La primera vez que mentí a mi padre.- Kaiser
Fecha Monday, 03 October 2005
Tema 010. Testimonios


“VILADOMAT” O LA PRIMERA VEZ QUE MENTÍ A MI PADRE.

La primera vez que yo mentí a mi padre ni siquiera le mentí yo. Pero hice piña con la mentira por un falso prurito de liberación adolescente. Ocurrió en 'Viladomat'. Una de las actividades del Curso de Orientación Profesional al que asistía era una entrevista del tutor asignado con los padres. Ese tutor era periodista. Pudo ser Bastián, que pide datos sobre sus casas en Barcelona y resulta que ahora soy yo el que le pediré datos a él si tiene a bien facilitarme su dirección de correo electrónico.

Se supone que en la entrevista se trataba de informar a mis padres de los resultados de los tests a los que se me había sometido previamente y cambiar impresiones sobre mi futuro académico y profesional. Lo que allí se le dijo a mis padres fue que los resultados de las pruebas reflejaban que yo no los quería. Que sentía desapego hacia ellos. Que era un descastao, vamos, como sentenció mi madre: ¡Qué dijuhto (disgusto) má grande, nene!

Mi padre me retiró la palabra. Hubo tormenta aquella noche en mi casa. Sin embargo, la noticia cayó sobre mí como un extraño regalo sorpresa. Me quedé sin habla, porque, si había algo que me caracterizaba y con lo que yo me sentía plenamente confortado hasta entonces, era precisamente por todo lo contrario. La identificación con mi padre era total. Mi admiración por él (por su estricto sentido del deber y de la rectitud, su capacidad de autodisciplina, su honestidad, sus hábitos austeros, su concepto de la dignidad y la integridad, su fortaleza de carácter y hasta su genio) no tenía limite ni fisuras. Toda ambición que anidara en mi espíritu pasaba indefectiblemente por la medida de su agrado. Si no era así, no existía para mí. Si me preocupaban las calificaciones escolares no era en tanto que termómetro de mi ignorancia, sino por la eventualidad de defraudar a mi padre. Y no digo a mi madre, porque a ella sé que no podré defraudarla nunca haga lo que haga. Todo lo que mi padre tenía de sequedad lo tenía mi madre de bendita humiditas. Mi madre y yo éramos una misma cosa en el vivir los sentimientos y en el sentir la vida. Hasta tal punto yo estaba identificado con mis padres que ese aspecto lo consideraba un punto débil de mi carácter y me preocupaba que mis amigos lo detectaran, porque un adolescente ve en todo el fantasma de la inmadurez, un frenazo asegurado en el escalafón del prestigio en el grupo y la pérdida de los áureos galones logrados en el campo del honor baldío de los deportes, las escaramuzas callejeras y los desafíos del aula.

Entonces no lo supe ver. Mi padre me había retirado bastante más que la palabra. Me retiró su afecto. Entre él y yo se tendió un impenetrable muro de silencio. La semilla de la discordia había germinado y dado su fruto amargo y rejalgario en su corazón. Aquello me proporcionó el espejismo de la liberación. Campo abonado para disponer sobre mi persona sin mayores explicaciones. No aceptó que, a la postre, me fuera. Ni tampoco mi regreso. La pasión y la alegría con que seguía mis avances desde niño se habían esfumado de nuestras vidas. A aquellas tímidas y contadas papeletas de notas con un sobresaliente sobre el televisor le siguió años a trás el más ominoso silencio cuando, liberado ya de las cargas internas, empezaron a llover las matrículas de honor.  Mi futuro no formaba parte de su futuro. Cualquier cosa que me concerniera, mi novia -la que fuere-, nunca obtendría su aprobación. Así me casé.

Pasado el tiempo, solía venir de visita a mi casa. Cuando le abría la puerta éste fue su saludo durante años: “No vengo a verte a ti, sino a mis nietos”.

Kaiser









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