CARPENTIER, Alejo

El reino de este mundo

Ed. Seix Barral, Barcelona 1986, 151 pp.

INTRODUCCIÓN

El reino de este mundo (1949) relata las vicisitudes de un emperador haitiano, Henri Christophe, en un reino en donde la realidad es presentada de forma maravillosa, fantástica, términos que han de entenderse tal como son propugnados por el mismo Alejo Carpentier, primer teórico en América Latina de lo real maravilloso americano.

CONTENIDO

El personaje central es Mackandal, llamado "mandinga", considerado "el chamán" de la tribu. Sufre un proceso de metamorfosis, tornándose en el símbolo de toda una cultura: "la partida de Mackandal era también la partida de todo el mundo evocado por sus relatos. Con él también se habían ido Kankán Muza, Adonhueso, los reyes reales y el Arco Iris de Widah" (p. 23). "(...) dotado del poder de transformarse en animal de pezuña, en ave, pez o insecto, Mackandal visitaba continuamente las haciendas de la llanura para visitar a sus fieles y saber si todavía confiaban en su regreso" (p. 33).

Mackandal está en dos realidades, mientras que Ti Noel, es el personaje que atraviesa toda la historia lineal de El reino de este mundo. Los hechos acaecidos en Haití son documentables: la revuelta de los negros y la creación de la ciudadela de la Ferriére de Christophe.

La novela presenta la historia de Haití como la historia de los negros rebeldes que luchan por su libertad; relata los cambios históricos y sociales en Haití: un personaje real, Paulina Bonaparte, la hermana de Napoleón, aparece en dos episodios; primero en la ciudad del Cabo y luego en el Palacio Borghese, en forma de la Venus de Cánova, siempre acompañada de un masajista negro llamado Solimán. Ambos pasajes son moralmente inconvenientes por las obscenidades que narran.

En la obra hay una continuidad histórica oculta: "han pasado veinte años". Esta continuidad histórica es vivida de lleno por Ti Noel, personaje que sirve al autor como instrumento que le permite desarrollar una cierta cronología estable, una linealidad histórica, pues se ha visto que existen dos realidades, en las cuales vive Mackandal.

La magnificación de Mackandal se explica por su condición de "gran lengua" de las comunidades africanas de Haití. Cuando al final es llevado al fuego y del fuego sale liberado, Mackandal se torna en símbolo: "transformado en mosquito zumbón, iría a posarse en el mismo tricomio del jefe de las tropas, para gozar del desconcierto de los blancos. Eso era lo que ignoraban los amos (p. 40). (...) Aquella tarde los esclavos regresaron a sus haciendas riendo por todo el camino. Mackandal había cumplido su promesa, permaneciendo en el reino de este mundo. Una vez más eran burlados los blancos por los Altos Poderes de la Otra Orilla" (p. 41).

En los ritos de iniciación, esto es, el saber secreto, la magia era la única arma contra los franceses: "los esclavos tenían, pues, una religión secreta que los alentaba y solidarizaba en sus rebeldías" (p. 54).

Lenormand de Mezy, amo de Ti Noel, "comenta con su esposa la insensibilidad de los negros ante el suplicio de un semejante" —refiriéndose al de Mackandal (p. 41). La novela tiene un trasfondo social, el de la lucha de los negros por su libertad y en ella se percibe el odio y el desprecio, en este caso de los franceses, por lo que consideran razas inferiores: "Lenormand de Mezy sacando de ello ciertas consideraciones filosóficas sobre la desigualdad de las razas humanas..." (p. 41).

En la segunda parte de la novela, Ti Noel tiene ya 12 hijos de una cocinera y Lenormand de Mezy, ante la muerte de su segunda esposa, regresa a su hacienda, trayendo consigo a la actriz Mademoiselle Floridor, "rechazada por los teatros de París a causa de su escasa inteligencia dramática" (p. 49).

