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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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LO QUE EL OPUS SE LLEVÓ

Autor: Gustavo

Esta es mi historia. He cambiado algunos nombres y lugares, por razones obvias (el autor)


1. Como conocí la Obra (19-1-2004)
2. Recién pitado (31-1-2004)
3. Primer curso anual (11-2-2004)
4. Centro de estudios (26-2-2004)
5. Santificar lo ordinario (24-3-2004)
6. UNIV (12-4-2004)
7. ¿Una Opus diferente? (9-5-2004)
8. Nubes de tormenta (30-5-2004)
y 9. Final (¿o principio?) (23-6-2004)

 

1. Cómo conocí la Obra.

Casi no conocía nada del Opus Dei hasta ir por primera vez a un Centro de ellos. Lo único que había oído era algo sobre el carácter de “extrema derecha” que se le adjudicaba al grupo y pensaba que era algo parecido al TFP (Trabajo, Familia y Patria?). También, había visto por televisión un documental que hablaba muy mal de la Obra. Recuerdo que mencionaba algo sobre los “fanáticos que iban a Torreciudad”. Ello no me perturbó, sí en cambio, el hecho que en dicho documental se hablara mal de la Iglesia y del Papa, razón por al decidí cambiar de canal.

Tiempo después, hablando con un amigo —Juan—, me comentó que un amigo de él —Pedro— acababa de ir a un Centro de la Obra. Había conocido en ese lugar a un sacerdote, con quien se había confesado. Entusiasmado por su experiencia, me insistió con que fuera a conocer a dicho sacerdote del cual no recordaba ni el nombre. Se volvió realmente insistente. Por curiosidad y por la insistencia de Pedro decidí ir. Juan me previno: —“Ojo, no dejes ni tu dirección ni tu número de teléfono, ya que sino te van a volver loco”. Así fue como, con esta advertencia, fui a dicho lugar a conocer a ese sacerdote.

Recuerdo que hacia frío, y a esa hora —serían algo así como las 19 o 19.30— ya estaba oscuro. Luego de entrar, me acerqué a la primera portería —una pequeña ventana con una gran reja metálica— y pregunte por el sacerdote en cuestión —Mr. Rimberbauer— . Me dijeron que para eso debía preguntar en la portería del fondo. Seguí caminando por ese pasillo —que en realidad es la entrada a un garaje— y luego de pasar una puerta de vidrio y reja, de subir unos escalones y de abrir una puerta de madera, me encontré en un hall en el que había una pequeña ventana con dos porteras (numerarias auxiliares). El hall tenía otra puerta mas. Pregunte por Mr. Rimberbauer y me dijeron que esperara. Tomé asiento en el hall.

La verdad que estuve a punto de huir de allí, ya que todo el ambiente me parecía bastante opresivo. No lo hice porque lo consideré una especie de descortesía y además porque me daba la impresión de que las porteras me miraban. Al cabo de diez minutos se abrió la otra puerta de madera y apareció una persona, digamos, Esteban Mernabo.

Este se presentó y me guío hasta donde estaba el sacerdote. Me llamó la atención unas cadenas y hachas que vi en una pared —años después las sacaron— y la gran escalera que había que subir para ver al sacerdote, quien me estaba esperando al terminar la misma. Hasta allí me acompaño Esteban. Yo iba convencido de que a Pedro lo conocían por ese lugar, pero no fue así. Parecieron no conocerlo hasta que el sacerdote dijo a Esteban : —“¡Ah! Tu amigo que vino la semana pasada”. En efecto, Esteban era compañero de curso de Pedro en la Facultad. Así fue que luego de esto pase a hablar con el sacerdote. Me atendió en una pequeña sala contigua a su cuarto.

Yo iba bastante precavido. A poco de comenzar a hablar el sacerdote ofreció prestarme un libro. Inmediatamente pensé: “si lo acepto se lo tendré que devolver, es decir verlo nuevamente”. Le conteste que no, que muchas gracias. El sacerdote siguió insistiendo con el tema, lo que me llevo a decirle que me dijera el nombre de libro que lo iba a comprar. Como siguió insistiendo, pensé que a lo mejor podía hacer devolver por una tercera persona o entregarlo de otra forma. Así fue que le acepté su préstamo.

Me impresionó la preparación del sacerdote y sobre todo la atención que ponía a los problemas que yo le contaba. Me pidió que lo viera la semana siguiente, para confesarme una vez por semana —algo habitual en los miembros del Opus Dei—. Cuando salimos de allí, me llevó hasta una biblioteca de pared, de la cual extrajo un libro “La Fe Explicada” de Leo Tresse y me lo dio, agregando que le debía pagar por el alquiler del mismo una pequeña suma, lo que me pareció completamente fuera de lugar, sobre todo luego de que me dijera que me lo iba a prestar y de su insitencia. Frente a la cara que le puse, me dijo, que si no tenía dinero, el me lo prestaba igual. Ahí tendría que haber salido corriendo.

De todas formas le pagué. El sacó una carpeta, me preguntó mi nombre completo y número de teléfono para saber a quien reclamar la devolución del libro. Ahí me acorde de Juan (“no les des tus datos..”). No tuve otra salida que darle el nombre y teléfono. Me fui muy encabronado. De hecho me perdí a la salida dentro del Centro y terminé en el oratorio. Con mucha bronca pensé “ahora, ni me dejan salir”. Después de preguntar a un señor, conseguí salir de ahí, con el libro.

El jueves siguiente recibí una llamada de Pedro —sí, nuevamente Pedro—, quien me pedía que lo acompañara a una charla que iban a dar en el “opus”. Me dijo “por favor, no me dejes ir solo, acompáñame...”. De mala gana lo acompañé. La charla fue el viernes y la dio Esteban. Era un “círculo de San Rafael”, charla que consta de lectura y pequeño comentario del Evangelio del día, una charla central sobre una virtud humana o sacramentos o temas ascéticos, la lectura de un “examen de conciencia” con preguntas y cierra luego de una pequeña tertulia con unos minutos de lectura espiritual. Se llama de “San Rafael” porque con ese término se denomina la “labor” que se hace con estudiantes universitarios y secundarios que no son de la Obra y que se encomienda a dicho ángel. Cuando Esteban me vio llegar, se sorprendió y pidió hablar un minuto conmigo. Ingresamos a otra pequeña sala, y en forma enérgica me dijo que al círculo tenía que venir siempre, ya que el “círculo” es semanal, que no podía faltar nunca. Yo contesté que como nunca había ido a ninguno no le iba a prometer nada y que si me gustaba iba seguir yendo y que sino, no.

La charla fue muy aburrida. Recuerdo solo una anécdota de una ratas que se caían a un balde de leche. La pesimista decía que se iban a ahogar y la optimista que se iban a salvar. La pesimista, efectivamente, se ahogó. La optimista como no dejó de nadar consiguió que la leche se convirtiera en manteca y luego en queso, por lo que pudo salir caminando.

El martes siguiente volví a ver al sacerdote, que como dije, me había caído bien. Quedamos en vernos todos los martes. El viernes volví a ir al “círculo” mas que nada para acompañar a Pedro.

Así fue que Esteban me llamó un día para decirme que quería hablar conmigo. La verdad que yo no tenía idea de qué, pero quedamos en vernos en el centro media hora antes del círculo. La charla transcurrió normalmente. Hablábamos de mi, de mis intereses y de mis problemas. Yo no sabía bien el motivo de la charla. Pensé que a lo mejor me iba a proponer algo, aunque nada de eso paso. Parecía que solo era para conocerme mas. Lo único que me llamó la atención fue lo rápido que Esteban pareció conocer mis problemas. Ello me llevó a pensar que a lo mejor el sacerdote le había comentado algo de lo que yo le había contado, cosa que deseché por parecerme imposible, ya que suponía que las cosas que le había dicho no las habría de contar a nadie. De hecho hasta le conté esto al Padre Rimberbauer y le pedí disculpas por pensar mal de él. El me respondió que Esteban “tenía mucha experiencia con las almas y por eso me había ´calado´ tan fácil”.

La verdad era otra. Los sacerdotes de la Obra normalmente le brindan información a los numerarios respecto de la gente que “tratan”, para facilitarles la labor. Como me explicaron una vez –cuando comprobé que esto era cierto– una cosa es lo que se dice en la confesión, para lo cual hay secreto de oficio, y otra lo que se le dice al cura antes, cuando uno habla con él, previo a confesarse. Con respecto a esto hay una obvia reserva, pero nunca un secreto como en la confesión

Pasa lo mismo con las charlas que tienen los miembros de la Obra con los sacerdotes. Ellos dan esa información a los Directores a cargo del “Consejo Local” del Centro. Con esto una de las cosas que se comprueba es la sinceridad del miembro de la Obra o del candidato “tratado” ya que es fácil verificar que le dice las mismas cosas a las dos personas y que no esta engañando a ninguna.

De más esta decir que lo que uno le cuenta a su “amigo” numerario, este lo comenta al sacerdote y también a su director con el cual hace su “charla fraterna” semanal. Como se ve las cuestiones privadas de uno, dejan de serlo rápidamente. Tanto el director como el sacerdote le dan indicaciones de los objetivos a cumplir con sus amigos, a lo cual se debe ser obediente. “En las labores de apostolado no hay desobediencia pequeña” decía el fundador de la Obra. De todo esto me referiré ampliamente más adelante.

Así fue como los martes y viernes iba al Centro, a hablar con el cura o al círculo. El viernes también comencé a tener mi “charla semanal” con el numerario en cuestión, Esteban. Al poco tiempo concurría a las meditaciones de los viernes y de los sábados. Estas son charlas que da el sacerdote en el oratorio, cuyo contenido se usa para meditar en “presencia del Señor”. A esta altura yo traía —empujaba— a mi amigo Pedro, que comenzó progresivamente a alejarse.

Realmente yo me sentía bien. Había entablado una buena amistad con Esteban –al menos yo así lo creía– y con el sacerdote. Ambos llevaban mi “dirección” espiritual. El ambiente del Centro era agradable, gente estudiando y ocupada pero siempre simpática, agradable y con tiempo para uno. Llamaba la atención que todos estaban vestidos de manera similar: camisa arremangada, pantalón de gabardina o tela parecida y mocasines. Nada de T shirts, jean o zapatillas, ya que los numerarios debían vestirse “con elegancia”. Años después esto se “flexibilizó” y comenzaron a vestirse como cualquier adolescente.

Como dicen ellos, recibían a la gente “con una sonrisa de San Rafael”, refiriéndose a la imagen que dan frente a gente que no es de la Obra, siempre sonrientes y de buen humor. Se veía también profesionalidad a la hora de encarar temas tanto religiosos como científicos lo que , como dije, me atraía.

Pregunté quienes vivían en esa casa y se me explicó que vivían numerarios. Pregunté que era ser numerario, y casi nadie supo explicarme claramente. Un numerario es un miembro de la Obra, que por vocación divina —o sea por ver o sentir el llamado de Dios— entrega su tiempo con plena disponibilidad al servicio de la Obra, comprometiéndose a vivir la obediencia, pobreza y castidad. Son todos célibes y de allí obtiene la Obra casi todos sus sacerdotes y todos los directores. Son la “clase gobernante del Opus Dei”, por ello deben tener una profesión de carácter universitario y tener una buena formación cultural. Todos pueden ser del Opus Dei – como siempre se dice- pero no todos pueden ser numerarios.

Poco a poco iba entrando más y más en “mundo opus”. Fui a un curso de retiro. Al poco tiempo también fui a una convivencia, hasta que caí en un planteo vocacional, algo que sin darme cuenta siempre me había sido alentado.

Esto tiene varios pasos. Comienza uno a tener dirección espiritual con el sacerdote. Se trata de que la misma sea semanal, para poner metas concretas y precisas semana a semana. También se busca que algún laico (numerario) lo “trate” a uno, si es posible semanalmente. Para ello antes deberá darle algún círculo, lo que muchas veces implica que uno vaya otra vez más a la casa. También comienzan a alentar a que uno haga oración mental con “Camino”, libro escrito por el fundador de la Obra, llamado también “Nuestro Padre”. Se le agrega a esto la lectura espiritual y el Rosario. De a poco también la visita al Santísimo diaria, tres Avemarías por la pureza, todos los días antes de dormir. Se busca que uno estudie en el Centro de la Obra y pase el mayor tiempo posible allí dentro, para lo cual también se disponen “arreglos” en la casa para hacer. Como decía, todo esto en un ambiente agradable y “cristiano” en el que uno se va metiendo poco a poco. Todo ello, dirigido por el Consejo local, el numerario en turno y el Sacerdote —el sacerdote es uno de los miembros del Consejo Local—. Así llega el momento en que a uno se le induce la “crisis vocacional” en donde le mencionan la idea de ser Numerario, para ver como reacciona.

El típico planteo, en una acción conjunta entre el sacerdote, el director y el numerario que trata a un amigo suyo, es hacerle leer los puntos de vocación de Camino, o en “Cuadernos 7” —una publicación interna de la Obra, en la que se menciona el tema de la vocación y el tema apostólico— tratando de hacerle ver al candidato por todos los medios que tiene vocación.

