BALZAC, Honoré DE

Eugénie Grandet

(castellano: “Eugenia Grandet”, Espasa Calpe, 7ª ed., Madrid 1979).

 

1. RESUMEN DEL LIBRO

La novela es un todo continuo sin división en capítulos ni separaciones de ningún tipo.

Comienza el relato con la descripción de la ciudad de Saumur, lugar donde se desarrolla la acción; bien que casi exclusivamente se centra en la calle y la casa de los protagonistas. Las notas características son lobreguez y oscuridad; todo acorde con el carácter y el alma del principal personaje masculino: Félix Grandet. De este protagonista se hace la historia y explicación de su actual riqueza: "El señor Grandet gozaba en Saumur de una reputación, cuyas causas y efectos no pueden comprender por completo las personas que no han vivido poco o mucho en provincias. El señor Grandet, llamado por algunos el padre Grandet —pero los ancianos que así le llamaban iban poco a poco desapareciendo—, era, en 1789, un maestro tonelero que disfrutaba de una posición desahogada y que sabía leer, escribir y contar. Cuando la República francesa puso a la venta en el distrito de Saumur los bienes del clero, el tonelero, que entonces contaba cuarenta años, acababa de casarse con la hija de un rico comerciante en maderas. Grandet, provisto de su fortuna líquida y de la dote de su mujer, unos dos mil luises en oro, se fue a la capital del distrito, y allí, mediante doscientos luises dobles ofrecidos por su suegro al feroz republicano que vigilaba la venta de los bienes nacionales, obtuvo legalmente, si no legítimamente, por un pedazo de pan, los viñedos más hermosos de la comarca..." (pág. 15).

Diecisiete años después, Grandet ha conseguido ser el más rico de la comarca —incluso fue un tiempo alcalde de Saumur—; varias herencias (las de sus suegros y la de su abuela) le hacen definitivamente acaudalado, dinero que, administrado con cruel avaricia, aumenta de día en día:

"El señor Grandet tenía a la sazón cincuenta y siete años, y su mujer frisaba los treinta y seis. Su hija única, fruto de sus legítimos amores, sólo contaba diez años" (página 16).

Después de ésta que podríamos llamar introducción aclaratoria, Balzac relata la vida cotidiana de sus personajes, siempre dentro de la casa, obsesivamente encerrados en el viejo y desapacible hogar; el clima asfixiante cobra casi carácter de protagonista.

Los vecinos de Saumur —todos campesinos o pequeños comerciantes— observan con agudo interés el comportamiento del astuto Grandet, sus gestos, palabras escasas, para sacar de ahí orientaciones prácticas que aplicar a su comercio, a sus siembras y recolecciones, etc., y llegar de algún modo a enriquecerse como él.

Otras tres figuras viven el encierro de la oscura mansión del avaro: la muda e inane sombra de su mujer, la tímida y obediente Eugenia, y la fuerte y jovial sirvienta Nanón, fiel a su amo como un perro, delicada a la vez con su señora y la señorita Eugenia.

Pasados trece años, que Balzac hace correr en pocas páginas, principalmente descriptivas de Grandet, visitan la casa la familia del notario Cruchot, para cuyo sobrino, el presidente Bonfons, esperan conseguir la mano de la rica heredera Eugenia, y también la familia del banquero Grassins, con la misma pretensión para su hijo Adolfo. Áridas y aburridas visitas, frías tertulias, de las que Balzac toma ocasión para pintar con acertados trazos realistas la pequeñez y mezquindad de los miembros de estas familias.

