Pedir la intervención del Prelado.- Demócrito
Fecha Friday, 08 February 2019
Tema 060. Libertad, coacción, control


Querido Andy.

Voy a tratar de rebatir respetuosamente tu escrito. Probablemente estemos de acuerdo en que en la Obra, especialmente en el régimen de vida de l@s numerari@s, algo anda mal, bastante mal. Pero disentimos en el diagnóstico y, desde luego, en el tratamiento.

Lo que tú llamas “gallinero” es la lógica consecuencia -con una cierta contribución de la conocida ley del péndulo- a un régimen de vida asfixiante a que se sometió durante décadas a los que, seducidos por un horizonte de santificación en medio del mundo, habían abrazado la vocación de numerari@ o agregad@.

En mi juventud tuve oportunidad de conocer numerarios -y convivir con varios de ellos- que ya apuntaban un destacado perfil profesional. En la política, en los medios de comunicación, en el ejército y la marina, en el deporte de élite, en la literatura o en la poesía, en la docencia universitaria, en el ámbito de las finanzas, en el poliédrico mundo de la creación artística (incluido el séptimo arte), o en diversas profesiones liberales. Muchos de ellos, ya fuera de la Obra, alcanzaron efectivamente una ejecutoria reconocida a la vuelta de los años.

¿Por qué tantos se marcharon? ¿Por qué el panorama personal -profesional, humano, social- del colectivo de los actuales numerarios de entre 50 y 70 años dista tanto del que conocimos a mediados del siglo pasado?

Hacia la década de los setenta se decretó un general y contundente repliegue que llevó a l@s numerari@s a una auténtica reclusión cuasi-monástica. Se extendió un aroma opresivo de desconfianza y se eliminó sin contemplaciones cualquier indicio de afirmación individual. Había que “prescindir del propio criterio”. Lo del “numerador diversísimo”, cayó en el olvido. Se abandonaron prácticamente las dedicaciones profesionales “externas” y se destinó la mayor parte de los numerarios a encargos internos, cargos o trabajos en obras corporativas.  Había que consultar todo, hasta para ir a la peluquería. Disposiciones sobre el uso de los cachivaches mas simples, indicaciones sobre el trato con la “familia de sangre” (qué expresión más irritante), tendentes, en suma, a reducirlo a cero. Normativas para todo. Pormenorizadas.

Y todo por disposición divina a través del Prelado y los directores. Cuestionar cualquier nimiedad es alta traición. Obedecer y punto.

Una persona normal siente asfixia y hartazgo. Y si conserva un residuo de personalidad, se rompe.

Me alegra que hayan cambiado tanto las cosas que ahora se permita a l@s numerari@s el uso personal del móvil. Es un conflicto que en el mundo real se produce hacia los 10 o 12 años, cuando los pre-adolescentes reclaman su primer smartphone; pero superado de lejos entre las personas adultas.  Pero que sepas que no me parece bien usarlo en el Oratorio, salvo que sea para rezar. Y, desde luego, que alguno se sitúe, para ello, en las últimas filas, me produce estupefacción. Y he llegado a esa conclusión sin necesidad de que se me remita nota ni indicación alguna, ya ves.

Pides al Prelado que “… corte de raíz porque no es cristiano la indiferencia, la falta de caridad, el no hablarse, los enfados sin motivo que duran días, meses, la doble moral y la falta de vida interior que hay en muchas personas que viven en los centros”. Casi nada.

Me temo que toda tu carta al Prelado sugiere la conveniencia de mayor intervención de “la estructura” de la Institución sobre los individuos. Más notas, indicaciones, instrucciones, cartas, reglamentos, vademécums, normativas, praxis, protocolos, más presión…, que, para mí, son parte importante del problema. Así no vas a combatir la indiferencia, ni a incrementar y sostener la auténtica caridad ni a potenciar una sincera y profunda vida interior….

Creo, sinceramente, que hay que acabar con tanta normativa angustiosa y volver a la sencillez evangélica. Sin duda alguna.

Y confiar un poco en las personas.

Tan sencillo e intuitivo como comprender qué significa “cristianos corrientes en medio del mundo”. Sin inventar. ¿Difícil, verdad?

Demócrito









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