CARPENTIER, Alejo

El siglo de las luces

Seix Barral, Barcelona 1976, 370 pp.

 

¶1. Introducción

Alejo Carpentier, novelista cubano de ascendencia galo-rusa, nació en La Habana en diciembre de 1904. Abandonó los estudios de Arquitectura y se dedicó a escribir artículos en La Discusión. En 1924, fue designado jefe de redacción de Carteles. Miembro fundador del Grupo Minorista, coeditor de la Revista de Avance, sufre prisión en 1927 por motivos políticos. Trasladado a París en 1928, se relaciona con el grupo surrealista, es jefe de redacción de la revista Imán y colabora en diversas publicaciones. En 1933 publica en Madrid su primera novela: Ecué-Yamba-O, sucesión de estampas afro-cubanas. De regreso a La Habana en 1939, trabaja en la radio y se dedica a investigaciones musicológicas. Después de un viaje a Haití (1943) y de una estancia de varios años en Venezuela, regresa a Cuba en 1959 y toma parte activa en los programas culturales de la revolución castrista, como subdirector de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación (1960), vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (1961) y director de la Editora Nacional (1962).

Las novelas de Carpentier se caracterizan por el barroquismo de su prosa. En El siglo de las luces (1962), ficción basada en un episodio ocurrido en la isla de Guadalupe durante la Revolución Francesa, el tema es ideológico, aunque la descripción de paisajes, tierras y mares del Caribe, ocupa un lugar destacado. Los personajes centrales son tres jóvenes cubanos, que pertenecen a la burguesía, a quienes un francés, Víctor Hugues, emigrante de Marsella establecido en Port-au-Prince (Haití), adoctrina en las ideas de la Ilustración y la Revolución, convirtiéndolos en auténticos revolucionarios ilustrados. El desarrollo del relato abarca unos veinticinco años, situados entre el final del siglo XVIII y principios del XIX.

Consta la obra de siete capítulos, cada uno dividido en varios apartados, excepto el último. A partir del artículo IV del capítulo primero, encabeza cada uno de estos apartados con una frase atribuida a Goya, como por ejemplo: "Se aprovechan. Goya" (cap. III). Frases de este estilo aparecen en los dibujos de Goya sobre la Guerra de Independencia: una idea ilustrada con un dibujo. Parece que Alejo Carpentier hace lo mismo: ilustrar las ideas con un relato. No hay que olvidar que Goya pertenece a la misma época en la que se sitúa la novela.

 

¶2. Resumen del argumento

Capítulo I. Empieza la novela con la descripción del ambiente triste de una casa grande, destartalada, después del funeral del padre de Carlos y Sofía. Ha terminado la estación de las lluvias en el Trópico. También está con ellos Esteban, primo de Carlos y Sofía, quien después de quedar huérfano, había sido criado en la casa de sus primos como un hijo más. Sufre ataques de asma con frecuencia; se dedica a la lectura y su cuadro predilecto "es una gran tela, venida de Nápoles; de autor desconocido que, contrariando todas las leyes de la plástica, era la apocalíptica inmovilización de una catástrofe. Explosión de una Catedral, se titulaba aquella visión de una columnata esparciéndose por el aire en pedazos —demorando un poco en perder la alineación, en flotar o para caer mejor— antes de arrojar sus toneladas de piedra sobre gentes despavoridas" (pp. 18-19).

Sofía se había educado en un colegio de monjas, en régimen de internado, y Carlos, después de los primeros estudios, se dedica a la administración de la hacienda de la familia. Su padre era comerciante y tenía un gran almacén en La Habana. Pasa el año de luto, que aprovechan los tres jóvenes para desentenderse de todo compromiso social y permanecer en casa. Un día, un comerciante francés, de una edad intermedia, "era un hombre sin años —acaso tenía treinta, acaso cuarenta, acaso mucho menos—" (p. 31), llama a la puerta cuando la servidumbre estaba fuera y ellos tres durmiendo. Deja una tarjeta de visita por debajo de la puerta que dice: Víctor Hugues —negociant— Port-au-Prince. Vuelve a las diez de la noche, e insiste tanto en llamar que un criado le deja entrar. Traía cartas de presentación para el padre difunto y, tanteando el ambiente de los jóvenes, consigue con atrevimiento —procura, por ejemplo, que Esteban cure de su asma, llamando a un amigo suyo, el Dr. Ogé, mulato que estudió en París— formar parte de esta pequeña familia.