Eugenia Grandet, la hija única del avaro, no es descrita al modo y con la técnica de la novela realista —apretada acumulación de datos, juicios y rasgos psicológicos—, sino que el lector la conoce viéndola vivir. Y la ocasión primera comienza el día de su 23 cumpleaños, 1 de noviembre, día en el que el avaro permite encender la chimenea. La celebración del cumpleaños, los ridículos y míseros agasajos, los insignificantes regalos de las familias amigas, permiten a Balzac recrear con acierto los rasgos de la reseca alma del avaro, la humillada vida de madre e hija, la hipocresía y el egoísta interés de los Cruchot y de los Grassins. Este es el momento en el que se muestra la necesidad de pensar en el casamiento de Eugenia: "Durante la comida, el padre de Eugenia, al ver a su hija tan hermosa con su vestido nuevo, había exclamado:

—Ya es el santo de Eugenia, encendamos el fuego, que eso nos traerá buena suerte.

—La señorita se casará este año; eso es seguro —dijo la gran Nanón, al mismo tiempo que se llevaba los restos del ganado, que es el faisán de los toneleros.

—No veo partido para ella en Saumur —respondió la señora Grandet, mirando a su marido con un aire tímido que, dada su edad, revelaba la completa esclavitud conyugal a la que estaba sometida la pobre mujer.

Grandet contempló a su hija, y exclamó alegremente:

—Hoy cumple la niña veintitrés años; pronto habrá que ocuparse de ella.

Eugenia y su madre cruzaron silenciosamente una mirada de inteligencia" (pág, 32‑33).

Durante la ridícula velada, a la que asisten las familias amigas y el cura del pueblo, aparece inopinadamente un forastero, joven y apuesto, recién llegado de París. Eugenia queda inmediatamente prendada de él. Los dos candidatos provincianos ven sus ilusiones deshechas: el joven parisiense es el hijo de un hermano de Grandet, que envía a su hijo con una carta, cuyo contenido desconoce, en la que hace sabedor a Grandet de su ruina y de su decisión de suicidarse por ello, cosa que lleva a cabo; junto a eso, pide a su hermano que facilite a Carlos —ese es el nombre del forastero recién llegado— los medios para emigrar a las Indias donde hacer fortuna.

El avaro Grandet recibe la noticia con extrema frialdad, y dilata el darla a conocer a su sobrino y a su propia familia.

Carlos es descrito como un dechado de frívola elegancia y de vaciedad interior. La presencia del primo no sólo despierta en Eugenia el amor sino que de nuevo da ocasión a Balzac para, con bien estudiados detalles, pintar otra vez la miseria de aquella casa: Eugenia se desvive por agasajar al huésped, y con ella la madre y Nanón, pero todo debe ser hecho a espaldas y a escondidas del avaro, con muy pocos medios, con obligada cicatería, que el cariño y la imaginación logran apenas disimular.

Como hombre sin sentimientos, Grandet da la noticia a su sobrino a bocajarro, y mostrándole un periódico —prestado— en el que aparece la información de la muerte de su padre.

El desconsuelo de Carlos, los desvelos de Eugenia, la simpatía primero y el amor después entre los dos primos constituyen el momento más lírico y delicado de la novela. Eugenia cobra el papel de heroína, y el avaro, ahora, el de contrapunto oscuro a la sencilla y candorosa Eugenia. El primo Carlos parte a las Indias con el dinero que obtiene de vender a su tío Grandet las joyas y alhajas que lleva, y Eugenia queda llena de esperanza en su vuelta y en la promesa de amor y matrimonio. Esta parte es la más ágil y dialogada, y forma el grueso de la novela.

Balzac se detiene luego en una larga y tediosa explicación de la quiebra del hermano de Grandet, y de todos los pasos jurídicos que éste lleva a cabo con la ayuda del banquero Grassins, hasta llegar por fin al día del nuevo cumpleaños de Eugenia, en el que, por inveterada costumbre, Grandet regala a su hija una moneda de oro, pero con la obligación —también inveterada— de que le muestre todas las monedas anteriores supuestamente guardadas por ella. Ya no es así: Eugenia prestó a su primo, al marcharse, ese dinero. La furia del avaro desata su crueldad llevada a extremos increíbles, precipita la muerte de su mujer, encierra a Eugenia en su cuarto a pan y a agua, consiguiéndose la enemistad de todo el pueblo, que llega a conocer el hecho. Eugenia fortalece su carácter; melancólica y ausente, casi fría, aprende de su padre a administrar los cuantiosos bienes de los que va a ser heredera. Y pronto lo es: muere el avaro Grandet como ha vivido, adorando el dinero. En esta escena hay un comentario verdaderamente sorprendente:

