CARDOZA Y ARAGÓN, Luis

Guatemala: las líneas de su mano

Ed. Fondo de Cultura Económica, 3ª ed., México 1976, 452 pp.

CONTENIDO

El libro consta de cuatro extensos capítulos que buscan ofrecer una visión global de Guatemala: la tierra, su gente, su historia y su presente. Se trata de un largo discurso en el que el autor entreteje elementos autobiográficos, descripciones de paisajes y comentarios sobre hechos históricos y sobre el presente guatemalteco —la obra fue escrita en 1955— y sobre algunos personajes relevantes del país. En sus propias palabras desea "dar una sensación de Guatemala", una visión "general, veloz, inesperada". El relato se desenrolla como el hilo de una madeja, que no sigue una dirección definida: va y viene con saltos del presente al pasado, con la completa libertad del recuerdo. No hay más argumento que la propia vida del país. Los temas son pocos, y el autor repetirá las mismas ideas a largo de toda la obra.

Aunque no se trata de una síntesis económica, política o social, muchos de los temas preferidos por el autor se inscriben dentro de estos ámbitos: la presencia española en América, la opresión del indígena, la desigualdad de las clases sociales, etc. Cardoza afirma que no pretende otra cosa más que ofrecer al lector, en extenso soliloquio, sus propias vivencias —recuerdos, contemplación de su tierra desde la forzada o autoimpuesta lejanía del exilio; sin embargo, desde el inicio del libro se advierte que no consigue ser fiel a este propósito: la obra adquiere un tono creciente de violenta denuncia de las injusticias imperantes en su patria, pasadas y presentes.

CAPÍTULO I: LA BOCA DE POLEN

Lo mejor de mi vida

De marcado carácter autobiográfico, relata el regreso del autor a Guatemala después de un largo exilio en México, a raíz de la Revolución de octubre de 1944. Con emoción contempla de nuevo los paisajes familiares. En Antigua, donde transcurriera su infancia, vuelve a saludar a su madre.

Bengala geográfica

Se despliega ante el lector, en ágil y poética descripción, el exuberante paisaje guatemalteco: volcanes, flores exóticas, selvas... Y el mosaico de tipos humanos: el indígena, el mestizo o ladino. El autor pinta cuadros y describe personajes con metáforas de marcado sabor surrealista. La mención del indígena le lleva al mundo precolombino, y al hecho de la Conquista. En esta primera aproximación Cardoza habla con una moderación que irá haciéndose cada vez más escasa; más adelante dedicará a la presencia española en América frases de enorme dureza, hasta llegar a afirmar que "ningún cataclismo de la naturaleza fue mas irascible y ciego que aquél prolongado rayo frío de la gesta española" (p. 294).

Entiende la Conquista como un hecho telúrico que desgarró violentamente el mundo mítico —supersticioso, pero propio— del indígena, lo despojó de todas sus posesiones y pretendió imponerle una fe extraña. Es el inicio de la cadena de explotaciones y miseria que llega hasta nuestros días. La fe fue impuesta, para el autor, a sangre y fuego, aplastando sin compasión a los naturales del país. Al hablar, por ejemplo, de una devoción tan arraigada en Guatemala como la del Cristo Negro, imagen muy venerada en Esquipulas, comenta que "un dios (sic) blanco no podía ser misericordioso para los indígenas. Aquel color en hombres con sotana o espada siempre significó para ellos la muerte y miseria" (p. 22) Poco antes no ha vacilado en afirmar que todas las religiones no son más que superstición. (Cfr. p. 19).

Los dogmas de la tierra y de la sangre

Continúa el autor las reminiscencias iniciadas en el apartado anterior, con pinceladas de su niñez antigüeña: la casa, la familia y la escuela. La referencia a la temprana muerte de un condiscípulo lo lleva a consideraciones sobre la muerte exentas de sentido cristiano, donde se pone de manifiesto su rechazo de toda trascendencia. Para él "no hay peor castigo que la inmortalidad" ( Cfr. p. 49 y ss).

