BARTHEL, Pierre

Interprétation du langage mythique et Théologie Biblique

(Etude de quelques étapes de l'évolution du problème de l'interprétation des représentations d'origine et de structure mythiques de la foi chrétienne).

Leiden (E. J. Brill, réimpression anastatique, 1967), 399 pp.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

Según afirma su propio autor, el presente estudio ha nacido de la inquietud que sembró en él la lectura del célebre programa de la “desmitización” del Evangelio, publicado en su tiempo por Rudolf Bultmann.

Desde el manifiesto bultmanniano, en efecto, el tema “revelación y mito” ha llegado a ser una de las principales cuestiones abiertas a la teología bíblica, o quizá mejor, la cuestión propia de la “modernidad” . Pero ya antes, después del desarrollo de la Aufklärung, se había ido aceptando en amplios sectores de la intelectualidad europea la exigencia de someter a una crítica total y radical de racionalidad toda afirmación, fuese ésta o no de orden religioso. A tal exigencia de “racionalidad” ha sido sometido el testimonio bíblico, de tal modo que, en las últimas décadas, la lectura hermenéutica de la Biblia ha constituido la verdadera cuestión bíblica, de modo semejante a como, a fines del siglo XIX, lo fue la inerrancia de los textos sagrados. Sin duda, los actuales problemas hermenéuticos aludidos difícilmente hubieran surgido sin toda la época crítica precedente.

En la literatura científica actual se suele afirmar que, de una parte, el contenido de la Revelación y, de otra, la manera de exponer de la propia Biblia, su modo de representar su propio contenido, no se identifican sin más, y que la identidad de ambos aspectos no queda garantizada por la inspiración divina de la Sagrada Escritura. Es decir, se plantea el problema de la separación entre contenido de la Revelación bíblica y exposición o representación de ese contenido —testimonio— de los autores sagrados. Ahora bien, si tal distinción parece, en principio, legítima y necesaria, sin embargo, una extremada radicalización del problema ha conducido con bastante rapidez en algunos sectores a la división y separación absolutas de ambas cosas, división que, en no pocos autores, no respeta ya la real unidad existente entre contenido y testimonio y la posibilidad de alcanzar aquél a partir de éste.

Barthel ha llegado a la convicción de que el problema planteado por Bultmann es aún más central para la teología, tanto protestante como católica, de lo que pensaba el profesor de Malbourg. Por ello Barthel ha abordado la reconstrucción histórico-crítica de las etapas que marcaron el nacimiento del problema en Bultmann, y las consecuencias posteriores. De este modo, el contenido del libro que reseñamos se dirige a estudiar primeramente el nacimiento y maduración del problema del mito en la teología prebultmanniana. Pasa después al análisis de la interpretación existencial del Evangelio, llevada a cabo por el mismo Bultmann y su escuela. Finalmente, se detiene a considerar los tres grandes intentos postbultmannianos: la interpretación ontológica del mito por la teología de la correlación de Paul Tillich; la interpretación de la fe cristiana por el método de discriminación y de reducción henológica de Henry Duméry; y la interpretación simbólica de las representaciones de origen y de estructura míticas de Paul Ricoeur. Por esta simple enunciación puede apreciarse ya lo ambicioso del proyecto de Barthel y las dificultades de su estudio.

En el análisis del nacimiento y maduración del problema crítico de interpretación de las representaciones de origen y estructura míticas en la época prebultmanniana, recorre Barthel una amplia gama de autores y escuelas: primeros pasos y formulaciones del problema hermenéutico en la escuela del mito; reacción de De Wette; eliminación de la fe cristiana por D. F. Strauss y los mitómanos; solución estético-religiosa del símbolo-fideísmo de la Escuela de París; y desescatologización hermenéutica de Albert Schweitzer. Toda esta parte muestra cómo el problema crítico de Bultmann no aparece de pronto, sino que va precedido de una secular tradición crítica, casi exclusivamente de lengua alemana.

