O me compro YO SOLA la ropa o no me compro ropa.- Mediterráneo
Fecha Monday, 11 June 2018
Tema 076. Agregados


“Al leer lo difícil que era comprar un auto en la antigua República Soviética recordé lo aun más complejo que era tramitar la solicitud de compra en el Opus Dei” Mar de la Plata

No lo sabe nadie. Nadie puede imaginar lo que era comprar algo en el Opus Dei.

Dos veces al año, otoño y primavera, había que hacer listas de ropa con lo que teníamos, lo que había que desechar, lo que todavía servía, lo que proponíamos comprar. No se llevaban pantalones, así que la lista se limitaba a falda y camisa, o camisa y falda. Por ahí pasaba la ropa interior, los zapatos, las zapatillas de estar por casa, el pijama, la bata (no se podía ir en pijama por casa, era faltar al pudor)… por ahí pasaba todo. La lista se entregaba a la celadora/a la persona con quien hacías la charla, de ahí pasaba al consejo local, que la analizaba (¿no tenían nada más que hacer que contar mis bragas? ¿En serio?) y decidía que en temporada una se compraba un jersey, una falda y unos zapatos, y de rebajas, dos faldas, un sujetador, una camisa y unos zapatos de verano. En verano, o en invierno, no podían enseñarse los dedos de los pies en el oratorio, así que no había diferencia alguna entre los zapatos de invierno y los de verano, excepto en el color, en invierno negros, en verano azules, o rojos. Blancos ya no, blancos ya cantaban mucho en la España postFranco de los años 80.

Luego, el consejo local decidía con quién iba a comprar cada una, dependiendo del “buen criterio” de cada fulanita. El “buen criterio” era una mezcla de saber encontrar buen precio, buen material y buena apariencia. Si tenías suerte, te caía alguien resolutivo, si no la tenías, te caía alguien indeciso, de esas personas que necesitan ver mil cosas antes de decidirse por ninguna de ellas. Recuerdo un sábado por la tarde, acompañando a una persona, en un Corte Inglés de Barcelona, de las 15:30 a las 19:30, sin hacer nada más que mirar. Dos pasos adelante, tres hacia atrás, dos hacia delante, tres hacia atrás, hasta las 19:30, cuando nos fuimos a la muy cercana iglesia de Santa Ana, a hacer la oración. Yo no recé, le pregunté a Dios qué había hecho para merecer aquello. Le pedí, por favor, que me lo dijera muy claro, porque yo no lo veía.

Después de comprar había que ir al centro y, como señal de desprendimiento, había que dejar lo comprado en el despacho de la directora, que le daba un último visto bueno. Si la directora no estaba, se dejaba la compra allí hasta que volviera. Si la directora era buena, o medio normal, echaba una ojeada rápida, decía “muy bonito, muy buena compra”, y te lo llevabas. Si la directora tenía mala leche (¿verdad, CB?), lo retenía en el despacho y después decía que te hicieran una corrección fraterna porque su despacho se veía desordenado a causa de tus bolsas.

Cuando mi época de “basta, no necesito esto en mi vida” empezó, dejé de pasar listas. Y la celadora, evidentemente, preguntó que qué pasaba. Dije que se había terminado. Que antes de pasar otra P*** lista, yo iría durante diez años con la misma ropa y bien igual me daba, pero que yo por ahí no volvía a pasar, que era inhumano, obsesivo, nazi, y que yo no volvería a hacerlo. Punto. “Bueno, no te lo tomes así…” “No me lo tomo de ninguna manera, es lo que hay, o me compro YO SOLA la ropa o no me compro ropa”. Y a partir de entonces, me la compré sola.

No exagero. Ojalá exagerara. No exagero nada, y no he mencionado lo que era comprar un triste jersey para la madre, porque eso daría para una serie completa de artículos. Tampoco voy a mencionar nombres, pero todas las agregadas que habéis escrito aquí podéis dar fe de que, no solo no miento, sino que no hago más que plasmar la verdad pura y dura.

Soy consciente de que las cosas han cambiado. Ahora no hay listas, no hay acompañantes para compras, ahora cada quien hace un poco lo que le parece. Pero esta realidad de 2018, mil veces bendita sea y ojalá hubiera llegado antes, no quita lo que sufrimos las personas de mi quinta. Y sufrir es la palabra, porque a mí me quedó una fobia a las compras que dura hasta el día de hoy. FO-BIA, con sus cinco preciosas letras. Si quieres verme de mal humor, dime que hay que ir de compras. Es lo que hay.

Mediterráneo

“Las cosas que aquí se ven, ni los diablos las pensaron” – José Hernández, “Martín Fierro”.









Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=25307