—"¡Cuida bien de todo! ¡Allá arriba me darás cuenta de ello! —dijo, por último, probando así con estas palabras postreras que el cristianismo debe ser la religión de los avaros'' (pág. 184).

Muere el amor de Eugenia: su primo se ha hecho rico en las Indias, pero también se ha hecho cruel y duro, olvida sus promesas de amor —han pasado siete años— y va a casarse con una aristócrata parisiense que unirá a su propio dinero la posibilidad cierta de entrar en la alta sociedad y de conseguir títulos y honores.

El matrimonio de Carlos está a punto de no celebrarse al hacerse sabedora la familia aristocrática —empobrecida— de la quiebra que pesa sobre él, herencia de su padre. Eugenia, en un gesto final de heroína, comisiona al presidente Bonfons —constante pretendiente suyo— para que pague la deuda de Carlos. De este modo el anhelado matrimonio de intereses puede cumplirse. Y otro matrimonio se realiza como final de la novela: el del presidente Bonfons con Eugenia. Y aun otro tuvo lugar poco antes: el de la buena Nanón con Cornoiller, que permanecen como fieles servidores al lado de la soltera Eugenia, al lado de su señora casada con Bonfons, al lado de la pronto viuda, retirada y sola Eugenia.

2. VALORACIÓN DOCTRINAL

Eugenia Grandet, primer libro de la larga serie de novelas que componen la Comedia humana, es fundamentalmente el retrato de un vicio: la avaricia, encarnada en Grandet; es, junto a eso, el retrato de un contra‑tipo, paciente, doliente y resignado: Eugenia Grandet.

Este retrato de la avaricia, si bien lleno de vida y de fuerza expresiva, no tiene un componente moral suficiente. El rechazo de este vicio no es un rechazo moral ni religioso propiamente hablando —aunque lo parezca, por las expresiones que utiliza—, sino instintivo, y superficial.

La otra gran figura de la novela, junto al avaro, es Eugenia, su hija. Este personaje femenino podría haber cobrado una consistencia cercana a la santidad; pero Balzac también aquí se queda en lo superficial: demuestra no conocer por experiencia la vida interior, la íntima relación con Dios, y así, aun sobrecargando de expresiones y signos piadosos a Eugenia, bajo una mirada seriamente sobrenatural, se advierte el vacío. Si Eugenia Grandet es una persona viva en la creación de Balzac lo es en lo que tiene y muestra de meramente humano, si resulta atractiva es porque Balzac ha sabido mostrar con realismo el dolor silencioso de esta criatura romántica. Muestra sí su capacidad de observación, el uso exacto y oportuno del detalle, de la costumbre, del gesto; no sabe en cambio describir la resignación cristiana, no sabe pintar con verdadero color un alma que trata a Dios. Se dice comúnmente en la crítica literaria, que Balzac ironiza al tener que habérselas con temas religiosos; no en Eugenia Grandet: Eugenia es un personaje cariñosamente mimado por Balzac, si no ha salido completo de las manos del artífice es muy a pesar suyo.

El cura del pueblo aparece en dos momentos de la novela. En el primer cumpleaños de Eugenia aconseja a la señora de Grassins que coquetee con Carlos, para retirarle de la candidatura a la mano de Eugenia en favor de su propio hijo, despejándole así el camino; consejo impropio en un sacerdote, cuya figura resulta así un tanto desprestigiada, como la de un intrigador.