Ti Noel transmitirá a sus hijos los "relatos del Mandinga". "Además, bueno era recordar a menudo al Manco, puesto que el Manco, alejado de estas tierras por tareas de importancia, regresaría a ellas el día menos pensado" (p. 51).

Aparece Bouckman, el jamaicano, quien hablando a gritos hace comprender a Ti Noel que algo había ocurrido en Francia, "y que unos señores muy influyentes habían declarado que debía darse la libertad a los negros, pero que los ricos propietarios del Cabo (...) se negaban a obedecer"."Rompan la imagen del Dios de los blancos, que tiene sed de nuestras lágrimas; ¡escuchemos en nosotros mismos la llamada de la libertad!" (p. 54).

Luego se ve necesario redactar una proclama y nadie sabe escribir; entonces se piensa en el abate de la Haye, "párroco del Dondón, sacerdote volteriano que daba muestras de inequívocas simpatías por los negros desde que había tomado conocimiento de la declaración de Derechos del hombre" (pp. 55-56).

Mosieur Lenormand de Mezy y el gobernador Blanchelande, ambos monárquicos, estaban de pésimo humor por "las molestas divagaciones de los idiotas utopistas que se apiadaban, en París del destino de los negros esclavos" (p. 57), cuando era muy fácil apiadarse no viviendo con ellos.

Mademoiselle Floridor fue asesinada y Lenormand de Mezy "agarró un rosario y rezó todas las oraciones que sabía" (p. 61). Bouckman, el jamaicano, corrió igual suerte y paralelamente se organizaba el exterminio total de los negros. "M. Blanchelande estaba por el exterminio total y absoluto de los esclavos, así como de los negros y mulatos libres. Todo el que tuviera sangre africana en las venas...".

Se pone siempre en boca de los sacerdotes la idea de que el negro es de una raza inferior: "bien lo había dicho el Padre Laat, luego de su primer viaje a estas islas: los negros se comportaban como los filisteos, adorando a Dogón dentro del Arca" (p. 63).

Lenormand de Mezy sale rumbo a Santiago de Cuba, viudo de nuevo como ya se dijo, acompañado de Ti Noel. El amo va sencillamente a disfrutar de su condición de viudo.

En Santiago de Cuba, Ti Noel halló en las iglesias españolas un "calor de vodú que nunca había hallado en los templos sansulpicianos del Cabo" (p. 68). Se le atribuyen a las imágenes de santos, símbolos y signos "parecidos a los que se desprendían de los altares de los houmforts consagrados a Damballah, el Dios Serpiente". "Además Santiago es Ogún Fai, el mariscal de las tormentas, a cuyo conjuro se habían alzado los hombres de Bouckman. Por ello, Ti Noel a modo de oración, le recitaba a menudo un viejo canto oído a Mackandal: Santiago, soy hijo de la guerra:/Santiago,/¿No ves que soy hijo de la guerra? (p. 69).

En la tercera parte, "aunque marcado por los hierros, Ti Noel era un hombre libre. Andaba ahora sobre una tierra en que la esclavitud había sido abolida para siempre" (p. 87).

Ti Noel comienza como a reconocer todo de nuevo, una vez llegado a Sans-Souci, la residencia predilecta del Rey Henri Christophe. Lo que más asombra a Ti Noel es el descubrir que ese mundo es un mundo de negros.

En la Cima del Gorro del Obispo, se alzaba aquella segunda montaña, que era la Ciudadela de la Ferriére también de Christophe: "En Caso de intento de reconquista de la Isla por Francia, él, H. Christophe, Dios, Mi causa y Mi espada, podría resistir ahí..." (p. 100).

Ya casi al final, Ti Noel, siempre que volvía de la ciudad, cantaba una canción en la que se decían groserías al rey. "Eso era lo importante: a un rey. Así, insultando a H. Christophe..., llegó a preguntarse si había conocido realmente a la Ciudad del Cabo" (p. 107). A Cornelio Bresille, confesor de Christophe, se le presenta como "ornado por sus pompas eclesiásticas, clamando el Dies Irae" (p. 110).

