Yo sí fui sincero. Para Indagar.- Pez
Fecha Wednesday, 27 September 2023
Tema 075. Afectividad, amistad, sexualidad


Cuando me propusieron hacerme numerario yo acababa de cumplir 18 años. Me resistí bastante pero finalmente accedí, aunque puse como condición hablar antes con el cura numerario del centro. (Era el Centro de Estudios de esa Delegación española). Evidentemente accedieron encantados. Al cabo de unos días fui a hablar con don M. Era un cura numerario de mediana edad, con doctorado civil en una carrera científica afín a la mía y otro doctorado en Filosofía, un auténtico intelectual con quien desde el principio me llevé muy bien; creo que también él me tomó cariño, como comprobé al cabo de los años... 



A mis 18 años recién estrenados no tenía ninguna formación respecto a mi homosexualidad, ni acababa de darme cuenta de ella. Sólo notaba vagamente que no tenía ese tirón hacia las chicas que veía en mis amigos, y más bien al contrario, sí me sentía atraído por los chicos. Me era difícil hacer amistades femeninas pero en cambio fácilmente las hacía con chicos. No había tenido hasta entonces ninguna relación sexual con chicos, aunque sí afectivas, pero lo veía natural y no me extrañaba nada. Con chicas tampoco, claro. De todas formas algo barruntaba interiormente.

En mis confesiones con el sacerdote no tuve nunca que comentarlo porque nunca tuve pecados de ese tipo. De todas formas,antes de formalizar mi entrada en el Opus Dei quise aclarar este asunto, para no empezar mi entrega a Dios con una mentira. Fui honrado y salvajemente sincero, aunque realmente me costó sangre. Así que le espeté al cura que tenía la sensación desde hacía tiempo de que me gustaban los hombres. El cura se sorprendió muchísimo pero con mucho tacto y amabilidad me dijo que podría ser una equivocación mía, una etapa de confusión… y me hizo la pregunta clave (para él): “ ¿Pero te gustan los hombres guapos?” No sé cómo no se daba cuenta de que la respuesta a esa pregunta era única: “Sí, claro” ¡por muy homosexual que sea uno, le gustan los hombres guapos, los que para él son guapos, claro! Y a un heterosexual le gustan las mujeres guapas, las que para él son guapas. Aún hoy me parece increíble esa pregunta en una persona de su formación y altura intelectual. Y continuó el buen cura: “¿Ves?, te gustan los hombres que se parecen a las mujeres….” (en realidad era más bien al contrario, pero ya no quiso profundizar más en el tema). Con esa “genialidad” dio por resuelto el tema, me aseguró que todo era un lío mío, me felicitó por ser sincero y me aconsejó que me olvidase del tema y que no volviera a hablar de ello con nadie. Grande fue mi alivio: desaparecía de mi vida lo que me parecía un nubarrón oscuro y se me abrían las puertas de lo que entonces me parecía una maravilla, la vida de numerario.

Pocos días después escribí la carta de petición de admisión. Visto con la perspectiva que dan los años, creo que el cura se dejó llevar por la ambición de pescar una buena presa, con perdón. Siendo de San Rafael yo había acercado a la Obra a un buen número de amigos y conocidos, tres de los cuales pitaron antes que yo… Mi expediente académico era muy bueno, y en ese momento estaba estudiando con soltura dos carreras: una científica, bastante durilla, y otra humanística. De buena familia, simpatizante con la Obra. Culto y deportista….¡Y creo que bastante guapote ! Candidato perfecto a numerario. El cura, y los laicos que me trataban, no iban a dejarme escapar.

Durante años fui numerario ejemplar y feliz, favorito de los diferentes directores de los centros en que estuve: siempre entregado , siempre dispuesto, cumplidor y ejemplar. No tuve problemas por mi homosexualidad latente: mi entrega generosa y dura sublimaba mis necesidades afectivas y sexuales, como también pasaría, supongo, con casi todos mis otros “hermanos”. Y fiel a los consejos recibidos casi nunca volví a darle vueltas al “tema”, salvo en una ocasión, cuando la famosa preguntita del cura asomó inopinadamente y con mi experiencia ví lo absurdo de su respuesta. Pero nada, me repitieron la misma monserga, más fuertemente: que me olvidara del tema para siempre jamás.

Pero pasaron los años… Acabé en un centro de San Gabriel en otra ciudad. Los numerarios con los que vivía eran realmente fríos, muy poco amables, cero comunicativos. Mi trabajo ( siempre externo, afortunadamente) era duro y exigente. Quise hacer además el doctorado en mi especialidad y me dieron todas las facilidades, al principio. Muchos encargos internos, a veces los que no aceptaba nadie. Me empecé a sentir como el famoso limón exprimido de Escrivá y con una sequedad afectiva muy considerable. Y entonces, con la frialdad de mi supuesta familia, mi exceso de trabajo y la madurez que me iba dando la vida, diecisiete años después resurgió potentemente el tema que estaba enterrado. Por un lado, di con un grupo de buenos amigos, todos ellos heterosexuales pero que, aún rechazando a la Obra, sí me dieron el cariño y compañía que no me daba mi supuesta “familia”.

Y llegó al centro otro numerario con mi misma profesión con el cual rápidamente hice muy buenas migas y él conmigo y sin poderlo evitar me enamoré de él, ante mi sorpresa. Él ni se enteró, fui escrupulosamente cuidadoso; pero esta vez lo vi muy claro y entré en crisis profunda. Sencillamente me di cuenta de que quería compartir mi vida con alguien como él, con un hombre como él; y sumergido en esta crisis tuve un primer encuentro sexual con un compañero de trabajo. Decidí hablarlo con un cura numerario, JM, de otro centro, con el que había compartido cargos y encargos años atrás, antes de su ordenación. Me confesé y luego hablamos a fondo. Él sí quedó consternado. Lo único que me dijo es que se ofrecía a comentarlo con el director de mi centro. Ya no estábamos en confesión, pero le negué tajantemente esa posibilidad y expresamente se lo prohibí: me constaba la nula capacidad del director de mi centro para tratar el asunto con un mínimo de comprensión: el mundo para él se dividía en maricones (despreciables ) y no maricones. Por tanto, quedaba el asunto encerrado en un claro círculo de secreto profesional, además del sigilo sacramental.

Pues bien, al cabo de pocos días, el director de mi centro me cogió aparte. El broncazo fue fenomenal, casi tanto como mi sorpresa: de sus palabras y los datos que manejaba, resultaba claro que el cura JM le había contado todo y SÍ había violado el sigilo sacramental…….Waw En realidad, fue beneficioso para mí. El derrumbe de ese tabú del sigilo sacramental fue la espoleta que acabó de hacer explotar lo poco que quedaba de mí en el Opus Dei y del Opus dei en mí, y sirvió de confirmación de mi decisión. Poco después abandoné el centro y pude comprobar la exquisita caridad de la Obra: experimenté el rechazo, la negación del saludo y la no-existencia mía para los que durante años fueron mi “familia”: jamás se preocuparon de mí salvo para preguntarme (las dos veces que volví a hablar con uno de ellos) “si cumplía las normas”….. ¡raza de víboras!

Pero fui y sigo siendo feliz. Con las dificultades y problemas de la vida normal. Ayudado por mi auténtica familia, amigos y colegas. Y con el tiempo, con una pareja, masculina, comprensiva, cariñosa y muy muy valiosa. Aunque no he podido evitar que se llenara de un tremendo odio hacia el Opus Dei por el mal trato que me dieron…. Pues eso. Yo SÍ fui sincero. No valió de nada.

Pez

 







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