La celebración de la Semana Santa —que en Antigua reviste especial relieve y colorido, desde la época colonial— ocupa un lugar destacado en sus recuerdos. En medio de la descripción costumbrista afloran las lacras sociales: diferencias de clase, y el fanatismo religioso que el autor pretende encontrar en cualquier manifestación de religiosidad. El indio se inclina al fervor religioso "como a un refugio", sin percatarse de que la religiones precisamente el instrumento para oprimirlo.

La descripción de las procesiones es ágil y amena; una y otra vez, sin embargo, se pone en evidencia la incapacidad de Cardoza para trascender la dimensión folklórica y sociológica y captar el hecho real de la fe —que puede existir, y que de hecho existe, aún unida a una escasa formación doctrinal— y del mundo sobrenatural. No es de extrañar que su resumen final de las festividades religiosas que pudo vivir a su regreso a Guatemala sea escueto: "Fanatismo opaco".

Atitlán

En busca de mayor "autenticidad", asiste a las celebraciones de Semana Santa en esta región de Guatemala. El paisaje es descrito con verdadera maestría: el lago, la iglesia, los tipos humanos. La única nota discordante en aquel vasto horizonte de paz y miel parece ser "un cura, ensotanado igual que un gran zopilote, que cruza la plaza exótico y remoto (...) tal si una muchacha de Santiago Atitlán, pies desnudos y falda de fuego, cruzara la plaza de San Pedro en Roma" (p. 7).

Cualquier referencia al clero será negativa. Para el autor, los sacerdotes católicos son siempre un elemento extraño, discordante no sólo con el paisaje sino con la vida misma de los indígenas. Si se los confronta con los sacerdotes de las regiones autóctonas, "llevan las de perder". Los brujos "viven del pueblo; sus ritos y sus magias "resultan tan ineficaces como las del brujo con sotana" (p. 74), pero "explotan menos".

En las procesiones de Atitlán no ve más que una "religiosidad neolítica intensa y prístina (...), la pura idolatría dolorosa y profunda del indígena" (p. 79).

Los mercados

Descripción colorista en la que se pone de manifiesto la habilidad de Cardoza para la pintura costumbrista, plena de metáforas que consiguen ofrecer al lector un cuadro lleno de vida.

Chichicastenango, la tierra del Popol Vuh

Más allá de lugares y tipos humanos, se extiende el autor en la situación del indígena, tan injusta y precaria. Lo ve como "bestia que sufre, hombre primordial agobiado" (p. 98). Las plegarias llenan la iglesia de Chichicastenango. Una súplica inútil, porque "ni los dioses nativos ni los ultramarinos recién llegados pueden ayudarlos" (p. 99).

Estos "pacientes animales de carga", aunque llevan sobre sus hombros la vida del país, han perdido ya la voluntad de rebelarse, "pateados durante generaciones". Ante ellos no hay más que oscuridad; ningún dios puede hacer nada para mejorar su situación, por la sencilla razón de que no existe. "Han quemado bosques de resinas frente a los cristos (sic) de los pueblecillos (...), que si hablaran les hubieran dicho ya el camino" (p. 99). El sacerdote católico no hace más que explotarlos. (Cfr. p. 100).

La denuncia de las condiciones socioeconómicas —muchas veces infrahumanas— del indígena es muy vigorosa, y el autor muestra un profundo dolor ante su condición. "Verlos es sufrimiento, indignación, voluntad de servir". "El país gravita sobre ellos, que van en harapos para que nosotros nos cambiemos de camisa" (p. 100).

Al consignar su propio "mea culpa", el autor denuncia a muchos "que se han golpeado el pecho para explotarlos mejor". Entre ellos, en primerísimo lugar, coloca a la Iglesia. Gracias a ella los indígenas "reptan en la oscuridad, amontonados bajo agua bendita y latinajos" (p. 101). Las metáforas empleadas para describir este "fanatismo" se multiplican, cada vez con mas colorido, como si al autor no le alcanzaran las palabras para expresar su disgusto ante esa presencia "opresora". Llega a ver a los indígenas "enterrados vivos bajo el alud de fanatismo antediluviano y clericalismo contemporáneo" (p. 101).