Christophe mantuvo siempre al margen, la mística africanista y trató de dar a su corte un tono europeo: "Christophe, el reformador, había querido ignorar el vodú, formando a fustazos, una casta de señores católicos" (p. 118).

Christophe eligió su propia muerte convirtiendo la Ciudadela en el Mausoleo del primer rey de Haití. Ti Noel fue uno de los que comenzó el saqueo del Palacio de Sens-Souci, antigua vivienda de Lenormand de Mezy. Ti Noel comienza a recordar todo lo relatado por Mackandal y vislumbra que él tiene una gran misión que cumplir, pues son tantos los años que lleva en este mundo que es digno de vivir grandes momentos.

Una mañana aparecieron los Agrimensores, "seres con oficio de insectos" que "habían descendido de la Llanura venidos del remoto Port-au-Prince. Cuando Ti Noel los vio les habló enérgicamente, pero ellos no le hicieron caso. Ti Noel, ya anciano, vio con furor que hablaban el "idioma de los franceses, aquella lengua olvidada por él desde los tiempos en que M. Lenormand de Mezy lo había jugado a las cartas en Cuba" (p. 143).

Pero Ti Noel "supo,..., que las tareas agrícolas se habían vuelto obligatorias y que el látigo estaba ahora en mano de Mulatos Republicanos, nuevos amos de la Llanura del Norte. Mackandal no había previsto esto del trabajo obligatorio" (p. 144). Ti Noel miró a la Ciudadela de la Ferriére pero ya no veía nada: "El verbo de H. Christophe se había hecho piedra y ya no habitaba entre nosotros" (p. 144).

Ti Noel no veía cómo ayudar a sus súbditos y comenzó a desesperarse por la proliferación de miserias, "que los más resignados acababan por aceptar como prueba de la inutilidad de toda rebeldía" (p. 145).

Siempre, el recuerdo de Mackandal se imponía a su memoria. "Ya que la vestidura de hombre solía traer tantas calamidades, más valía despojarse de ella por un tiempo... Ti Noel se sorprendió de lo fácil que es transformarse en animal cuando se tienen poderes para ello. Como prueba se trepó a un árbol, quiso ser ave, y al punto fue ave" (p. 145). Luego fue ganañón, avispa, hormiga. Luego, se transformó en ganso para convivir con las aves que se habían instalado en sus dominios.

"Ti Noel comprendió oscuramente que aquel repudio de los gansos era un castigo a su cobardía. Mackandal se había disfrazado de animal, durante años, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres....volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir... Ti Noel había gastado su herencia y, a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de Los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en El Reino de este Mundo" (pp. 149-150).

"Ti Noel lanzó su declaración de guerra a los nuevos amos, dando orden a sus súbditos de partir al asalto de las obras insolentes de los mulatos investidos" (p. 150).

Desde ese momento nadie supo más de Ti Noel. Así, de este modo, finaliza la novela.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Alejo Carpentier es el gran renovador y teórico de lo real maravilloso americano. Su procedimiento estaba radicado en "la posibilidad de establecer ciertos sincronismos posibles, americanos, recurrentes, por encima del tiempo, relacionando esto con aquello, el ayer con el presente". Se trata de establecer cómo en América se funden épocas diversas en un mismo momento. En frase de Domingo Miliani, las categorías temporales están rotas en la dimensión real de América".

"Lo real maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de "estado límite" (Carpentier en Tientos diferencias, p. 32).

Esta visión se corresponde con la que se le atribuye al indígena. La forma en cómo este concibe la realidad es real; esto implica que se cree como ocurrido y posible a suceder, lo que para nosotros es fantástico. Lo real maravilloso americano que no debe confundirse con el realismo mágico —que es otra cosa distinta—, se fundamenta en la mitología indígena, es decir, en lo que es creíble al pueblo y se le presenta como algo fantástico. Hay una base que es real, como lo son los acontecimientos históricos en la novela y fundida esta base real con los elementos indígenas, el producto será lo que se conoce con el nombre de real maravilloso americano (de ahí el apelativo de americano).