Víctor, que refleja un dominante afán de imponer pareceres y convicciones (p. 31), influye en los tres: "era inteligente para el comercio (...) estaba, sin embargo, por el reparto de tierras y pertenencias, la entrega de los hijos al Estado, la abolición de las fortunas..." (p. 53). El albacea que el difunto comerciante había nombrado se considera responsable de los tres jóvenes, y vela por sus amistades. Víctor se enfrenta con él y consigue desplazarlo. Mientras tanto, en Europa, la Revolución está en marcha en la última parte del siglo XVIII. Del Dr. Ogé son estas palabras: "'Hemos rebasado las épocas religiosas y metafísicas; entramos ahora en la época de la ciencia. La estratificación del mundo en clases carece de sentido. Hay que privar al interés mercantil del horroroso poder de desatar las guerras. La humanidad está dividida en dos clases: los opresores y los oprimidos'. La costumbre, la necesidad y la falta de ocios impiden a la mayoría de los oprimidos darse cuenta de su condición: la guerra civil estalla cuando la sienten. Los términos de libertad, felicidad, igualdad, dignidad humana, regresaban continuamente en aquella época" (p. 71).

Víctor, dueño de la situación, les convence para embarcarse hacia Port-au-Prince, Francia ultramarina, donde tiene su comercio y su almacén. La Revolución ha llegado a Haití: los esclavos se han sublevado y queman y destruyen todo lo que encuentran, incluido lo que pertenecía a Víctor: "Los tres llegaron a un solar yermo, donde algunas maderas calcinadas se erguían aún, humeantes, escamadas de cenizas, entre pequeñas hogueras. El negociante se detuvo, tembloroso, crispado, con el sudor cayéndole de la frente, de las sienes, de la nuca. Les hago los honores de la casa —dijo—. Allí estaba la panadería, aquí el almacén" (p. 86).

Huyen al puerto de Santiago de Cuba pero Víctor no puede acercarse a La Habana porque ha sido denunciado como masón. Mientras, sigue adoctrinando a los jóvenes, asegurándoles que "... se estaba asistiendo, allá, al nacimiento de una nueva humanidad (se refiere a Francia y a la revolución de los esclavos negros)... Hacia el oriente se erguía, enhiesta y magnífica, vislumbrada por los ojos del entendimiento, la Columna de fuego que guía las marchas hacia toda la Tierra Prometida" (p. 91).

Capítulo II. "La Revolución había infundido una nueva vida a la Calle..." (p. 96). "... ciñendo el atraso de España a un sombrío cuadro de monjas llagadas, milagrerías y harapos, persecuciones y atropellos... país dormido, tiranizado, falto de luces... Francia esclarecida, cuya Revolución había sido saludable, aplaudida, aclamada por hombres como Jeremías Bentham, Schiller, Klopstock, Pestalozzi, Robert Bruce, Kant, Fichte (...). Pero no basta con llevar la Revolución a España; hay también que llevarla a América, decía Esteban en esas reuniones hallando siempre la aprobación de un Feliciano Martínez de Ballesteros, venido de Bayona..." (p. 99).

Víctor, hombre práctico, no desea pararse en teorías. Sus ideas revolucionarias se presentan claras y concretas, sin reinterpretaciones: "Dijo Víctor, que estrenaba traje nuevo, de muy buena factura, con unas botas que aún sonaban a cordobán de almacén. '¡Ah! Y si viene el caso hablar de eso: nada de masonerías. Si quieres estar con nosotros, no vuelvas a poner los pies en una Logia. Demasiado tiempo hemos perdido ya con esas ‘pendijadas’. Advirtiendo la expresión asombrosa de Esteban añadió: 'La masonería es contrarrevolucionaria. Es cuestión que no se discute. No hay más moral que la moral Jacobina'. Y, tomando un Catecismo del Aprendiz que estaba sobre la mesa, lo rompió por el canto de la encuadernación, arrojándolo al cesto de los papeles" (p. 103).

Esteban, llevado de sus ideas, sale para el continente europeo, y su viaje es descrito como un peregrinar por el Camino de Santiago de Compostela, "sintiéndose más cerca del Pórtico de la Gloria, cuando a menos jornadas le quedaban el Hospital de San Hilario de Poitiers (...) y el descanso de Bayona (...). Marchando hacia la sublime obra del Maestro Mateo, quien de seguro —no podía haber duda en esto— habría sido masón como Brunelleschi, Bramante, Juan de Herrera, o Erwin Steinbach, el edificador de la Catedral de Estrasburgo" (p. 120).

