Yo me fui de la Obra hace un par de años, estaba harta ya de muchísimas cosas, muchísimas, eso sin contar un episodio grave con un sacerdote, pero en fin ese es otro tema…

Lo comuniqué a la numeraria con la que hacía la charla (que quería irme), pero ni caso. Me decía que lo pensara, que en tiempos de crisis no hacer mudanza, en fin, lo típico para persuadirte de que no lo hagas. Así estuve meses y nada, que no había manera, así que como estaba hasta las narices, directamente escribí a don Fernando y le dije que le comunicaba mi dimisión como supernumeraria, que nadie me había hecho ni caso.

A los pocos días fui al centro a decir lo que había hecho y me empezaron a explicar que ese no era el proceso y bla, bla, bla, y yo flipaba para mis adentros: "estas son tontas o qué", faltaría más ¡yo hago lo que me da la gana! ¡Ya estoy harta de que me digan cómo y cuándo debo hacer las cosas! ¡Hasta como tengo que dejar la Obra!

Hasta ahí podíamos llegar. Yo he sido fiel, quise hacer las cosas bien con Dios, todo, fui sincera con las cosas que veía que no iban bien, pero "ellos", la Obra lo que hace es "ordeno y mando" y ya está. Son lo que en época de Jesús eran los fariseos, cada vez lo tengo más claro, es todo puertas afuera, pura fachada.

Aunque dicho todo esto, claro que hay gente buena (pero engañada sin saberlo), como me pasó a mí. Por supuesto, una vez que me fui, nada de nada. No me llamó ni la directora para decirme adiós o algo. Tuve la misma sensación de cuando te das de baja de telefónica, por ejemplo, alucinante. Me siento totalmente defraudada, pero por otra parte feliz de haber salido y encontrado a Dios por mi cuenta.

Un abrazo!

Mar