MAETERLINCK, Maurice: La mort de Tintagiles, 1894

1. MŽdico, escritor, premio Nobel de Literatura en 1911. A partir de la lectura de Ruysbroeck, de Novalis y de Emerson, se interes— por los problemas filos—ficos, alej‡ndose del pesimismo radical Ñreflejado en sus obras literariasÑ, para refugiarse en una "consolante sabidur’a", entendida como superaci—n del dolor y aceptaci—n de la vida en la contemplaci—n de la naturaleza (escribi— tambiŽn otros libros sobre biolog’a-filos—fica).

2. El autor emprende en este ensayo la investigaci—n de las diversas opiniones referentes al "m‡s all‡". No es realmente "la muerte" lo que le preocupa, sino lo que puede venir despuŽs de ella; por este motivo, afirma que la muerte en s’ no es temible y que el horror que nos produce es debido a que le achacamos injustamente los sufrimientos que la preceden.

Dedica unas pocas l’neas a la doctrina cristiana Ñque, segœn dice, repugna a su inteligencia por no estar apoyada en ningœn testimonio o prueba convincenteÑ, y discute acerca de las otras soluciones imaginables para el problema de saber si lo desconocido adonde hemos de ir despuŽs de la muerte es o no temible.

3. Dichas soluciones o hip—tesis, que estudia por separado y detalladamente, son:

a) el aniquilamiento total, que considera imposible, porque somos prisioneros de un infinito sin salida en el que nada perece, todo se dispersa y nada se pierde;

b) la supervivencia con nuestra conciencia actual, es decir, la supervivencia del yo liberado del cuerpo, pero conservando plena e intacta la conciencia de su identidad. Considera esta hip—tesis como poco probable, y nada deseable, aunque enlaza con la hip—tesis de la conciencia universal de la que habla m‡s adelante;

c) la supervivencia sin ningœn tipo de conciencia. Esta hip—tesis le parece m‡s aceptable que la del aniquilamiento, aunque para nosotros equivaldr’a a Žl;

d) la supervivencia en la conciencia universal, que supone que a la muerte hemos de encontrarnos frente a un infinito inm—vil, inmutable, perfecto desde la eternidad, ante un Universo sin objeto en el que la ilusi—n de movimiento y de progreso que vemos desde el fondo de esta vida se desvanecer‡ bruscamente;

e) la supervivencia con una conciencia que no sea la misma que aquŽlla de que nos servimos en este mundo. Esta soluci—n no exigir’a la pŽrdida de la peque–a conciencia adquirida en nuestro cuerpo, y aunque torna a Žste casi despreciable, la arroja y la disuelve en el infinito; pero un infinito en el que se nos revelar‡ que la ilusi—n de progreso que poseemos no se encuentra en nuestros sentidos, sino en nuestra raz—n, y que en el Universo, a pesar de la eternidad anterior a nuestro nacimiento, no han sido hechas todas las experiencias; es decir, que el movimiento y la evoluci—n continœan y no se detendr‡n en ninguna parte jam‡s.

Esta œltima hip—tesis le parece a Maeterlinck la m‡s veros’mil Ñ"si cabe hablar de verosimilitud cuando nuestra œnica verdad es que no vemos la verdad"Ñ y dice que es a la que conduce el espiritismo, la teosof’a y todas las religiones que fijan la felicidad suprema en la absorci—n por la divinidad. Es un fin incomprensible Ña–adeÑ, pero al menos es vida.

La conclusi—n de esta primera parte es que, sea la que fuere la hip—tesis que se acepte entre las expuestas, en ningœn caso le parece temible lo que nos espera despuŽs de la muerte.

4. Por la ’ntima relaci—n que guarda con las materias y teor’as tratadas, el autor se ocupa ahora, con bastante extensi—n, de las creencias teos—ficas y espiritistas en la supervivencia de esp’ritus desencarnados y en las transmigraciones, mostrando sus reservas para admitir como incontestables los testimonios ofrecidos por los adeptos a dichas creencias.

El autor no oculta la simpat’a que le inspira la doctrina de la reencarnaci—n, "aceptada por la religi—n de seiscientos millones de hombres, la m‡s pr—xima a los or’genes misteriosos, la œnica que no es odiosa y la menos absurda de todas". Tan s—lo se lamenta de que los partidarios de tal doctrina no aporten pruebas y argumentos perentorios, pues "no hay creencia m‡s bella, m‡s justa, m‡s pura, m‡s moral, m‡s fecunda, m‡s consoladora y hasta cierto punto m‡s veros’mil", porque "ella sola, con su doctrina de las expiaciones y purificaciones sucesivas, explica todas las desigualdades f’sicas e intelectuales, todas las iniquidades sociales y todas las abominables injusticias del destino".

5. En suma, el autor acaba su obra sin expresar su adhesi—n expresa a ninguna de las hip—tesis estudiadas, pues, segœn dice, ha intentado simplemente separar lo que puede ser cierto de lo que ciertamente no lo es; porque, si bien ignoramos d—nde se encuentra la verdad, podemos aprender a conocer d—nde no se encuentra. En este œltimo apartado quedar’a incluida la doctrina cristiana.

En las œltimas l’neas del libro, Maeterlinck muestra su agnosticismo, asegurando que no solamente tenemos que resignarnos a vivir en lo incomprensible, sino que debemos regocijarnos por ello, pues lo desconocido y lo incognoscible son y ser‡n siempre necesarios para nuestra felicidad.

L.N.

 

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