LUBAC, Henri DE: Sur les chemins de Dieu, Par’s 1966

1. En 1944 Henri de Lubac public— una de sus obras m‡s conocidas: Le drame de l'humanisme athŽe. En ella, a travŽs del an‡lisis del pensamiento de Comte, Marx, Nietzsche y, por contraste, de Dostoiewsky, pon’a de manifiesto la contradicci—n ’ntima, teorŽtica y existencial, que corroe todo humanismo ateo, es decir, todo humanismo que intenta afirmar al hombre negando al mismo tiempo a Dios, o incluso concibiendo la negaci—n de Dios como condici—n para la afirmaci—n del hombre. El hombre est‡ hecho para Dios, y s—lo en El encuentra su sentido y su plenitud. Negar a Dios es condenar al hombre a la soledad y a la autodestrucci—n. El humanismo ateo es, por eso, una actitud dram‡tica por esencia, ya que destruye aquello mismo que declara querer construir.

Ese diagn—stico sobre la situaci—n cultural de nuestro tiempo, la decidida afirmaci—n de la ordenaci—n del hombre a Dios, conduce a De Lubac, prosiguiendo con su itinerario a un nivel no ya cultural sino antropol—gico y gnoseol—gico, a analizar c—mo el hombre se abre al conocimiento de Dios. En efecto, si el hombre est‡ hecho para Dios hay que concluir, so pena de caer en el absurdo y de hacer de Dios el creador de un mundo contradictorio en s’ mismo, que la inteligencia humana es capaz de elevarse de modo natural y espont‡neo al conocimiento de Dios. Este es el tema al que De Lubac dedic— una obra, De la connaisance de Dieu, publicada por primera vez en 1945, cuya tercera edici—n, revisada y ampliada, apareci— en 1966 con un muevo t’tulo: Sur les chemins de Dieu.

Dos ideas de fondo sostienen y estructuran este libro:

a) En primer lugar, y ante todo, la ya mencionada afirmaci—n de la capacidad del hombre para conocer a Dios, m‡s aœn, el car‡cter espont‡neo y natural de ese conocimiento. La advertencia de la realidad de Dios no es algo accesorio, circunstancial o excepcional en el existir del hombre, un conocimiento entre otros al que el hombre puede acceder dif’cilmente y en dependencia de circunstancias especiales, sino algo a lo que tiende desde lo m‡s hondo de su ser, como fruto del dinamismo propio de su m‡s ’ntima constituci—n espiritual.

b) En segundo lugar, la descripci—n de ese acceso a Dios como un itinerario que culmina en un encuentro. Acceder a Dios no es, para el hombre, simplemente encontrar una explicaci—n del mundo, como si el existir humano se agotara en la historia y su coraz—n se satisfaciera con el mero hecho de dar raz—n a lo que acontece, con el descubrimiento de las leyes que rigen el cosmos o lo fundamentan. Acceder a Dios es descubrir una presencia: saberse ante un Ser con el que se establece una relaci—n interpersonal que dota a la vida de sentido.

DespuŽs de unas p‡ginas introductorias Ñen las que, comentando la frase del salmo 41, "abyssus abyssum invocat", subraya que el hombre s—lo capta con plenitud su propia hondura, su propio abismo, al saberse situado ante la riqueza, abismo de DiosÑ, el libro se estructura en siete cap’tulos, cuyo contenido es el siguiente:

1¼) El origen de la idea de Dios. La idea de Dios es, en el hombre, originaria, resultado no de la evoluci—n de otras ideas o sentimientos Ñcomo han pretendido diversos reduccionismos psicol—gicos o sociol—gicosÑ, sino fruto de un proceso que puede estar unido, en el acontecer hist—rico, a muy variadas experiencias, pero que se sostiene y explica por s’ mismo.