Más importancia tiene la última intervención del cura en la que muestra un desconocimiento moral y religioso sorprendente: hacia el final de la novela invita a Eugenia a que deje la soltería de la siguiente manera:

"Escúcheme: si quiere usted salvar su alma tiene que seguir una de estas dos sendas: o dejar el mundo, o seguir sus leyes: obedecer a su destino terrestre o a su destino celestial.

—(...) Voy a decir adiós al mundo y voy a vivir para Dios únicamente en el silencio y en la soledad.

—Hija mía, antes de tomar tan violenta resolución hay que reflexionar maduramente. El matrimonio es una vida y el velo es nuestra muerte.

—Pues bien: ¡la muerte, la muerte enseguida, señor cura!—dijo Eugenia con una espantosa vivacidad.

—¿La muerte, señorita? No olvide usted que tiene que llenar grandes deberes para con la sociedad. ¿No es usted la madre de los pobres, a quienes da ropa y leña en invierno y trabajo en verano? Su inmensa fortuna es un préstamo que es preciso devolver, y usted la aceptó santamente de este modo. Sepultarse en un convento sería egoísmo, y permanecer soltera no debe usted hacerlo. En primer lugar, porque sola no podría administrar su inmensa fortuna y acabaría por perderla; y en segundo lugar, porque tendría usted mil pleitos y se vería envuelta en invencibles dificultades. Crea usted a su pastor: necesita usted un esposo para conservar lo que Dios le ha dado. Yo le hablo a usted como a una amada oveja. Usted teme demasiado sinceramente a Dios para no lograr la salvación de su alma en medio del mundo, siendo, como es, uno de sus más preciosos adornos, y dándole, como le da, tan santos ejemplos" (págs. 200‑201).

Como puede apreciarse, las palabras que Balzac pone en boca del cura muestran una notable ausencia de sentido cristiano, junto con una visión deformada de la vida religiosa y del matrimonio; todo ello con un acento cínico que hace aún más desagradable la figura del sacerdote.

A continuación, Eugenia, queriendo conciliar sus deseos con el consejo del cura, le pregunta si podría contraer matrimonio con la condición de permanecer virgen. El cura, en lugar de darle la respuesta negativa, contesta con una evasiva:

—Este es un caso de conciencia, cuya solución desconozco. Si quiere usted saber lo que opina el célebre Sánchez en su suma De Matrimonio, podré decírselo a usted mañana" (página 203).

De este modo, Eugenia toma la resolución que pretendía el cura, de acceder al matrimonio con el presidente Bonfons, que lo único que desea es la fortuna de Eugenia; pero accede con estas condiciones: "—Señor presidente —le dijo Eugenia con voz emocionada cuando estuvieron solos—, ya sé lo que le gusta de mí. Júreme usted dejarme libre durante toda la vida y no hacer uso ninguno de los derechos que el matrimonio le dé sobre mí, y mi mano es suya. ¡Oh! —añadió al ver que el presidente se arrodillaba—, todavía no he acabado. No quiero engañarle a usted, caballero; mi corazón está ocupado por un pensamiento inextinguible. La amistad será lo único que podré conceder a mi marido, y no quiero ni ofenderle ni contravenir las leyes de mi corazón. Pero usted no poseerá mi mano y mi fortuna sino a costa de un inmenso favor" (página 204).

El "inmenso favor" es ir a París a pagar la deuda de la quiebra que Carlos tiene, herencia de su padre. Las "leyes de mi corazón" es que seguirá enamorada toda su vida del ingrato Carlos.

Balzac muestra desconocer la naturaleza del matrimonio, cuando hace los encomios finales a la dolorida y piadosa vida de Eugenia, que son una caótica incongruencia ignorante:

"Eugenia, acostumbrada por su desgracia y por su educación a adivinarlo todo, sabía que el presidente deseaba su muerte para entrar en posesión de su inmensa fortuna, aumentada aún con las herencias de sus tíos, el notario y el cura (¿?), a quienes quiso Dios llamar a su seno. La pobre solitaria se compadecía del presidente, y la providencia la vengó de los cálculos y de la infame indiferencia de su esposo" (p. 209).