Esteban se aburre en Bayona, alejado de París, traduciendo al castellano panfletos revolucionarios que no son bien acogidos en España, y vuelve al Caribe. En Haití, encuentra a Víctor revestido de todos los poderes de la Revolución, temido por su ferocidad. "La Revolución había forjado hombres sublimes, ciertamente; pero había dado alas, también, a una multitud de fracasados y resentidos, explotadores del Terror que, para dar muestras de alto civismo, hacían encuadernar textos de la Constitución en piel humana. No eran leyendas" (p. 125). Esteban queda desengañado y no le convencen los argumentos de Víctor, que dice: "Estamos cambiando la faz del mundo, pero lo único que les preocupa es la mala calidad de una pieza teatral" (p. 126).

La Revolución llega a las colonias francesas de ultramar, especialmente con el "Decreto del 16 Pluvioso del año II, por el que queda abolida la esclavitud. De ahora en adelante, todos los hombres, sin distinción de razas, domiciliados en nuestras colonias, son declarados ciudadanos franceses, con absoluta igualdad de derechos." (p. 127). Víctor se adueña de la isla de Guadalupe, y establece la guillotina, que empieza a funcionar en público: "La guillotina había entrado a formar parte de lo habitual y cotidiano. Se vendían, entre perejiles y oréganos, unas guillotinas minúsculas de adorno, que muchos llevaban a sus casas. Los niños, aguzando el ingenio, construían unas maquinillas destinadas a la decapitación de gatos" (p. 155). Ante la negativa de los negros liberados para trabajar en el cultivo de las fincas expropiadas, alegando que eran libres, Víctor hace apresar a los más díscolos, y los condena a la guillotina (p. 155).

Capítulo III. Continúa el Terror en la isla de Guadalupe. Algunos periódicos americanos llaman a Víctor el "Robespierre de la isla" (p. 177).

Esteban pasa a ser el escribano de la nave "Ami du Peuple", que junto con otras naves se hacen corsarios del Caribe. Roban, saquean, y tanto es el botín que se obtiene en este nuevo oficio, que los pequeños tenderos y comerciantes, los burgueses, se convierten en armadores de buques corsarios. Este ambiente repulsa todavía más a Esteban: "Soy un cerdo —dijo a media voz—. Si fuese cristiano me confesaría" (p. 209).

La piratería y la violencia hacen que el 7 de julio de 1798, los Estados Unidos de América declaren la guerra a Francia en los mares de América. "Fue como un trueno que retumbara en todas las cancillerías de Europa. Pero la próspera, voluptuosa y ensangrentada isla de Nuestra Señora de Guadalupe ignoró durante largo tiempo una noticia que había de cruzar dos veces el Atlántico para alcanzarla" (p. 209). Mientras, en Guadalupe, se desencadena una nueva ola de Terror, con la guillotina actuando a discreción. Víctor envía a Esteban a Cayena, Guayana francesa, y presiente sus últimos días ya cercanos. Le llaman de París, pero no quiere ir (pp. 211-213).

Capítulo IV. Esteban en Cayena. Allí ve las miserias y depravadas condiciones en que viven los deportados de la metrópoli, en su mayoría enfermos agonizantes, asistidos por monjas. Todavía hay esclavos negros. Este ambiente le impulsa a huir y volver a su tierra. En su camino hacia La Habana, se encuentra la Holanda ultramarina, donde hay tolerancia religiosa. Allí espera que un barco de los Estados Unidos le lleve a Santiago de Cuba o a La Habana (p. 245). Se habla mucho del Imperio del Norte como Tierra-en-Espera, y lo vivido por él, hasta ahora, era como una "pesadilla de incendios, persecuciones y castigos, anunciada... por los muchos augures del Fin de los Tiempos..." (p. 254).

Capítulo V. Vuelve Esteban a casa de Sofía: "Lloró largamente con la cabeza caída, en el regazo de Sofía, como cuando, de niño, le confiaba sus congojas de enfermo malogrado por la vida" (p. 258). Sofía se había casado con Jorge, que, al llegar Esteban, había salido con Carlos. Más tarde, cuando Carlos ve a Esteban lo abraza y celebran su vuelta con una gran cena (pp. 264-265).