Si este comienza a dudar se le dice que el miedo es un síntoma de vocación al Opus Dei ya que “uno no tiene miedo a ser monja carmelita o religioso” y sí a ser miembro de la Obra por que eso lo ve como posible. También si uno no se decide se lo empieza a tratar de “cobarde”. Se le dice que tiene que tratar de ver lo que Dios le pide y que para ver eso mas claro hable con el sacerdote del Centro o al numerario en cuestión y que si bien “puede consultar con cualquiera el tema vocacional” es mejor que no lo haga ya que no todos “son el buen pastor” y que otros sacerdotes por no entender el “espíritu de la Obra” pueden orientarlos —siempre de buena fe— mal.

Esto hace que la persona que comienza a plantearse la vocación hable de este problema solo con el sacerdote de la Obra o con el director del centro. Ello obviamente presiona y hace que el “candidato” o “pitable” no encuentre mas consejo que en gente de Opus Dei, que ya sabemos que le aconsejan.

Así fue como yo, decidí pedir la admisión. Tengo que reconocer que en ese momento no me daba cuenta de la maniobra, que luego yo mismo hice con otras personas como si fuera lo mas normal.

El sacerdote obviamente alentaba esa nueva “vocación”. Yo, obviamente, estaba convencido de que era eso lo que Dios me pedía y lo mejor para mi. Encarar una vida de nuevas aventuras, ser un soldado de Dios, ayudar a cambiar el mundo para entregárselo a Dios santificando mis trabajos y a los que conmigo trabajaran. Debo reconocer que todo eso sonaba atrayente.

Finalmente pedí mi admisión como miembro numerario al Opus Dei. La admisión para ser numerario se solicita escribiendo una carta al “Padre” —Prelado del Opus Dei— en la que uno le manifiesta que quiere ser miembro de la obra —eso debe quedar claro— y le cuenta alguna cosa mas. Fue mi primera carta al Padre —costumbre de la que hablaré después—. Allí la historia comenzó a cambiar...


2) Recién pitado

Los numerarios son seres bastante especiales. Como comentara anteriormente se trata de seleccionarlos con mucho cuidado. Se busca que tengan relaciones, virtudes humanas y que carezcan de defectos físicos. De hecho al poco tiempo de "pitar" se les requiere que se hagan un examen físico. También al momento de hacer la admisión, "recomendándose" que el mismo se haga con un médico de la Obra. Actualmente la selección no es tan estricta ya que es mas difícil conseguir vocaciones. En palabras del Consiliario de la región a la que pertenecía " es preferible que piten 100 y se vayan 90 que solo piten cinco". Ello demuestra con la liviandad que se manejan cosas del alma y de vida interior – que marcan a una persona para toda la vida – en el Opus Dei.

Normalmente todo comienza con la carta que se escribe al Padre –en el caso de un numerario- o al Consiliario -en el caso de un supernumerario-. Las edad mínima para "pitar" es catorce años y medio. Allí, luego de escribir la carta, uno es aceptado como "aspirante". A los dieciséis y medio, ya puede pedir la admisión . Seis meses después de pedir la admisión, se lo admite o no.

Durante esos seis meses se evalúa al candidato, observando como cumple su plan de vida – dos medias horas de oración – una a la mañana y otra a la tarde, rezo del rosario, Misa diaria, visita al Santísimo, Preces – oración oficial del Opus Dei -, los tres Avemarías cada noche – pidiendo por al pureza propia, de los miembros de la Obra y por la de todo el mundo- , rezo del Angelus o Regina Coeli, ofrecimiento de obras – se ofrece allí a Dios todo el día -, confesión y "charla fraterna" semanal, y quince minutos diarios de lectura de un libro espiritual y del evangelio.

Además se ve si el candidato es apostólico –o sea como hace "proselitismo" en favor de la Obra- si es "dócil" –es decir si acepta de buen modo las ordenes y consejos que recibe de los directores- y si vive bien la virtud de la pureza. A su vez si vive bien las mortificaciones establecidas: dos horas de uso de cilicio (pequeño entramado de metal, con pinches que uno se ajusta a alguna parte del cuerpo para causar dolor, normalmente usado en las piernas) diariamente y el uso de las disciplinas (pequeño látigo realizado con hilo trenzado, que se usa golpeándose en los glúteos) semanalmente. Todo esto puede "alivianarse" para los mas chicos, exigiéndoles solo lo que pueden hacer. Los supernumerarios – que en principio tienen la misma vocación que los numerarios, pero menos disponibilidad con respecto a la Obra- no cumplen con totalidad este plan de vida, ninguna edad. Normalmente tampoco los agregados –otra clase de miembros, similares a los numerarios, con la diferencia de que no viven en centros de la Obra y normalmente no tienen estudios universitarios- cumplen este plan de vida con totalidad.

Luego de estos seis meses se admite al candidato. De allí en mas pasa otro año de "evaluación" hasta que el admitido haga su primer contrato anual con el Opus Dei, llamado Oblación. Este contrato con el Opus Dei no lo pueden hacer menores de 18 años. El mismo concluye –para todos los miembros- siempre el 19 de marzo – día de San José -. Ese día se renueva, frente al sagrario normalmente, avisándole al Director a cargo de la renovación. Si el miembro en cuestión no renueva, queda excluido de la Obra, pudiendo ser reincorporado en caso de que la renovación no se haya sido cumplido por un olvido u otro tipo de contratiempo.

Pasados seis años desde que uno hace la Oblación, el candidato hace la "Fidelidad" , contrato que lo une definitivamente al Opus Dei. Solo el Prelado de la Obra puede dispensar de las obligaciones adquiridas por medio de el. Normalmente solo los numerarios y agregados hacen este contrato. Es muy raro en los Supernumerarios, ya que como dijera anteriormente, pocos están en condiciones ascéticas y viven las virtudes requeridas por el Opus Dei correctamente. Basta ver muchisimos casos de divorcios en miembros supernumerarios, de uso de medios anticonceptivos – dos de las causas mas usuales por las cuales los supernumerarios son "expulsados" del Opus Dei- o de problemas éticos laborales .

Así fue que luego de escribir la carta de admisión, ingresé en el período de prueba. Durante este tiempo el pretendiente a ser admitido continúa viviendo en su casa. Uno va a vivir a un centro de la Obra solo después de concedida la admisión y en muchos casos se espera hasta que haga el Centro de Estudios –dos años de "formación intensiva"-

La primera cosa que me llamó la atención fue que mi "amigo" Esteban Mernabo, dejó de ser mi amigo, ya que en la obra no se puede tener "amistades particulares" entre los miembros. Esto apunta a que no se formen "grupos" dentro de la Obra que puedan a la larga atentar contra la unidad de la Obra. La idea es que los miembros de la obra son una gran familia en la que hay que querer a todos por igual, sin realizar diferencia alguna. Además como medida preventiva se rota a los numerarios por diferentes centros cada un tiempo determinado. Con ello se logra que uno no se "apegue" ni a los centros ni a la gente que vive en ello, lo que podría constituir algo "peligrosísimo" para la unidad "monolítica" de la Obra.

Otra de las medidas que se toman a tal fin es la corrección fraterna. Con este medio – una especie de delación sobrenatural – los miembros tienden a ayudarse a buscar la santidad a sus "hermanos". Esto se realiza de la siguiente manera: cuando un miembro de la obra ve realizar a otro algún acto contrario a las costumbres de la Obra, o que ponga en peligro la unidad de la obra o que afecte seriamente su vida interior (esto puede ser desde un comentario mas "light" o frívolo, un descuido de vista por la calle, una genuflexión mal hecha o también –considerando esto gravísimo- algún comentario contra los Directores) se dirige al director y le cuenta lo que vio y porque lo considera digno de corrección. El Director, autoriza o no la corrección, que ha de llevar a cabo a solas con el corregido el que observó la falta. Es obligación grave de los numerarios el hecho de corregir a los directores. Previo a efectuar la corrección se debe ofrecer una mortificación y alguna oración por el corregido luego de, obviamente, examinarse el "corregidor" sobre como vive dicha virtud.

La consulta al Director tiene como fin no solo el autorizar la corrección y enterarse de la falta, sino también el evitar que a un mismo miembro se le hagan varias correcciones sobre el mismo tema en un corto período de tiempo. O sea que uno esta permanentemente vigilado por sus "hermanos" (algo my parecido al "1984" de Orwell). A su vez con al corrección fraterna se quiere evitar la "murmuración" sobre algún miembro. Con este método se le dicen las cosas "de frente" y así se evita dicho problema. Esto no es cierto, ya que algunos problemas de carácter o gusto, en principio, no son tema de corrección fraterna, por lo que la murmuración sobre algún miembro siempre existe.

Como decía, Esteban Mernabo pasó de ser mi amigo a ser mi director, ya que yo debía hacer la charla con el. Rápidamente observé su cambio de actitud, ya que de sugerirme cosas y de conversar alegremente sobre diversos temas pasamos a hablar sólo de temas en particular y a darme indicaciones de que debía hacer. También vi como la amistad que me había brindado, ahora se la brindaba a otros "no miembros" –chicos de San Rafael- realizando el mismo procedimiento que había practicado conmigo, lo que obviamente me enfureció al sentirme "usado" y víctima de un manejo casi "psicológico".

En pocas palabras se habían abusado de mi buena fe y de mis ganas de crecer en vida interior. A su vez enseguida se planteó la idea de cambiarme de Centro, ya que yo había "pitado" en el Centro de Estudios, centro que no era el ideal para una "vocación reciente". Eso también me predispuso mal, ya que no solo descubrí que mi "amigo" no era tan "amigo" sino que tampoco lo era ninguno de mis "amigos" de ese centro que rápidamente pensaba en darme "mejor destino".

Plantee este problema al Director del Centro quien como única explicación me dijo que " Esteban (Mernabo) esta muy ocupado con sus estudios y con la labor y por eso no te puede dedicar más tiempo". Realmente no me convenció la idea. Claramente había cambiado mi situación dentro de la obra, ahora debía empezar a "trabajar" a hacer "proselitismo" y demás. Basta de amistades y de buenos tiempos...

A los dos meses hice mi primera "convivencia de vocaciones recientes", la que tuvo lugar en una casona espectacular en los suburbios de la ciudad, que contrataba claramente con las del resto del barrio, ya que el mismo era de gente de bajo nivel adquisitivo. A dicha convivencia asistían todos los "ascritos" –o sea miembros que aún no han hecho la oblación-. Normalmente luego de dos años de "ascrito" uno realiza el centro de estudios. En esa convivencia había "ascritos" que ingresarían al Centro de estudios y otros mas nuevos "recién pitados" como yo. Ese fin de semana me pareció trágico y una real pérdida de tiempo. Para colmo, mi primera experiencia viviendo con "numerarios" tampoco fue satisfactoria, ya que enseguida descubrí que estos no eran mejores o más virtuosos, o por lo menos con mas ganas de ser mejores, que cualquier otra persona. Quizás yo era muy inocente o tenía muy buena fe.

Recuerdo que en esa convivencia uno de los futuros ingresantes al Centro de Estudios me pidió que lo ayudara a mecanografiar un trabajo para la facultad, a lo que accedí. A los cinco minutos este –que me estaba dictando- dijo que ya volvía y que iba a buscar algo. Así fue como a los veinte minutos de mecanografiar, deje de hacerlo y fui a buscarlo, descubriendo que estaba haciendo su "charla fraterna". Cuando le hice saber que me había dejado "colgado" mecanografiando, me contesto: "ah!... me había olvidado...". Este dejó ser numerario durante el Centro de Estudios.

Allí hice mi charla fraterna con quien era subdirector del Centro de Estudios a quien le comenté que prefería pensar el tema de mi vocación por lo que pensaba en dejar de hacer las normas y de asistir al centro por lo menos por tres días – ya que al centro debía ir todos los días -. Me sorprendió que me contestara que bueno, que hiciera lo que quisiera. Quizás por ello a este director –Mariano- le tengo tanto afecto y confianza, algo que con el tiempo deje de tener con respecto a los directores.

A la vuelta de la convivencia la camioneta nos dejo en el Centro, por lo que hice una escala para contarle lo decidido al Padre Rimberbauer, que al contrario de Mariano me dijo que no hiciera eso, que Mariano no me conocía y que no le hiciera caso. Fue la primera vez dentro de la obra que alguien me sugería no hacerle caso al director. La verdad fue un error. En ese momento confiaba mas en el P. Rimberbauer –con quien me confesaba semanalmente - que en Mariano, por lo que hice caso al sacerdote y con un gran esfuerzo de voluntad seguí con las normas y todo eso.

Allí me di cuenta que plantearse dudas en el tema de la vocación era muy especial y delicado, ya que creaba un gran escozor hablar de ello. Era algo parecido como matar la madre. Con los años me daría cuenta que en cada una de mis "crisis vocacionales" las presiones eran cada vez mayores para evitar mi salida.

Ese fin de año fue terrible. Tenía constantes peleas con Esteban Mernabo y cada vez estaba en peor plan. Pero todos sabían que se acercaba enero y con ello la salvación y solución de todos los problemas de los numerarios: El Curso anual.


Primer curso anual

Los cursos anuales son una especie de “vacaciones” de los numerarios. Los numerarios no deben tener tiempo libre, ya que el tiempo “es gloria de Dios” y hay que trabajar —para santificar el trabajo, santificarse uno y santificar a los demás— (que locura ¡Mi Dios!!). Por eso en la Obra crearon esto. En los cursos anuales —cuya duración puede variar de tres semanas a cuarenta y cinco días— un grupo de numerarios permanecen casi encerrados en algún lugar apartado (léase campo o quinta) cursando materias de filosofía y teología, comúnmente llamadas “materias internas”.