Al estudiar el pensamiento de Bultmann, encuentra Barthel que el profesor de Malbourg sólo había arrostrado parcialmente el problema. Por eso el autor aborda el estudio de la lectura ontológica de la fe cristiana, emprendida por Paul Tillich, el análisis epistemológico del cristianismo, de H. Duméry, y la simbólica del mal, de Paul Ricoeur. A partir de la confrontación de estas diferentes lecturas hermenéuticas, es como Barthel piensa que pueden ser alcanzados —de sus concordancias y discrepancias— los puntos neurálgicos, las articulaciones, los precisos planteamientos de los problemas interpretativos de las representaciones de origen y estructura míticos, que puedan tener una consistencia científicamente firme en la teología moderna. Pero Barthel, que no oculta su engagement por la solución kerigmática de Karl Barth, advierte, sin embargo, que no intenta en su libro indicar cómo se puede o se debe resolver el problema crítico de la interpretación bíblica, sino que su intención es solamente ayudar al lector a planteárselo en sus justos términos, a partir del balance de los intentos de solución hasta ahora propuestos.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

Parece que hay que poner en duda que Barthel haya conseguido su propósito: es muy notable el esfuerzo de comprensión y exposición del pensamiento de tantos y tan variados autores, y en esto radica principalmente el mérito del libro; en cuanto a haber conseguido plantear el problema en sus justos límites, pienso que se ha quedado bastante lejos de alcanzar su objetivo, pero —y ello va quizá en descargo de Barthel— no tanto por los defectos de su libro como por la dificultad intrínseca del tema y, también, por el punto de partida del propio autor, tal vez demasiado vacilante para ser seguido por el lector. También habría que advertir que el autor es normalmente muy oscuro en su exposición y muy discutible —y esto quizá sea irremediable para todo aquel que intenta un programa tan ambicioso y difícil como el de Barthel— en muchas páginas de su interpretación de los diversos autores por él recensionados. Así, por ejemplo, el propio H. Duméry ha rechazado enérgicamente, tras la aparición de la primera edición del libro de Barthel (1963), la interpretación de que ha sido objeto por parte de éste (cfr. Les Etudes Philosophiques 19 (1964) 205 y 296). También Henk van Luijk (en Philosophie du fait chrétien, Paris-Bruges 1964) estima que la interpretación que Barthel hace de Duméry es completamente infeliz. A su vez, es muy oscura la interpretación que hace el autor de R. Bultmann: a través de esa exposición, es realmente difícil que un lector se haga cargo del pensamiento de Bultmann, en contraste, por ejemplo, de otras exposiciones más claras como la hecha por René Marlé (R. Bultmann et l'intérprétation du N.T., Paris 1956).

Quizá una de las causas de la oscuridad del libro y de la dificultad que representa para el lector seguir todo el hilo de la temática que estudia, radica en la mezcla que Barthel lleva a cabo de la problemática de Bultmann sobre el N.T., con las más amplias de algunos de los “prebultmannianos” y, sobre todo, con las de Ricoeur, Duméry y Tillich. El autor debería haber separado con mucha más claridad, de una parte, el problema del mito en relación con los textos arcaicos del A.T., y de otra la teoría bultmanniana del mito en el N.T.: ambas problemáticas no pueden ser tratadas al mismo nivel, aunque no sea más que por las diferencias de categorías entre ambos estadios de la Revelación: de unos a otros textos, el lenguaje de revelación ha recorrido un largo camino, y por tanto, los problemas de interpretación no tienen exactamente el mismo punto de partida, aunque sea idéntico el de llegada.

Sin embargo, el estudio llevado a cabo por Barthel tiene interés como balance e intento de síntesis. No es de extrañar que en problemas tan complejos, las opiniones y resultados de la investigación del autor sean ampliamente discutibles e, incluso, rechazables en mayor o menor proporción. Una prueba del enorme esfuerzo de Barthel, y de su utilidad, es la ingente cantidad de documentación que ha consultado y reseñado, y a la cual remite en sus lugares correspondientes. Un ejemplo de ello pueden constituir los trabajos más antiguos de Tillich, normalmente olvidados en la literatura actual sobre estos temas, pero que Barthel saca una y otra vez a colación. En este aspecto, el libro es útil.