Se requiere fe para creer que lo que se presenta como fantástico es verdad. Pero se cree, porque su fundamento es real. Se le compara con la visión del niño, el cual ve lo que sucede en la realidad, pero de forma caótica.

En esencia, para penetrar en el mundo creado por el autor, el lector debe desprenderse de lo que hay de objetivo en la realidad y disponerse a creer otra realidad como verdadera. Debe prescindir de las categorías reales objetivas y exteriores para creer en otras que no obstante no sean evidentes a los sentidos, son para lo real maravilloso americano, para el indígena y para el pueblo latinoamericano en general, tan reales como la realidad objetiva. De ahí la fusión de las diversas religiones, de la magia presente en la religión católica y de la ironía evidente en todas las alusiones a sacerdotes católicos y a cualquier referencia que se haga con respecto a la piedad y la moral.

Se percibe una sórdida ironía en las alusiones hechas a sacerdotes, a los sacramentos, a las imágenes religiosas, a la moral y a la piedad. Igualmente, la realidad se presenta de forma trastocada y se confunde la realidad "objetiva" con la que no se ve. Lo "sobrenatural" se confunde con la "magia", negando la gracia y concibiéndola como "una fuerza" parecida a lo que se "siente" en presencia de dioses africanos. Todo se confunde en un mundo de realidad y fantasía, hasta llegar a afirmar al final de la novela, que sólo tiene sentido vivir en este mundo, ya que en el Reino de los Cielos toda posibilidad de cambio estará negada. Se niega la existencia de un mundo superior después de éste; se niega en esencia la trascendencia del hombre y la posibilidad de una vida sobrenatural por la gracia divina. Se afirma la condición humana en este mundo, en el que gracias a la posibilidad de transformarse en lo que se desee, se despoja el hombre de su condición de hombre, "que tan penosa resulta". Lo maravilloso es magia y se le atribuyen al hombre poderes que no tiene. Al negar el mundo sobrenatural, el milagro es magia y reside su esencia en la confusión de lo real objetivo con lo real maravilloso. No se alude en ningún momento a la inmortalidad del alma, ni a la existencia misma del alma. La trascendencia del hombre se reduce a su capacidad de metamorfosearse y si desea servir a los demás hombres lo hará sirviéndose de este poder. La realidad es otra, una que no existe objetivamente y para creer en ella, el lector deberá cambiar toda su visión del mundo, para poder entrar en este juego de la literatura.

Hay escenas obscenas y una marcada ironía con respecto a la moral, a la que se presenta como puro convencionalismo social.

Hay también un trasfondo social de lucha de clases y de consideraciones filosóficas en torno a la inferioridad de la raza negra.

 

                                                                                                                 O.A. (1990)


 

                                                                                                                       ANEXO

 

CONTENIDO

El Reino de este mundo (1949), relata las visicitudes de un emperador haitiano, Henri Christophe, en un reino donde la realidad es presentada de forma fantástica y mágica. El personaje que da unidad a todo el relato es el esclavo Ti Noel.

La novela presenta la historia de Haití como la de los negros esclavos que luchan por su libertad. Ti Noel se desplaza, a lo largo de esta historia, de Haití a Santiago de Cuba, después vuelve a su lugar de origen, donde encontrará todo cambiado: ha desaparecido la opresión de los franceses, pero ahora los amos son otros: antiguos esclavos negros, como el mismo Ti Noel, siendo el emperador Henri Christophe, bien conocido por el protagonista.

VALORACIÓN LITERARIA

La novela, a pesar del continuo juego realidad-fantasía, logra una gran coherencia narrativa, que capta el interés.

El gran dominio del lenguaje de Carpentier hace que su barroquismo —reflejado en imágenes descriptivas de gran fuerza, vocabulario riquísimo, profusa adjetivación, frecuente uso de modos subjuntivos en el verbo, etc— se amortigüe y se lea con facilidad.

