ECO, Umberto: Baudolino, Record, São Paulo 2001, 459 pp.

 

            1. Para quien tenga conocimiento del estilo narrativo y los precedentes ideológicos de Umberto Eco, las primeras 50 páginas de Baudolino son bastante ilustrativas: Baudolino es un campesino que vive en plena Edad Media, sin letras pero listo, políglota intuitivo, pícaro por convicción y mentiroso por ambición. Puede intuirse el resto a lo largo del libro: una extensa exhibición, a veces divertida, de golpes de inteligencia pícara y de astucias puestas al servicio del emperador germánico Federico Barbarroja y, en último término, de la propia ambición del protagonista.

 

            2. En Baudolino, y empezando por él mismo, todos inventan fantasías: les gustan tanto que se vuelven verdaderas. Los demás saben que son mentiras pero entran en el mismo juego para, a su vez, mentir también -y descaradamente- bajo el disfraz de la fantasía y la libertad imaginativa. La novela sugiere que el entendimiento entre los hombres sólo puede construirse a base de fantasías que todos fingen creer, de tal manera que la única manera de ser solidarios es fingir. Baudolino finge respeto al Emperador, pero pierde tiempo y dinero en París fingiendo que estudia; el Emperador finge que protege a Baudolino, pero envía espías para controlarle; se fingen campañas de conquista; se fingen amores y lealtades que, a la hora de la verdad, se esfuman por su propia inconsistencia. ¿Y qué hacer cuando se está rodeado de fingimientos? Seguir fingiendo, agarrarse a la ironía, asumir la propia perplejidad, procurar que la fantasía sea verdad sabiendo, al mismo tiempo, que no lo será nunca. El Baudolino políglota, que viaja sin cesar, es metáfora -bien explorada ya en la literatura universal- de ese hombre errante, nunca en paz y nunca en casa porque sabe que busca lo que no existe. Por eso vaga durante años en busca del legendario Preste Juan de las Indias, se enamora de un ser mitad mujer y mitad cabra, es aprisionado por hombres con cabeza de perro, eleva la cuenca de vino de su difunto padre al estatus de Santo Grial, vuela encima de enormes monstruos alados, atraviesa ríos no de agua sino de piedras, y al final, después de un sinfín de descalabros, reemprende su fantástico viaje. La única vez en que Baudolino dice la verdad casi es linchado por la masa ignorante y provinciana.

            Los monjes de la novela son sensuales e hipócritas, los obispos son corruptos y ambiciosos, los reyes y emperadores son crueles y sanguinarios, el Papa está siempre a vueltas -en sordos manejos- con un antipapa, y la manera más rápida de ganarse la vida es falsificar y vender huesos como si fuesen reliquias de santos. Todo se cuenta como si no hubiera otro remedio. La fe en Dios es apariencia, un mero y episódico producto cultural, cuestión de costumbres. La religión y la teología, a su vez, se sumergen en la lingüística: no pasan de sutilezas verbales, simbolizadas (y tergiversadas) en las discusiones teológicas de la época. Sólo los que mueren, liberados de la obligación de mentir a que lleva la confusión de este mundo, pasan a ser buenos: la joven e ilusa esposa Colandrina, la emperatriz, el padre de Baudolino, el Emperador Federico, el amigo Abdul. Un libro tan indulgente con la mentira tiene, a pesar de todo, momentos de veracidad: “El problema de mi vida es que siempre he confundido lo que veía y lo que deseaba ver”, dice Baudolino a cierta altura. Y, páginas adelante, oye este reproche: “Tú ya no sabes más quién eres, tal vez porque has contado demasiadas mentiras, hasta para ti mismo”. En otro momento reflexiona: “Cuando no era víctima de las tentaciones de este mundo, dedicaba las noches a imaginar otros mundos. Un poco con ayuda del vino, y otro poco con ayuda de la mermelada verde. No hay nada mejor que imaginar otros mundos para olvidar cómo es doloroso este en que vivimos. Por lo menos así pensaba yo en aquella época. Aún no había entendido que, al imaginar otros mundos, se termina por alterar este”.

            3. ¿Cuáles podrían ser las ideas presentes en Baudolino? En primer lugar que el hombre, cuando no se resigna a vivir entre las realidades sencillas y naturales, vive a la caza de significados escondidos, planes misteriosos y mundos maravillosos. Al no conseguir soportar el vacío, se dedica a buscar puntos de apoyo y cuando no los encuentra los inventa, más satisfecho con una ficción que con una realidad simple. Eco revela la finalidad de sus novelas en una conocida entrevista: “Hay una enfermedad que se apoderó de la cultura y de la política de nuestra época (...) Es una enfermedad de interpretación que ha influido en todo: teología, política, psicología. Su nombre es Síndrome de la sospecha: por detrás de un hecho se esconde otro más complejo, y otro, y así hasta el infinito. La vida se interpreta como un eterno complot. Más aún, como una cadena de complots (...) Ni siquiera Dios basta para explicar el origen del universo. También Él está envuelto en sospechas: ¿Estará realmente solo? ¿Por qué nos ha creado? Las personas tienen hambre de objetivos, y si se les ofrece uno se lanzan sobre él como una manada de lobos. Tú lo inventas y ellos lo creen”.

            La obra parece insinuar que los hombres, incapaces de soportar la realidad tal y como se presenta a la razón (o sea, privados del valor de la verdad) buscan refugio en mundos esotéricos que les regalen con invenciones artificiosas y fantasías consoladoras. La incesante búsqueda del protagonista no desea en realidad encontrar nada: culmina en la aceptación de la existencia tal como es, justificada por un hedonismo sin grandes pretensiones. Las palabras finales de Baudolino son significativas: “Era una buena historia. Es una pena que nadie vaya a conocerla. No pienses que eres el único autor de historias en este mundo. Antes o después alguien, más mentiroso que Baudolino, la contará”.

 

J.L.C. (2002)

 

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