Aperitivos divinos.- supOmal
Fecha Monday, 22 August 2016
Tema 010. Testimonios


El motivo de algún recién escrito me ha despertado de un letargo participativo en esta extraordinaria web, a la que no se puede uno cansar de dar gracias a Agustina. Y a poco que uno la lea -si bien creo que no me he perdido ni una letra de todo lo que se va publicando hasta día de hoy- se va dando cuenta de que Opuslibros ha sido y sigue siendo un gran catalizador de cabos sueltos de la vida de miles de personas. Como si de una red neuronal se tratara, va tejiendo un entramado de testimonios, experiencias, estudios e informaciones que no sólo une a un inmenso número de personas con un denominador común, sino que además inter-conecta esas terminaciones aisladas que nos quedaron en el cerebro a la mayoría de los que un día salimos de este submundo empresarial y surrealista con pretensiones trascendentales conocido con la marca opus dei.

Esos cabos que quedaron incomunicados debido a fuertes condicionamientos y adoctrinamientos que recibimos en lo que hoy es prelatura, van encontrando su cauce para restablecer el tejido que irá recomponiendo la malla natural en una cabeza normal. Y a eso me refiero cuando, por ejemplo, narraba en "Pesadillas adolescentes" (13 Feb. 2012) el constante desconcierto cuando uno iba conociendo la praxis en ésta que es una de las grandes mercantiles de lo espiritual.

Y en ese escrito cito precisamente a Don Florencio, cuando confundo su coche -ignorante de mí- con el de entonces jefe del Estado español, el general Franco, en Torreciudad allá por el año 1975.

Este personaje en sotana al que hacemos mención, catalogado como altísimo ejecutivo de la multinacional durante muchos años y del que menciono el recuerdo cuando lo vi aquel día -vigilia de la inauguración de ese descomunal monumento al ladrillo y a la megalomanía-, me sigue resultando enigmático y siniestro. Evidentemente es una impresión subjetiva, pero constato que no soy el único, por algo será. Cómo encaja todo con un pretendida dimensión sobrenatural para superar tanta contradicción todavía lo ignoro.

Sigo, a pesar mío, sin percibir su imagen por tener que haberlo visto el día siguiente presidiendo la ceremonia, sí es seguro que yo estaba allí y muy cerca del altar, pero no hay forma, que no me acuerdo del jerarca. Como tampoco lo vi en las tres semanas que viví en Diego de León cuando él ostentaba todavía el cargo, cumpliendo en mi caso con un precepto corporativo, el fraternal curso anual con otros colegas. El último.

Lo que sí retengo bien claro son los aperitivos de aquella casa central de la capital: ¡qué delicia!. Y yo me preguntaba: ¿dónde estará el jefe que se pierde estas exquisiteces? Sabíamos que estaba viviendo esas semanas allí, que no estaba de correrías, pero no le vimos el pelo siquiera en una triste tertulia. Por lo que leo, nos perdimos el gran disfrute de su presencia, afabilidad y cariño inmenso. Quizás algún detalle edificante, canapés aparte. Aunque deberé considerarme afortunado, viví -sin verlo- muy cerca de él, pisé sus huellas sobre el impoluto mármol del palacio madrileño y hasta probablemente respiré su perfume. Y además, me quedará para siempre el consuelo de los piscolabis y vermús de su casa: ¡Divinos! (¿Cómo serían los de su aniversario?).

Lamento no poder aportar nada más del hombre del Mercedes con chofer, del todopoderoso hombre de la mayor filial, del hombre del santo presidente. Sé que es poco, pero así fue lo que yo viví y así lo cuento.

supOmal









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