Por qué pité (y II).- Otaluto
Fecha Friday, 23 February 2007
Tema 010. Testimonios


POR QUÉ PITÉ (y II)

Otaluto, 23 de febrero de 2007

 

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El segundo punto que requería  aclaración era con respecto a la práctica de la obediencia en el caso específico de los numerarios. ¿Cómo se compatibilizaba la obediencia a los directores con la libertad de acción que un cristiano corriente debe tener?  Su explicación fue que cuando un numerario tiene una duda importante, acude con confianza a un director y consulta el tema, éste da su opinión y luego en conciencia la persona hace lo que le parece mejor. Perfecto, dije yo, me parece muy bien...



El tercer punto era sobre el modo de hacer apostolado. Le comenté que nunca podría hacer apostolado del modo en que los numerarios lo hacían, eso de perseguir personas para que vayan a los medios de formación, etc. Con detalle me explicó que el verdadero apostolado es de amistad y confidencia, que se trata de una superabundancia de la vida interior, fluye espontáneamente, simplemente se da porque somos buenos amigos de nuestros amigos. En definitiva, cada uno es como es, y hace apostolado a su aire y de acuerdo con su estilo personal. Bien, dije, entonces, si me presta una lapicera y una hoja de papel, escribo ya la carta.

 

En ese momento pareció dudar y me dijo que mejor lo pensara mejor. Se lo veía nervioso, aunque siempre lo conocí como un hombre de gran aplomo. Le dije que ya lo había pensado y que sus respuestas a los tres puntos que me preocupaban me habían satisfecho. La decisión estaba tomada. Me mandó a hablar con un director. En realidad el director del Centro de Estudios estaba en una convivencia y tengo la sospecha de que este planteo vocacional se hacia a sus espaldas. El que me atendió era un segundón que con actitud escéptica me dijo que esperáramos a la llegada del director. Cuando éste llegó a los tres días, me atendió en su despacho. Le conté mi conversación con RR y que ya había tomado la decisión. Me pidió que lo pensara un tiempo más hasta estar seguro de que mi decisión era firme. Acepté esperar el tiempo que me indicó y luego escribí la carta.

 

Cuarta Consideración: RR sabía que cada palabra de su explicación sobre los tres dichosos puntos era una mentira. Una mentira dicha con plena conciencia y deliberadamente, y en materia muy grave, ya que de la respuesta dependía que yo tomara o no un compromiso de por vida. ¿Cómo se explica? La razón es que en el apostolado vale todo. Vale seducir y adular. Vale fingir. Vale prometer y garantizar. Vale importunar, invadir la privacidad, revelar secretos. Vale mentir y hacer que otros mientan. Vale enojarse, presionar, coaccionar y amenazar. Vale extorsionar emocionalmente. Es el “hacerse todo para todos, para ganarlos a todos” de San Pablo, pero entendido de modo perverso. Lo importante es que piten. El resto es una minucia, un escrúpulo de conciencia. “Por sus frutos los conoceréis” y qué mejor fruto que una vocación. Y si el fruto es bueno, ¿qué mal puede haber en los medios que se ponen para obtenerlo? Ningún director pide cuentas sobre lo actuado en el apostolado, se pide solo cuenta de los resultados. Hay licencia implícita para hacer cualquier cosa, usar cualquier estrategia. Nadie pregunta y nadie se entera, queda en el silencio. Solo el fracaso se penaliza.

 

Ahora viene una de las partes más tristes de la historia, pero que era de lo más predecible, si uno conoce como funcionan las cosas en la obra. Inmediatamente después de pedir la admisión, es decir, al día siguiente, RR comenzó a tratarme como si no me conociera, casi como si me viera por primera vez. Es más, se mostraba duro y en algún caso hasta descortés conmigo, tratando de dejar en claro que no sólo no había entre nosotros ningún tipo de amistad, sino ningún tipo de relación. Esta vez, el proceso de poner frío no fue gradual, sino instantáneo,  brutal. Hasta el día de hoy nunca vi en alguien operarse un cambio tan drástico y sin motivos aparentes. ¿Acaso no había pitado? ¿Acaso desde ahora no encarnaría en mi vida todos aquellos ideales de los que habíamos hablado tanto? ¿Qué era lo que había hecho mal esta vez? Mi desconcierto era supremo. Por otro lado, la gente del centro se desvivía por tratarme bien y mostrar su cariño de todos los modos posibles. Y comencé entonces a descubrir que muchos numerarios, en el ambiente interno, por decirlo de algún modo, y sin la presión de generar un fruto apostólico, eran personas excelentes, de grandes virtudes, muchos muy inteligentes, y algunos muy divertidos. También estaba encantado pensando que había tenido el valor de decirle que sí a Dios, que tenia una vocación, una misión, que había ganado un Amor que no defrauda ni se pierde.

