BARRET, Charles K.

El Espíritu Santo en la tradición sinóptica

Colección Koinonía, Secretariado Trinitario, Salamanca 1978, 275 pp.

(T. o.: The Holy Spirit and the Gospel Tradition)

CONTENIDO

La intención de la obra es resolver o aclarar esta paradoja: ¿Por qué los Evangelios sinópticos hablan tan poco del Espíritu Santo y reflejan un ambiente que no es "pneumático", cuando la primitiva Iglesia —tal como nos la pintan los Hechos de los Apóstoles y otros libros de tradiciones no sinópticas— era decididamente pneumática?

Barret inicia entonces un estudio de la "tradición sinóptica" —la expresión indica que entiende a los Sinópticos como manifestaciones literarias de una determinada "tradición cultural"— en los lugares donde pueden aparecer referencias al Espíritu Santo.

Los siete primeros capítulos se ocupan concretamente de la Concepción por el Espíritu Santo (2), del Bautismo de Jesús (3), sus relaciones con los "espíritus" —tentaciones en el desierto y exorcismos— (4), sus poderes milagrosos, propios de un hombre "pneumático" (5), las profecías (6) y otros pasajes varios (7). El capítulo 8 —"Jesús y el Espíritu— es una evaluación de los resultados obtenidos.

El capítulo 9 inicia una nueva dirección: "El Espíritu y la Iglesia". Se trata de caracterizar a la Iglesia antes y después de la muerte del Señor: ¿era una comunidad llena del Espíritu? El último capítulo sintetiza los dos anteriores y contiene las conclusiones de este trabajo.

¿Qué respuesta da Barret al interrogante que planteara? No es sencillo determinarla ni explicarla, pues la emite en función de muchos presupuestos que intentaremos especificar al referirnos a su metodología. Se puede resumir en los siguientes puntos:

        — la tradición cultural veterotestamentaria relacionaba íntimamente al Mesías y al Espíritu;

        — por tanto, los rasgos pneumatológicos que puedan hallarse en los Sinópticos no han de ser atribuidos a influencias helenistas —al menos, no determinantemente—;

        — en los Sinópticos aparecen, en efecto, tales rasgos, aunque muy velados;

        — esa cierta "modestia" o falta de interés por lo pneumatológico —por lo "supranatural" y espectacular— también forma parte de la tradición cultural judaica;

        — además las creencias escatológicas de los evangelistas prevalecían sobre su relativo interés por fenómenos "espirituales";

        — sólo tras la frustrada espera de la inminente parusía, la comunidad comenzó a interpretar como auténtica vindicación del Mesías crucificado, y como señal de la nueva era, la comunicación del Espíritu a ella misma. Así aparece la autocaracterización (tardía) de la Iglesia como comunidad pneumatológica.

METODOLOGÍA

Barret acude en su investigación a tres tipos de fuentes: las escrituras judeocristianas, los testimonios literarios de la Antigüedad judaica y pagana, y los escrituristas protestantes. Las dos primeras fuentes constituyen su única materia de trabajo, concediéndose a ambas idéntico valor "testimonial" como "corrientes culturales históricas".

Además Barret, a la hora de estudiar ese material bruto, maneja hipótesis y estudios de escrituristas como Leisegang, Windisch, Bultmann y Flew, que —como él— tienen interés por conocer la cultura judeocristiana considerando a las Escrituras sólo como un "fenómeno cultural".

Como puede adivinarse, este estudio sólo materialmente —por su objeto material— podría denominarse "teológico". Ciertamente se preocupa de problemas teológicos —o problemas cristianos— pero no son resueltos desde la fe cristiana ni, por supuesto, desde una metodología teológica. Veamos al respecto algunos de los presupuestos que no adopta Barret:

1) No reconoce la autoría divina de la S. Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Por ello, nada distingue al AT de los escritos talmúdicos y demás escritos judíos: tienen idéntico valor testimonial. No gozan tampoco del carácter de inerrancia. Su arrogancia crítica llega, en este sentido, a extremos chuscos: dejándose llevar del hábito de analizar qué quieren decir los textos más allá —o en contra— de lo que llanamente dicen, Barret, enmienda la plana a los Evangelistas: "los evangelistas posteriores... entendieron mal a Marcos, y leyeron en la narración del bautismo más de lo que en realidad quería decir. (...) Según parece... Marcos usó el relato como una afirmación cristológica" (p. 67); e incluso juzga de la suficiencia de la predicación del Señor (cfr. pp. 231-232).