CAPÍTULO II: LAS HUELLAS DE LA VOZ

Nacimiento del hombre

Se introduce al lector en el mundo mítico del Popol Vuh, "la Biblia de nosotros", con la transcripción de extensos pasajes que recogen leyendas cosmogónicas de gran riqueza poética, empapadas de un panteísmo elemental.

Una extensa referencia al origen de los pueblos mayas lleva al autor nuevamente al Popol Vuh, esta vez para fijarse en aspectos más periféricos: descubrimiento, traducciones, etc. Lo considera una "obra de mentalidad primitiva", similar al Ramayana o el Génesis (Cfr. pp. 151-152).

El arte maya se comenta con detenimiento, con exhaustivas descripciones y frecuente recurso a la metáfora. El autor se entusiasma al hablar de la fuerza creativa de los pueblos mayas, y se lamenta de que toda esa creatividad y exuberancia terminaran violentamente ante el español. Aunque en el momento del descubrimiento la cultura maya había visto ya pasar desde hacía seis siglos su época de esplendor, tenía —en opinión del autor— todavía mucho que ofrecer.

El autor reitera su modo de entender el hecho religioso, como producto de una mentalidad primitiva. Guarda una cierta consideración por la religión maya, y en algunos momentos se refiere a ella con admiración, como huella venerable de edades pretéritas (Cfr. p. 157). Pero no tiene más que indignación ante la religión de los conquistadores, que trataron de sustituir unos ídolos por otros (Cfr. p. 166). El Dios cristiano y el panteón maya coinciden para Cardoza, en su no existencia: no son más que ídolos creados por el hombre indigente (Cfr. p. 166).

Con la misma óptica presente en los apartados anteriores se afronta el tema de la evangelización. Para el autor, no todo el proceso parece ser deplorable. "El apostolado de los primeros predicadores es noble y hermoso, memorable en la historia de la ética humana (...). La evangelización llevada a cabo con voluntad de sacrificio, humildad y abnegación hizo verosímil un renacimiento del cristianismo primitivo (p. 168). Sin embargo, "tan extraordinaria historia de piedad, amor y devoción" fue breve. Casi inmediatamente se convierte en un fenómeno de índole económica, instrumento en manos de la clase dominante.

"La Iglesia se constituyó, como siempre, en una entidad económica y política, totalitariamente organizada y asentada sobre dogmas, sometida a un jefe supremo infalible, para desarrollar una acción nacional e internacional definida en lo económico, político y social". (p. 18). Esta manera de entender la Iglesia estará presente a lo largo de toda la obra. Es sin duda una de las convicciones más profundas del autor.

Se pasa después revista a los hombres mas señalados entre los evangelizadores. Con benevolencia recuerda Cardoza al primer Obispo de Guatemala, Francisco Marroquín; hace mención de los cronistas y poetas más destacados: Bernal Díaz del Castillo, Remesal, Ximénez, Fuentes y Guzmán, Landívar. Sin embargo, considera que el desarrollo de Guatemala durante la colonia fue escaso. Aunque en 1660 se introduce la imprenta, "no existió nunca libertad de expresión. Todo se hallaba sometido previamente a la censura eclesiástica" (p. 172). La Universidad colonial tampoco le parece medio de difusión cultural, sino al contrario, ya que estuvo "siempre guardada por la Santa Inquisición, supremo organismo encargado de la atrofia y la imbecilidad"  (p. 172).

En la profusión de templos católicos en los pueblos guatemaltecos ve el símbolo claro de la opresión: "las iglesias son en el paisaje como clavos para fijar la piel, secándose al sol, de la pieza cobrada" (p. 175).