En dichos cursos se busca que uno viva más tiempo “en familia” y haga mejor las normas “que es lo importante de los cursos anuales”. Además se dan muchas “charlas de formación”. Normalmente uno desea terminar estos cursos a los veinte días ya que se hacen un poco “pesados”, es más, uno descansa mejor en su trabajo que en el estas actividades.

Nótese que un numerario que trabaje en su profesión y no en “tareas internas” debe contar por lo menos con esos días de vacaciones. Yo, a pesar de ejercer mi profesión, tenía suerte y contaba con un mes completo para dedicarlo a estos menesteres. Asi fue que partí para un campo situado a unos 150 kilómetros de la ciudad en que vivía, cuyos dueños eran unos supernumerarios que lo prestaban a tal fin.

El lugar no era de lo mejor, ya que era una casa de familia, que si bien grande, tuvo que adaptarse para que la ocuparan unas treinta personas. Se tuvo que “improvisar” un oratorio durante todo ese mes. Sin embargo, cómo todos éramos jóvenes y bien predispuestos, nadie se quejó.

El curso anual era de “vocaciones recientes, universitarias o profesionales”. Dentro de los “nuevos” numerarios había gente procedente de todo el país. De todos ellos, al momento de irme de la Obra, quedaban solo dos: uno, actualmente en Cavabianca (Roma) —creo que se ordenó— y el otro, estudiando en los Estados Unidos. Es decir, 2 de 30. Bonito promedio ¿no?.

Algunos se “fueron” (o desaparecieron) al poco tiempo. Es más, no los volví a encontrar nunca. Otros perseveran un tiempo y se fueron “desvaneciendo” como las hojas de un árbol en otoño. Lo más gracioso de todo esto es que en el opus, no se hablan de estos temas. Nadie menciona que alguien se fue. Es más, a veces hasta se tiene miedo de preguntar por quien no se ve desde hace un tiempo. Y si se fue, nadie sabe a donde, ni cuando. Es como algo prohibido, como un tabú hablar de las vocaciones “perdidas” —en lenguaje opus, los que han “despitado”—...

Sin embargo en ese mismo curso anual, conocí a quien sería una de las personas más importantes en mi paso por el Opus, ya que fue —y es actualmente— un gran amigo mío. Obviamente este —Alex— también “despitó” dos años antes que yo por motivos que más adelante contaré.

Con Alex coincidimos en el Centro de Estudios y luego, solamente en los cursos anuales. Alex era —y es— muy gracioso y tenía —tiene— un espíritu crítico devastador. Lo raro con Alex es que siempre tuvimos una conexión especial. Sabíamos que entre nosotros podíamos hablar de cualquier cosa, sin miedo a que nos hiciéramos “correcciones fraternas”. Alex no entendía como yo estaba dentro de la Obra y yo pensaba lo mismo de él. Es divertido saber que el tiempo nos dio la razón a los dos, contra todo pronóstico de los directores que nos tocaron en turno.

Como contaba, con Alex se hablaba de todo, inclusive de los “desaparecidos en acción”. Su ida de la Obra me golpeó mucho, si bien en su momento también yo lo vi como un “traidor” a la causa.

Pero volvamos a mi primer curso anual. Las clases en ese curso eran de apologética y las daba un sacerdote numerario que conocí allí mismo. Para la mayoría de los concurrentes, que no vivíamos en un centro, se comenzaba a palpar lo que sería la vida dentro de uno. La convivencia con un grupo grande de personas, que no se conocen previamente, siempre es un tema difícil.

No solo se daban clases de “apologética” y charlas “doctrinales” en las que nos enseñaban a hacer “proselitismo”. Efectivamente, se nos “adiestraba” en el “arte” de conseguir vocaciones. Se nos hacia conocer aspectos del “espíritu” del Opus, de la familia del fundador —de su madre y padre, de tía Carmen (hombre, que esta mujer sería buenísima, muy santa y educada, pero que fea que era!!!. Uno entiende por que no se casó nunca...).

Se contaban anécdotas de “labores” de la Obra y del Padre y de cosas relacionadas con la misma. Además —y para mi desconcierto— también teníamos clases de “buenos modales”. Yo no lo podía creer. No es que yo sea el Príncipe Felipe, pero de allí a que nos tuvieran que enseñar como comer en la mesa, me pareció un disparate y casi un insulto. Recordar que todos éramos universitarios o profesionales jóvenes, de clase media o media alta. Pero en el Opus les encanta este tipo de cosas, ¿qué se le va a hacer?. Por lo menos era más divertido que las clases de latín!!

De más esta decir que me sentí ridículo en dicho lugar. La comunicación con el exterior era casi imposible. No había teléfono al alcance de los numerarios (los Directores sí lo tenían). Además no estaba bien visto hacer llamadas o tratar de conocer las ciudades cercanas porque “saca a la gente del curso anual” y por que “era de mal espíritu”. Es decir, estabamos aislados.

Para demostrar el nivel de dichos cursos anuales sirve de muestra un botón: la “gran cosa” que puede hacer un numerario es tener una “tertulia pirata”. ¿Qué es esto? Nada más y nada menos que no irse a dormir a horario y tener una reunión —quizás con alguna cerveza en el mejor de los casos— con otros numerarios hablando de temas triviales, generalmente relacionados con — obviamente— la obra. Igual al otro día se madrugaba, ya que en los cursos estos el horario comienza a las 6.45 o 7.00 horas.

Las actividades del día se reparten en deportes y horario de clase. La consigna es, como ya mencioné, estar todo el día ocupado. Como se verá, en los cursos anuales posteriores en los que uno rinde materias (y debe estudiarlas) el resultado es que uno se cansa mas que durante el año. Otra forma de tener a la gente “ocupada” para que no piense sobre donde esta.

Ese curso anual, por ser el primero, es mas bien “light”. El director de dicho curso era uno de los primeros numerarios de la región —numerario Top—. Años después me enteré que se encontraba procesado y no podía salir del país por un escándalo bancario. Casi nada, y motivo suficiente para que se “perdiera” la beatificación del fundador en Roma.

A pesar de todo, volví “renovado”, con la cabeza más opus que nunca y con ganas de seguir —a contrapelo— peleando la vocación y queriendo ver a Esteban Mernabo, a quien —me enteré— habián cambiado de centro.

Asi fue que me cambiaron de director, esta vez me tocó en suerte Mariano G. Tengo que reconocer que el año que comenzaba fue, quizás, uno de los más mediocres que viví, pero sin embargo fue el año en el que estuve mas entusiasmado con la obra. Mariano G. resultó ser una gran persona, mas “brutón” y menos sutil que Mernabo. En mi caso yo siempre agradecí la sinceridad y me parece que el siempre fue sincero conmigo.

Ese año debía prepararme para hacer el Centro de Estudios, por lo que al poco tiempo me llego la orden por parte del vocal de vocal de San Miguel (a quien después conocí como “Terminator” ya que todos los “trabajos sucios” relacionados con la desvinculación de numerarios se los encargaban a él). Me dijo: “Gustavo, a partir de la semana que viene sos adscrito de ..... y vas a vivir allí”. Yo protesté ya que el barrio donde quedaba la nueva residencia me quedaba lejos y puse algún que otro pero más, siendo el más importante que debería despertarme a las cinco de la mañana para llegar a tiempo a mi trabajo y hacer los normas de la mañana (Misa y Oración). A nadie le importo.

Cuando uno “pita” le aconsejan a uno que es conveniente no contárselo a nadie pero “que si uno quiere lo puede hacer”. Este tipo de indicaciones encubiertas —no lo cuentes, pero si quieres hazlo— se usan para decir que en la Obra hay “libertad”.

Asi fue que tuve que decirles a mis padres que me iría a vivir a un centro de la Obra. Evidentemente les cayó muy mal. A pesar de eso me mude. La estancia en los Residencia tuvo una sola cosa buena: fue corta, sólo unos meses. Luego de allí volvería a “mi” centro, a hacer el curso anual y el Centro de Estudios

La residencia en la que viví es una casona antigua ubicada en una barrio “bien” de la ciudad. Mariano G. me acompaño hasta allí. Yo me sentía como un niño al que su padre esta a punto de dejar en el colegio. Nunca entendí porque Mariano G. me acompañó y no me dejo ir solo. De todas maneras me pareció un buen gesto. Al llegar a la Residencia me di cuenta de que no era precisamente lo que yo me imaginaba. Vivían allí solo ocho numerarios y casi el doble de “residentes”. Los numerarios casi no estaban durante todo el día, asi que la casa pasaba casi a manos de los residentes. Los residentes –obviamente- formaban una especie de “banda” contraria a los numerarios que eran quienes los “controlaban”. Claramente no había amistad entre ellos.

La residencia tenia un horario límite de llegada —creo que las 24.00 horas— y los residentes no contaban con llaves. Evidentemente tampoco estaba bien visto que los residentes durmieran afuera.

La participación de los residentes era casi nula en los actos de piedad —léase Santa Misa, meditaciones y bendiciones — y en los actos “familiares” — tertulias—.

La idea de hacer ir a un numerario a vivir a una residencia antes de pasar al Centro de estudios es que vea a diferencia entre los residentes y los numerarios y de esta manera, por contraste, aprenda a “apreciar” mejor los “detalles de cariño” de los segundos, ya que a los residentes poco y nada le importaban los demás. Estaban de paso y comot al vivian.

Me tocó compartir el cuarto con otro numerario y un residente. Del numerario no recuerdo su nombre completo. Nunca supe que paso con el mismo, pero se que dejó de pertenecer a la Obra, ya que después no lo vi mas. Allí comencé a ver lo que era que uno “abandonara” la Obra. A uno lo “borran”, nadie habla más de uno y no se pregunta más acerca de el. Cuando pasaban los años y uno no veía mas a alguno por un tiempo, era preferible no preguntar. (Solo con Alex se podía hablar de estos temas...)

Creo que llevaba varios años en la Obra y parecía estar enfermo. Estudiaba ingeniería. Recuerdo que estaba muy deprimido —fue el primero que vi en ese estado, después me encontré muchos más, realmente el índice de numerarios deprimidos o con enfermedades psiquiátricas es altísimo—. Por las noches, dormido se sentaba y hablaba en la cama y demás. No era amigo de nadie en esa casa. A mi me daba mucha lástima, pero claramente la situación me sobrepasaba.

El otro que dormía en ese cuarto era el “pitable” de la casa. La verdad que le tenía bien tomado el tiempo al director, ya que a todas luces se veía que nunca iba a pedir al admisión a la obra, cosa que hasta el día de la fecha no ocurrió.

Comencé a sufrir el Opus Dei. Me levantaba todos los días a las 5.15 de la mañana —el resto se levantaba a las 6.15—. Desayunaba siempre solo y cenaba muchos días a la noche también en soledad. Realmente me sentí muy mal en esa casa y mi recuerdo de ese lugar no es el mejor. La misma casa da una impresión de casa de viejos, antigua y sin vida. De todas maneras trataba de prepararme ascéticamente los mejor posible para realizar el Centro de Estudios.

En la residencia vivía un numerario de origen coreano. El mismo sufría permanentemente discriminación por parte del director de la casa —proveniente de una “familia bien”—, que le llamaba medio en broma, medio en serio “chino asqueroso”.

Lo bueno de esta experiencia es que fue corta, ya que al poco tiempo pasé al Centro de Estudios, —donde comprobé que se puede estar siempre peor—, pero esa es otra historia...


Centro de estudios

Y por fin llegó el día... Me mudaba a mi antiguo centro, a hacer un mes de curso anual y luego a quedarme allí para hacer el Centro de Estudios.

Estaba realmente ilusionado con hacer eso dos años de “preparación intensiva” en los cuales —pensaba—“crecería enormemente en vida sobrenatural y en conocimiento de lo que era la Obra”.

El Centro de Estudios es una etapa crucial en la vida de cualquier numerario/a. Es una especie de “mili sobrenatural”, donde a uno le van a exigir vivir el pan de vida, las costumbres de la Obra, la obediencia y demás a full.

Además, para dicha formación, se brindaran clases los días Domingos, en donde se leerán —en realidad te leerán, por que no te dejan ni tocarlos— documentos “secretísimos” de la Obra. Las Instrucciones de San Rafael, de San Miguel y de San Gabriel, las “campanadas” y demás.

Es gracioso como muchos de esos documentos exigen explicación, ya que —como bien nos dijeron allí— se pueden mal entender “ya que fueron escritos en otra época y en otra situación”. Obviamente son criticas muy fuertes —a veces hasta a la misma Iglesia—. Recuerdo, por ejemplo, haber escuchado de boca del director del Centro de Estudios que “a un Centro del Opus Dei no entran Jesuitas ya que Nuestro Padre así lo ha previsto”. No sé de qué documento sale esto, pero posiblemente haya algunos lectores que puedan aclarar este punto.

Como contaba, así fue que totalmente decidido a ser un numerario completo, encaré esa etapa de mi vida.

Tengo que confesar que en mi caso el Centro de Estudios fue algo parecido a Auschwitz. Todo era controlado: correo, visitas, horarios, libros, televisión, hora de comida, hora de levantarse, desayuno temprano (no olvidar anotarse que sino...), cena tarde, horario para hacer la oración (a la mañana y a la tarde), tertulias con los de casa, encargo material (es decir de que te ibas a ocupar “materialmente” en la casa), encargo apostólico.