2) No acepta la autenticidad de los Evangelios. Por eso emplea la expresión "tradición sinóptica", porque los Evangelios fueron escritos —dice— por comunidades cristianas y no se deben propiamente a la pluma de los cuatro evangelistas. Así se explica que hable de una "tradición" en sentido creador de la doctrina, según que los círculos cristianos recibieran esta o aquella influencia cultural (cfr. pp. 50-51; p. 261).

Por no aceptar la autenticidad, Barret no acepta tampoco la inspiración, que es el fruto de la inerrancia.

Los Evangelios resultan ser relatos hechos por hombres, sujetos a deficiencias (cfr. p. ej. p. 94: "Los relatos de la tentación se componen de hecho de elementos muy diversos. Su base es mítica; es una antigua fábula de una guerra de dioses, adaptada a un particular conflicto mesiánico. (...) son un medio gráfico, e inadecuado, para enunciar el conflicto entre el bien y el mal"). (cfr. también pp. 119 y 169).

3) No afirma la divinidad de Jesucristo: "A Jesús se le dirige la palabra (tras el Bautismo del Jordán) como el recién constituido Hijo de Dios en virtud de su investidura como Mesías" (p. 82). En toda la interpretación del Bautismo hay resabios de nestorianismo: no queda claro que la Filiación divina sea algo más que una "función" cuya colación ab extrinseco tendría lugar en el Jordán. En ningún momento se refiere a que Jesús sea Dios; más bien sus silencios tienden a mostrar que era un puro hombre "familiarizado con este mundo de los espíritus" (p. 187), a los que enseñoreó ante los ojos de los evangelistas: "para ellos, los milagros eran manifestaciones del poder divino (Lc 5, 7) que residía en Jesús como si manara de él para un contacto saludable con los enfermos" (p. 187). Mayor "asepsia" no puede darse: Barret se considera un mero observador ante la fe (de otros) en el Hombre-Dios. Curiosamente, considera que ni los milagros, ni las visiones, ni la expulsión de demonios "le hicieron diferente de los otros hombres" (p. 118), sino sólo un hombre pneumático, como tantos otros de la Antigüedad (pp. 186 ss.).

4) No emplea la "analogia fidei". Ya se ha podido comprobar respecto a la divinidad de Cristo que Barret prescinde de cualquier "prejuicio" al respecto; es decir, prescinde de la fe cristiana. También se extiende esta actitud ante la naturaleza misma de la S. Escritura. Pero es que Barret no cuenta en ningún caso con la fe como instrumento hermenéutico, lo cual resulta particularmente sensible en su metodología heurística. En efecto, al prescindir de la fe, los contenidos del problema planteado se desrealizan fundamentalmente (cfr. p. 103). El alcance de este estudio abraza tan solo realidades culturales —de pensamiento— pero no verdades históricas u ontológicas. No sabemos que el Espíritu sea algo real ni que Jesús fuera Dios; sólo nos resta preguntarnos por los factores ideológicos determinates de que, en algunos relatos sobre la vida del hombre Jesús, aparezca o más bien tienda a ocultarse una dimensión "pneumatológica" —que aquí es entendida como espiritista o paranormal—.

Como cabe apreciar, en consecuencia, esta obra no puede considerarse como auténtica teología, sino como literatura teológica. Carece, por tanto, de interés teológico; es decir, se muestra absolutamente incapaz de descubrir verdad alguna sobre Dios, sobre Cristo, sobre el Espíritu Santo o sobre el misterio de la Iglesia.

La lectura de esta obra no podrá por menos de causar perplejidad en cualquier creyente, pues en sus planteamientos laten numerosos factores apriorísticos que distan de ser comúnmente admitidos, aunque sean aceptados sin discusión en determinados círculos —ambientes influenciados por el protestantismo liberal—. Algunos ejemplos de estos factores:

        — sostener de algún modo cierta autoridad de las Escrituras, (que reivindican para sí mismas absoluta veracidad y que son objeto de especial estudio científico por eso mismo —estudios teológicos—) y admitir la hipótesis de que esas Escrituras sean una pura creación humana: "Todos los evangelistas insisten en que durante el bautismo de Jesús descendió sobre él el Espíritu en forma de paloma, y es razonable suponer que este simbolismo tenía un significado particular para aquellos que lo emplearon" (p. 68). Late en ese texto una fundamental incoherencia: mientras primeramente se acepta el testimonio histórico de los evangelistas, enseguida se añade otra observación con la que parece darse por supuesto que la venida del Espíritu en forma de paloma, es, todo lo más, una metáfora, un símbolo poético. Lo sorprendente del caso es que Barret asume tan curiosa síntesis con envidiable serenidad. Quizá se puede explicar su actitud señalando que realmente no le parece relevante que la paloma descendiera o no sobre Jesús; Barret se desentiende de lo real, de lo histórico-existencial que está contenido en la fe cristiana. La mediación de la tradición cristiana no es —para él— verdadera tradición (de tradere, entregar) sino creación, necesariamente es creación y, por tanto, mistificación; un hiato en la autenticidad del cristianismo que separa al cristiano moderno del cristiano histórico.