Esteban cuenta sus experiencias. Empieza a narrar "la travesía de Port-au-Prince a Francia en aquel barco atestado de refugiados que resultaron ser masones casi todos, miembros de un Club de Filadelfos muy poderosos en Saint-Dominique" (p. 265). Al contar la historia de sus años de ausencia cita frases como: "... No hay más Tierra Prometida que la que el hombre puede encontrar en sí mismo: —El ser humano sólo podrá ser iluminado mediante el desarrollo de las facultades divinas dormidas en él por el predominio de la materia..." (p. 267).

Ante el desengaño de Esteban, Sofía exclama: "Pues, nosotros no estamos de acuerdo (...). No podía vivirse sin un ideal político... por supuesto que se habían cometido graves errores... pero esos errores servían de útil enseñanza para el futuro... ella admitía que los excesos de la Revolución eran deplorables, pero las grandes conquistas humanas sólo se lograban con dolor y sacrificio. En suma: que nada grande se hacía en la Tierra sin derramamiento de sangre. —'Eso lo dijo Saint-Just antes que tú', exclamó Esteban. —'Porque Saint-Just era joven. Como nosotros. Lo que me maravilla, cuando pienso en Saint-Just, es lo cerca que estaba aún de los pupitres del colegio'. Ella está enterada de todo lo que su primo le ha contado —tocante a lo político, desde luego— y acaso mejor que él, que sólo había podido tener una visión parcial y limitada de los hechos... —'¿Así que haber descendido al infierno no me sirve de nada?', gritó Esteban... Ella sólo quería decir que a distancia se podría tener una visión más objetiva de los acontecimientos —menos apasionada..." (p. 268).

Los tres están ahora contra Esteban: "... 'Me esperaba todo —dijo Esteban— menos encontrarme, aquí, con un Club de Jacobinos'. Carlos se había aplicado en estos años, a crear una pequeña Logia Andrógina... con la finalidad política de difundir los escritos filosóficos que habían incubado la Revolución, así como algunos de sus textos fundamentales: la Declaración de los Derechos del Hombre, la Constitución Francesa, discursos importantes, catecismos cívicos, etc." (p. 269).

Sofía y Esteban se marchan fuera de La Habana para pasar la Navidad en la hacienda de los parientes de Jorge que, junto a Carlos, se reunirá con ellos durante el fin de semana. La hacienda tenía una mansión lujosa, con salones y jardines; hasta una orquesta de treinta músicos negros instruidos por un director alemán. Detrás de los cipreses de la finca, se ocultaba otro mundo: barracones de esclavos. Discuten Esteban y Sofía sobre esta desigualdad... Jorge no puede venir a la finca a pasar el fin de semana, porque cae enfermo como consecuencia de una epidemia europea que unos barcos rusos trajeron a La Habana (p. 278).

Víctor, mientras tanto, es Agente del Directorio en Cayena (p. 282).

Muere Jorge. Sigue un año tedioso de luto. La Revolución continúa: "En todas partes soplaban vientos de conspiración" (p. 288). Hay un levantamiento de los esclavos negros en toda Cuba... Sofía decide reunirse con Víctor y se va al puerto de La Habana para coger un barco norteamericano que salía a las cinco de la mañana... (pp. 295-297). La policía registra la casa de La Habana en busca de propaganda subversiva (p. 299). Interrogan a Esteban que, para darle tiempo a Sofía a tomar el barco, entretiene a la policía declarándose revolucionario y empieza a contar todo desde la visita de Víctor a su casa (p. 302). Así dan las cinco de la mañana, lo que permite la huida de Sofía hacia Cayena. Esteban es detenido, enviado a España y encarcelado en el penal de Ceuta.

Capítulo VI. Descripción minuciosa de la travesía por mar desde La Habana hasta La Guaira (Venezuela). Sofía llega a Cayena, y se aloja en una mansión. Tarda el encuentro con Víctor. Este se excusa ante el Terror de su mandato en Guadalupe pero "una revolución no se razona: se hace" (p. 320). Viven juntos, amancebados. Mientras tanto se firma el Concordato entre Roma y París. Francia vuelve a ser católica. "¡Y pensar que más de un millón de hombres han muerto para destruir lo que hoy se nos restituye!" (p. 325). "Promulgada era la Ley del 30 Floreal del Año X, por la cual se restablecía la esclavitud en las colonias francesas de América, quedando sin efecto el Decreto del 16 Pluvioso del Año II... al saberse además, que se regresaría al sistema colonial anterior a 1789, con lo cual se acababa de una vez con las lucubraciones humanitarias de la cochina Revolución" (p. 328). Los negros, al ser abolida su liberación, huyen a la selva con sus familias donde "empezaba el Africa nuevamente" (p. 330).