Bernal Díaz del Castillo

El autor comenta con gran entusiasmo la "Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España", a la que considera la obra más completa sobre la conquista de América. Su particular modo de entender la sociedad colonial aflora de nuevo a propósito de la obra comentada. Los indios, de sus organizaciones tribales, pasaron como esclavos al régimen de una cultura superior: la del declinante feudalismo europeo. La fe fue impuesta "con la brutal caridad cristiana" (p. 184), pero realmente sin éxito, ya que al final del sangriento proceso, "carecemos de religión y de moral" (p. 184).

Dentro de este apartado se incluye, además del comentario del autor y de su obra, la producción de otros autores "humanistas": Sor Juana Inés de la Cruz, y varios pensadores eclesiásticos, que se distinguen, para el autor, porque "no conciben la religión como una rutina sangrienta de salvación de las almas, la esclavitud y la fe impuestas a sangre y fuego, sino más allá de ritos católicos y fanatismos salvajes. Viven el ideal renacentista de una religión humana, frente al medieval de una religión divina".

Antonio José de Irisarri

Extenso comentario de su larga vida de escritor y estadista, en Guatemala y en América del Sur. Cardoza es generoso en su elogio a Irisarri, "el mas brillante y extraordinario de los guatemaltecos", con quien comparte modos de entender la Historia. Irisarri juzga así a los conquistadores: "...y como conocían que no había sobre la tierra una razón para sus usurpaciones y atrocidades, buscaron en el Cielo el pretexto de sus tiranías" (p. 244).

José Batres Montúfar

Poeta del XIX, "otra eminencia", incomprendido en su medio. Se lamenta la pérdida de parte su obra —pródiga en tramas picarescas— por culpa de "religiosas preocupaciones", y del "imbécil fanatismo de las familias" (p. 241).

José Milla

Varias páginas admirativas se dedican a este escritor costumbrista, al que sin embargo se achaca su escasa percepción de la realidad social, el no darse cuenta de que la gran burguesía de su tiempo, "heredera del fasto y el oscurantismo coloniales" —que con tanto acierto retratara en sus Cuadros de Costumbres— no representaban bien a Guatemala (Cfr. p. 248).

Enrique Gómez Carrillo

Poeta radicado en Europa, con notoria habilidad para la crónica colorista, no consigue reflejar el alma de Guatemala.

La canción compartida

Retorna el autor nuevamente a la época de la Conquista, en la que "se cerró el Popol Vuh y se abrió el catecismo". Y la Guatemala de hoy, pueblo todavía semifeudal y semicolonial. Sus habitantes, como producto de la fusión de dos mundos, tienen ante sí el constante peligro de inclinarse a dos extremos: el orgullo exacerbado de lo indígena, o la "superlativa inclinación hacia la hegemonía de lo mediterráneo, de lo blanco y cristiano" (p. 269). Propone huir de la abominación que supone la exaltación de lo típico, y buscar las raíces, para conseguir el equilibrio de un mestizaje sereno.

El análisis de la sociedad guatemalteca es muy simple, de clara inspiración materialista. Cardoza la entiende como integrada por una escasa minoría semifeudal, dueña de la tierra; una pequeña burguesía antifeudal que lucha por obtener mercados, un proletariado incipiente y la masa ingente de campesinos, sumidos en la mayor miseria (Cfr. p. 278).

El hecho colonial perdura aún hoy. Al indígena "se le quitó la tierra debajo de los pies. Y se le quitó su cielo. Se le impuso apreciar como iniquidad lo que constituía la fuente de su expresión. Se arrasaron ciudades y dioses, altares y códices. Reyes y sacerdotes ardieron en holocausto a los dioses de los hombres barbados" (p. 281).

El autor no disimula su indignación contra esa "furia española rapaz y catequizante" (p. 282). El dolor de la herida está presente todavía. Es necesario llegar a un abrazo sosegado de las dos sangres, indígena y española. Pero para esto, cada una debe desechar sus "ídolos". La Iglesia sigue siendo el obstáculo máximo para esta compenetración de las razas, ya que es —según Cardoza— el reducto del fanatismo. Toda la vida del país ha estado, y está también en nuestros días, en manos de "arzobispos y Generales, procónsules yanquis", que mantienen a Guatemala en la órbita norteamericana desde hace muchas décadas (Cfr. p. 291).