Los lugares y algunos de los personajes que aparecen en la novela son reales y, aunque desdibujados por las interferencias de lo fantástico, en lo que tienen de real demuestran el profundo conocimiento que de esas tierras y su tipismo, sus gentes, su historia y sus costumbres que tiene el autor.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Todo el relato, como corresponde al Realismo Mágico Americano, del que es digno representante, se enmarca en un mundo que pasa de lo real a lo fantástico, de paisajes y acontecimientos reales, episodios barrocos en su forma, y en los que lo mágico se nos presenta tan evidente como la realidad misma. Se mantiene incesantemente una alusión a Dios, a lo sobrenatural, que se identifica con ese mundo fantástico, como si se tratara de una leyenda más, o de una visión subjetiva del mundo, que en cuanto que es imaginable —y de hecho imaginado— es real, pasando a formar parte de esa "realidad mágica", que se asume en toda la narración.

Entre las supersticiones africanas —origen de las creencias indígenas haitianas— y el catolicismo, no hay más diferencia que el que éste último haya sido impuesto "a latigazos", destruyendo la"genuinidad" de la magia negra y sus budús.

Las referencias a la Iglesia, a la piedad, al Señor, a la Stma. Virgen, al Cielo (el mismo titulo El reino de este mundo, nos hace pensar por oposición en el Reino que no es de este mundo del Evangelio),.... salpican continuamente el texto, al igual que la figura del sacerdote, que no deja de estar presente en los distintos cuadros de tiempo y espacio en los que discurre la narración. Cuando, por ejemplo, desaparece la esclavitud hay una inmediata referencia al sacerdote: "... aparecieron en los campos unos sacerdotes negros, sin tonsura ni ordenación, que llamaban los Padres de la Sabana. En lo de decir latines sobre el jergón de un agonizante eran tan sabios como los curas franceses. Pero se les entendía mejor, porque cuando recitaban el Padrenuestro o el Avemaría sabían dar al texto acentos e inflexiones que eran semejantes a las de otros himnos por todos sabidos. Por fin ciertos asuntos de vivos y de muertos empezaban a tratarse en familia". (p. 82)

En todas estas referencias se palpa la ironía, la burla más o menos velada, el deseo de dañar aquellas verdades a base de desprestigiarlas y de hacerles perder credibilidad. Se ponen, por ejemplo, palabras dirigidas a Dios, o penitencias y ayunos, en personajes excéntricos, y en episodios que más bien parecieran alucinaciones.

En este sentido se entrevé una larga comparación alegórica de Jesucristo, que puede bien identificarse con el personaje de Henri Christophe rey que se ha entronado a sí mismo, alegando haber liberado a su pueblo, y que se construye un palacio-fortaleza (aunque no se menciona, puede entenderse como la Iglesia), que hunde sus torres más altas en las nubes, desde donde Henri C. mantiene sometidos a sus súbditos, a base de atemorizarlos, y de hacerles vivir en la creencia de que la sublimidad de su persona y de su autoridad impiden que pueda ser comprendido por el común de los mortales.

La realidad sobrenatural desaparece, por tanto, del ámbito de lo real, que a su vez tampoco existe como tal, en sentido objetivo.

Hay algunas descripciones inconvenientes, y otras con una fuerte carga de sensualidad. Se presentan, dentro de este mundo loco, que parece ser el verdadero, situaciones inmorales. Vale la pena hacer notar que, curiosamente, el autor no deja de hablar de "virtud" o "virtudes", que en un momento dado se pierden o, más o menos "necesariamente", degeneran hacia el vicio. Es decir, en la confusión de fantasías, figuras y personajes de un mundo real-mágico, hay un empeño en colocar las realidades sobrenaturales y los principios morales rectos, para vaciarlos así de contenido y de sentido, en ese ambiente de agobiante barroquismo y figuración.

 

                                                                                                               L.G.T. (1990)

 

 

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