Cómo conocí la existencia de Pérez Tenessa.- Josef Knecht
Fecha Wednesday, 07 September 2016
Tema 115. Aspectos históricos


Agradezco a Simplicio sus averiguaciones y respuesta (2.09.2016) a mi pregunta del 19.08.2016 sobre el catálogo por orden cronológico (o “cronotaxia”) de los consiliarios y vicarios regionales de la Obra de Escrivá en España, tarea que, como bien ha calificado Gervasio (5.09.2012), es peliaguda. Bien pensado, resulta absurdo que a estas alturas de la vida nos planteemos esta pregunta en medio de dudas, cuando las autoridades de la prelatura personal tendrían la obligación moral de responderla y, por el contrario, ocultan su historia a propios y ajenos.

 

Voy a contar a continuación cómo conocí la existencia de quien “hizo cabeza” o fue consiliario del Opus en España, Antonio Pérez Tenessa, de 1956 a 1960 según la datación propuesta por Simplicio. Asistía a una tertulia en un centro de numerarios mayores, después de la comida del mediodía, en una ciudad en la que estaba de paso por viaje, a comienzos o mediados de los años 1990. Se habló en la tertulia sobre la historia de España en tiempos de Franco en relación con la labor del Opus, y un numerario entrado en años mencionó un tal Antonio Pérez dando a entender que había sido una persona importante en la vida del Opus de aquella época. En mi mente se produjo, en un primer momento, un desconcierto, porque de forma espontánea relacioné ese nombre con un homónimo personaje nacido en 1540 y fallecido en 1611, a quien la historiografía atribuye la propagación de la “leyenda negra” española en el contexto de sus enfrentamientos con el rey Felipe II. Por eso, me sentí obligado a interrumpir el diálogo en aquella tertulia para preguntar quién era Antonio Pérez, pues no podía ser el personaje del siglo XVI en quien yo pensaba. Entonces el numerario de mayor edad presente en aquella reunión me respondió con total sinceridad y me explicó bastante bien de qué Antonio Pérez se estaba hablando.

 

Así fue la primera vez que oí hablar de aquel consiliario del Opus en España. Comprobé, pues, que la damnatio memoriae de Antonio Pérez Tenessa funcionaba perfectamente. Téngase en cuenta que, cuando viví la anécdota que acabo de referir, yo ya llevaba más de quince años en el Opus e incluso había terminado mi estancia de ¿formación? en el Colegio Romano de la Santa Cruz. En este centro ¿formativo?, que desde 1993 es uno de los seminarios sacerdotales de la prelatura personal del Opus, se ¿forman? aquellos numerarios que llegarán a ser o sacerdotes o directores laicos de la institución. En teoría, se debería explicar a los alumnos del Colegio Romano, sin tapujos, la verdadera historia de la Obra escrivariana; pero, en realidad, no fue así en mi caso, pues recibí una versión oficial no sólo edulcorada, sino sobre todo tergiversada. Ingresé y egresé del Colegio Romano sin haber oído hablar de Antonio Pérez Tenessa, de cuya existencia me enteré de refilón, cuando años después estaba de viaje en una ciudad distinta de la que residía. ¿Es ésta una forma correcta de formar a los futuros dirigentes de una institución?, ¿No es más bien una tomadura de pelo a quienes pasamos por esa fase supuestamente formativa?

 

Por otro lado, cuando las autoridades de la prelatura personal ocultan los datos históricos de quienes han ejercido cargos importantes, como el de consiliario regional, no sólo ofenden por su opacidad y secretismo a los actuales miembros del Opus, que tienen el derecho y la obligación de conocer su historia, sino que de alguna manera se muestran desagradecidos con quienes ejercieron esos cargos. Por mucho que una persona preste un servicio institucional desinteresadamente y sin afán de protagonismo, no es justo que, una vez fallecida, sea borrada de un catálogo histórico; es más, lo que ni siquiera existe es ese catálogo histórico, que en estricto rigor es exigido por el más elemental sentido común. ¿Por qué se impide a los actuales miembros del Opus saber quiénes han sido y cuándo lo fueron sus consiliarios o vicarios regionales? Obrar así es, como mínimo, una grave falta de seriedad y, como máximo, un rasgo de mentalidad sectaria.

 

Josef Knecht









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