Otra vez es Víctor, fiel a la lógica jacobina, "el Mandatario que no había retrocedido ante el peligro de desencadenar una guerra ante el Abyecto Decreto del 30 Floreal. Había mostrado una energía tenaz, casi sobrehumana, para abolir la esclavitud ocho años antes, y ahora mostraba la misma energía en restablecerla" (p. 331). Los soldados de Napoleón, excombatientes de Egipto, al mando de Víctor, se meten en la selva y realizan una matanza de esclavos (p. 338). A la vuelta de esta expedición, Víctor tiene fiebres, el mal de Egipto o "azote de Jaffa", quedando al borde de la muerte. Es asistido por Sofía, que decide volver a La Habana una vez restablecido.

Capítulo VII. La última escena tiene lugar en Madrid. Un viajero se presenta en una casa de la calle de Fuencarral, de la condesa de Arcos, casa deshabitada durante mucho tiempo, pero que alquiló una señora llamada "La Cubana", que "había venido a Madrid para realizar una delicada gestión: solicitar el indulto de un primo suyo que estaba encarcelado, desde hacía años en el presidio de Ceuta. Se decía que aquel primo 'suyo' había sido conspirador y francmasón en las tierras de América, que era un afrancesado, adicto a las ideas de la Revolución, impresor de escritos y canciones subversivas, destinadas a socavar la autoridad real en los Reinos de Ultramar..." (p. 353).

"La Cubana" (Sofía) consigue el indulto y Esteban va a vivir con ella. Al poco tiempo, el 2 de mayo, estalla la Guerra de Independencia en Madrid. Sofía sale a la calle, uniéndose a los sublevados. "Esteban trató de detenerla: No seas idiota: están ametrallando. No vas a hacer nada con esos hierros viejos" (p. 357). "Ya sonaban disparos en todas partes, en tanto que la masa humana, llevada por un impulso de fondo, se desbordaba hacia la Plaza Mayor y la Puerta del Sol. Un cura vociferante que andaba a la cabeza de un grupo de mandos con la navaja en claro, se volvía de trecho en trecho, se volvía hacia su gente, para gritar: 'Mueran los franceses. ¡Muera Napoleón!' El pueblo entero de Madrid se había arrojado a la calle en un lanzamiento repentino, inesperado y devastador" (p. 357). "Ni Sofía ni Esteban regresaron nunca a la Casa de Arcos. Nadie supo más de sus huellas ni del paradero de sus carnes" (p. 358). Carlos fue el único que sobrevivió, y devolvió la casa a sus dueños, "la Casa de Arcos volvería a quedar deshabitada" (p. 358).

"Cuando quedó cerrada la última puerta, el cuadro de la Explosión de una Catedral, olvidado en su lugar —acaso voluntariamente olvidado en su lugar— dejó de tener asunto, borrándose, haciéndose mera sombra sobre el encarnado oscuro del brocado que vestía las paredes del salón y parecía sangrar donde alguna humedad le hubiese manchado el tejido" (p. 359).

 

¶3. Aspectos literarios

Estilo

La novela es una sucesión de estampas del mar Caribe y sus islas, como fondo de los hechos que se van narrando. El estilo es barroco, con abundancia de signos de puntuación y frases largas. Las descripciones tratan de atraer la atención sobre las cualidades sensibles: "La brisa olía a tierra —humus, estiércol, espigas, resinas—..." (p. 8). "Todo olía fuertemente en esa hora próxima a un crepúsculo que pronto incendiaría el cielo...: leña mal prendida y la boñiga pisoteada, la lona mojada de los toldos, el cuero de las talabarterías y el alpiste dentro de las jaulas de canarios colgados en las ventanas. A arcilla olían los tejados húmedos, a musgos viejos los paredones todavía mojados; a aceite muy hervido las frituras y torrejas de los puestos esquineros; a fogata en Isla de Especies, los tostadores de café con el humo pardo, que a resoplidos, arrojaban hacia las cornisas de clásico empaque. Pero el tasajo,... olía a tasajo; tasajo omnipotente, guardado en los sótanos y transfondos, cuya acritud reinaba en la ciudad, invadiendo los palacios, impregnando las cortinas, desafiando el incienso de las iglesias, metido en las funciones de ópera" (p. 14).