La problematización radical de la interpretación del lenguaje mítico ha podido surgir tras el influjo de la teoría, aprendida en Kant, de los límites y posibilidades del conocimiento, que vedan la aceptación pacífica, como conocimientos científicos, de las verdades atestiguadas por la Biblia, en la medida en que estas verdades traspasan los métodos modernos de la experiencia y de la comprensión humanas. Barthel declara en la introducción (p. 8) que su investigación le ha ido convenciendo de que toda teología dominada por el kerigma de la Iglesia primitiva, debe ser asegurada con una hermenéutica de los signos y de los mitos a ellos asociados, hermenéutica que permitirá desmitologizar “el universo del discurso cristiano” sin, por el contrario desmitizarlo, es decir, “liberarlo de las falsas objetivaciones de la mitología, sin perder el sentido simbólico del mito”. De este modo, piensa Barthel, se podrá llegar al desarrollo de una teología del símbolo religioso que permitirá a la teología kerigmática reconstruir críticamente el contenido religioso cristiano tradicional. En todo este aspecto, hace demasiadas concesiones a la teoría bultmanniana del mito.

VALORACIÓN DOCTRINAL

El libro de Barthel revela la carencia de unas concepciones filosóficas más realistas que le habrían proporcionado un despegue mayor de las posiciones por él mismo recensionadas y críticamente juzgadas y, por tanto, una perspectiva para ver el conjunto de la problemática con mayor autonomía. Por eso Barthel, desde su posición intelectual configurada por el subjetivismo de la Reforma, y en la que gravitan de un modo dispar las fuerzas de diversos sistemas de pensamiento “moderno” y los retos de la crítica radical a la Biblia no encuentra en efecto, otra solución que la teología kerigmática de Karl Barth. Para el teólogo católico, pues, el libro de Barthel ofrece, en una selección sintética y bastante sistematizada, una serie de contactos con importantes empresas de la epistemología de la revelación, en cierto modo insoslayables en un diálogo intelectual en tales campos. Pero al mismo tiempo, la lectura crítica del libro reseñado nos pone en aviso del esfuerzo ímprobo que supone intentar una cierta síntesis de todo el complejo mundo de cuestiones ya planteadas: tanto los prebultmannianos, como los bultmannianos y los postbultmannianos han conducido los problemas hermenéuticos y epistemológicos de la Revelación a callejones con muy difícil salida y, a veces, incluso sin salida posible.

Es un hecho que la teología, a lo largo de la historia, se ha visto confrontada con diversas formas de pensamiento que, en su inspiración originaria, diferían notablemente de ella. A veces, esta confrontación ha sido fructuosa y ha conducido en ocasiones a resultados positivos. Cada generación de teólogos y exégetas ha tenido que enfrentarse con la tarea en la situación concreta de su época. En nuestros días, sin embargo, el problema se agranda y, sobre todo, se profundiza más que en las épocas precedentes, porque la teología no debe dejar sin respuesta al desafío intelectual que le presenta ahora la especulación y la experiencia verdaderamente científicas. Es claro que, en muchos campos, la exégesis y la teología actual deben acometer en profundidad la traducción de la expresión o representación precientífica del testimonio de la Revelación a términos y conceptos del lenguaje científico y actual; pero con exquisito cuidado para que en esa traducción no se pierda o minimice el contenido de la fe. Y este contenido se pierde o se reduce notable e ilegítimamente, en esos intentos cuya encuesta crítica aborda el libro de Barthel, y también, en cierta medida en no pocos de los intentos del propio Barthel de replantear los problemas en sus justos términos.

Abundando en este último aspecto, la temática que aborda —de absoluta actualidad en los campos de la exégesis bíblica, de la teología fundamental y de la filosofía de la religión, pero al mismo tiempo temática movediza y peligrosa—, está planteada desde unas posiciones que presentan una problemática extremadamente radical y con muy difíciles salidas para la ortodoxia de la doctrina. En efecto, los intentos de interpretación epistemológica de la fe cristiana, que se estudian en los libros en cuestión —dejada aparte la buena intención de sus autores respectivos—, hasta ahora han contribuido, en mayor o menor grado, según los casos, a minar las bases de la interpretación bíblica y los fundamentos del tratamiento teológico y aun filosófico de la Revelación.

El autor, desde luego, no puede ser católico: se mueve al margen de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, de la tradición católica ortodoxa y aun de la mentalidad del pensamiento filosófico católico. El autor no expresa en qué confesión cristiana se sitúa; únicamente se declara partidario de la solución de la teología kerigmática de Karl Barth. La filiación protestante del autor parece evidente.

El libro es netamente desaconsejable a cualquier nivel, incluso de doctorado. Únicamente podría interesar a personas muy formadas que tengan verdadera necesidad para su trabajo teológico, bíblico o filosófico.

J.M.C

 

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