BROWN, Raymond E.

Jesus God and Man. Modern Biblical Reflections

Macmillan Publishing CO., New York 1967, 109 pp.

CONTENIDO

El libro recoge dos artículos publicados. El primeroDoes the New Testament Call Jesus God?— en Theological Studies 26 (1965) 545-573; y el segundoHow Much Did Jesus Know?— en The Catholic Biblical Quarterly 29 (1967) 315-345.

A) Primer capítulo (pp. 1-38).

Versa, no sobre si Cristo es Dios —eso ya ha sido definido en Nicea—, sino sobre el sentido y el alcance con que esta verdad se contiene en el Nuevo Testamento. Y en concreto estudia, no lo que el Nuevo Testamento enseña acerca de la divinidad de Cristo, sino sólo un aspecto: el uso que hace del término Dios aplicado a Jesús.

Estudia así:

        1. Los textos que parecen implicar que el título Dios no se aplica a Jesús.

        2. Los textos que a causa de la sintaxis o de variantes textuales son dudosos que se aplicaran a Jesús.

        3. Los textos en los que Jesús es claramente llamado Dios.

1. El término Dios en el Nuevo Testamento se aplica mayoritariamente al Padre. Se distingue entre Dios Padre y Cristo: por ejemplo: Mc.10, 18; Mc.15,34; Mt.27,46; Eph.1,17. Otros textos muestran a Jesús estrechamente asociado con Dios, le llaman Señor y mediador, pero muestran una fuerte tendencia a reservar el título de Dios al Padre. Así en Jn.17,3; ICor.8,6; Eph.4,4-6; ITim.2,5. Otros, en fin, parecen afirmar que Jesús es menor que Dios o que el Padre: Jn 14,28; Mc.13,32; Phil.2,5-10.

2. Las dudas se originan en:

        a) Textos con variantes textuales, vgr. Jn.1,18;

        b) Textos oscuros a causa de la sintaxis: Tit.2,13;

           I Jn.5,20; Rom.9,5; II Pet.1,1.

3. Jesús sería claramente llamado Dios en los siguientes textos: Heb. 1,8-9; Jn.1,1; Jn.20,28.

Al final de este primer capitulo valora los datos analizados. Según él, Jesús seria llamado Dios en 8 ocasiones en el Nuevo Testamento: las tres indicadas en este primer capítulo, más las que aparecen en Jn.1,18, Tit.2,13; I Jn.5,20; Rom.9,5 y II Pet.1,1.

Esto implica que nunca es llamado Dios en los Sinópticos. Ni siquiera en el Evangelio de S. Juan aparece llamándose Dios a Sí mismo. Por tanto, en los estratos más antiguos del Nuevo Testamento Jesús no es llamado Dios. S. Pablo no lo hace en ningún escrito anterior al año 58. La lentitud del desarrollo del uso de aplicar el apelativo Dios a Cristo se debería a que en los primeros años aún predominaría la herencia del Antiguo Testamento en el uso de este título, que se aplicaría sólo al Padre, y poco a poco se entrevió que Dios había revelado tanto de Él en Jesús, que Dios tenía que poder incluir al Padre y al Hijo. Afirma también que el uso de llamar Dios a Jesús fue un uso litúrgico que tuvo su origen en el culto y en las oraciones de la comunidad cristiana.

B) Segundo capítulo (pp. 39-102).

Versa sobre la limitación del conocimiento de Cristo. Presenta este capítulo como un ejercicio de exégesis crítica, admitiendo la posibilidad de que afirmaciones que los evangelistas atribuyen a Jesús no hayan sido dichas por Él, o hayan sido sustancialmente modificadas.

Agrupa en cuatro grandes apartados el material a estudiar:

1. El conocimiento de Jesús de las cosas ordinarias de la vida.

Por un lado piensa que hay textos que indican ignorancia: vgr. Mc.5,30-33; Lc.2,52. Por otra parte, otros textos indicarían un conocimiento sobrehumano, pero en algunos casos no constaría la historicidad: vgr. Jn.1,48-49; Mt.17,24-27; y en todo caso habría que tener cuidado en no atribuir ese conocimiento a la visión beata, pues conocimientos semejantes los tuvieron también profetas del Antiguo Testamento.

2. El conocimiento general de Jesús en materia religiosa.

Tras afirmar que es muy difícil estar seguros de encontrarnos ante ipsissima verba, estima que junto a la autoridad y profundidad de las enseñanzas de Jesús, en cuestiones de autenticidad, historicidad, hermenéutica, etc., el Jesús de los evangelios refleja las ideas, muchas veces inadecuadas o incluso erróneas, de su tiempo (cfr. Mc.2,26 y I Sam.21,1-6; Mt.23,35 y II Cron.24,20-22; Mc.12,36; Mt.12,39-41; Jn.10,35-36). Por otra parte, en el campo de la demonología, la escatología y la apocalíptica, Jesús parece apoyarse en los imperfectos conceptos religiosos de su época, sin corregirlos sustancialmente ni manifestar un conocimiento superior (casos de endemoniados que serían epilépticos —vgr. Mc.9,17-18—; uso de imágenes materialistas para describir la otra vida; lenguaje figurativo —Mc.13,24-25; Mc.13,7-8—).