Recuerdo que a uno le habían dado de encargo apostólico limpiar las canaletas del Centro —el Centro era un edificio de ocho pisos— por lo que salía una vez por semana a caminar por la cornisa, limpiando canaletas. Como se imaginarán una irresponsabilidad de aquellas, ya que una vez casi se cae y termina todo en escándalo. Este encargo material se suspendió después de esto.

Como les decía: Auschwitz . A todo esto hay que sumarle la “marca a presión” que los directores ejercían sobre su dirigidos preguntando constantemente: “¿A quien has llamado hoy? ¿Has invitado a Mernabo al curso de retiro?. No te olvides, esta semana hay retiro mensual, ¿cuántos amigos vas a traer?. No dejar de olvidarse de la meditación del viernes y del sábado. Y tu, ¿cuándo arrancas con tu propio círculo?.” Esto varias veces por día. Así fue que un día le dije a mi director: “Hombre, que esto ya me lo has repetido tres veces, ¿crees que soy tonto o sordo?”

Sigamos agregando cosas —no olvidemos que uno ya tenía lo propio, es decir su estudio o su trabajo—. La cuenta de gastos que uno debe rendir a fin de mes (una idea “muy opus” de anotar hasta el más mínimo detalle de gasto de dinero para demostrar que “semos pobres”), las correcciones fraternas (que tema este!!), los días de guardia, las guardias en portería, etc, etc, etc. Y todo esto con los “carceleros” (léase directores) que te persiguen y te controlan. Me olvidaba de algo: Te revisan el ropero para ver que ropas tienes y si tienes mucho, la “secuestran”. Ah, y no te avisan, sino que lo descubres tu mismo. Increible!

Ayyy!!!, que ambiente envidiable. Frente a esta tromba de obligaciones, deberes y demás rápidamente añoré volver a la Residencia.

Mi vida en dicho lugar tenía —sin embargo— algunas cosas buenas. Muchos de los que compartían esas experiencias tenían ese sentimiento en común, lo que nos hacía más unidos.

En mi primer año allí compartí la habitación con otros dos. Uno “nuevo”, como yo, y otro que estaba haciendo su segundo año. Ninguno de los dos sigue en la Obra (debo haber sido yo la mala influencia). Como sea nos reíamos mucho, ya que nuestra habitación estaba sobre la del Director de la Casa, que era un pobre hombre, que creía que ser el Director del Centro de Estudios era como ser Alejandro Magno “hijo de Zeus, Dios de la verdad”. Cincuentón, filósofo, se creía que sabía de la vida más que nadie y que todos los que no coincidían con su forma de pensar no captaban “la sintonía opus” o tenían mal espíritu.

Es más, una vez me insultó, frente a todo el mundo, en una tertulia. Yo me quedé sorprendido de tal manera que sólo atiné a preguntar al que estaba al lado mío: “¿dijo lo que entendí que dijo o no?”, a lo que este contestó “Si, pero tómalo con calma que luego lo hablaré con él”. —Dios mío, bendice a todos y ayúdame cada día a ser más bueno, rezaba como jaculatoria...

Tal era su influencia sobre los más chicos (había algunos de 18 años que también cursaban el centro de estudios) que muchos de ellos cambiaron sus carreras universitarias — digamos, licenciatura en economía, ingeniería— por (adivinen) Filosofía!!. Estos formaban su séquito, eran los que se reían con él, y eran sus compinches. ¿No era que en la Obra no había amigos personales?.

¡¡Que buen ejemplo nos daba de cómo íbamos a ser en el futuro!!.

Yo me seguía levantando antes de hora —por mi trabajo— lo que hizo que el Director se quejara “ya que lo despertaba con mis ruidos a la mañana”. También le molestaban los ruidos que producía otros de los ocupantes de dicha habitación ya que este, siempre se acostaba más tarde. El que se acostaba puntual, por diversión nos tenía trampas para hacer mas ruidos: por ejemplo ataba un cenicero de bronce a una piola, cosa que cuando uno pasara de noche o de madrugada, se enredara con la piola haciendo caer el cenicero que hacía un estrépito de aquellos. Al principio nos preocupábamos, pero luego comenzó a divertirnos el asunto, y tirábamos cosas al piso a propósito, con la consiguiente bronca del Director que trato varias veces de separarnos y cambiarnos de habitación, cosa que finalmente ocurrió

Como se podrán imaginar mi primer año allí fue terrible. Me planteé seriamente irme de allí, pero llegó un nuevo curso anual —como para tirar un tiempo mas—. Ese fin de año estuve muy enfermo, por una seria operación a la que fui sometido, por lo cual tuve que hacer reposo por un tiempo largo.

Comprobé todo lo que se dice en cuanto al cuidado de los enfermos es irreal. Te cuidan un poco y sólo al principio. Luego eres una carga, de la que nadie se acuerda. Por ejemplo, no recuerdo que el director del Centro de Estudios se tomara el trabajo de visitarme, más que 15 minutos cuando estuve internado. Seguramente estaría muy ocupado...

Llegó el fatídico 19 de marzo, fecha en la que debía renovar mi contrato con el Opus. Yo no quería hacerlo, quería irme. A pesar de ello, la presión para no irse, el miedo de ser un “traidor”, de no poder cumplir con la vocación “única” que Dios me había dado, de estar condenado a ser un infeliz de por vida por esta “falta” me hizo seguir adelante.

Y no fue tan malo, ya que mi segundo año allí fue bastante mejor. Dejé de plantearme mis ideas de fuga, comencé a tener “encargos apostólicos” más interesantes, me pitaron algunos críos —obvio, no amigos—, ya que comencé a encargarme de una nueva labor fuera de la ciudad, en la cual tenía amplía libertad para hacer y deshacer. Lo más gracioso de esto es que nadie había pensado que “algo bueno podía salir de ese lugar” pero cuando comenzó a pitar gente y vieron quién estaba a cargo —es decir yo— se preocuparon un poco, ya que el lugar se volvió “apetecible” para los directores. Había que sumar puntos frente a la Delegación, por lo tanto cada pitaje era importante.

Fue gracioso ver como hubo una “lucha de poderes” por ese lugar. A veces es notable ver como se mezclan las ambiciones personales de los directores en temas apostólicos. Muchos querían hacerse cargo de dicho lugar e inclusive había cierta “competencia” por parte de otros centros. Todos querían anotarse el punto, a pesar de que fuera uno el que fuera a trabajar a dicho lugar. Se creo un consejo local del cual era miembro, pero como Director del mismo colocaron a un numerario muy especial.

Tengo que reconocer que ese numerario nunca me cayó bien —lo conocía desde que pité—, no sólo a mí, sino que mucha gente no lo quería. Algunos decían que era un genio. Yo en cambio pensaba que estaba loco, cosa que el tiempo demostró. Tenía como una doble cara, por un lado era el chico ejemplar, por el otro era el numerario “pícaro” que hacía cosas raras pero siempre las justificaba. Dos botones de muestra sobran: para la beatificación de Escrivá de Balaguer en Roma, ingresó a un hotel —de esos cinco estrellas— en la Via Venetto, pidió un desayuno, lo consumió y luego, se fue sin pagarlo. A él le pareció bien y justo y lo que es peor lo mismo le pareció a muchos otros directores. También en la beatificación consiguió —vaya a saber cómo— entradas para la ceremonia que Don Alvaro iba a celebrar en San Eugenio. Obviamente no se sentó en su lugar, sino mucho más adelante, notando a los pocos minutos que a su alrededor se iba llenado de sacerdotes y que él era el único laico. Uno de los sacerdotes se le acercó y le dijo: “Hombre, o eres alguien muy importante y no te conocemos o te has colao. Por favor, vuelve a tu sitio” .

Podría contar mil anécdotas de él, pero todas se perdona al saber que estaba
muy enfermo psíquicamente, cosa que hasta allí sólo yo había notado, según parece.

Este Director (uno de los subdirectores del C.de E.) me hacía correcciones fraternas todos los martes a las 17.00 horas. El sabía que a ese horario yo debía dar un círculo, pero se las ingeniaba para hacerme ubicar por teléfono dentro del Centro y hacerme empezar siempre el círculo tarde. Cansado de esta situación hablé con el director del centro a quien le plantee este problema, agregando que “si este chaval vuelve a hacerme otra corrección fraterna, le parto la cabeza”. Hombre, que funcionó. Nunca más corrección fraterna por ese lado.

Sin perjuicio de todo esto, me concentré en estar más ocupado y en pensar menos —hoy me parece increíble dicho planteo “ocuparme más y pensar menos”—. Esa es quizás es una de las maneras de funcionar en el Opus. Sé que muchos actúan así, ya que evitan pensar para no deprimirse. El problema es cuando se piensa....

Llevaba muchos chavales a la meditación del sábado y mi labor apostólica se media en resultados concretos. Una vez tuve un pequeño incidente. Un muy buen amigo mío se mudaba un sábado a la noche y me pidió ayuda en la mudanza. Le dije que sí, que no había problema. Sin embargo, lo hubo, ya que cuando un secretario del C. de E. se enteró de este plan —por que yo se lo conté— me prohibió ir por que “primero esta la meditación del sábado y yo debería atender a mis amigos”. Le explique que ya había hecho la oración y me había encargado de que alguien recibiera a mis amigos. Además pensaba volver al Centro antes de que terminara la meditación, asi que estaría de vuelta para “darle duro” a mis amigos. Igual me prohibió ir. Yo, pensando en mi amigo, me fui igual. Creí, y lo sigo pensando, que la amistad era más importante, pero en la Opus no se piensa así. Recibí una buena reprimenda por mi comportamiento “poco obediente”.

Llegó el fin del Centro de Estudios y a volar a un nuevo Centro. Todos los días se veía al Vocal de San Miguel venir a hablar con algún numerario que inmediatamente se iba a algún otro centro, ya sea del país o de la ciudad.

Yo esperaba y nada. Nadie me decía nada, ¿se habrían olvidado?. Fue así que pasé a vivir unos días y provisoriamente a otro centro de San Rafael. Pocos días después, un oficial de la delegación me dijo —dentro de un auto— que esa iba a ser mi nueva casa y que seguiría por un tiempo atendiendo la labor iniciada en las afueras de la ciudad. Tengo que confesar que esto me desilusionó un poco. Yo quería irme a Katmandú a conquistar el mundo para Jesús, el Papa y la Opus y sólo me mandaban a unas pocas cuadras de donde
estaba.... Ut Iumentum!!


"Santificar lo ordinario"

Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido...

Como comentaba, yo quería irme a Katmandú a conquistar el mundo para Jesús, el Papa y la opus y sólo me mandaban a unas pocas cuadras de donde estaba. Es decir, la santidad en la vida ordinaria.

Es notable la diferencia entre las expectativas que a uno le crean en la opus con lo que realmente pasa después. A mi esto me causó un gran desconcierto, ya que me habían inculcado en el Centro de Estudios que “había que conquistar el mundo para Dios”. Se hablaba en las tertulias de la gente de la región que iba a países lejanos a colaborar con la “evangelización”. Se contaban anécdotas de la vida del fundador de la Opus, todas heroicas, y sin embargo uno volvía a su vida “normal” al salir de ese “entrenamiento intensivo”. Uno esperaba aventuras, pero no, en mi caso no se dio así.

Es más, si bien tanto se habla de la santidad en la vida ordinaria, es llamativo ver cómo se menciona permanentemente las cosas “extraordinarias” que el ocurrieron al fundador durante su vida (mil cosas, desde la Rosa de Rialp hasta el viaje en barco a Italia, pasando por los cuadros de la Virgen que le hablaban, su muerte y “resurrección”, etc, etc). Es decir, un doble discurso para confundir un poco más volver a uno mas dependiente de sus directores.

También me llamó la atención – no tengo estadísticas, Uds. podrán corroborar
esto o no según vuestra propia experiencia– es que muchos numerarios “despitan” mientras hacen el Centro de Estudios o apenas se van de él. Es como si de golpe se desinflaran.

Mi nuevo centro era una casa grande, de muy buena calidad y ubicada en un muy buen barrio de la ciudad en que vivía. Se realizaba mayormente labor de San Rafael y algo de San Gabriel. Habitaban allí unas 16 personas, de las cuales cuatro o cinco eran residentes. Esto ocurrió sólo durante uno o dos años –creo que por motivos económicos- siendo los residentes reemplazados por numerarios de mayor capacidad “contributiva”. Con el tiempo este pasó a ser un centro de “jóvenes profesionales”, increíblemente con labor de San Rafael.

Los numerarios de la casa eran bastante variados y cómo siempre algunos más queribles que otros. Se hace muy sencillo –al ser un centro pequeño- conocer rápidamente los defectos y virtudes de cada uno de ellos. Igual se podían dividir en cuatro grupos : a) los integrantes del Consejo Local; b) los numerarios con “años en la obra” y c) los “recién salidos del Centro de Estudio y d) los ascritos.