Balzac aquí resume deprisa porque, de hacer vivir a la Eugenia que supo poner en pie tan maravillosamente antes, quedaría al descubierto la inconsistencia de sus personajes, que es la de su propio pensamiento.

Tres años después Eugenia queda viuda, y Balzac construye la situación final de modo que le sirva para hacer una burla de las virtudes de Eugenia: burla que trata de ser cruel, pero que se queda en un amargo desahogo de su propia impotencia: "Eugenia posee todas las noblezas del dolor, la santidad de una persona que no ha manchado su alma con el contacto del mundo, pero también la rigidez de la solterona y los hábitos mezquinos que da la vida limitada de provincias. (...) Eugenia se encamina al cielo, acompañada de un cortejo de buenas obras. La grandeza de su alma contrarresta las pequeñeces de su educación y los hábitos de su primera vida. Tal es la historia de esta mujer, que no pertenece al mundo, aun viviendo en el mundo, y que, constituida para ser esposa y madre excelente, no tiene marido, hijos, ni familia" (páginas 209 y 210).

Presenta así el autor la infelicidad y la frustración de Eugenia como consecuencia de sus virtudes, las cuales, con sólo estas últimas palabras, aparecen como algo odioso que, sin embargo, "conduce al cielo". Viene a decir, pues, que Eugenia es una santa porque es una fracasada.

Se contiene aquí semioculta una grave deformación de la vida cristiana, que aparece como algo triste y lúgubre; quizá porque el autor no ha conocido la alegría del corazón y la profunda paz del alma que van unidas inseparablemente a la verdadera fe vivida con coherencia. Balzac ignora que los auténticos santos —y no la parodia que presenta en Eugenia— han sido y son los hombres y mujeres más felices y más plenos, pues sólo Dios puede llenar del todo el corazón humano, hasta el punto de que no es posible ser santo sin ser plenamente hombre o mujer. El personaje de Balzac —Eugenia Grandet— no es una santa, como pretende el autor, sino únicamente una fracasada, que no eligió libre y voluntariamente lo mejor, sino que se limitó a "padecerlo resignadamente": una caricatura de la santidad.

3. VALORACIÓN TÉCNICO‑LITERARIA

Los pasajes más significativos y valiosos son el idilio y la enamorada espera de Eugenia, las escenas domésticas en que queda magistralmente trazada la cicatera roñosería del avaro Grandet; el sutil recurso de llamarle siempre por su apellido, el hecho de que no tenga ya padres ni se hable de ellos...

Junto a los demás personajes de la novela, Balzac recoge el palpitar del se dice con la morbosa viveza de una crónica periodística de sucesos; ahí está el pueblo de Saumur viviendo, comentando, juzgando la historia de Eugenia Grandet, tan cerca del lector.

Finalmente, puede considerarse un hallazgo técnico esa constante del mismo escenario: el interior de la casa, su clima, su silencio húmedo, su oscuridad agobiante, el crujido de las viejas escaleras de madera, los muebles... todo adquiere la fuerza de un escenario teatral abierto e iluminado ante nuestros ojos. Las breves salidas al campo no significan descripción de paisajes. Los viajes a París, que llevan a cabo personajes secundarios en representación de los principales, tampoco son descritos ni pormenorizados. La avaricia encuentra muy adecuadamente su caldo de cultivo en la lóbrega casa de la que el lector tampoco sale; la dolorida angustia opresiva de Eugenia, humillada y traicionada, permanece también en el ahogo de una oscura y húmeda y fría estancia, en la que ni siquiera entra el sol.

Sin duda alguna la novela cae al final por la impericia de Balzac, que no sabe cómo habérselas con interioridades sobrenaturales y con intimidades espirituales, las cuales, habiendo aparecido espontáneamente en la novela —precisamente porque pretende ser realista, quedan sin solución.

P.A.U.

 

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