Después de dos décadas te dicen no tenías vocación al Opus Dei.- Casiopea
Fecha Wednesday, 12 April 2023
Tema 050. Proselitismo, vocación


 

Después de dos décadas te dicen no tenías vocación al Opus Dei

Casiopea, 12/04/2023

 

Las semillas son pura promesa. Uno ve una semilla pequeña, y si es muy experto, puede saber en qué árbol se podrá convertir: un frutal generoso, un olivo resistente y centenario, una esbelta y alta palmera... Todos tienen su encanto, diferentes y únicos. Pero la semilla, sólo es promesa aún.

Una vez, una semilla fue sembrada. No estoy segura de a qué especie pertenecía. Sí sé que antes de completar su formación, mientras era menor de edad, apareció una amiga mayor que le dijo: "¿Has pensado que quizá Dios te pida más?" Y el cura dijo: "¿De verdad le vas a decir no a Dios?" Y como vio como una señal la coincidencia, y como quería a los dos y confiaba en ellos, y como quería a Dios, dijo: "Sí, por supuesto".

Y escribió una carta...



Notó que mucha gente se alegraba y aplaudía como lo hacen algunos arbolillos.

Pasó el tiempo. Al principio, todo era genial. Oía que tenía un destino maravilloso. Que era un farolillo encendido. Era muy bonito. Y fue oyendo cosas, y cosas y cosas… "Lo nuestro es hacer…", "Tenemos que…", "No hacemos…"

Pero después de oír tantas veces todo lo que tenía que ser y hacer, un día le dijo a otro arbolillo: "No sé quién soy". Y el otro, simplemente puso cara de susto, y le dijo: "Me asustas, no des tantas vueltas a la cabeza".

Otra vez le dijo a la vocal de San Gabriel de la delegación: "No está bien lo que se ha hecho con las condiciones laborales de estas trabajadoras". Se refería a una empresa vinculada al Opus Dei. Lo dijo buscando una explicación de corazón. Pero solo recibió una mirada dura y una frase tipo "No eres quién para juzgar". Pero no era del todo cierto. El bonsái tenía un cargo en la empresa, firmaba documentos oficiales…. Quizá fue a partir de ese momento cuando fue teniendo menos y menos encargos. Hasta no tener ninguno.

Pero aún pasó más tiempo, una década al menos, y le dijo a una psiquiatra bonsái a la que le llevaron: "¿No será que tengo trastorno límite de la personalidad? Porque no sé quién soy…" Se miraba las ramas pequeñitas, los frutos no cuajaban, las hojas eran amarillentas y raquíticas. No se reconocía. Trataba de cambiar continuamente la forma del tronco, se estiraba como pensaba que tenía que hacerlo un buen bonsái, se dejaba colocar alambres sin rechazarlos. Pero el resultado era algo extraño, siempre artificial.

Una psicóloga le dijo que tenía que rellenar un test de personalidad. Cuando se lo devolvió, dijo perpleja: "¡No lo entiendo! Tienes muchísimos indicadores de estrés postraumático".

Las ideas de muerte iban y venían. ¿Era peor pecado la no perseverancia o el suicidio?

En los cursos de retiro sí era feliz. Sentía cómo un abono la llenaba de vida al estar a solas con Dios, en silencio. Las entradas a escondidas en la parte de la Administración eran aire nuevo. Le reverdecían las hojitas amarillentas al volver a ver a otros bonsáis a los que había echado de menos. El último día, tenía una tradición: pedía una pluma, y empezaba la carta: "Queridísimo Padre: qué suerte tenemos de ser de casa".

Pero luego, volvía el desánimo.

A todo esto, habían pasado muchos años desde que escribió por primera vez. El arbolillo se sentía pequeño e indefenso. Le decían que tenía que crecer, madurar. Un día pensó: "He obedecido en todo lo que me han dicho, de verdad lo he hecho. ¿Por qué no he crecido…? Ahogó raudo y veloz ese pensamiento como una tentación contra la vocación. Y volvió a confesarse, como casi siempre, de tentación de vocación. Y el sacerdote, esta vez tampoco le dijo que eso no era motivo de confesión.

Un día preguntó a un bonsái jefe: "¿Por qué no llevo charlas?" Al fin y al cabo, había dejado todo para estar disponible, pero no se le pedía casi, casi, más que normas y sueldo… "Mírate… bueno, no quiero hacerte daño".

Sabía que le habían podado ramas y raíces. Sin saberlo, anhelaba el bosque, el viento, la noche… pero vivía en un sitio cerrado. No, no era posible. Era sólo su imaginación, ya sabía de memoria que "no somos plantas de invernadero".

Y pasado un tiempo, el cansancio se hizo excesivo, la tristeza inundaba todo. "¡¡Ofrécelo!!" y así lo hacía. Un día y otro y otro, y de pronto, un poco de alegría. Y luego, de nuevo la tristeza. Una pastilla, y otra y otra. Y sueño, mucho sueño. Como un casco que apretaba por arriba, y mareo. Y no poder trabajar bien. Y no poder hacer todas las normas. Y no poder vivir la cuenta de gastos… y no poder… no poder, casi ni andar. "Nunca lograré ser buen bonsái". Pero luego resonaba en su memoria: "Tienes una vocación como un piano", "Dios te ha elegido desde toda la eternidad". "No hacemos", y "tenemos que" y… sólo cansancio, y sueño y presión.

Hasta que un día le propusieron sacarla de la macetita cuadrada. La plantaron en un bosque, lejos de los bonsáis que se habían convertido en su entorno familiar. Y descubrió con asombro que los otros árboles tenían grandes raíces, enormes ramas. Y que él era sólo un intento de bonsái indefenso. Justo, justo antes del trasplante, para tratar de evitarlo, le había pedido a la psiquiatra, que también crecía en una macetita: "¡Ayúdame a cambiar mi personalidad! ¡Quiero lograr encajar dentro!" Pero la psiquiatra, solamente miró al arbolillo con una mezcla de tristeza y de ternura.

Y una vez fuera de la maceta, en medio del bosque, ya no supo cuál era su vocación. Ni para qué la había creado Dios. Y al principio, defendía a muerte a los jardineros podadores de arbolillos. Y estaba desconcertada, pero sonreía pensando, como siempre, que ya entendería.

Hasta que un día... Un día leyó en internet. Y leyó. Y leyó. Y se enfadó. Y lloró. Y entró en crisis. Leyó a antiguos directores. A antiguos agregados, a antiguas auxiliares... Literalmente, no podía parar de leer. Y tardó años en ser capaz de reconocer que no conseguir ser un buen bonsái, no había sido su fracaso, sino su éxito. A pesar de todo aquello a lo que había renunciado, y que nunca recuperaría. Especialmente, la posibilidad de tener arbolillos descendientes.

Y decidió contar su historia. Necesitaba vaciar su cabeza, que por primera vez empezaba a comprender. Necesitaba saber que habría otros arbolillos que leerían. Y que no permitirían que se les recortaran sus pequeñas raicillas y ramitas. Necesitaba saber que los guardianes de las semillas harían bien su trabajo. Y que, a partir de ese día, cualquier semilla se desarrollaría según toda su potencialidad, y podría ser, si quería, lo que ella no había conseguido casi ni dentro ni fuera: ser portadora de una paz y una alegría que en gran medida había perdido.

Casiopea

P.D. Es tiempo de Pascua, de esperanza. Quería acabar con unos versos que casi todos conoceréis y entenderéis, de Antonio Machado. Pongo sólo los últimos para no alargar:

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.







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