Es clara la diferencia entre unos y otros: Los numerarios del Consejo Local son los que empujan y persiguen a la gente. No tanto como en el Centro de Estudios. En este caso concreto el director era un “joven profesional” con mucho entusiasmo. Hacía años que era director de ese centro y lo siguió siendo muchos años después. Cuando dejó de serlo, se fue de la obra, de una manera un poco escandalosa (hizo un master en una institución de la opus y –según me hicieron saber unos supernumerarios- se enamoró de una señorita que estudiaba allí). Al poco tiempo se casó –creo que con este misma-. Creo que también sufrió una gran desilusión al dejar de ser director. Es notable como en la opus, muchos buscan poder, aunque sea sobre los demás que conviven en un centro. ¡Pobre gente!

En la región en la que me encontraba, los Directores parecían “vitalicios” ya que casi nunca cambiaban. Ni siquiera los de la Comisión o Delegación. A lo sumo, rotaban de lugar, pero esto ocurría muy raras veces. No sé si esto será normal o no en todas partes.

El director siempre parecía alegre –aunque a veces se notaba que no era así– con un temperamento muy italiano. Servían bastante bien de contrapeso, el subdirector y el secretario que eran más bien parcos y fríos, demostrando una obediencia sin límites.

Los numerarios con mas tiempo, parecían apagados, tristes. Algunos de ellos tomaban “pastillas” –léase tranquilizantes y/o antidepresivos-. Eran buena gente, sin duda, pero algo no andaba bien en sus vidas. Recuerdo que uno tenía problemas para dormir y por consiguiente, para despertarse a la mañana. Yo tenía el encargo de despertar a los habitantes del centro y a éste, lo despertaba tres o cuatro veces seguidas. Un día me di cuenta que lo estaba “torturando” y decidí no despertarlo más. Hombre, ¡que lo haga su ángel de la guardia como le pasaba al fundador! (algo muy ordinario). Hablé con el director y el me dijo que sí, que le parecía bien que lo dejara descansar un poco más.

Otros se encerraban en sus dormitorios y salían sólo para comer, o para hacer las normas. Así fue como de a poco, algunos se iban apagando y finalmente se marchaban. Era como una especie de agonía. Esto se notaba y claramente afectaba el ambiente del centro.

Los numerarios “recién” salidos del Centro de Estudios eran “aptos para todo servicio”. Si, ahí estábamos, todavía no agotados y con muchas ganas.

Los ascritos eran el aire fresco de la casa. Realmente eran los más divertidos y –junto con los chicos de San Rafael- el alma del centro.

Comencé ocupándome de la labor de San Rafael. Lo mejor, como ya lo he dicho otras veces, era no pensar y obedecer. Igual era ya claro que no era eso lo que yo quería para mi vida y mi primer año allí fue de un intenso sufrimiento interior. Muchas lecturas relacionadas con vocación, Surco, Forja a la oración, los famosos libros de meditaciones. Largas charlas con el director y el sacerdote – que era muy, pero muy limitado-.

Con respecto a este sacerdote puedo contar una pequeña anécdota que lo pinta de cuerpo entero: Mi abuelo se estaba muriendo. Me avisaron que estaba muy mal y que se lo llevaban a terapia intensiva, ya que le había dado un infarto. Mi familia me pidió que consiguiera un sacerdote para darle la Extremaunción. Me dirigí al sacerdote de mi casa para que me acompañara urgente al Hospital, a lo que este me respondió que no, que estaba muy cansado. Yo no lo podía creer. Fui a ver al director del centro y le conté lo sucedido. El director fue a ver el cura y le pegó unos cuantos gritos, y el sacerdote, de mala gana, aceptó acompañarme. Cuando llegamos al Hospital mi abuelo ya había muerto, obviamente sin recibir su último sacramento, todo por culpa de ese cura que pensó más en su cansancio que en las almas de su grey. ¿Cómo se puede ser cura y no tener hambre de salvar almas? . Es como ser abogado y no tener hambre de defender al indefenso, o ser médico y no tener hambre de curar enfermos. Definitivamente no lo entiendo. A lo mejor era cura por equivocación o por obligación...

Para mi suerte el sacerdote cambió al poco tiempo –no sé si este hecho habrá tenido algo que ver- y vino uno mucho mejor (recién llegadito de Roma). Es gracioso ver como llegan con unos aires de gran señores. Con uno de los adscritos nos encargamos rápidamente de bajárselos al dejarle sucio con tinta uno de los cajones del escritorio que utilizaba.... Este sacerdote resulto ser un señor, a quien le estoy muy agradecido por un gesto que tuvo conmigo cuando yo peor estaba –aún faltaban varios años para eso-.

Las cosas fueron funcionando a contrapelo –siempre levantándome antes de hora para llegar a mi trabajo puntual- con épocas mejores y con épocas peores.

En realidad todo iba bien mientras menos pensaba y mientras mas labor tenía. Aquí hay algo simpático –por lo menos ahora, que me viene a la memoria. Un niño de catorce años, a quien “trataba”, hijo de un supernumerario, había decidido pitar y de hecho pitó.

El chiquillo no tuvo peor idea (en realidad la idea era buena, pero para ser de la opus no) que contarle la novedad a su padre. Su padre, -repito, supernumerario de años, encargado de grupo, de comportamiento ejemplar, etc. etc.- al enterarse llamó al centro diciendo que quién nos había dado autorización para hablarle de vocación a su hijo, que le iba a prohibir ir al centro y que si nos acercábamos a él “nos iba a agarrar a tiros”. ¡Que tal?. Obviamente este niño no siguió en la obra, pero lo más increíble es que el padre si.

Yo me daba cada vez mas cuenta que esto no era la mío, pero era difícil tomar distancia, por lo que se me ocurrió ir a estudiar al exterior. ¡Para qué!. Al principio nadie me tomaba en serio. El director me decía que dejara eso para gente con mayor capacidad intelectual (¿?). Todo el mundo me desalentaba de la idea. Sin embargo yo insistía en ello y así fue que, finalmente –a pesar de tener a toda la opus en contra–, conseguí ser aceptado por una universidad “top ten”.

Aún recuerdo cuando llegó la carta con la admisión. El sobre estaba cerrado y el director esperándome para comer –yo, para variar llegaba tarde por motivos de labor apostólica, ya que llevaba charlas a supernumerarios-. Me dijo: “Ábrelo, que vamos a festejar”. Yo sólo le contesté: ”Hombre, que aquí el único que va a festejar soy yo, vosotros en nada me habéis ayudado con esto, todo lo contrario”. El director se quedo mudo y me dejó comiendo sólo. En realidad terminé festejando con un ascrito, el único que me alentó en esa empresa. Faltaba aún conseguir el dinero, otra tarea nada fácil.

Así y todo resultó que al poco y tiempo me dieron el encargo de ir de director al UNIV. Quince días en Londres –estudiando inglés en Netherhall House- y otros tantos en Roma –para Pascua-. A mi me llamó la atención que la elección recayera en mí, pero obviamente me sentí feliz por esto. No sabía que ese viaje sería el principio del fin, ya que me haría comenzar a ver todas las cosas desde una óptica muy distinta.


UNIV

Lo del UNIV me ayudo a distraerme un poco más. Me sorprendió que la elección de Director recayera en mi pero, por esas cosas de la vida pude tener acceso a la carpeta en la que se había discutido el tema. La elección no había sido muy difícil, ni siquiera reñida: uno de los candidatos no hablaba inglés, y el otro no podía por estudios. Es decir, el único disponible –y no por capacidad-era yo.

Si bien esto me molestó un poco, en seguida retomé la idea de un viaje pagado por la “prelatura”. Los numerarios –por lo menos en la que era mi región- no tenían muchas posibilidades de viajar al UNIV, así que bendita sea la ocasión.

El grupo se componía de unas quince personas de las cuales solo dos éramos numerarios. El otro numerario sería el Secretario y en Roma nos encontraríamos con un alumno del Colegio Romano que haría de Subdirector.

Así fue que partimos a Londres. Yo había estado en Roma para la Beatificación, mientras que para el otro numerario era su primera experiencia “overseas”.

Lo primero que hicieron en la delegación fue prevenirme, aclarándome que “los ingleses eran gente muy fría, y que no me extrañara que me fueran a tratar con distancia”. OK, very well. Sin embargo grande fue mi sorpresa cuando descubrí que no era así. Es más, nunca –repito nunca- en la opus me trataron tan bien como en Netherhall. Baste de muestra un botón: un día estaba muy, muy resfriado, con fiebre y demás. No podía acostarme a descansar por dos motivos:

1) El otro numerario que me acompañaba –que estaba en el centro de estudios- tenía muy pocas luces y toda su actividad desde que llegamos a Londres fue sacar fotos –parecía un turista japonés- y comprar cosas que su familia de sangre le había encargado –es decir un ejemplo de templanza-

y 2) Estaba en Londres y vaya uno a saber cuando volvería a estar allí nuevamente (si hubiera sabido que volvería años después varias veces mas me hubiera quedado en cama).

En ese estado de decrepitud –en el que ya los pañuelos y las aspirinas no alcanzaban– se me acercó el Secretario de Netherhall para darme un remedio. Me dijo “Tienes mala cara, tómate esto que te hará bien”. Ese simple detalle me sorprendió. Nadie, repito, nadie en mi región me había alcanzado algún remedio sólo por tener mala cara. Es más, alguna vez hasta tuve que reclamar algo de atención ya que –en mi centro– se habían “olvidado” que estaba enfermo y no me habían alcanzado la cena (pensaron que no estaba en la casa, hombre, que caridad!!!)

Ni hablar de las tertulias que viví allí. Cuando las mismas eran sólo de numerarios –recuerdo que Netherhall es una residencia enorme- se la pasaba realmente bien.

A pesar de estos detalles comencé a “pegarle apostólicamente” a los “muñecos” que tenía allí, a mi entera disposición. Parecían esos muñecos inflables que usan los niños a los que uno les pega y vuelven a pararse. El objetivo era tumbarlos. Numerator –es decir yo- estaba programado para eso y eso fue lo que hice. Mientras paseábamos, mientras comíamos, mientras viajábamos, mientras estudiábamos ingles, etc. La idea –única del UNIV- es que la gente pite. Si no se consigue eso, mal resultado.

Ser director en esas condiciones no era de los mejor. Los “muñecos” eran universitarios, tenían sus propias ideas y sus ganas de divertirse. Yo también las tenía, pero más bien que era el que debía dar el ejemplo

De todas maneras mi cabeza era completamente “opusina”, sino, fíjense como fue parte de mi informe sobre la ciudad de Londres: “La ciudad tiene un clima moral bastante decadente y a nuestra forma de ser resulta un poco “pesada”. Tiene muchos museos para visitar y culturalmente vale la pena. La mayoría de los negocios cierran a las 18.00 hs. - ya es de noche - por lo que a las 18.30 o 19.00 hs ya no hay gente en la calle. No hay nadie, por lo que no resulta peligroso.” Hoy diría “I love you London”, ya que es una ciudad que realmente me gusta y disfruto cada vez que voy.

Esos días pasaron rápido. Nos terminamos acostumbrando al frío y humedad y nos hicimos –aunque parezca mentira– muy amigos. Sobre todo la primera semana que paramos en un albergue cercano a Netherhall que presentaba los siguientes problemas (según el bendito informe):

1) "se encontraba bastante alejado de Netherhall House. Se tardaba aproximadamente entre 10 y 15 minutos de allí a Netherhall. Eso influenciaba en el horario, ya que si se deseaba llegar a hacer la oración en Netherhall había que calcular levantarse por lo menos con una hora de anticipación. Además se hacía imposible volver a desayunar a la misma. El horario de desayuno coincidía con el de la Santa Misa. Tuvimos que pedir que nos dejaran desayunar en Netherhall, cosa por la que no hubo problema alguno".

2) "Es mixta. Ello afectaba un poco el ambiente de al convivencia, ya que el basement que habitábamos era compartido con unas españolas. Se compartían los mismos baños, si bien todos eran individuales -duchas y demás- y no nos cruzábamos mucho con ellas. De todas maneras la higiene de los baños no era de lo mejor. Es de destacar que las mujeres en Europa encaran a los hombres, o sea que no esperan a que ellos los inviten a hacer algún plan sino que toman la iniciativa.

3) "La comida que se proveía en el mismo no era de muy buena calidad.”

Me da vergüenza pensar que yo escribí eso. Pero en “planeta opus” así se juega.

Estudiando en Netherhall conocimos a muchos estudiantes extranjeros. Fue la primera vez que alguien –en este caso un español de nombre Saulo– hablaba pestes de la opus, pero con cariño. Me hice bastante amigo de él y ahí comencé a darme cuenta que quizás yo no era todo lo “numerario” que debería ser ya que me dijo: “Hombre, que me he dado cuenta que eres numerario –y director- por que eres el que da las órdenes aquí y todos te obedecen. Pero dudaba de ello. He tenido que preguntar. Realmente no lo pareces: nunca he visto a un numerario tan divertido y tan mal hablado.”

Pasaron los quince días, con el Secretario (que sólo sabía realizar el cambio de dólares a libras, pero no al revés. No sólo eso, sino que no había forma de
hacerle entender el tema) y los “muñecos” partimos a Roma, donde pensaba –otra vez erróneamente- que con más ayuda podría descansar un poco y dedicar aún mas tiempo/calidad apostólica a los muñecos que me interesaban (a esta altura era tan presumido que creía saber quienes podrían tener “vocación” y quienes no).