Casi todos los puntos de la narración admiten varias interpretaciones o enfoques. Se podría leer "El siglo de las luces" atendiendo a la información que cada uno de los sentidos va captando, como al asistir a una ópera se van viendo los escenarios, oyendo los tonos y modulaciones, sintiendo las emociones de los protagonistas. Más que el tema, lo que se valora es el modo como se presenta. Desde este punto de vista, la novela de Carpentier es viva, y en esto reside su valor literario.

Técnicas

Las técnicas que utiliza Carpentier en su novela son numerosas. Nos fijaremos especialmente en tres de ellas.

A) Autor omnisciente: El relato no lo hace un cronista-protagonista, sino que es el autor, cuyo punto de vista se ha dado en llamar omnisciente, quien habla en tercera persona[1]. Así se distribuye la carga del relato en varios personajes, por lo que los cambios de escena no quedan ya sujetos al movimiento de los personajes.

Narra un autor omnisciente, pero lo hace aproximándose a la perspectiva de Esteban (a veces, a la de Sofía); porque, si bien Víctor es el protagonista de la obra como novela histórica, Esteban es su protagonista como novela psicológica y, excepcionalmente, habla en primera persona.

B) Tiempos: Carpentier ha dado a su novela una construcción musical (recordemos que era un gran aficionado a la música), donde los tres personajes encarnan respectivamente un tema masculino (Víctor Hugues), otro femenino (Sofía) y el tercero neutro (Esteban).

Cada hecho descrito, como en una ópera, tiene un motivo de fondo, que le permite conectar con lo anterior, y a su vez presenta variaciones sobre un mismo tema, con resaltes de uno u otro aspecto, con altos y bajos. El ritmo cambia según las necesidades; los tiempos musicales vienen dados por los tiempos narrativos o escenas.

C) Los viajes: son el motivo y hasta un tema novelesco, pero también una estructura, ya que la elección de tal soporte argumental implica la organización del material narrativo en una textura fundamentalmente episódica[2]. En la novela que estamos estudiando, los personajes principales casi siempre están realizando algún viaje, desplazándose, encontrando nuevos personajes, civilizaciones e historias.

Carpentier, al utilizar esta técnica ha dotado a su novela de mucho más movimiento, dándose a sí mismo la posibilidad de ser dueño de las situaciones, de crear las circunstancias. Los personajes más que moverse son movidos, conectando así con la situación de dominio que corresponde al narrador omnisciente.

Intención del autor

"El origen de la novela fue un viaje que hice al golfo de Santa Fe, en la costa de Venezuela (...). El lugar me fascinó, pues es uno de los más bellos y singulares de la costa americana, y allí mismo, en la cubierta del barco, escribí el capítulo (...). El otro punto de arrancada de la novela fue una escala forzosa en Guadalupe durante un viaje a París. Allí supe por primera vez de Víctor Hugues"[3].

El arranque de la novela es realista, natural, y a la vez histórico e ideológico: "Creí encontrar una gran identidad entre las preocupaciones de aquélla época (el siglo XVIII), y la de los hombres de este siglo. En los últimos años del XVIII se hablaba de las mismas cosas que hablaban los hombres jóvenes entre las dos guerras mundiales. Hablaban de la necesidad de una revolución que renovara totalmente la sociedad. Clamaban por libertades y deberes que serían las mismas que anhelaban los jóvenes de mi generación"[4].

Carpentier traslada ideas de un siglo a otro, como se trasladaron de un continente al otro, y paisajes de la realidad al libro, por medio de los viajes descritos. A través del relato se presenta un mundo, una época, concreta y determinada, que puede ser tanto de ayer como de mañana.

Sin análisis de fondo, es difícil captar el sentido de la novela. Pudiera decirse que el autor ha querido dotarla de varios niveles de lectura: el estético, el histórico, el psicológico, el narrativo, el ideológico. Juzgarla, por tanto, teniendo en cuenta tan sólo uno de estos niveles o aspectos sería quizá reducir la intención del autor.

