LERSCH, Philipp: Aufban der Person, Munich 1951

(La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 8» ed. 1974, 620 pp.)

1. Esta obra Ñpublicada en 1938 bajo el t’tulo Der Aufba der Charakters, y a partir de la cuarta edici—n (1951) con el t’tulo presenteÑ, considerada como uno de los tratados m‡s importantes de psicolog’a de este siglo, aborda los hechos fundamentales de la vida an’mica, con el an‡lisis fenomenol—gico y descriptivo: la tarea y finalidad de nuestro estudio es llegar a conocer y a comprender las mœltiples formas en que experimentamos la vida an’mica en nosotros y en los dem‡s. Estos hechos Ñcognoscitivos, tendenciales y sentimentalesÑ los va integrando dentro de un esquema psicol—gico unitario de la personalidad, con la idea de estructura en capas de lo an’mico.

2. El t’tulo de Estructura de la personalidad, refleja la tesis de Lersch: la personalidad, aunque forma un todo unitario, se halla constituida por diversos planos interrelacionados (el fondo vital, el fondo endot’mico y la sobreestructura personal). El origen de la estratificaci—n Lersch hay que buscarlo en la obra de Klages, Die Grundlagen der Charakterkunde (publicada en 1910), en donde se establece una divisi—n b‡sica de la personalidad entre alma y esp’ritu. Lersch la denominar‡ con otros dos nombres: plano endot’mico y sobreestructura personal, rechazando la oposici—n metaf’sica y psicol—gica introducida por Klages, segœn la cual lo dos constitutivos son adversarios irreconciliables. Para Žl, en cambio, la sobreestructura personal Ñintegrada por la raz—n y la voluntadÑ es capaz de controlar y unificar las tendencias, las emociones y los estados de ‡nimo del plano endot’mico: aunque no puede suscitar directamente las emociones ni los estados de ‡nimo, es capaz de hacerlo indirectamente a travŽs de la imaginaci—n, de la memoria, etc.

El fondo vital, por el contrario, no es accesible al control de la sobreestructura personal, porque pertenece al nivel del inconsciente. Describe con minuciosidad el sistema apetitivo humano, sin embargo, a diferencia del psicoan‡lisis freudiano, su concepci—n de la vida tendencial humana es pluritem‡tica, abierta a la percepci—n de las diversidades intrahumanas e interhumanas, como se pone de relieve en lo que llama tendencias transitivas. Este punto de vista que abarca la realidad integral de la vida ps’quica, partiendo de aquello que constituye a un tiempo su excelencia y diferencia espec’fica, ayuda a descubrir el reduccionismo del psicoan‡lisis freudiano, donde se acentœa lo inferior del hombre, sin se–alar los aspectos que lo diferencian radicalmente de los restantes seres del reino animal.

La caracterizaci—n de las emociones constituye quiz‡ la aportaci—n m‡s relevante de esta obra. Para la descripci—n de los sentimientos, Lersch utiliza el mŽtodo fenomenol—gico de Husserl, al que a–ade algunas caracterizaciones de Scheler (vivencias emocionales de las tendencias amorosa y moral) y de Heidegger (sentimiento c—smico: sentimiento nihilista del mundo; sentimiento mundano, etc). Por lo que respecta al an‡lisis de las percepciones sigue de cerca el an‡lisis cualitativo de la experiencia realizado por la escuela de la Gestalt.

El libro concluye con el estudio de la sobreestructura de la personalidad. Al reconocer la existencia de una realidad suprabiol—gica de la vida ps’quica, sin negar en ningœn momento su profunda gravitaci—n en el plano de la vitalidad, Lersch logra un equilibrio que huye por igual de los diversos tipos de monismo y de dualismo: ni el plano biol—gico deber ser considerado como ra’z de lo espiritual Ñtampoco a la inversaÑ, ni cabe afirmar una separaci—n absoluta de esos planos. La tect—nica de la personalidad explica la distinci—n entre lo biol—gico, lo ps’quico y lo espiritual, al mismo tiempo que salva la unidad que se da en la persona. La vida an’mica del hombre constituye siempre el ser de una unidad indivisible, incanjeable, irrepetible, procedente de un fondo metaf’sico en el que est‡ anclada. Esta profunda y m‡s œltima referencia del ser an’mico humano se halla m‡s all‡ del total conocimiento psicol—gico emp’rico (p. 587). En este punto, el autor se orienta hacia el personalismo, en oposici—n a las concepciones sensualistas y asociacionistas de la psicolog’a del siglo XIX. De este modo, el concepto de persona vuelve a ser un concepto clave.

3. Como resumen positivo se pueden citar sus palabras, en las œltimas p‡ginas del libro: Los enfoques psicoanal’ticos, procediendo en su experiencia de casos patol—gicos, generalizaron demasiado sus hallazgos. Seguramente los enfermos en los cuales se aplic— con Žxito el psicoan‡lisis freudiano presentaron ante todo deseos sexuales reprimidos, pudiendo decir algo equivalente de la experiencia de Adler respecto a los sentimientos de inferioridad. Pero de ello no podemos deducir, en modo alguno, que en todo ser humano tengan el sexo y la voluntad de poder la importancia preponderante que desde el punto de vista de la psicolog’a profunda le asignan los referidos autores, pretendiendo con ello encerrar el concepto de dicha ciencia en el molde monotem‡tico de la represi—n del sexo y del deseo de dominio en la zona del subconsciente. La indiscutible politem‡tica de la vida tendencial humana autoriza a pensar que tambiŽn pueden ser reprimidas otras pulsiones procedentes de la cordialidad o de la conciencia moral, (...) de la simpat’a o del autŽntico amor o de la inquietud religiosa ..., llegando en algunos casos a originar una desarmon’a de toda la persona. Precisamente por raz—n de su unilateralidad monotem‡tica han sido deformados, desde su origen, los enfoques del psicoan‡lisis y de la psicolog’a individual (p. 584).

4. Como aspectos negativos, puede llevar a confusi—n una cierta dicotom’a, de influjo kantiano, entre la raz—n pura y la pr‡ctica. S—lo en pocos pasajes de la obra muestra esta influencia con unas citas directas.

TambiŽn diluye el fundamento natural del conocimiento religioso; afirma que lo religioso est‡ m‡s all‡ de la raz—n natural y aloja su conocimiento en la esfera confusa del sentimiento. Viene a reducir el conocimiento religioso a la Revelaci—n (cfr. p. 173). De todas formas, hay que tener en cuenta que el autor precisa: psicol—gicamente hablando; y a continuaci—n a–ade: no por ello debe ser psicologizado el conocimiento religioso, ya que es completamente l’cito pensar que ciertas esferas de la realidad s—lo son accesibles si previamente se desarrollan estados de conciencia determinados (p. 173). Impl’citamente afirma que la fe es posible y que la psicolog’a, al no tener un dominio absoluto de la realidad, no tiene por quŽ escudri–ar todos su entresijos o llegar al fondo explicativo œltimo. Si bien no es aceptable identificar la fe con el desarrollo de un estado de conciencia determinado, cabr’a decir que la fe, desde el punto de vista psicol—gico, s’ puede producir un estado de conciencia determinado. Por œltimo, hay que tener en cuenta que cita con profusi—n a autores como Schopenhauer y Nietzsche.

A.M.ÑJ.G.

 

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