CAPÍTULO III: EL VIENTO EN LA VELA

Pólvora y flechas

El recuerdo de la Conquista, "con sus tentáculos de ventosas y garras extendidos en todas direcciones" (p. 293) se vuelve cada vez mas violento. "América se baña en sangre, rasgada por todas partes, violada, incendiada, arrasada aún en los cimientos de su cultura milenaria. (...) Las espadas destrozaban nuestra geografía, mientras repicaban las campanas llamando a misa y el agua bendita caía engañadoramente en nombre de un dios (sic) que se les antojaba el dios más cruel de todos" (p. 293).

La figura de algunos conquistadores, como Pedro de Alvarado, emerge de la pluma de Cardoza como un ser repulsivo, "halcón sudoroso y sin fatiga"; más que hombre es "una armadura con el portentoso siglo XVI dentro" (p. 302).

Se detiene el autor en hacer recuento de muchas crueldades que se agigantan hasta llenar por completo el escenario de la Conquista. Para él, estas crueldades contaron con el apoyo de la Iglesia. "Durante la Colonia, la Iglesia es la rectora de la vida, brazo derecho de la clase dominante. (...) Da apoyo moral a las depredaciones y ablanda la conciencia del indio (...) El poder monárquico y el papal se expanden con gula sorbiendo los frutos del sudor del indio" (p. 303). La lucha de clases así originada perdura hasta nuestros días, instalada a la sombra de tantas injusticias.

El laberinto

El influjo de la Iglesia en la sociedad —en lo temporal, ya que se la entiende como una realidad económica e instrumento de poder— se extiende a todo el período colonial, y a la República. Cardoza la ve "cargada de riquezas y de poder político, metida hasta en la sopa para sostener una estructura de casta" (p. 325). El "alud de clérigos corruptos componen un cuadro grotesco. No parece existir ningún otro aspecto en el que valga la pena fijarse.

Toda la vida colonial, y el proceso mismo que culminó con la independencia fue guiado por móviles económicos (Cfr. pp. 329-330). Una vez libres de España, la Iglesia se apresura a confabularse con los nuevos tiranos.

Teocracia medieval

Con el gobierno de Rafael Carrera —"fanático, dominado por los sacerdotes"— triunfan las fuerzas económicas sociales y políticas contrarias al progreso. El reloj de la historia retrocede. La federación Centroamericana vino a ser "un gran campo de concentración trabajando para la aristocracia y la Iglesia: una Edad Media en el S. XIX, un feudo saturado de incienso" (p. 336). El autor reproduce una extensa oración fúnebre pronunciada por un sacerdote jesuita frente al cadáver de Carrera, "por constituir un retrato de ayer y de hoy". Sacada del contexto de lugar y de época, colocada como colofón del apartado, pretende ser una prueba de lo expuesto y una justificación de la indignación del autor.

La Revolución liberal de 1871

Hasta el momento en que hacen su aparición en la escena política Justo Rufino Barrios, Miguel García Granados y otros liberales no había sido posible una democracia, teniendo a la Iglesia "dueña de la tierra, que impone una religión exclusiva, señorea y vigila y censura, (...) apoya siempre el latifundio y la dependencia semicolonial" (p. 350). El autor entiende la revolución liberal como un respiro, por su anticlericalismo; de ninguna manera se opusieron a la verdadera religión.

La obra de Barrios, aún con claroscuros, es gigantesca. Desde el "feudalismo parroquial" instalado por Carrera, Guatemala es llevada "a empellones" a la luz. El autor ve a Barrios con enorme admiración y lo considera un verdadero gigante que logró "expulsar la Edad Media anclada en las sotanas" (p. 351).

Una vez más, al considerar esta época de Guatemala, Cardoza pone de manifiesto su modo de entender el fenómeno religioso: "la esclavitud económica es el origen verdadero del engaño religioso de la humanidad" (p.354). Se lamenta de que la Iglesia recobró más adelante la dirección de las familias, aunque no sus bienes. (Cfr. p. 356).