2¼) La afirmaci—n de Dios. El hombre no se limita a formar la idea de Dios, sino que afirma su realidad: Dios no es, para el hombre, meramente un concepto, una idea que forme parte de un mundo puramente mental, sino un ser real, cuya verdad es afirmada por el ser humano con plena y total radicalidad; m‡s aœn Ña–ade De LubacÑ, un Ser cuya afirmaci—n es consubstancial al esp’ritu: el hombre est‡ hecho para el absoluto y tiende de una forma u otra, a afirmarlo; de ah’ que, si no alcanza al verdadero Dios, acabe dando vida a los ’dolos.

3¼) La prueba o demostraci—n de Dios. El hombre no s—lo tiende espont‡neamente a afirmar la realidad de Dios, sino que, volviendo reflejamente sobre esa afirmaci—n espont‡nea de Dios, puede verificarla cr’ticamente, mostrar que est‡ fundada en raz—n y, en ese sentido, demostrar la realidad de Dios.

4¼) El conocimiento de Dios. Si accedemos a Dios, si la realidad que nos rodea nos habla de Dios, no s—lo podemos afirmar a Dios, sino tambiŽn decir algo sobre El. Puede pues concluirse Ñdando al tŽrmino revelaci—n un sentido amplioÑ que Dios se revela en todo momento al hombre, que se da a conocer; y, paralelamente, que el hombre sabe algo de Dios, que conoce algo de su Ser.

5¼) La trascendencia (o condici—n inefable) de Dios. Dios es un infinito de inteligibilidad, realidad de inconmensurable riqueza que nuestra inteligencia jam‡s puede agotar, que ninguno de nuestros conceptos puede abarcar o circunscribir.

6¼) La bœsqueda de Dios. Dios, conocido por el hombre, es una realidad que nos atrae, Ser cuyo conocimiento excita el deseo. Por eso el esp’ritu humano no se detiene en la afirmaci—n de su verdad, sino que, precisamente al realizar esa afirmaci—n, experimenta la inquietud, la aspiraci—n a la uni—n con El, el impulso hacia una bœsqueda que culmine en una uni—n cada vez m‡s hondamente vivida.

7¼) La actualidad de Dios. Dios nunca pasa. En todo instante y en todo momento de la historia humana est‡ viva la verdad de Dios. Se puede variar y modificar nuestro lenguaje sobre Dios, la imagen que nos hacemos de El; la humanidad puede tener, en algunos momentos, la impresi—n de que Dios "muere", de que su figura se difumina y desdibuja. Pero Dios es siempre actual y su verdad se abre en todo momento camino en el coraz—n del hombre.

2. Sur les chemins de Dieu no pertenece al gŽnero de las obras de investigaci—n ni al de los tratados, sino al de los ensayos. De Lubac utiliza, adem‡s, una tŽcnica basada no en la exposici—n desarrollada sino en la formulaci—n o presentaci—n de pensamientos. Es decir, no procede mediante una explicaci—n amplia y continuada de las ideas, sino mediante textos m‡s o menos breves Ña veces dos o tres l’neas, a veces hasta cuatro o cinco p‡ginasÑ ordenados siguiendo un esquema, pero independientemente los unos y los otros, y dotado cada uno de ellos de sentido propio.

Esta metodolog’a le permite abordar las cuestiones desde diversas perspectivas, con un estilo sugerente y, en m‡s de un momento, marcado de acentos poŽticos: el itinerario intelectual se presenta as’ como una reflexi—n abierta, m‡s aœn, orientada a la oraci—n. El mŽtodo adoptado tiene pues ventajas, pero se alcanzan pagando un cierto precio: la exposici—n no es siempre completa y algunas consideraciones quedan m‡s apuntadas que demostradas.

3. La idea directriz que sostiene esta obra es, ante todo, lo que puede calificarse como verdad central de la antropolog’a cristiana: es decir, la consideraci—n del hombre como ser creado a imagen de Dios, punto sobre el que De Lubac vuelve repetidas veces, glos‡ndolo mediante ese amplio uso de citas de los Padres y de los grandes te—logos medievales, habitual en sus obras. De Lubac Ñaqu’, como en otras obras suyasÑ aspira a entroncar con los grandes escritores cristianos y promover una teolog’a viva, capaz de entrar en di‡logo con la cultura contempor‡nea y de manifestar al hombre de nuestros d’as la riqueza y vitalidad de la fe cristiana.