3. El conocimiento que Jesús tuvo del futuro.

Tras preguntarse en las profecías cuánto corresponde a las ipsissima verba y cuánto a clarificaciones tras hechos ya sucedidos, examina el conocimiento previo que Jesús tenia de su pasión, crucifixión y resurrección (Mc.8,31; 9,31; 10,33-34; serían originariamente vagas predicciones al estilo de Jn.3,14; 8,28 y 12,32; a las que se habrían añadido detalles post eventum. Tampoco Jn.2,19 ni Mt.12,39-40 son utilizables. Si el conocimiento de la traición de Judas fuera cierto, habría que ver si se trata de un conocimiento sobrenatural o simplemente de agudeza mental). Las predicciones sobre la destrucción de Jerusalén serían en realidad amenazas al estilo de algunos profetas. Con respecto a la Parusía, estima que la confusión existente entre los cristianos que reflejan las epístolas, difícilmente habría podido surgir si Jesús hubiese conocido el retraso indefinido de la misma y se hubiera expresado claramente al respecto. Como no sería razonable pensar que lo sabía pero que por alguna razón misteriosa se expresó oscuramente al respecto, el autor se ve casi forzado a admitir que Jesús no sabía cuando tendría lugar la Parusía.

4. Comprensión de Sí mismo y de su misión.

Por lo que se refiere al problema de Jesús como Mesías, piensa que es dudoso que se deba hablar de conocimiento mesiánico por parte de Jesús, puesto que puede no haber realmente identificado nunca su función como la del Mesías. Además cualquier intento de establecer un comienzo o un desarrollo de la pretensión mesiánica carece de datos sobre los que basarse.

Respecto a si Jesús se consideró Hijo de Dios, afirma que el modo en que Jesús habla de Dios como de su Padre indica ciertamente que reivindicó una especial relación con Dios, pero que es difícil encontrar en los Sinópticos, en los relatos de su ministerio público, una prueba incontrovertible de que haya exigido una filiación única, que otros hombres no pudieran compartir. Debido al gran influjo de la fe post-pascual, resulta aún más difícil determinar en el evangelio de S. Juan lo que Jesús sabía de Sí mismo. Tampoco podrían utilizarse las narraciones de la infancia de Jesús, pues han sido poco estudiadas críticamente lo que no facilita saber cuánto pueden contribuir a una solución científica del problema considerado.

Piensa que mientras un estudio científico señala muchas limitaciones en el modo de expresarse atribuido a Jesús en el material evangélico más fiable, sin embargo, ese estudio muestra también a un hombre que desafió los límites ordinarios en su pretensión de ser el único agente para establecer el Reino de Dios. Y no hay evidencia de que su función en el Reino le haya tenido que ser revelada. La conciencia de que el Reino de Dios sería establecida a través de él, podría haber surgido de su ser más íntimo.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

Desde el punto de vista exegético, el autor utiliza exclusivamente el método crítico. Esto le lleva quizá a no plantearse si es posible alguna otra interpretación de los textos de la Escritura que examina. Por otro lado, no considera cuál sea el objeto formal del juicio de Cristo en esas ocasiones, objeto que debería probar falso para que hubiera efectivamente error. En otras ocasiones parece no tener en cuenta el uso de la hipérbole en la literatura hebrea. A veces adopta posturas tajantes a pesar de haber admitido previamente que la Escritura no aporta datos decisivos en un sentido u otro (vgr., a propósito de la conciencia que Cristo habría tenido sobre su divinidad).

VALORACIÓN DOCTRINAL

Pienso que el libro presenta serios inconvenientes. El tono general que se respira es el de una aparente ecuanimidad ante los problemas que se plantean para presentar como poco fundada o probada la doctrina tradicional en torno a estos temas.

El autor sigue el método crítico preconizado por Bultmann. En lo teológico, parece simpatizar con las teorías de Rahner, Vögtle y escritores afines. Según Brown, el Concilio Vaticano II habría rechazado la fórmula de las dos fuentes de la Revelación. La Revelación implicaría la acción de Dios para la salvación de los hombres y la interpretación de esa acción por medio de hombres que Dios ha suscitado a tal efecto. Lo que Dios ha hecho se encuentro en la Escritura y la Escritura ofrece también una interpretación de esa acción. Esta interpretación escriturística es la más importante y esencial, y deberá guiar toda interpretación posterior. Pero como no parece que Dios haya cesado de guiar esa interpretación, hay también una interpretación postescriturística: el papel del Espíritu en la historia de la Iglesia y de los hombres, los escritos de los Padres y de los teólogos, las decisiones de la Iglesia constituyen lo que llamamos Tradición.

Mantiene como una separación entre lo exegético y lo teológico que parece indicar que lo que pueda ocurrir en este último campo, al nivel que sea no afecta al exégeta. Así, por ejemplo, a propósito de la Parusía, la condena del Papa Viglio sobre la pretendida ignorancia de Cristo acerca del momento de la Parusía (DS 419), no habría que tenerse en cuenta por tratarse de una condena del nestorianismo mientras que la problemática moderna no es nestoriana. La epístola a Eulogio de S. Gregorio Magno (DS 474-475) se basaría en distinciones teológicas que exceden a la exégesis del texto (Mc. 13,32) y apenas es un sentencia de fide. La condena del S. Oficio de la doctrina que negaba la conciencia mesiánica de Cristo (DS 3435) sería muy difícil de determinar y se dio en un contexto en que se utilizaba como medio para negar la divinidad de Cristo, mientras que según Brown su interpretación no estaría en contraste con el Concilio de Nicea.

La tesis que en definitiva mantiene —la ignorancia de Cristo— puede decirse que es un error en doctrina católica.

Como antídoto contra este libro —y en general puede ser útil para otras obras del mismo autor— podría aconsejarse: William G, Most, The Consciousness of Christ, Christendom College Press Front Royal, Virginia.1980.

 

                                                                                                               J.A.R. (1995)

 

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