 

Pese a lo de RR, comenzó una buena época para mi. El objetivo que los directores me ponían no era ser el mejor, ni cambiar el mundo. Querían que recuperara el atraso para terminar la carrera lo antes posible y así estar disponible para las necesidades de la labor. Logré enfocarme, estudiaba mucho pero con tranquilidad y, sobre todo, con una actitud muy pragmática. Daba un examen tras otro, y con buenas calificaciones.

 

Termino esta parte de mi historia diciendo que al cabo de un par de meses, como era lógico que pasara, tuve una discusión muy fuerte con el director del centro de estudios (yo seguía de adscrito allí) por los tres puntos famosos. Me explicó que mi modo de entender los tres puntos era erróneo. En primer lugar mi visión acerca de los numerarios era equivocada. Ellos son como deben ser y más vale que yo cambie y me adapte. En la obra no hay lugar para cambios ni aportes personales, la obra no es reformable, su espíritu está escrito en piedra, sus normas y costumbres son invariables, todo es como debe ser.

 

En segundo lugar, con respecto a la obediencia, los numerarios consultan absolutamente todo, no solo lo que a su juicio creen que deben consultar, sino todo, y siempre obedecen lo que los directores indican, no lo que su conciencia les diga. Y si no lo entienden lo llevan a la oración, y luego obedecen.

 

Y en tercer lugar, con respecto al apostolado, va lo mismo que para el primer punto. Todos hacen apostolado de acuerdo a las indicaciones que nos dan los directores. Lista de amigos, invitar a los medios de formación, etc.

 

Me enojé muchísimo y le comenté detalladamente las respuestas que me había dado RR. Le dije que consideraba haber sido engañado. Su contestación fue que eso él no podía saberlo, pero que estuviera seguro de que las cosas eran como él me decía. Podría haberme ido en ese momento, olvidarme del opus dei, dejar la carrera de filosofía y comenzar medicina. Todavía hubiera estado a tiempo, pero ya no era una opción. Mi decisión estaba basada en el convencimiento de una llamada divina, y no estaba dispuesto a defraudar a Dios ni defraudarme.

 

Tampoco estaba, siendo realistas, como para enfrentar un nuevo fracaso. Y había un ultimo argumento no menos importante, y que tuvo un peso enorme en mi perseverancia posterior. Y era mi convencimiento absoluto de que la obra era de origen divino. Es decir, que fue revelada hasta sus últimos detalles al Fundador, y expresaba una voluntad especifica y concreta de Dios que debía materializarse. Por lo tanto la obra no era una institución creada para mi beneficio, con la que yo podía sentirme más o menos cómodo,  sino a la inversa. Era yo el que había sido creado para ser un instrumento al servicio de la obra y debía adaptarme. Había sido elegido “ante mundo constitutionem”, y frente a esto era irrelevante si me habían engañado con respecto a tal o cual aspecto. Qué importancia tenía si yo estaba o no de acuerdo con algo, si tal o cual punto no me gustara, en ultima instancia las cosas en la obra eran como le gustaban a Dios. 

 

Consideración Final:

Vuelvo ahora a la pregunta del titulo: ¿por qué pité?

 

Pité porque permití que alguien torciera mi camino de acuerdo a sus preferencias, y al aceptar esto me hice dependiente de su juicio y necesitado de su aprobación.

 

Pité porque creí la mentira de que era poseedor de un destino especial, no entendiendo que el destino de cada hombre es especial.

 

Pité porque me sedujo la idolatría del éxito, la seguridad de los números, el respaldo de una institución, en lugar de asumir el riesgo de la libertad, que implica siempre la posibilidad de equivocarse y fracasar.

 

Pité porque era ambicioso, y concebía  la santidad como un objetivo, el más grande que pueda alcanzarse.

 

Pité porque me daba miedo volver a entregar mi corazón a una persona humana que pudiera fallarme.

 

Pité porque necesitaba un refugio, porque era impaciente, porque estaba cansado, porque quería tener un camino definido en la vida, porque era idealista, porque no tenía un padre con el que hablar.

 

Y pité, finalmente,  porque dadas las circunstancias no se me ocurrió ninguna idea mejor.

 

Paz a todos.

 

Otaluto.

 

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