Familia numerosa, chica lista… ¿Te vienes al club?.- Mariamon
Fecha Monday, 29 May 2017
Tema 030. Adolescentes y jóvenes


El otro día, hablando con mi hermano, al que en su juventud los del Opus le atosigaron bastante, me dijo que de vez en cuando leía esta página. Aprovechando que tengo un nuevo móvil grande con acceso a Internet, ayer me puse a leer tras la cena y me enredé hasta más allá de la medianoche.

 

Pertenezco a una familia numerosa, católica, y todos hemos sido buenos estudiantes, pero sin conexiones con el Opus. Hubo intentos de captación por varias vías. Hablo de hace tiempo: años 80, cuando yo estaba en el instituto. Mi madre conoció a Meli, una vecina muy agradable que daba clase en un colegio de la Obra y le empezó a insistir en que fuera a estudiar a un Club. Club al que me hubiera tenido que desplazar en autobús. Ni se me ocurrió ir allí, con lo cómoda que yo estaba en mi casita, aunque tuviera que compartir espacio con algún hermano más en la mesa del salón o en las habitaciones. Perder el tiempo en desplazamientos para estudiar junto a desconocidas me parecía un sinsentido...



Lo que sí acepté fue un par de invitaciones a ir a la sierra de excursión. Con tantos hermanos y un padre que no conducía, yo era una niña bastante urbana y me atraía el contacto con la naturaleza. Tengo que agradecer a las chicas del Opus la experiencia preciosa de una caminata por Cercedilla bajo copos de nieve y otra desde Bola del Mundo a Manzanares el Real, en febrero, bajo un estupendo sol invernal, junto al río lleno de carámbanos helados y con decenas de manchones de nieve por el camino. Todas llevábamos pantalones (lo digo porque la falda no debe de ser tan obligatoria) y esa experiencia fue el despertar de mi afición al monte y a la naturaleza. Afición que he contagiado a mi marido y a mis hijos.

 

Llegó el año de la visita de Juan Pablo II y Meli me dijo que tenía entradas para el acto de la juventud en el Santiago Bernabéu y que habría una charla previa en un club. Fuimos mi hermana y yo al club, en una calle céntrica de Madrid, en un edificio con ascensores antiguos, de esos de “jaula”. Las chicas asistentes iban vestidas muy a la moda. A su lado y frente a la calidad de sus prendas nos sentíamos un poco “pobres”. Entendedme, no era envidia ni nada, nosotras nos veíamos guapas, vestíamos correctamente, no éramos “paletas” ni rancias, en el instituto éramos como las demás en cuanto a apariencia, pero en nuestra inocencia, notábamos que allí había un status, al menos en cuestión de moda, superior al nuestro. Nuestra vecina Meli, mayor que nosotras (era ya profesora) vestía más de señora.

 

En el club había un oratorio al que todas entraban cada vez que pasaban por allí para hacer una genuflexión. No recuerdo si hubo charla previa con sacerdote  o no, de lo que tengo certeza es de que nos pusieron un vídeo sobre el Papa Juan Pablo II al que todas adoraban. Rodeada del humo de montones de cigarrillos -en aquellos años, la gran mayoría de chicas de los clubs fumaban, no sé ahora- escuchaba ñoñería tras ñoñería.

 

-¡Ahhh! ¿No os parece ideal?

-¡Pero qué guapo es, y que bondad desprende!

-Estoy súper emocionada de que venga a España.

-Va a ser estupendo cuando estemos en el Bernabéu.

 

Llegó el día del estadio. Yo fui con mi hermana y con Meli. Imagino que nos juntamos con más chicas, no sé. Había un barullo infernal en las inmediaciones. Apretones, líos por la gran masa de gente, algún zapato perdido en la calzada. En la aglomeración me despisté del resto. Entonces no teníamos móviles, así que cogí el autobús y me volví a casa. Ya se apañaría mi hermana; ambas éramos ya mayorcitas y no había problemas para volver cada una por su lado. Ya en casa me senté derrengada en el sofá, junto a mi padre, que estaba viendo por la tele el estadio repleto de lucecitas que se movían. Los dos somos un poco claustrofóbicos con las aglomeraciones humanas.