        — en este sentido, cabe entender también otro momento de su metodología: el rastreo de los "logoi Christoû". El mínimo contacto con Cristo sólo podría asegurarse mínimamente en algunos pasajes evangélicos donde cupiera —a los expertos— reconocer las arcaicas palabras literales del Señor. Se trata, en el fondo, de otro callejón sin salida, de otra aporía. Si Barret parte de que los Sinópticos contienen muy pocas palabras de Jesús sobre el Espíritu Santo "y estas, de autenticidad dudosa" (p. 17), valdría más que abandonara totalmente el estudio que a continuación emprende. La dudosa actitud ante las fuentes documentales —dudosa en cuanto dubitante y también en cuanto discutible por su problemática— se muestra, al fin, incapaz de alcanzar ninguna certeza considerable.

En efecto, la respuesta de Barret al problema planteado por él mismo es una respuesta pagada, que extrae toda su fuerza de otra hipótesis que, a lo largo del desarrollo de este estudio introduce con perfecta naturalidad: el escatologismo: "la motivación del bautismo de Juan estriba en la necesidad escatológica que le impulsó a su ministerio profético, o sea, su convicción de que era breve el periodo que quedaba de la historia del mundo" (p. 65). Barret, aceptando la hipótesis escatologista, incurre consecuentemente en su corolario: negar la plenitud de ciencia de Cristo y, por tanto, su divinidad.

Pues bien, esta será precisamente la conclusión de Barret, que "el pensamiento escatológico de Jesús... da una explicación de su silencio con respecto al Espíritu. (...) No profetizó la existencia de una comunidad llena del Espíritu porque no previó un intervalo entre el periodo de su humillación y el de la glorificación completa y final" (p. 258). Al errar (?) su visión del futuro "el curso real de los acontecimientos motivó inevitablemente la creencia de que el Espíritu estaba operante en la Ecclesia" (p. 259). Y, en vista de ello se construyen los Sinópticos, según el punto de vista de la comunidad post-pascual modificando las enseñanzas escatológicas de Cristo, "sea por la creación de nuevos logia, sea por la modificación de los logia ya existentes. El resultado de todo esto fue que se describió al mismo Señor como un hombre espiritual" (p. 261).

Nótese la increíble complicación metodológica que plantea esta conclusión: partiendo de los logia Christi se llega a que posiblemente tales palabras no son de Cristo.

VALORACIÓN DOCTRINAL

El valor de este libro es ciertamente muy discutible. En principio hay que notar que es un libro de escuela, que se funda sobre las hipótesis del protestantismo liberal y que, más concretamente, postula un evidente escatologismo.

Desde el punto de vista teológico habría que afirmar:

— el equívoco sentido de este estudio que, como otros de su género —teoría redaccional— adolece, en medio de un prurito de asepsia y de precisión formal, de una clamorosa falta de autoconciencia a nivel metodológico: no puede ser más problemática su relación con el objeto —la fe cristiana— que quiere estudiar. Desde luego carece del apoyo y fundamentación objetivos de la ciencia teológica.

— incurre en graves errores —aceptados sin ningún reparo— sobre la fe católica: niega la perfección de la ciencia de Cristo, la autenticidad e inerrancia de los Evangelios y la Divinidad de Cristo.

— sólo indirectamente puede tener algún interés teológico alguno de los estudios parciales que lleva a cabo sobre cuestiones de exégesis neotestamentaria, en las que trae a colación numerosos pasajes paralelos del AT y testimonios semejantes de la Antigüedad pagana.

— el problema central del libro es un pseudo-problema que la  luz de la fe reduce a la nada: porque Cristo instruyó debidamente a los Apóstoles sobre el Espíritu Santo, aunque la misión y la manifestación del Espíritu de Cristo sólo debía tener lugar con el nacimiento de la Iglesia.

 

                                                                                                              J.M.O. (1981)

 

Volver al Índice de las Recensiones del Opus Dei

Ver Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei

Ir al INDEX del Opus Dei

Ir a Libros silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)

Ir a la página principal