Nulos, sangrientos y fecales

Se dedican frases de gran dureza a los dictadores, que se han sucedido en la historia de Guatemala. Cardoza los ve guiados por Washington, serviles títeres en manos del amo. Manuel Estrada Cabrera, la United Fruit Company, la política exterior norteamericana, le arrancan violentos calificativos.

CAPÍTULO IV: EL PESO DE LA NOCHE

Silencioso y verídico

Nueva mención de las fuerzas sociales y su lucha: el criollo, el oprimido, el "feudalismo cafetalero"; el criterio económico provoca una división "exacta y funcional por clases sociales". (p. 370). La raíz última, naturalmente, es la Conquista. Casi al final del libro, es todavía capaz de provocar su amargura: "Los hijos de los conquistadores heredaron el botín del pillaje y el crimen. La Iglesia recibió, por servicios parecidos y evangelizaciones, iguales o mayores privilegios" (p. 379).

Lastres y pesadumbres

El autor vuelve al período de la independencia; reitera lo expuesto anteriormente, sobre todo el papel que adjudica a la Iglesia, siempre unida a los latifundistas, dedicada a predicar esclavitud y a deformar.

Primaveras van y primaveras vienen

La situación del campesino es lamentable: ve pasar las estaciones sin salir jamás de su miseria. Las celebraciones católicas —"parte importante de su miseria"— le obligan a conmemorar la derrota, el triunfo del conquistador (Cfr. p. 411). Su destino se presenta oscuro: "sin socialismo, su única salida es la muerte".

Luz y sombra en tropel

Las peculiaridades psicológicas de la sociedad guatemalteca y su dependencia de los Estados Unidos vuelven a ocupar el pensamiento del autor; y el espantoso contraste entre opulencia y miseria. Únicamente la Revolución de 1944 trajo una liberación pasajera, como una ráfaga efímera de luz.

Un guacamayo en el Polo

Para Cardoza el guatemalteco es un pueblo inhibido: en su lenguaje, en su modo de ser y en sus manifestaciones artísticas. Esta timidez es considerada como una consecuencia más de la opresión: española, criolla, y de las tiranías de toda índole. "¿Cómo va a cantar un pueblo que se halla por tierra, boca abajo, molido a palos?" ( p. 437).

El peso de todas las sombras, el "oscurantismo oligárquico y clerical", es la herencia de la patria. Un peso —parece ser la conclusión del autor— del que no se consigue escapar.

Dije lo que he vivido

Termina el libro con brochazos de gran colorido, superpuestos y confusos, sin otro orden que su brotar espontáneo de la memoria. Cardoza explica su deseo de ofrecer al mundo esta visión de Guatemala, collar de recuerdos, como "un chachal para mi amada Antigua".

VALORACIÓN

Aspecto literario:

El autor posee una innegable sensibilidad poética, y una gran habilidad para la metáfora de sabor surrealista: en este campo se desenvuelve con verdadera maestría.

Contenido:

Junto a su talento literario aparece a lo largo de toda la obra una profunda incapacidad para enjuiciar con serenidad y desapasionamiento personajes y situaciones. La obra parece ser, en resumen, un largo pretexto para exponer una y otra vez sus prejuicios, de modo especial contra la Iglesia, y de todo lo que de alguna manera se relacione con ella. Los desmanes cometidos en la Conquista y el papel desempeñado por la Iglesia desde entonces son su único tema, al que vuelve sin cansancio aunque cambie el telón de fondo.

Tratamiento de algunos temas:

a) Concepto de hombre; el hecho religioso.

Es evidente que el autor rechaza la posibilidad de la dimensión espiritual en la vida humana; cualquier realidad sobrenatural es ignorada, o positivamente negada. Para él, toda religión no es más que fanatismo, fruto de la ignorancia. No hay dioses, no hay Dios.

b) La Iglesia.