 

-Ay papá, quién me habrá mandado ir allí, con lo bien que se ve todo esto desde casa.

-¿Y tu hermana? ¿Se ha quedado allí, con el barullo?

-Si es que la he perdido. Ya vendrá.

-Siéntate y descansa, que en casa es donde mejor se está.

 

Seguíamos sin ir a clubs. Meli no nos atosigaba demasiado. Un año nos propuso ir a un pueblo de Ávila. Lo llamaban “Promociones rurales”. Aceptamos, era una buena forma de romper un poco nuestra rutina. Asumíamos que tendríamos que ir a misa a diario y rezar el rosario. Antes de la salida, en varios coches particulares, pasamos por el club. Era verano y parecía haber mucha demanda para las confesiones. Percibí cierta disputa durante la espera, como cuando en la cola del súper alguien se cuela. Pensé que vaya tontería, que cuatro pecadillos de cualquiera de las compañeras de viaje bien podían esperar una semana, un mes o… un año. Además, íbamos a un pueblo, a alojarnos a la casa del sacerdote (que esos días se iba donde algún vecino del pueblo) y a emborracharnos de rezos y misas. Pero parece que no querían confesar con el simpático cura de pueblo que visitaba con su sotana negra y su casco, montado en moto, a todos los parroquianos de los alrededores.

 

Allí nos acomodamos con colchones prestados por los vecinos y el esquema era sencillo: por la mañana venían niños a los que mi hermana y yo enseñábamos a hacer manualidades. Creo que otras les daban un poco de catequesis. Por la tarde venían señoras del pueblo y después de la misa de ocho, a la que íbamos a diario, venían las jóvenes. Tanto niños como mujeres eran muy majos y yo creo que les gustaba la novedad y venían puntualmente. Por eso mi hermana, otra chica no lo suficientemente abducida por el Opus y yo, nos avergonzábamos cuando, a las 8:30 de la tarde veíamos a las jóvenes esperando y a las chicas Opus, en la Iglesia, recogidas en oración, con la cabeza entre las manos, sentadas o arrodilladas, totalmente absortas, en larguísima acción de gracias tras la comunión.

 

-Oye, las chicas del pueblo llevan ya diez minutos esperando ¿Salís ya? -le pregunté a la más jefa del grupo, tocándole ligeramente el hombro para que saliera de su arrobo religioso.

 

-Pues que esperen -respondió cortante.

 

Mientras, las tres más “despegadas” charlábamos con las chicas del pueblo, haciendo su espera más llevadera. Tuvimos la impresión de que la puntualidad no era una virtud que en el Opus se valorara. Otro día habían quedado en llevar al sacerdote a la cercana ciudad.

 

-Por Dios, D. Saturnino. Ni se le ocurra ir en moto a la capital ¡Con su edad! Nosotras tenemos que ir mañana a comprar comida. Espérenos abajo a las nueve -propuso la “jefa”.

 

A las nueve la conductora se estaba secando el pelo y D. Saturnino esperaba paciente. Mi hermana le dijo:

 

-Date prisa, el cura lleva un rato esperando.

 

Y respondió exactamente lo mismo:

 

-Pues que espere

 

Siguió ondulándose el pelo con parsimonia sin dar ninguna explicación al pobre D. Saturnino. Salieron a las nueve y media.

 

Imagino que los chavales del pueblo percibían que en el grupo había chicas Opus y chicas no Opus. Lo más divertido fue cuando una panda de adolescentes saltó al patio de la casa parroquial, de noche, y aporrearon la puerta.

 

-Que bajen la Marta y la María (nosotras), y las demás a tomar aire.

