Una historia más (II).- Lupe
Fecha Friday, 16 February 2018
Tema 078. Supernumerarios_as


Una historia más (II)

Lupe, 16/02/2018

 

Crónica de una boda anunciada

Ya desde la universidad Eduardo se había caracterizado por tener una habilidad especial para los negocios. Sabía tratar a la gente, era carismático y despierto, y le gustaba el mundo empresarial. El último año de estudio era obligatorio hacer prácticas; a él le ofrecieron hacerlas en una empresa internacional con sede en Houston. Para él esa era una oportunidad que no podía despreciar. Las condiciones eran muy buenas (le alquilaban un departamento, le daban un coche y un sueldo inicial con el que un latinoamericano solo podía soñar). Estaba fascinado. Yo todo lo contrario. ¿Cómo voy a mantener un noviazgo a la distancia? Él en otro país y yo sin posibilidades de ir a visitarlo (no es que me faltara el dinero para el pasaje; el problema era que no estábamos casados). Yo moría de ganas de visitarlo, lo extrañaba, y él así me lo pedía cada vez que hablábamos por teléfono...



En fin, que no podía ser y así lo aceptamos. Él vino a los 3 meses a nuestro país, nos comprometimos y regresó a Estados Unidos. Yo con mi madre y mi futura suegra nos abocamos a preparar la boda; preparativos que combinaba con las clases de “administración del hogar” que se organizaban en uno de los Centros que trataba a las supernumerarias jóvenes. Allí aprendí a planchar camisas, limpiar la casa y algo de nutrición. Charlas especiales sobre planificación de las tareas domésticas y maternidad estaban a cargo de otras supernumerarias ya casadas y con experiencia. El sacerdote también nos daba charlas sobre moral cristiana, explicando especialmente lo que se puede y no se puede hacer durante el acto sexual. No exagero si digo que luego de estas clases me daban ganas de aplazar la boda (más allá de mis hermanos pequeños yo nunca había visto un hombre desnudo, y solamente imaginarme protagonista de las escenas que describía el cura me producía rechazo). Esto me lleva a considerar lo siguiente:

¿Quería casarme yo? ¿Quería casarse Eduardo? Honestamente no lo sé. Éramos novios, nos queríamos, deseábamos estar juntos, tener intimidad, pasar horas y días sin separarnos. Eso no era posible a menos que estemos casados. Mis padres y suegros en eso sí estaban de acuerdo: los chicos son muy jóvenes, pueden hacer lío, hay que cuidarlos. La peor pesadilla para ellos hubiera sido que me quede embarazada soltera. Una deshonra que estaban dispuestos a evitar a como dé lugar. Ellos son del Opus Dei y lo han sido desde que tengo uso de razón. Mis suegros también. Se conocieron nuestras madres en una convivencia y allí mismo hicieron planes para que Eduardo y yo estemos juntos (él se acababa de distanciar de una novia que sus padres no aprobaban y antes de que se busque otra, su madre se la encontró). Se montó un circo gigante del que participó mucha gente, curas del Opus Dei inclusive. Nos presentaron en una reunión que organizaron nuestras madres para ese fin. A mí ya me habían hablado de las buenas cualidades de Eduardo y a él otro tanto de mí. Inclusive el sacerdote con el que me confesaba semanalmente ya me había advertido: al que tienes que conocer es a Eduardo, el hijo de Fulanita, se confiesa con el Padre tal que vive en mi casa y me dijo que es un chico muy bueno; y se acaba de separar de su novia. Yo enseguida pensé en ti. Y te tienes que apurar pues un joven así no dura mucho tiempo soltero… Claro, cuando lo vi por primera vez yo sentía que lo conocía de siempre. Y él ya tenía la instrucción de su padre de que, en caso de que yo le gustara, me podía invitar a salir. ¡Y le prestó el coche para esa ocasión! Eduardo tenía un coche blanco pequeño que compartía con uno de sus hermanos, pero el coche de su padre era algo especial. Estaba claro que nuestras familias bendecían nuestra relación.

Me imagino que un europeo del siglo XXI no puede entender bien lo que estoy contando (y eso que no hace tanto la verdad –corrían los años 90). ¿Qué tienen que ver los padres en la elección del novio? ¿Por qué tanta importancia a la opinión familiar? Mis hijos hoy en día se preguntarían seguramente lo mismo. Y está bien que lo cuestionen. Pero entonces en mi latino país, en el submundo Opus Dei en el que estábamos inmersos, eso era lo más común. Que los padres participen de la elección del novio de los hijos era normal. Ninguna de mis amigas se hubiera animado a ponerse de novia con un chico que sus padres no aprobaran. Además el factor económico jugaba un papel preponderante. El mensaje era claro, especialmente para los varones: si haces lo que nos agrada no te faltará nada. Te pagamos la universidad, los viajes de estudio, el coche, te ayudamos económicamente cuando decidas casarte, y un largo etc. El precio de la independencia era muy alto. Hoy las cosas han cambiado –creo-. Entonces era así. Además nosotros, los hijos de supernumerarios, no éramos como los demás mortales que pisaban la faz de la tierra. Éramos diferentes, éramos especiales, así nos lo hacían sentir. Es como aprender un idioma: si desde que naces te hablan en español, vivas en el país que vivas, tú en tu casa hablarás español. Si además concurres a una escuela en la que se habla español, tus amigos hablan español, en el club se habla español, y así año tras año, seguramente entenderás el idioma oficial del país en el que te encuentras, pero no te sentirás cómodo hablándolo. Te sentirás extraño e inseguro. Así era el mundo de afuera para mí. Yo no entendía qué me estaba perdiendo cuando alguna compañera de clase decía que había ido a una discoteca y le había encantado. ¡¡Pero si en el club de la Obra el sábado vimos una película, comimos pizza y nos reímos un montón!! 

 

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