La llegada a Roma fue caótica (Roma siempre lo es). También lo fue el arribo a
Villa Tevere. Llegamos allí aproximadamente a las 15.30 o 16.00 horas. Se nos
informó que nos acoplaríamos con el grupo de Sevilla que arribaría a las 19.30,
por lo que tendríamos que esperar en la puerta de Villa Tevere con el equipaje
hasta que ellos llegaran. No lo consideramos lo más conveniente. Yo comencé a quejarme. No me parecía lógico que se dijera a un grupo de quince personas que esperaran en la puerta de esta casa tres horas, junto con su equipaje, sobre todo luego de haber viajado unas dos horas y media. Los “muñecos” tenían hambre. En Villa Tevere no nos permitían dejar el equipaje en el garage “porque estaba el auto del padre”. Pregunté si era mas importante el auto del Padre que nosotros y me respondieron sin mucha preocupación que si. Esto me sacó de mis casillas y monté un escándalo tal que no sólo dejamos nuestras maletas en el garage sino que también pasamos a descansar adentro.

Un detalle que me impresionó de V.Tevere es que todo el mundo conocía mi nombre. Yo no sabía quién era quién y todos parecían conocerme. Me cruzaban por las escaleras y me saludaban por el nombre. Esto me dio piel de gallina, ¿cómo podía ser? Si alguien lo sabe, por favor explíquemelo.

El UNIV siguió con las cosas de siempre, la visita al Papa, las tertulias con “el Padre” – en Cavabianca y V. Tévere - donde siempre se “infiltraba” alguien de San Rafael, la celebración de la Misa de Pascua en la Basílica de San Pedro –teníamos entradas-. Realmente espectacular. Uno se decidió a pitar y otro estaba al borde. Hasta los más irreductibles de los “muñecos” habían hecho propósitos de mejorar, que obviamente después no cumplirían.

Una anécdota divertida ocurrió en una tertulia con el Papa. Teníamos sólo una entrada para primera fila y el resto para el fondo. Venían con nombres y la VIP era la mía, cosa que me disgustó. Se la quise dar al Secretario, pero de V.Tevere dijeron que era para mí y que debería obedecer. Así fue que estaba en primera fila, junto a una niña muy maja vestida de campesina rusa –o polaca, vaya uno a saber – y una señora italiana –supernumeraria- con su hijo, Luca, de unos cuatro o cinco años. Recordé que el Papa siempre saludaba a los niños, por lo que en la espera me gané la confianza de Luca. Jugaba con Luca, lo revoleaba por el aire y demás, esperando la entrada del Papa. La madre de Luca ya me miraba con desconfianza. En eso llega el Papa, y saludó rápidamente a los de la primera fila. La “rusita” le dio un ramo de flores. El Papa le dijo algo y siguió. Yo me quedé petrificado y el Papa pasó frente a mi y a Luca sin siquiera mirarnos. Atiné a decir “Santo Patre, un baccio per il bambino”. El Papa escucho esto y volvió donde yo estaba, agarró a Luca (a quien yo tenía en brazos) y le dio un sonoro beso. En un arresto de valentía seguí pidiendo en mi italiano inventado “Santo Patre, ¿e per il otro bambino?” señalándome a mi mismo, a lo que el Papa también me beso. Hombre, que me emocionó mucho.

Llegó la hora de volver a la región y a los problemas de siempre. Al igual que los muñecos, yo tenía propósitos propios, que al poco tiempo se esfumaron. Sin embargo el UNIV me sirvió para ver que la opus no era todo lo perfecto que me decían. Tenían todos los defectos que se veían en la región, más un desmedido culto a la figura del fundador –con ver la cripta alcanza-. La opus no era de uno, la opus eran ellos. Y esto no era lo que se me había enseñado. Había algo que ya no me cerraba.


¿Una Opus diferente?

Y así fue que se acabó el UNIV y volví a mi vida normal, pero sólo por poco tiempo, ya que estaba en mi agenda volver a salir de la región prontamente, ya que me habían aceptado en una universidad top, y pensaba ir allí.

Yo tomaba esa salida como un cambio de aire, ya que necesitaba en tener un poco de distancia de mi “vida ordinaria” en la Opus.

Nada fue sencillo. Parecía una carrera de obstáculos. El primer problema fue el dinero. Como bien sabemos los numerarios no tienen ahorros, y mi familia no podía costearme ese lujo (aunque de haber podido no lo hubiera aceptado). Sin embargo, luego de mucho encomendar a San Chema aparecieron los duros –se ve que era la voluntad divina- a través de una beca.

La voluntad divina –tan clara para mí- debía hacérsela entender a la Delegación y a la Comisión Regional quienes debían autorizarme para poder irme a estudiar.

Este tema no fue sencillo, ya que en la universidad en cuestión no había centro de la opus. Si habían supernumerarios y por consiguiente una incipiente labor que era atendida semanalmente desde otra cuidad. Además el “ambiente moral” de dicho país era, a entender de los responsables de la Opus, mucho peor que el de mi región.

Debí convencerlos que me portaría bien, que haría todas las normas –esto nunca fue un serio problema para mí– que cuidaría mi pureza –debería vivir solo– y que los fines de semana iría al centro más cercano de dicho lugar, donde tendría un poco de “vida de familia”.

Prometí, juré y todo lo demás y, para mi sorpresa, me creyeron y autorizaron. No se si fue tan así, ya que ellos sabían que yo partiría con autorización o sin ella (ya se lo había anticipado muy diplomáticamente).

Salí hacia una nueva casa, nueva cultura y nuevo desafío. Me fueron a despedir algunos familiares y gente del Centro en el que vivía.

Luego de un largo viaje, llegué al país en cuestión. A la salida del Aeropuerto fui parado por las autoridades locales, las que al enterarse que llevaba una cuantiosa cantidad de dinero en “travellers checks” me revisaron. Abrieron mi bolso y empezaron a preguntarme sobre que era cada cosa “What is this?”, decían. Yo contestaba “A pair of socks” o “my underwear” o “a T-shirt”. Me iba poniendo más y más nervioso por que ya estaban por llegar al cilicio y a las disciplinas y no tenía idea que era lo que iban a pensar. Sin embargo no fue tan malo, ya que cuando el cilicio apareció –estaba arrollado– lo miraron con curiosidad, me miraron y dijeron: “It’s OK. You are free to go”. Nunca supe que pensaron. A lo mejor era gente de la opus o –lo más seguro– supusieron que era un degenerado de algún tipo que llevaba esas cosas con pinches en el bolso. Vaya uno a saber.

Aún debía viajar una cuantas horas para llegar al Centro al que me habían asignado. A mi llegada no había nadie esperándome. La casa era “de las buenas”. Realmente impresionante. Toqué el timbre y nada. Seguí insistiendo y nada. Comencé a ver si las puertas estaban abiertas. Primero lo principal y luego las laterales. No sabía muy bien si gritar y de hacerlo en qué idioma. Finalmente, y frente a mi insistencia, apareció una señora, con look “ama de casa” quien me preguntó quién era y qué quería. Le expliqué lo mejor que pude, hasta que apreció alguien hablando en un muy buen español. Tan bien hablaba que era español. Primer shock, la hispania seguía exportando numerarios.

Era el único español del centro, y se encontraba en dicho país trabajando. Me presenté. Al poco tiempo llegó otra persona – también numerario – y otro y otro. No tardé en descubrir que era un “centro de mayores” pero de mayores en serio, ya que los más jóvenes andaban por los sesenta.

También comencé a advertir otro opus. Un opus más cercano a lo que siempre había escuchado. Estos tíos, parecían santos –no se si todos, pero muchos de ellos sí-. En primer lugar me llamó la atención su generosidad. Nunca –repito, nunca– me pidieron dinero para mantener el centro. Sabían que yo iría allí sólo los fines de semana y que comería, bebería y demás como todos, pero nada. Me impresionó la sencillez de algunos. Yo no sabía quien era quien ahí dentro y me fui dando cuenta de a poco. Ese, -si, ese- que de capri cortaba el césped y parecía un jardinero, era un profesor del colegio Romano que viajaba cada quince días a Roma a dar clases. Además, era el encargado de juntar el dinero para enviar a Roma. Según decían era tanto el dinero que enviaba que con eso sólo se mantenía casi todo Cavabianca. No se si esto era cierto, pero era lo que se decía. Este, me prestaba su notebook personal para hacer mis trabajos prácticos. En su computadora había documentos “privados” que me pidió no mirar – cosa que cumplí-. Me llamó la atención todo esto, al menos en mi Región – y de lo que había visto en Roma – esto no era común, es decir la confianza en los otros de casa.

Otro, el que llevaba mi charla, tenía el mismo perfil. Y así también el sacerdote de la casa Father T. Y los demás, casi también. Realmente estaba impresionado.

Cuando me mudé a mi piso de “soltero” en la Universidad – a tres horas de tren del centro que mencioné – me acompañaron y me ayudaron a amueblarlo, pidiéndole prestado muebles a conocidos. Me limpiaron –ellos personalmente – las ventanas de mi departamento. Me daba vergüenza ver que ellos –siendo mayores en serio – limpiaban con más ganas y fuerzas que yo, cosas de mi futura casa.

Me esperaban todos los fines de semanas, como si fuera el hijo pródigo que volvía de la guerra. Organizaban planes para mi, parecía que yo era lo único que les importaba. Nunca, me sentí en la Obra tan como en “casa”. ¿Era este otro Opus?. ¿Sería que rezaban más? ¿Eran más fieles que los de mi región? ¿Tomaban otro agua?. No se que contestar. Quizás alguno pueda ayudarme.

Ellos estaban muy contentos con mi labor en la ciudad universitaria, ya que había comenzado un círculo de San Rafael –entre los que había dos pitables– “llevaba” charlas de supernumerarios y daba charlas “generales” en varias reuniones.

Pero en la opus lo bueno no dura mucho. Fue así que –a pesar de todos los cuidados que me prodigaban – las tres horas en tren comenzaron a pesarme y me pregunté si no había un centro más cercano. Lo encontré, sólo a una hora y media, es decir a medio camino. Era un centro de San Rafael. Comenté en mi charla semanal que las tres horas de ida, mas las tres de vuelta por fin de semana era mucho y que habiendo un centro más cerca sería conveniente para mi que me cambiaran. Si bien me dijeron que no, terminó siendo un si, aunque nunca supe muy bien por qué, ya que yo estaba contento con mi centro de mayores.

Este otro centro – el de San Rafael – quedaba en otra ciudad con una gran universidad – es más la universidad es la ciudad-, pero aquí el ambiente era muy, muy diferente. Vivían sólo tres numerarios, un sacerdote y muy seguido venía alguien de la Comisión para controlar. ¿Para controlar qué?.

Las cosas parecían raras y eran raras. El director era muy extraño – al igual que los otros dos numerarios – y el sacerdote... bue, el sacerdote es un cura muy conocido en esa región –tiene hasta página web propia – muy, muy criticado por fascista. De hecho la obra estaba muy mal vista en esa universidad/pueblo. Tan mal vista que se me prohibió hacer apostolado. No se si entienden esto. Repito. Se me prohibió hacer apostolado, cosa que era tremenda, ya que los de casa eran insoportables y no estaba permitido hacer contacto con el mundo exterior. Como soy inquieto escribí a la Comisión de ese país para que me explicaran el por qué de esta decisión y si la misma era correcta, cosa que nunca me fue contestada. Además el sacerdote en cuestión era tremendamente racista con los que no eran sus connacionales de raza blanca (yo soy de raza blanca, pero no su connacional) por lo que tuve que oír comentarios despectivos hacia mis connacionales, o ver cómo se reían de un numerario filipino, del idioma italiano y hasta de los españoles. Yo me sentía las Naciones Unidas y las peleas no tardaban en armarse cada vez algún comentario salía de su boca.

Así me di cuenta que no era el agua del lugar lo que los hacía buenos, sino que, los del centro más lejano eran, por lo visto, más santos.

Esto siguió de mal en peor, con decirles que a mi graduación asistió sólo gente del primer centro y no del segundo.

Los de “mi” región desaparecieron. Nunca contestaron mis cartas –a excepción de los de mi centro-. Los de la Comisión y de la Delegación nunca dieron señales de vida. Sin embargo, una de las cartas que me enviaron del centro de mi región original trajo una muy mala noticia. Mi mejor amigo, dentro de la Opus, se había ido. Recuerdo perfectamente como, mientras se me contaban cosas sin importancia, como el clima, se intercaló una frase “A.S. no es más de la familia. Va a ser papá”. Leí esto dos o tres veces y llamé por teléfono para que me informaran donde estaba A.S. Nadie supo darme su dirección o su número de teléfono, simplemente, había desaparecido. Se lo había tragado la tierra. A mi vuelta a la Región, sabría más de él, pero a la distancia parecía imposible obtener mas datos.

Yo, mientras, cumplía todas las normas y me portaba como un numerata total. Cómo será que me ofrecieron permanecer en esa región y no volver a la mía. Durante ese tiempo había vuelto a comprender lo que era el valor de la libertad, algo que casi no recordaba. También entendí lo que era pensar por mí mismo, vivir sin controles ficticios -durante la semana vivía solo y los fines de semana nadie me “controlaba” como en mi región-. Nadie abría las cartas ni revisaba mis armarios. Existía algo que en el opus nunca había experimentado: confianza.

De hecho en esta Región pude tener acceso a todos los libros “secretos” del Opus, que en mi Región no eran permitidos a cualquiera.