Para Cardoza, se trata de una institución de carácter económico instrumento de poder. Incapaz de captar las realidades sobrenaturales, interpreta toda la actuación de la Iglesia como opresora, atenta únicamente a su ventaja temporal: riqueza y poder político. Se alía con todos los opresores, y es la verdadera enemiga del progreso y la paz.

c) El mundo precolombino.

El mundo precolombino se presenta ante el lector como un mosaico de vida y de color; sus mismas creencias —falsas— están llenas de encanto, en su ingenuidad. La presencia española despojó al indio de todo y lo sumió en la más espantosa miseria material y espiritual. Apartándose de la realidad, Cardoza afirma que "la Conquista hizo añicos la unidad de la vida indígena, y la vaporizó en numerosas comunidades y grupos disociados entre sí" (p. 302). Aunque es innegable que el sistema de repartimientos distribuyó de modo nuevo la población, es también sabido que, a la llegada de los españoles, los pueblos indígenas distaban mucho de constituir una unidad idílica; el autor pasa por alto las luchas y sangrientas rivalidades de la América precolombina, para resaltar aún más los efectos devastadores de la irrupción española a la que considera más deletérea que el peor de los cataclismos.

c) Conquista y evangelización.

El hecho de la Conquista y de la evangelización se contemplan desde un ángulo único: el de la opresión —para el autor, hecha en nombre de la fe— y la injusticia. Situaciones objetivamente reprobables se agigantan, y consiguen oscurecer por completo el panorama; por otra parte, se silencia cualquier aspecto positivo que pudiera tomarse en consideración para enjuiciar la época. El resultado es un cuadro totalmente oscurecido, en el que el peso de la culpa cae, en su mayor parte, sobre la Iglesia, a la que el autor considera como aliada de todas las injusticias.

Cardoza ignora lo que supuso para los indígenas la recepción de la fe, la dilatación del horizonte vital, al contacto con los nuevos valores culturales. todo le parece reprobable: en la enseñanza de artes y oficios a los indígenas ve un medio para oprimirlos mejor; la introducción de la imprenta no será más que un medio para difundir el oscurantismo; la fe añadirá "al primitivo pavor cósmico, el pavor del infierno y del diablo" (p. 373), y así sucesivamente. Parte de un juicio inamovible, —o más bien, de un sentimiento irracional— que tiñe lo que pretende considerar.

e) Concepto de la Historia.

El análisis de la historia se hace al modo marxista: "La historia se muestra con una conformación más precisa cuando analizamos los acontecimientos a la luz de los factores económicos" (p. 326). Es inútil buscar otra fuerza, otro motor de los acontecimientos, fuera del factor económico.

f) Contradicciones.

La carencia de rigor en el tratamiento de los temas lleva al autor a caer en frecuentes contradicciones: por una parte habla del deseable "mestizaje sereno", abrazo de dos culturas; pero es evidente que para él sólo tiene verdadero valor el elemento indígena, que es lo auténticamente guatemalteco. Asegura que pretende enjuiciar los hechos con serenidad y mesura, pero no consigue evitar el apasionamiento. Afirma buscar "la comprensión de la conquista, exenta de lamentaciones, elogios o vituperios", pero prácticamente todo el libro está lleno de su aversión y condena a "la furia española rapaz y catequizante" ( p.282). En algún momento admite que España "nos enlazó al mundo, a la conciencia universal. Abrió de par en par las puertas para que entráramos en la Historia" (p. 280), pero, afirma más adelante, que se trata de una "universalidad intransigente, sobre todo la de la Iglesia (...) que negó nuestra realidad e impuso la propia por todos los medios" (p. 403).

Conclusión

El autor promete dar una "sensación de Guatemala", pero el lector se queda únicamente con una impresión de oscuridad y amargura. Queda lejos el conocimiento sereno de los hechos, el estudio desapasionado que integra todos los aspectos, sin sacarlos de su época y lugar. La obra no facilita el conocimiento de la realidad guatemalteca; en todo caso, permite seguir hasta la saciedad el visceral rechazo del autor a todo lo que, de alguna manera, tenga relación con la fe.

 

                                                                                                             M.R.N. (1991)

 

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