¿En qué Opus Dei estuviste?.- Mediterráneo
Fecha Wednesday, 27 March 2024
Tema 010. Testimonios


Hola, Gómez.

Leyendo y releyendo tu escrito “Sí había belleza en el Opus Dei”, porque en el momento en que escribo esto no sé si está escrito con ironía, con sarcasmo o si, en verdad, intenta reflejar tu vivencia, me surge una pregunta: ¿estás seguro de que se trataba del opusdei?

Lo pregunto porque nada, nada, nada de lo que cuentas me pega con nada de lo que fue mi experiencia como administradora y como agd en la institución…



Me parece genial lo del caviar, solo que es imposible, y te cuento por qué: una latita de caviar Royal Osetra Imperia de 125 gr (si hablamos de 10 numerarios en la residencia tocan a dos cucharaditas de café por cabeza) cuesta, a fecha de hoy, €197. Se va a hacer puñetas la media no ya del mes, sino la del año entero. Es más, es que los regalos de categoría se enviaban a Roma “para que los disfrute el padre”, y en esa época de la que hablas, el caviar (el de verdad) no viajaba. Si era caviar, no era la institución, y si era la institución, no era caviar.

Además, el caviar, tradicionalmente, nunca se toma con saltinas sino con blinis, por un tema de texturas, a no ser que se trate de huevas de trucha, o de salmón, o de lumpo, o de cualquier otro pescado, en cuyo caso la latita de 100 gr te sale por €3,50 y hay “caviar” para todo el pueblo, ahí le puedes poner saltinas, grissini, crackers, miga de pan o lo que tú quieras. Hazme caso: si era la institución no era caviar, y si era caviar no era la institución, te lo dice una administradora que se ponía la media allí donde el sol no luce y que, por sus numerarias, lo dio todo.

Whisky… mira, eso pudiera ser. Había regalos, había supernumerarios que regalaban buenas botellas, ahí no digo nada, porque pudiera ser. Si el “Sello Negro” era el Johnnie Walker etiqueta negra, ya dejamos de hablar porque eso no es un buen whisky, es un whisky normalito, de los de tomar con hielo o con soda, nada del otro jueves, aunque para gustos se hayan hecho los colores. El etiqueta azul sí es uno de los mejores whiskies del mundo.

“Dos mujeres”: ¿es en serio? No me lo creo. Perdóname, no me creo en absoluto que en un centro de la institución se pasara una película donde se viola a dos mujeres; a Julie Christie no la menciono, porque, si no se podía ver mi “Dr. Zhivago”, cómo se iba a ver “Lejos del mundanal ruido”. ¡”Dos mujeres”! Vamos, ni en sueños.

Literatura: si leías buena literatura no estabas en un centro de la institución, y si estabas en un centro de la institución, no leías buena literatura. Te lo dice alguien que lee desde que tiene uso de razón y cuya primera desobediencia firme y mantenida hasta el último día, fue leer sin consultar. No había buena literatura en las bibliotecas de los centros y leer no estaba bien visto porque 1) había que dedicarse a hacer apostolado, 2) no había tiempo material, 3) no podías leer antes de irte a la cama porque había que vivir el tiempo de la noche. Los transportes se aprovechaban para hacer la lectura o rezar el rosario. ¿Cuándo podías leer? O eras una lectora obsesa como servidora, y el mundo, y el tiempo de la tarde, y el de la noche, podían darse la vuelta pero yo leía y se acabó, o no podías leer. ¡Que llevo a la espalda decenas de correcciones fraternas por leer demasiado, mi querido muchacho, que me las hicieron a mí!

No hablo de la “belleza” de Torreciudad o de la de Villa Tevere, ni la de los otros lugares que mencionas porque me parece que confundes monumentalidad con belleza, pero para gustos se hicieron los colores.

Música clásica: ¿dónde?, ¿cuándo? Si no era el tiempo de la noche era el tiempo de la tarde, o el de la madre que lo parió todo, en las limpiezas del domingo por la mañana se ponían rancheras. En mis años en la institución, nunca, ni una sola vez, ni una sola, escuché una ópera, una sinfonía de Beethoven o de Mozart, un concierto. El tradicional de Año Nuevo, de la Filarmónica de Viena, que en Europa se escucha de norte a sur y de este a oeste, no podías escucharlo porque o limpiabas, o cocinabas, o preparabas el oratorio para la bendición solemne, o el comedor para el almuerzo del día 1 de enero. Música clásica no había.

¿Pintura? Podías ir a ver exposiciones si era un plan apostólico, a museos no ibas. Es más, a una agd de Barcelona que se quedó en el paro al mismo tiempo que yo, y que dejó de hablarme cuando me dijo “estamos las dos en la misma situación” y yo contesté “va a ser que no, porque a ti jamás te faltarán €5 en el bolsillo y a mí el banco me embargará si no pago la hipoteca”, le costó Dios y ayuda poder dedicarse a la pintura como trabajo profesional. Le costó un viacrucis que lo entendieran, que lo aceptaran, que la tomaran en serio.

La última frase de tu post me deja tan sin palabras que tengo que reproducirla aquí: pero ya ven ustedes que el Opus Dei que me tocó a mí en los años 70 en Colombia era un Opus Dei lleno de belleza, poesía, literatura, música, arquitectura, pintura, moda y comportamiento elegante y sofisticado. Tal vez hoy no sea así, pero en esos tiempos lo fue. No sé dónde estuviste, Gómez, de verdad, en el opusdei no. Ni elegancia, no digamos sofisticación, ni pintura, ni moda (las mujeres parecíamos fantoches de los años cincuenta), ni comportamiento (¡se daban clases de cómo manejar los cubiertos de pescado, por el amor de Dios!) La poesía estaba obviada, para la literatura no había tiempo, la arquitectura se supeditaba a los gustos de alguien que, como dije anteriormente, rústico nació y rústico murió aunque estuviera rodeado de mármoles, y sedas, y lapislázulis.

Igual tu post viene de algún libro antiguo, de alguna experiencia de alguien a quien echaron y nunca quiso irse, de alguien de la oficinita de la opinión pública que ha decidido romper una lanza en favor de la institución aunque todo lo que cuente sea una ficción que ni Matrix. Es que no puedo explicármelo, en serio. ¿Dónde estuviste, Gómez?

Mediterráneo

 

Lo que pinta este pincel / ni el tiempo lo ha de borrar /ninguno se ha de animar / a corregirme la plana / no pinta quién tiene gana / sinó quien sabe pintar” – José Hernández, “El gaucho Martín Fierro”. 

 







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