Su conocimiento de los escritores patr’sticos y medievales le permiten mostrar la concordancia de la tradici—n cristiana en algunas de las tesis centrales de la antropolog’a teol—gica y poner de manifiesto su virtualidad intelectual y humanizadora. Los aciertos en esta direcci—n son claros. Un juicio sobre el libro no puede sin embargo limitarse a este aspecto. De Lubac no aspira s—lo a dar testimonio de la tradici—n, sino que procede a una reelaboraci—n teol—gica en sentido estricto, interpretando la tradici—n desde su personal perspectiva. A este nivel acude a las ideas de Joseph MarŽchal sobre el dinamismo del esp’ritu y sobre la percepci—n del infinito, que terminan as’ por dotar de fisonom’a a la presente obra.

Esa presencia de una idea teol—gica unifica la exposici—n y la dota de fuerza, pero hace, a la vez, que entre en el terreno de la discusi—n doctrinal y teol—gica. De hecho, ya desde el momento de su primera aparici—n, en la segunda mitad de los a–os cuarenta, suscit— diversas cr’ticas, que apuntaban sobre todo en tres direcciones:

a) La racionalidad de la demostraci—n o prueba de la existencia de Dios. En su deseo de subrayar el car‡cter vital del acceso a Dios Ñy en continuidad con el ya mencionado recurso a las ideas de MarŽchalÑ, De Lubac insiste en que el hombre accede a Dios con toda la persona, y, en consecuencia, pone el acento en el dinamismo espiritual, en la importancia de las disposiciones morales, en la actitud global del sujeto. Todo ello es cierto, pero Àse mantiene la justa medida o se va m‡s all‡ poniendo de algœn modo en entredicho el car‡cter racional de la afirmaci—n de Dios?

b) La trascendencia de Dios. A fin de excluir de manera radical todo planteamiento de tipo racionalista, que reduzca la afirmaci—n de Dios a la mera funci—n de idea que permite explicar el mundo, De Lubac insiste en que nuestro conocimiento de Dios no termina en los conceptos que sobre El formamos, sino en Dios mismo. De ah’ que subraye con fuerza el car‡cter anal—gico de los conceptos, y, en ese contexto, el momento negativo o apof‡tico: Dios es inefable, est‡ por encima de todo cuanto podemos decir de El; no podemos, pues, quedarnos, instalarnos en las afirmaciones que sobre El hacemos, sino que debemos ir m‡s all‡ al encuentro de su insondable realidad. TambiŽn todo ello es cierto, pero Àse mantiene aqu’ el l’mite o se abre la puerta a un cierto agnosticismo teol—gico?

c) La gratuidad de la comunicaci—n de Dios. El naturalismo es, sin duda, el gran enemigo intelectual de De Lubac. Su aspiraci—n suprema es recordar que el hombre no est‡ cerrado en s’ mismo ni situado en un horizonte meramente intramundano, sino ante Dios. Todo ello es claro, pero su idea sobre el dinamismo del esp’ritu, Àno le lleva tal vez a afirmar no ya una ordenaci—n del hombre a Dios sino una exigencia de lo sobrenatural?

4. Estas cr’ticas, aparecidas en los a–os cuarenta y cincuenta, llevaron a De Lubac, en los a–os sesenta, a revisar y retocar su obra, y a publicarla con un nuevo t’tulo, de acuerdo con los criterios que explica en el postfacio con que la complet—. El nuevo texto se esfuerza por salir al paso de las objeciones que hab’an sido presentadas: declarando formalmente que reconoce el valor racional del acceso a Dios y que rechaza todo agnosticismo; matizando o corrigiendo algunas expresiones, o, en otros momentos, denunciando los equ’vocos y las deficiencias de interpretaci—n en que, a su juicio, hab’an incurrido los cr’ticos.

De todas formas, mantiene las posiciones de fondo y la discusi—n teol—gica no queda por entero clarificada.

J.L.I.

 

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