Finalmente, volví a mi región con muchas ganas de colaborar y de mostrar este “otro” opus, más abierto, mas respetuoso de la dignidad humana. Se podrán imaginar el choque que me esperaba....


Nubes de tormenta

“Porque todos los finales, son el mismo repetido.
Y con tanto ruido, no escucharon el final....”


Y así fue. No sabía que de mi vuelta a la Región hasta mi ida de la Opus iban a pasar solamente unos once meses. Si me lo hubieran dicho en ese momento no lo hubiera creído.

Como ya expliqué volví con muchas ganas de colaborar y de mostrar este “otro” Opus, más abierto, mas respetuoso de la dignidad humana.

No fue fácil, de entrada nomás. Volví a mi mismo Centro y me encontré con que ya no tenía lugar. Me ubicaron en un dormitorio compartido con otro numerario muy, muy amanerado. A mi esto no me causaba mucha gracia, y algo de incomodidad sobre todo después de haber vivido un año solo. Además la compañía no era la mejor, así que el pudor se cuidó más que nunca.

En mi ex dormitorio –amplio y demás- estaba ese subdirector insoportable del que hable cuando conté lo del Centro de Estudios. Lo único es que éste ya estaba enfermo, con una esquizofrenia de aquellas.

Cómo será que una de esas primeras noches, volvía de una tertulia en otro centro (contando mi experiencia en tierras lejanas). Como era muy tarde subí por las escaleras al segundo piso a oscuras. Al llegar al final de la escalera escuché un grito de aquellos que producen miedo. Todo seguía oscuro y nada se movía. Me dio miedo caminar de allí hasta mi dormitorio, ya que parecía que
habían acuchillado a alguien o algo así. Ingrese a mi dormitorio compartido y descubrí que mi acompañante no estaba dormido del todo. Le pregunté: -¿Has oído ese grito?. –Si, ¿Que hacemos?- contestó. –Nada- le respondí. –Mira si mataron a alguien ya estamos tarde, así que mejor durmamos. A lo mejor era sólo alguno con una pesadilla- concluí.

A los tres minutos de haberme acostado se volvió a escuchar un grito similar. Fue la primera vez que vi a alguien levitar, ya que mi compañero de cuarto pego un salto increíble, pero así y todo no se animó a levantarse. Yo me levanté y fui al primero de los dos dormitorios. En uno dormían cuatro personas y en el otro el subdirector solo. Ingresé primero al cuarto de cuatro y vi a todos durmiendo, menos uno que me preguntó que había sido ese grito. Ahí descubrí que el chillido ensordecedor venía del dormitorio del subdirector. Abrí su puerta y otra vez un grito terrible. El subdirector gritaba en medio de una pesadilla relacionada con los efectos de los psicotrópicos que le habían recetado. Welcome to the Mad House!!

Tengo que reconocer que me dio lástima. Mucha lástima. Por eso lo desperté y dormí en una silla a su lado esa noche. No de bueno ni virtuoso, aviso, por si alguno duda.

No era el único que estaba así, ya que un episodio similar ocurrió durante la cena con otro numerario de la casa, que en plena comida comenzó a realizar movimientos tipo “break dance”. Me enteré entonces que éste tomaba medicamentos para la depresión que le habían pegado muy, muy mal. En esa ocasión yo volvía de un convivencia. No hay caso, no me podía ir, no?. Otro depresivo más y van...

Ya se ha tratado en algunos escritos y correos el tema de la depresión en la Opus. Es un tema muy común, por más que quieran hacerlo pasar como “normal”. Mi opinión es que los grandes responsables de los daños psicológicos que sufren sus dirigidos son los directores, ya que a alguna gente se le exige más de lo que pueden dar y eso produce una enorme frustración, sobre todo cuando el objetivo perseguido –ser santo- no es alcanzable en esta vida.

A esto se le sumó la idiosincrasia de la Región donde todo era un gran voluntarismo. Se acabó la libertad individual. Los Directores perseguían al resto, para que hicieran mas apostolado y todo era voluntad, voluntad y voluntad. Nada más. Parecía una hinchada de futbol.

De la Delegación me asignaron nuevas tareas –subdirector de un Centro de San Gabriel– lejos del centro en el que vivía, por lo que dos veces por semana me acostaba a altas horas de la noche, cuando –les recuerdo- debía levantarme muy temprano por mi trabajo. Es decir, dos veces por semana dormía aproximadamente cinco horas.

También noté que no era “dueño” de mi casa. Es decir, en mi “casa” anterior –cuando vivía solo- elegía las cosas de mi casa. Aquí nadie preguntaba nada: “Macho, si no te gusta lo que compramos a llorar a otro parte”. Es decir, la casa (el centro en el que vivía) claramente no era mío, no era mi hogar. Me causó un gran desagrado darme cuenta –cosa que no me había pasado hasta esa fecha- de esto. Yo no era nadie ahí dentro, salvo, el que aportaba los duros. Casi nada.

Noté que la fraternidad tampoco se vivía bien –baste los dos ejemplos de los depresivos-. Era poco lo rescatable de esta situación. Rezar, obedecer y cumplir las normas no me alcanzaba.

Comencé a pedir mas información acerca de por qué se hacían tales o cuales cosas. Por ejemplo, los informes que se preparaban relacionados con la gente a cargo. Siempre había escuchado que había que hacerlos de tal manera que el que leyera el propio pensara que lo había escrito su madre. Hombre, que he leído cada uno que gracias a Dios que madre hay una sola!!. Este manejo de la información confidencial me empezó a asquear.

Ni hablar de pensar en preguntarle a los numerarios del centro qué les pasaba cuando estaban tristes o decaídos. No, hombre, eso a la charla, no a compartirlo con tus hermanos.

Me fui transformando en alguien que sólo lo pasaba bien en el oratorio y nada
más.

Esto me movió a hablar en la Delegación, pero no me dieron ni la hora. Decidí tomar una medida más directa: La Carta al Padre, en una de esas si esto llegaba a Roma (que iluso!). Mis cartas, cada vez mas críticas y mas fuertes, nunca salieron del Centro. Esto lo cuento por que las encontré sin querer un día en el cajón del Director.

Cómo verán todo esto me fue desgastando. Pero eso no fue todo. Se anunció que el Padre vendría a la Región. Festejos por todos lados.

Por el trabajo que tenía, yo podía tener acceso a la parte interna de los aeropuertos. Se me ocurrió ir a esperar al Padre a la salida de la manga del avión. Allí partí con un supernumerario y con el Secretario de la casa.

Llegó el avión en cuestión, estabamos los tres muy entusiasmados. Vimos al Padre con Don Joaquín y Don Gabriel salir de la puerta a la manga y en eso, apareció el Consiliario, acompañado por dos o tres miembros de la Comisión. Imagínense la cara del Consiliario cuando nos vio delante de él. Ahí comenzó el escándalo. El Consiliario comenzó a gritar y a retarnos delante de toda la gente del aeropuerto. En mi caso todavía era mas vergonzoso, ya que me estaba insultando en frente a subordinados en el trabajo. Yo pense en ordenarle a la policía que allí se encontraba que “Detuviera a ese loco” cosa que hubieran hecho de pedirla, pero pensé que eso complicaría aún mas las cosas.

El Padre y sus custodes llegaron a la Región en medio de ese lío. El Consiliario se interpuso entre nosotros y el Padre. El Padre – Don Javier –ni siquiera saludó. En fin, todo fue una gran decepción. Nos quedó a los tres (Secretario, Supernumerario y a mi) que el Consiliario era un mal educado y lo más grave, que el Padre no era tan Padre. Nos dolió mucho. Recuerdo que el supernumerario (con más de veinte años en la Obra) decía: Si le cuento esto a mi mujer mañana nos hacemos musulmanes!!.

Yo esperé recibir algún tipo de disculpas, pero fue completamente en vano. No sólo eso, sino que en una tertulia a la noche, en el Centro de Estudios, intenté hacerle una pregunta al Padre pero el Consiliario me lo impidió, con un gesto y de mala manera. Ni que hablar de mi enojo al salir de esa tertulia.

Se organizó una tertulia “oficial” para numerarios, no ocurriéndosele a la Comisión un horario mejor que las 11.00 de la mañana de un día laborable. Claro, en la Comisión está lleno de burócratas a los que les da lo mismo estar en su trabajo que en una tertulia con el Padre. Se ve claramente que en forma alguna se privilegiaba el trabajo profesional, y ni que hablar la santificación del mismo. Mucho más grave me parecía esto cuando era el mismo Padre quien avalaba todo esto. Llegué a esa tertulia apenas comenzada y obviamente no había lugar, por lo que estuve viendo todo a la distancia. Mi enojo era visible.

Mucho mas fue mi enojo cuando me enteré –disculpen si he pecado de inocente– que en dicha tertulia las preguntas estaban “preparadas”. Es decir, los numerarios no podían preguntar libremente, sino que había sido la gente de la Comisión los que habían elegido las preguntas. Es decir una “fantochada”. Otra mentira más. Hacían creer que todo era espontáneo pero no era así. ¿Para qué el engaño?

Unos días después era la primera “tertulia general”. Y en este caso lo mismo, preguntas y respuestas preparadas, es decir una representación. Me pareció
vergonzoso todo el espectáculo y al Padre (a quien hasta ese momento mantenía inmaculado) prestándose a esa pantomima.

Decidí no ir más a las tertulias del Padre ya que me parecían todas iguales, en las que nadie se salía del libreto. Realmente la pasaba mucho mejor cuidando el Centro, ya que cuando todos se iban a las tertulias podía leer tranquilo, o escuchar música o simplemente ver TV (cosa casi non sancta para la Opus).

Comenté esto al Director quien obviamente se preocupó y no tuvo mejor idea que inventar que me habían invitado especialmente a una tertulia para "exclusivos" con el Padre. El director trabajaba en la Delegación por lo que supuse que esto sería cierto. El asunto es que era otra mentira que me generó un nuevo problema con... si, con el Consiliario.

Todo esto me desgastó muy rápidamente. Ya no sabía en quien creer. El Director me mentía, retenía mis cartas al Padre, el Consiliario resultó ser un tipo huraño, soberbio y maleducado y el Padre... el Padre parecía un muñeco que se prestaba a una farsa ridícula. Sumemos a esto el tema del “trafico de información personal”, la lectura detallada de las glosas (vademecum) de San Rafael de las cuales se evidenciaba y enseñaba el manejo con los amigos y gente que frecuentaba la casa, el hecho de no considerar el Centro como hogar y los problemas de fraternidad en mi Centro.

Para peor tenía que seguir "dirigiendo almas" y dar charlas, círculos y demás, diciendo y aconsejando cosas en las que no creia. Tenía una doble vida mental perfecta.

Todo ello me predispuso fuertemente a decir basta.

Ese primer basta no fue tan terminante. Mi idea era irme a vivir solo, al menos por un tiempo. Alquilar un departamento y ver que tal iban las cosas. Obviamente se me dijo que no, que yo era necesario, que estaba cansado. Se me sugirió pasar un tiempo descansando en un Centro del Interior, inclusive llegaron a decirme que si quería volver a la región en la que había hecho el post-grado o mudarme a otra cualquiera, lo harían.

Yo no sabía qué hacer, sólo quería algo de tiempo para pensar. Mientras, el bombardeo comenzó nuevamente con temas de vocación, de que si me iba de la barca estaría perdido, de que hay una sola vocación, Cuadernos 7, Surco, Forja. Un buen cóctel.

Yo, siempre en mi buena fe, pregunté si podía hablar de este tema con alguien ajeno a la Opus. Ya fuera un sacerdote o alguien mayor, con más experiencia de vida. Ya sabemos que la respuesta fue un NO rotundo. Me ofrecieron hablar con otros sacerdotes de la Opus, pero no quise, consideré eso más de lo mismo.

Se iba acercando el curso anual. Me habían informado que luego de allí me iría a vivir a un centro de mayores, “para estar más tranquilo”. Yo no tenía muchas ganas de ir a ningún lado después del Curso Anual. Es más, le daba al Curso Anual una última oportunidad.

No sabiendo si después del Curso Anual aceptaría seguir viviendo en un centro, pero con conocimiento que de hacerlo no lo haría más en el que estaba, adelanté la mudanza de cosas, pero no al nuevo centro sino a la casa de un amigo. Así, si después del Curso Anual decidía no volver, sólo tendría que cargar unas pocas cosas más. No sabía aún lo que me esperaba en esos últimos tres meses....


Final (¿o principio?)

Con todas mis dudas y preocupaciones partí al último Curso Anual, sin saber si volvería o no a un Centro de la Obra.

Lo primero que noté al llegar al Curso Anual era que casi no conocía a ninguno de los asistentes. Algunos eran de otras regiones, otros mayores, pero todos, todos raros. ¿Qué quiero decir con raros? Gente cansada, apagada, quizás enfermos, -apostaría que muchos con problemas de vocación-, más interesada en no hacer nada, que en estudiar.

A su vez el Consejo local era “heavy”. No recuerdo quién era el Director, pero el Subdirector era el Vocal de San Miguel de la Delegación en que yo vivía y el Secretario el Vocal de San Rafael de la Comisión. Se veía que la cosa no estaba para bromas.

Menos gracia me causó comprobar que debería compartir el dormitorio que me asignaron con un “desconocido” y con el vocal de San Miguel de mi Región. No entendí mucho esto, pero luego supe que él estaba allí para observarme “in situ”. Por lo visto quería ver directamente “cómo funcionaba”. Además, la charla fraterna la debería hacer con él.