 

Mientras las veteranas se asustaban un poco y echaban pestes de los muchachos, a nosotras nos divirtió mucho y todavía, tantos años después, nos reímos al recordarlo. A pesar de estos detalles lo pasamos muy bien y recordamos con cariño la estancia en el pueblo: comidas juntas, disfraces, juegos por las noches… Fue una bonita experiencia.

 

También fui a Torreciudad. El lugar me encantó. Yo es que había visto muy poco mundo. Fue en mayo, con unos días soleados de temperatura estupenda. Y encontré muy relajante ese lugar junto al embalse. Debo decir que de esa estancia me gustaba la puntualidad en el comienzo de las misas: cerraban la puerta y el que se retrasaba tenía que esperar a la siguiente, y lo cronometradas que las tenían: media hora. En mi parroquia se enrollan que da gusto y la misa dominical  dura un mínimo de tres cuartos de hora. Ahí si que podían aprender del Opus.

 

En otra ocasión, siendo ya universitaria, Meli me invitó a pasar un fin de semana de estudio en la casa de una chica Opus, en la sierra, con más estudiantes. Llegamos el viernes por la tarde y el sábado pasamos el día entre libros. Por la noche, nos metimos en dos coches para ir a misa. Había habido una confusión con el horario y en el pueblo la misa había finalizado. Vuelta a coger el coche para ir al siguiente pueblo. Allí, el cura estaba recogiendo los ornamentos. Yo. Detrás, me moría de vergüenza al ver que las chicas Opus entraban y pedía al cura la comunión. Éste se extrañó.

 

-La misa ha terminado, tengo todo recogido. ¿Tenéis algún problema? ¿No podéis ir a misa el domingo?

 

-Oh, sí, claro que iremos a misa mañana pero… ¡sería estupendo comulgar también hoy!

 

El buen sacerdote, que era joven, nos dio la comunión. Imagino que pensaría que de dónde había salido esa pandilla de zumbadas, o de beatas, que devoraban kilómetros por carreteras comarcales en una fría noche de febrero, en busca de la comunión.

 

Yo seguía en contacto con Meli, jugábamos al tenis en las instalaciones de su colegio (las dos éramos un poco regulares como tenistas) y creo que asumió que conmigo no había mucho que hacer. En otra ocasión, también verano, mi hermana y yo fuimos, también invitadas por ella, a la piscina de su colegio a pasar el sábado. Éramos un grupo de unas diez chicas. No nos extrañó que nos dijera que no se podía llevar bikini. Allá fuimos con nuestros bañadores normales. No estábamos preparadas para ver a tres chicas de 14 ó 16 años con bañadores “faldita” del  estilo de los que llevaba Esther Williams en sus películas de los años 50, pero mucho menos “glamurosos” No entendimos tanto recato. Nos moríamos de ganas de preguntar  por qué llevaban algo tan anticuado y, más importante aún, dónde compraban esas prendas. Era imposible conseguirlas en alguna tienda normal. No preguntamos nada. No sé, algo en el ambiente nos impedía preguntar por eso, o interesarnos por quienes eran esas chicas.

 

Más adelante, unas amigas de la pandilla veraniega, que habían ido a colegios opus, nos aclararon el motivo de esos bañadores: ocultar las marcas de los cilicios que se ponían en los muslos. A mí es que eso del dolor por el dolor me parecía y me sigue pareciendo una solemne tontería. Mi madre tenía un tío fraile y, cuando nos visitaba, nos contaba que él se disciplinaba muchas noches.

 

-Pero tío, vaya tontería, golpearse la espalda. Dios no puede querer eso- le decía yo desde la inocencia de mis 7 u 8 años

 

-Pero luego duermes como un bendito- me respondía el tío, otorgando a las disciplinas un estupendo poder somnífero.

