrible innecesario.

Y tuve una idea.

Sagrario, -nombre de mujer, en la católica España, (Dios la tenga en su gloria)- era por aquel entonces su jefa homóloga en Madrid. La encantadora Sagrario me había pedido insistentemente que siempre que quisiera fuera a verla, y especialmente, si pasaba por Madrid.

Aunque por motivos ya explicados tenía muy asumido que no iba a defenderme, ni a acusar a nadie, ni a contar historias que nadie iba a creer... allí, en el aeropuerto, tuve la brillante idea de llamar a Sagrario, por sí caía el chollo de poder hablar con ella. Sagrario era una mujer franca y noble. Dura, eso sí, y clara como el agua, como se debe ser. Por eso, pensé, puede ser interesante, para ella y para mí, que hablemos.

Y entonces, le conté a mi vigilante que me perdonara, porque iba a cometer la grosería de abandonarla en el aeropuerto, para encontrarnos después. Y le conté mi plan. Un plan según nuestro espíritu, porque así está escrito.

Pocas veces he visto a alguien tan descompuesto e inquieto por una decisión que ni le iba ni le venía.

No la llamas.

Sí la llamo; no te estoy haciendo una consulta. Te estoy contando un plan.

Y me dirigí a una cabina telefónica. (La época de los móviles no había llegado).

Pero corrió detrás de mí, me agarró por la espalda, y trató por la fuerza de que no entrara en la cabina.

Se sentía desorientada y necesitaba consultar el caso con quien le había dado instrucciones para el viaje. (A la misma persona que yo le había preguntado cuál era el motivo por el que ya no me querían...) y arrancándome de la cabina, me dijo que lo iba a consultar. Le respondí que la respuesta a su consulta no iba a cambiar mis planes. Sal de la cabina, me espetó, muy nerviosa. No quiero que escuches.

Has sido tú la intrusa, pero no era mi intención quedarme. Y esperé a que ella terminara para hacer yo mi llamada. Estaba clarísimo que tenía que hablar con Sagrario. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

Al fin salió. Parecía algo más serena, como si hubiera ingerido un lexatín.

Y me explicó sonriente que casualmente Sagrario iba a ir a nuestra Delegación en aquella semana para visitar a las del centro de estudios, y que entonces tendría ocasión de hablar con ella tranquilamente. Que ellas se lo comunicarían.

Miré mi reloj. El tiempo se había echado encima. Bueno, esperaría. Prepararé mejor la entrevista y podrá ser más relajada.

¡Ingenua de mí! Una vez más me mintieron. Sagrario no me llamó ni lo hizo nadie en su nombre. Sé que me engañaron, porque Sagrario no dejaba a nadie tirado... Esa era la forma de actuar de las de mi Delegación, las conocía bien.

Y al cabo de no mucho tiempo, recibí la dolorosa noticia de la muerte de Sagrario.

Y aquí acabó mi chispa de esperanza.

Pero lo gordo no había empezado.

Este pequeño viaje iba a ser tan sólo el aperitivo de un banquete. Con el tiempo, creo que puedo entender los motivos que les llevaban a actuar así conmigo. Pero ese será el último capítulo.

Hoy no he cumplido lo previsto, no pensaba contar mi excursión con carabina, pero así ha salido, y así lo dejo.

Ahora cambiare el título, que ya no guarda relación con lo que he escrito.

Y me hago una reflexión: qué regustillo da cuando cambias de planes y no tienes ni que pedir perdón, ni dar explicaciones a nadie.

Qué fácil es ser feliz, y ¡qué difícil nos lo han puesto!

Antes de despedirme, para quitar el saborcillo amargo, os contare el final.

Cuando salí de esa obra, por algún motivo escribí a la Clínica Universitaria para pedirles el informe de aquella consulta.

Y me lo enviaron; lo tengo guardado.

En él ponía que estaba cansada. Que recomendaban tomara periodos de descanso, y como tratamiento, no sé qué pastilla cuando me doliera la cabeza.

Ah! Y también ponía, a mano y con lápiz, que se le entregara a fulanita de tal (mi carabina).

No fuera a ser que por una fatal equivocación, el informe le llegara a su propietaria. Sin secretismos y con claridad, la obra perdería su substancia, no sería lo que es.

Un fuerte abrazo para todos.

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