El mes se pasó lentamente. El lugar era bastante agradable pero hacía una temperatura muy alta y mucha humedad. Sumado a ello los que me rodeaban y mi situación personal, transformaron toda esa experiencia en algo medio sórdido.

Mis charlas fraternas eran largas, siempre abordando el tema vocación. Yo sabía que no quería volver a un Centro de la Obra, pero el vocal de San Miguel insistía en que ir a un Centro de Mayores me iba a “tranquilizar”, que “estaba confundido” que mis hermanos “darían un brazo por mi de pedírselo”, que todos me querían mucho, que haría traición a Dios, al Padre a mis hermanos y vaya a saber a quien más si me iba, que nunca mas sería feliz, y que toda mi “confusión” era un mal pasajero. Es más, luego de estar conviviendo allí se convenció que esto sería así, ya que yo “funcionaba muy bien, no tenía problemas de normas, ni de pureza, hacía apostolado”. Es decir para él todo estaba OK.

Yo no podía entender semejante diálogo entre sordos. Igual acepté ir a “probar” a un centro de mayores. No recuerdo una peor experiencia en mi vida. Si algo faltaba para convencerme que debía irme fue eso.

Debo reconocer que el tema me tenía muy preocupado y era lo único que llevaba a la oración. Es más, aproveché mucho tiempo extra para ir al oratorio a hablar con Dios al respecto. Esto me dio gran tranquilidad, pero fundamentalmente fue lo que me ayudo a decir BASTA!. Fue en el mismo oratorio donde –como diría el místico Don Chema– vi que esto no iba más. Sin embargo decidí hacer la prueba.

El Centro de Mayores era de lo peor. No por las instalaciones (que eran más que cómodas, baño individual, camas grandes y espaciosas, todos dormitorios individuales, un buen escritorio, etc., etc.) sino por la gente que allí habitaba. Era un grupo de “viejos”, sobre todo de espíritu (yo era el menor, los demás estaban dentro del rango 40-70 años). Cada uno de ellos, llegaba al Centro y se encerraban en sus habitaciones, con sus ordenadores, teléfonos y libros. Parecía que uno vivía solo –cosa que no era tan mala, después de todo-. El problema es que había que compartir con esos “señores” las comidas (siempre con regímenes diferentes, uno con sal, otro sin sal, otro con gluten, el otro comía sólo verduras, todos señoritos), escuchar sus diálogos sin sentido, ver su egoísmo y sobre todo lo vacío que era la vida de cada uno. Salvo alguna que otra excepción parecía que estaban allí por que no les quedaba más remedio. Era algo patético muy parecido a la descripción que da Satur en el capítulo 2 de “¿Alguien sabe que es el Opus Dei?". Todos con Doctorados en Normas y Criterios, pero todos con conocimiento de que algo no funciona. Cada uno a sus problemas, pero lo fundamental es que todo parezca estar bien.

“Las cosas son muy difíciles de simular: sacerdotes mayores con serias dudas sobre los modos de dirección espiritual que llevan los laicos, depresivos que hacen de su capa un sayo, bajo excusas de enfermedad, numerarios a su bola y que cuando están en el vagón hacen como que traquetea el tren (sabiendo que no se mueve...) demasiadas mentiras, y demasiadas maneras diferentes de solucionar problemas lejos de las personas. El problema es el opus dei, no las personas.” Al decir de Satur, que comparto plenamente.

Por ejemplo, entre estos estaba el ex Director del Centro de Estudios (ver el capitulo correspondiente). Fue gracioso, ya que este pobre hombre dormía en la habitación contigua a la que yo ocupaba, por lo que, después de tantos años, seguía despertándolo todas las mañanas con mis tempranos ruidos. Y él seguía quejándose. Lo único, ya no era director y no podía abusar de su autoridad.

Fue muy triste ver en lo que se convertían la mayoría de los numerarios del Opus Dei. Decidí –tal como lo había “visto” en la oración-, irme.

Sabiendo esto, primero me dirigí a la Delegación y pedí que me relevaran de mis “encargos”. Era Subdirector de un Centro de San Gabriel y no podía seguir llevando charlas fraternas. Todos hacían oídos sordos, nadie parecía escucharme.

Fue así que un día, al mes de estar allí, le comenté al Director, en la charla fraterna, que el viernes me iba de allí, que ya no aguantaba más y que quería algo de aire. No me pregunten por qué un viernes, qué se yo, me pareció más prolijo.

El Director se mostró sorprendido (¿es que estos hombres no entienden nada?). Me dijo que “pensaba que todo estaba mejor”. Me pidió que siguiera concurriendo a los círculos, a la confesión semanal y a la Dirección espiritual en el Centro. Le dije que ningún problema, que sólo quería irme de allí. También me pidió que ingresara mi salario y que hiciera caja, cosa a la que me negué rotundamente. Era claro que me querían tener agarrado de todos lados.

Llegó el viernes, armé una valija (sí, sólo una) en la que entraban todas mis cosas y me fui. En el Centro no había nadie para despedirme. Sólo estaba el encargado de atender teléfonos (un chaval de 18 años, que no entendía qué era lo que yo estaba haciendo). Todo esto me dolió mucho. Esperaba al menos que alguien me diera la mano y me dijera algo como “Oye hombre, es una lástima que te vayas, pero si es lo que quieres hazlo. Gracias por todo”. Pero no, nada.

Apenas traspasar la puerta sentí que me sacaba de encima un peso enorme y supe que no volvería a dicho lugar. Gracias a Dios!!

Me fui a casa de un amigo y allí me quedé. Si bien en el Centro sabían mi dirección y teléfono, nadie llamó. Parecía como que era algo normal. Llegó el domingo y debía ir al Círculo, pero no me sentía con ánimos. No fui, y nadie llamó. Me causo rareza, ya que esperaba –y me preocupaba- que alguien llamara para ponerme “en falta”. Durante esa semana, para mi sorpresa, nadie apareció, ni llamó, ni nada. Sí a la semana siguiente, el Vocal de San Miguel quiso venir a verme al enterarse que estaba enfermo. Le dije a mi amigo que no dejara venir a nadie a esta nueva casa. No quería que invadiera el Opus ese espacio de privacidad que ahora tenía.

Pasó otra semana y el Vocal de San Miguel me llamó a la oficina, lugar donde lo atendí. Arreglamos para juntarnos a almorzar. Fuimos a un pub irlandés. La conversación fue bastante áspera. El me insistía en que fuera a los medios de formación y yo le decía que por ahora no, que prefería tomarme un tiempo para clarificar mis ideas. El Vocal de SM me decía que me extrañaban, que me querían y permanentemente, como si fuera una muletilla agregaba que “tus hermanos en la obra darían un brazo por ti, de cómo te quieren”, que si me iba de la obra no sería feliz, que me agarraría cáncer, etc., etc. Yo mientras seguía haciendo todas las normas, a excepción de la asistencia al Círculo y la charla semanal, ya que me confesaba semanalmente pero con sacerdotes “externos”. Arreglamos en volver a vernos en quince días. Quedé bastante amargado después de esa comida.

Quince días después me llamó y volvimos a almorzar. Esta vez ya había decidido no sólo que no volvería más a un centro sino que no quería seguir siendo más de la opus. Fue así que redacté una carta al Obispo Javier Echeverría (no me pareció prudente ponerle Padre, ya que no lo sentía de esa manera) en la que explicaba que no deseaba pertenecer a la opus ni como miembro numerario, agregado, supernumerario, numeraria auxiliar o lo que sea (por las dudas). Sólo tres renglones, nada más. Parecía un telegrama de renuncia. Recuerdo ese día especialmente ya que el restaurante estaba vacío y todos los empleados del local escuchaban nuestra conversación atentamente. Yo estaba de muy mal humor –toda la situación me había puesto muy nervioso- y hablaba en tono fuerte. El Vocal de SM se encontraba sorprendido, no se esperaba esto, de hecho así me lo manifestó (hombre, que estos tíos no entienden nada!!). Se quedó sin mucha réplica a todos mis peros. El Vocal de SM seguía diciendo que mis hermanos me querían y que estaban “dispuestos a dar un brazo por mi”, a lo que repliqué: “OK, que alguno se corte un brazo y vuelvo”. Todavía estoy esperando la noticia. Aquí sí que terminamos mal.

El Vocal de SM intentó, unos días después contactarse conmigo para almorzar nuevamente y hablar sobre la carta que le dejé. Le dije que no, que no había nada que conversar, que me avisara cuando la dispensa me fuera otorgada.

Pasaron aproximadamente dos meses sin tener novedades. Así fue entonces que llamé a la Delegación y pedí hablar con el Vocal de SM para que me explicara en qué andaba lo mío (Óyeme, que se me acaba la paciencia!!). Me pidió algo más de tiempo.

Quince días después se comunicó y dijo que ya estaba la dispensa, pero que él quería hablar conmigo antes. Le contesté que no sabía para qué, que si ya estaba la dispensa “hasta luego”. Él insistió, a lo que finalmente accedí.

Pasé por la Delegación a la tarde –más o menos a la misma hora que años antes había ido por primera vez a un centro del opus-. Esperé al Vocal de San Miguel en la entrada del edificio. Él bajó y fuimos a un bar a pocos metros del lugar. Pedimos dos cafés. El VSM comenzó su corto discurso:

- Gustavo, el Padre te ha dado la dispensa condicional -dijo.
- ¿Cómo condicional?, contesté
- Si, condicional a que tu la aceptes –concluyó
- ¿Me estáis tomando el pelo? –pregunté. -Hombre, pero si fui yo quien la pidió. Obvio que la acepto. –dije en forma terminante.

Ahí terminó el café. Pagó él –debe ser el único dinero que le cobré al opus-. Ese fue mi último contacto. No me volvieron a llamar ni a insistir. Nadie, ninguno de mis “hermanos” numerarios apareció, lo que en parte me causó un gran dolor en los primeros tiempos. Parecía que a nadie le importaba que uno hubiera gastado tantos años y compartido tantos esfuerzos en una causa común, que ahora no lo era.

Mi dolor duró poco y mi vuelta a la vida “normal” tuvo cosas divertidas. En primer lugar no sabía que hacer con el dinero que ganaba, me parecía mucho y estaba desacostumbrado a manejar tales cifras. Pronto aprendí y le encontré el gusto a la “buena vida”.

Además, al poco tiempo comencé a “noviar” con una mujer no católica que no tenía idea que era el Opus Dei. Es más, para ella era algo parecido a la KGB –otra que el Código Da Vinci!!- Eso me sumó muchos puntos en la relación que fue corta pero muy, muy fructífera (para mi las mujeres eran algo de lo que debía huir “¡¡Huyan, ahí viene la Administración!!!”). Ella me hizo olvidar rápidamente mi pasado Numerario y me sacó todos los prejuicios que tenía. Mucho mejor que el psicólogo, no?

La vida siguió siempre para mejor. No puedo quejarme. Mis amigos –los de siempre, no los “hermanos del opus”- se acercaron inmediatamente, conocí al amor de mi vida y –me da miedo decirlo- soy FELIZ. No extraño al Opus, aunque muchas noches sueño que sigo allí y me pregunto ¿No me había ido de acá?. Si. Gracias a Dios me fui.

Muchos Numerarios con problemas de vocación se acercaron para que les brindara consejo. Algunos siguieron y otros no, eso es una decisión muy personal. Lo único que les digo es que no dejen sólo asesorarse por gente del Opus. Que pidan consejo también afuera. Además les ofrezco mi ayuda si la llegan a necesitar, tanto de amistad como económica.

¿Qué se llevó el Opus?. En gran parte mi inocencia. Tengo que reconocer que, luego de sentirme “estafado”, me es difícil volver a creer en alguna institución “benéfica”. Más grave es si esta estafa proviene del seno de la Iglesia misma (el Opus es un instrumento de salvación, como una vez me hizo notar un sacerdote ajeno a la Obra). Obviamente el corte hay que hacerlo en algún lado, si no, ni el Papa se salva y no es esa mi idea.

También afectó mi fe. ¡Que complicado es volver a tener fe cuando uno estuvo tan cerca de Dios y de golpe, tan lejos!. Sin embargo aprendí que lo importante es no traicionarse a uno mismo y está clarísimo que Dios nos quiere felices. Por eso –a mi entender– un síntoma de no estar haciendo lo correcto es no sentirse feliz. Si uno no se siente feliz en el Opus, creo que debe por lo menos plantearse el tema de su vocación. Eso no quiere decir que deba irse, quizás es algo pasajero, pero quizás no y vale la pena que la persona que lo sufre ahonde en el tema.

Estoy muy contento fuera del Opus. Tomé la decisión madura de no ser más un santo o una imitación de Don Josemaría. Ahora soy Tarzán, al menos eso creo. Encontré a mi Jane —la mujer perfecta— cerca de mi nuevo mundo. Ella es lo que siempre soñé. Es quien me completa, es la estrella que me guía, mi mapa del tesoro. Con ella hasta juego al escondite inglés. ¿Qué más puedo pedir?

Llueve y ya es de noche. Ya me cuesta escribir. Jane ya cocinó y puso la mesa. Tengo que dejarlos. Por favor, quedemos en contacto.

Gustavo

FIN

 

 

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Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?