Sin compañía para pasear (Cap.15 de '34 años...').- Nacho Fernández
Fecha Monday, 12 December 2005
Tema 070. Costumbres y Praxis


 SIN COMPAÑIA PARA PASEAR

 

Cap. 15 de "34 años sin vocación"

Enviado por Nacho Fernández, 12-Dic-2005

 

 Las normas y costumbres internas por las que se rige el Opus Dei prevén que numerarios y agregados, salvo circunstancias especiales,  realicen  un paseo semanal de dos horas, y una excursión mensual a un sitio cercano a la ciudad donde se vive. Los directores aconsejan vivamente que el viaje no sea largo. La mayor parte de las veces que quise vivir las costumbres de pasear y de hacer una excursión no lo pude hacer porque no tenía acompañante, numerario o agregado, de mi centro...



   Bueno,  había una excepción, la de las convivencias y cursos anuales en que está previsto que un vez a la semana se realice una excursión a un lugar cercano, siempre dentro de los gustos personales de cada uno. Y aún así muchas veces me quedaba solo, porque. en general, en los centros de agregados que conocí la cultura no es lo que más brilla. En estas ocasiones se suele proponer a los de la convivencia una variedad de viajes, uno de los cuales suele ser visitar monumentos y edificios antiguos, por lo que puedes oir expresiones como que esa excursión "es de piedras". Esa es la enorme cultura --lo digo en broma-- que se respira en algunos centros opusianos.

   La Administración que atiende la convivencia suele suministrar unas bolsas a los "excursionistas" con un menú que suele incluir en España normalmente una tortilla de patatas --uno de los platos nacionales--, un aperitivo de frutos secos o aceitunas, otro bocadillo de embutido y una fruta. Todo va acompañado de una bebida refrescante.

   En más de una ocasión he oído quejarse a mis compañeros de la bolsa de excursión, pues no les gustaba lo que había preparado la Administración.  Por eso, más de una vez terminamos yendo a la hora de comer a un restaurante de la zona y degustando un producto típico. Al final nos desprendíamos de la bolsa que nos había suministrado la Administración, dándosela a un pobre o tomándola de merienda.

   Lo que acabo de contar es como una historia blanca. Lo que yo viví dentro de la Obra es que esa era la excepción a lo que se vive habitualmente. Durante el curso, yo quería realizar el paseo semanal o la excursión mensual, pero muy pocas veces encontré en mi centro a alguien que me acompañara. Intencionadamente digo mi centro, porque allí había muchas capillitas, amigos entre sí, pero con los que no eran afines apenas existía roce o conversación.

   Para encontrar una solución a ese problema recurrí al sistema de hacer, de vez en cuando, un paseo con uno de la comisión regional o de la delegación, debido a mi situación de periodista. Me preparaba unas cuantas historias y al final se pasaba muy bien el tiempo. Precisamente fue uno de la comisión el que creo que fue el único amigo en serio que he tenido dentro de la Obra. Cuando  me fui, él quiso seguir llevando mi charla,  aunque yo estaba recelado porque sabía que lo de la charla luego se informaba. El fue el que me preguntó cosas muy íntimas que supongo que como buen miembro de la prelatura habrá informado a los directores de los que había dependido. Pero fue el único que fue realmente mi amigo, no los otros.

   Era tan amigo de este cargo de la comisión que muchas veces le acompañé a visitar a su madre a un convento de monjas, donde residía su hermana y que había acogido a aquella, al quedarse sola con la muerte de su marido. Las monjas fueron estupendas. Era realmente un problema. El hijo era numerario y la hija,  monja de las llamadas Carmelitas de la Caridad, fundadas por Santa Joaquina Vedruna.  Tuve un gran cariño a su madre y a aquellas monjas, pero con mi marcha de la Obra, solo fui una vez a decirlo. Su hermana estaba un poco disgustada conmigo por mi decisión y por que había afectado a su hermano.

   Qué soledad experimenté algunas veces dentro de la Obra.  Me amparaba en personas como ésta. Tambien me amparé en los supernumerarios mayores de 65 años a los que atendí durante 25 años. Al final tenía que atender a mi madre. No podía estar con ellos. Y luego uno del que dependía en el grupo me aconsejó que enviara a mi madre a una residencia y otro, que se encargaba de mi direccion espiritual, que fuera mi madre la que pagara la señora que le atendía mientras estaba en el trabajo. Nunca, nunca, nunca se pasó por mi cabeza enviar  mi madre a una residencia. Mi madre sí era mi familia, la auténtica, y ellos no lo eran, pues estaba prácticamente solo en el centro de agregados. Hoy me ha salido triste la historia, pero fue así.  Que ahora no digan que es mentira. No asumen su responsablidad.

Nacho Fernández

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