ARRAJ, James: God, Zen and the Intuition of Being, Inner Growth Books, Chiloquin (Oregon) 1988, 137 pp.

1. El autor propone en el libro un encuentro entre la metafísica de Santo Tomás y el misticismo del Zen. El espíritu contemplativo del Zen contribuiría —según Arraj— a la revitalización de la metafísica tomística, olvidada desde el Concilio Vaticano II, facilitando el diálogo entre la religión cristiana y el budismo.

2. La primera parte (pp. 11-43), está dedicada al estudio de Tomás de Aquino siguiendo, en particular, la línea de interpretación de Maritain. El autor demuestra conocer la metafísica tomista; por ejemplo, en estas primeras páginas, explica la relevancia de la distinción entre esencia y acto de ser. Insiste en la necesidad fundamental de entender la intuición del acto de ser, afirmando que no es una intuición misteriosa o extraordinaria, pero que requiere una cierta disposición contemplativa hacia las cosas, que en el contexto cristiano es posible encontrar, en especial, en las experiencias de los místicos. Tal intuición, en definitiva, es una experiencia natural, también alcanzable en un ambiente no cristiano, del cual tenemos un ejemplo digno de atención —según el autor— en las prácticas de meditación del Zen. Con esta conclusión inicia la segunda parte del libro (pp. 44-89), en la cual trata de ilustrar la experiencia mística del Zen, siendo consciente de la gran distancia que existe entre el tomismo y el pensamiento implícito en la mística del Zen.

En la tercera parte (pp. 90-109), pasa de la metafísica a la mística. La práctica del Zen se compara con la mística cristiana, intentando ver una semejanza con el quietismo del s. XVIII y en el camino místico —de negación a sí mismo— de San Juan de la Cruz. De todas formas, el autor, reconoce que la purificación de la "noche del alma", en la mística cristiana, se dirige a la contemplación y al amor de Dios, mientras que la experiencia de la negación a sí mismo del Zen está privada absolutamente de toda referencia a Dios; en este planteamiento concede, sin embargo, que el Zen podría ser de ayuda para la preparación ascética, pues aquietando el alma podría disponerla mejor a la contemplación infusa (cfr. p. 104).

El último capítulo es el más desconcertante. El autor propugna, como un empeño de los católicos orientales, el crear un catolicismo budista o un catolicismo del Zen, y que no existe incompatibilidad entre la iluminación del Zen y la fe cristiana, ya que el Zen es una invención humana que, compartiendo con los cristianos la aspiración hacia el Absoluto, podría ser asumido en el cristiano así como una actividad natural es asumible por la gracia (cfr. p. 107).

J.J.S.

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