 

Toda esta historia del cilicio vine a cuento de que una amiga de la pandilla se pasó al “lado oscuro” por culpa de su novio, que quiso “opusizarla”. El noviazgo no llegó a nada y ella, finalmente, salió del Opus, pero la amistad ya se había roto y el contacto es inexistente. Las pocas veces que la vimos en la piscina tras su “abducción” no hacía más que estirarse las perneras del bañador -se ve que no consiguió un bañador faldita en ninguna tienda- y mi hermana -la de las promociones- y otras amigas, con ojos más escrutadores que los míos, detectaron marcas rojas en los muslos. Eso y esa compulsión por estirarse el bañador fueron para ellas prueba definitiva de que Linda había empezado a usar cilicios y ya pocas veces buscaría nuestra compañía.

 

Además, nuestra pandilla era mixta. Una mezcla muy sanota, la verdad. Varias familias de hermanos y hermanas mezclados. Juntos en la piscina, en excursiones, en planes de tarde… Todo muy inocente, pero allí estábamos los dos sexos.

 

A mis hermanos también les tentaron chicos del Opus. El padre de unos amigos suyos, que también iban a colegio Opus, les lió para que durante el verano tuvieran círculos o charlas. Venían unos muchachos de algún club, rezaban en algún trozo de césped y, algunas veces iban de excursión. Mis hermanos sabían a lo que iban y, más o menos, lo toleraban por no hacer un feo a sus amigos ni a su padre, pero les daba un apuro tremendo cuando a la charla iba algún otro veraneante un poco “engañado” y se encontraba con que tenía que tragarse un rosario entero así, sin previo aviso, en plena canícula agosteña.

 

Alguno de los amigos de mis hermanos cambiaron de la noche a la mañana. De ser chicos bromistas, que se relacionaban con naturalidad con nosotras jugando al tenis, en excursiones,  haciéndonos aguadillas en la piscina, paseando para ir a tomar un helado, jugando a las cartas, pasaron a ser completos autistas que nos rehuían.

 

El cambio vino tras un verano en que pasaron un mes en algún colegio o centro habilitado para retiros o algo así. Acabaron su estancia pre-opus y volvieron con su familia a pasar el resto de las vacaciones en la urbanización de siempre, donde estábamos sus amigos de toda la vida. Pero ya nada fue igual. No llevaban vaqueros ni deportivas, sino zapatos y pantalones de señor. Dejaron de ir a la piscina o iban a horas solitarias. Su mirada se volvió huidiza. Las chicas éramos incapaces de conversar con ellos, era como si toda la camaradería de antes hubiera desaparecido. Para ellos ya no existíamos. Sí que seguían teniendo relación con el sector masculino del grupo, pero se veía a la legua sus intentos de captación, y eso generaba una situación muy poco natural con el resto de los chicos.

 

Ha pasado ya mucho tiempo. Me encuentro con Meli alguna vez, por casualidad, cuando voy por casa de mi madre. La he invitado varias veces a  tomar un café en casa, para que conozca a mi marido y a mis hijos. Siempre he recibido buenas palabras, pero nunca ha venido, eso que mi domicilio está cerca del colegio en que era maestra.

 

Los alegres años de pandilla en que éramos “perseguidos” por los Opus forman parte del acervo familiar de recuerdos. Desde la distancia todo nos parece divertido, curioso, un poco peculiar, porque nosotros estuvimos siempre fuera, pero algunos miembros de aquella pandilla que, en su día pasaron al “otro lado” podrían haber sido más felices permaneciendo en éste. Creo que salieron pero me temo que el coste emocional fue grande. Mi hermano adquirió en aquellos años un olfato extraordinario para detectar a la gente Opus. Yo lo tengo más disminuido pero también acierto bastante. Sobre todo cuando mi nariz percibe olor a tabaco. Por favor, que alguien me explique por qué la gente Opus fuma más que la media de población normal. Este tema daría para algún otro escrito en Opus libros.

 

Mariamon







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