Una canción marinera.- Hondo
Fecha Wednesday, 08 July 2020
Tema 020. Irse de la Obra


En uno de mis intentos adolescentes por dejar la Obra, el director, después de una dura charla, me envió al oratorio con un ejemplar de Crónica bajo el brazo para que lo meditase detenidamente.

Era uno de esos artículos que recogían la predicación del Fundador sobre lo que les esperaba a quienes abandonaban "la barca". Yo era demasiado joven y demasiado ingenuo. ¿Qué podía argumentar contra esas frases proféticas, apabullantes, avasalladoras?

Lloré en el oratorio solitario (había escrito la carta a los 14 y medio, y esto pasó antes de hacer la admisión). Nadie me explicó que jurídicamente no era de la Obra, sino que insistieron en todo lo contrario: que ya me había entregado del todo y para siempre, que no había vuelta atrás para mí.

Me quería ir (el plan de vida era agobiante, la presión proselitista me había dejado sin amigos, me estaba convirtiendo en un ser extraño...) pero no quería fallarle a Dios.

Tampoco tenía a quien acudir: el cura de la parroquia era "el mal pastor" ("fíjate que hasta cantan con guitarra en sus misas") y mis padres "no entendían, su salvación dependía exclusivamente de mi perseverancia".

Pude haber sido más resuelto e irme igual. Pero seguí por miedo y porque confié en las personas equivocadas.

Así pasaron muchos años. Décadas en la barca. ¿Hubo momentos felices? Sí, la inconsciencia de la juventud permite algunas alegrías incluso en esas "vacaciones" surrealistas que eran los cursos anuales. Un rato de deporte a cambio de clases de filosofía, latín, charlas, normas, etc. ¡Qué locura!

Finalmente este curtido marinero no aguantó más. Una noche se subió a un pequeño bote y abandonó sigilosamente la nave de Escrivá.

Tengo que remar y vivo como un náufrago.

Todavía puedo ver en el horizonte la gigantesca mole de la Obra. ¿Es una ilusión o realmente se está escorando, poco a poco?

Cada tanto, en la noche, escucho el rumor de otros remos. A la luz de la luna he visto sus rostros, no todos eran marineros rasos como yo, muchos tenían galones: directores de centros, de delegación, hasta de la comisión...

Vamos todos hacia el horizonte, alejándonos de aquella manera reglamentada de vivir y pensar, del horario fijo y del control permanente, de la fraternidad hipócrita.

En la borda del otrora imponente navío se adivina un hombre viejo que nos observa con tristeza. ¿Siente pena por nosotros, por la Obra o por él mismo que sigue allí y siente que el corazón se le oxida cada día un poco más?

A veces, en algún islote, nos reunimos los ex. Hay respeto, comprensión, dolor compartido. Uno se entera de que allá, en la barca segura, alguno fue condenado por abusos, el de más allá se suicidó, aquel sobrevive medicado, a otro -que se quedó sin empleo- le han arrojado al mar y que se arregle...

Compartiremos unas sardinas, alguna canción y después, seguiremos remando. Cansados y pobres, pero libres.

Hondo









Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=26301