Historia en la novela

Carpentier pretende exponer el tema de la Revolución Francesa a millares de kilómetros de distancia: en el Caribe. El relato puede considerarse histórico, pues los acontecimientos que en él se narran son parte de la historia de las islas. Partiendo de una idea central, siguiendo los datos históricos aunque interpretados libremente, el autor desarrolla su propia visión de la historia: "'Hemos rebasado las épocas religiosas y metafísicas; entramos ahora en la época de la ciencia' (...). Los términos de libertad, felicidad, igualdad, dignidad humana, regresaban continuamente en aquella época" (p. 71).

Los sucedidos históricos sirven al autor para llevar adelante la exposición del argumento literario: Decreto del 16 Pluvioso del año II; guillotina; Terror; Declaración de guerra de los Estados Unidos de América; Concordato Roma-París; vuelta al sistema colonial; matanzas de esclavos; guerra de Independencia.

Símbolo y mito

A) La explosión de la catedral. El cuadro, del pintor Monsu Desiderio (François Nomé, nacido en Metz en 1593), es el tema alegórico de toda la novela. "Imaginé —dice Carpentier— que en la casa de los adolescentes, en La Habana Vieja, se hallaba un cuadro de Monsu Desiderio titulado 'Explosión en una catedral'. La hipótesis novelesca me parecía atrevida, no había ninguna razón para que un cuadro de Monsu estuviera en La Habana en esa época. Cuál sería mi sorpresa al descubrir, poco tiempo después, que en nuestro Museo Nacional hay uno de los cuadros más importantes de Monsu y que por consiguiente, sí, había un cuadro en La Habana del siglo XVIII"[5].

La explosión inmóvil sólo es percibida en su sentido profundo por Esteban, antes de que llegue la Revolución al Caribe, antes de que todo su mundo se vea alterado. Cuando está enfermo Sofía le dice: "—No sé cómo puedes mirar eso." "—Es para irme acostumbrando", responde Esteban (p. 19). La tela tiene un valor de presagio, de clave simbólica; en ella se refleja, en un instante, todo el contenido del relato de Carpentier.

Esteban lee el desarrollo de la historia de su vida y de la Revolución en el cuadro: "Esteban se detuvo de pronto, removido a lo hondo, ante la Explosión en una catedral del maestro napolitano anónimo. Había allí como una prefiguración de tantos acontecimientos conocidos, que se sentía aturdido por el cúmulo de interpretaciones a que prestaba ese lienzo profético, antiplástico, ajeno a todas las temáticas pictóricas, que había llegado a esta casa por misterioso azar. Si la catedral era la Epoca, una formidable explosión, en efecto, había derribado sus muros principales, enterrando bajo su alud de escombros a los mismos que acaso construyeron la máquina infernal" (p. 259).

Sabiendo leer en el cuadro, entendiendo el sinsentido de su vida y de su época, al ser detenido y condenado a trabajos forzados en las canteras de Ceuta, el protagonista se muestra indiferente más que resignado: "'¡Para lo que me importa ya cual haya de ser mi destino!', dijo Esteban. Se detuvo ante el cuadro de la Explosión de la catedral, donde grandes trozos de fuste, levantados por la deflagración, seguían suspendidos en una atmósfera de pesadilla. 'Hasta las piedras que iré a romper ahora estaban ya presentes en esta pintura'. Y agarrando un taburete, lo arrojó contra el óleo, abriendo un boquete a la tela, que cayó al suelo con estruendo" (p. 303).

Tiempo después, desaparecidos los personajes bajo el peso de los acontecimientos, Carlos, el hermano de Sofía, encuentra otra vez el cuadro, en Madrid, donde lo había trasladado su hermana: "Era el que representaba cierta Explosión de una Catedral, ahora deficientemente curado de la ancha herida que se le hiciera un día, por medio de pegamentos que demasiado arrugaban la tela en el sitio de las roturas" (p. 350). Pasado el tiempo, la Revolución se ha hecho, se ha parado, ha causado daños y ha sufrido en sí misma. Lo que queda de ella es algo pasado, sin valor para quien no sabe lo que significa. Y Carlos, el menos revolucionario de los personajes, no le ve sentido a tal cuadro.

B) Libertad. En la novela aparece este término infinidad de veces, resaltada de varias formas, incluso con letras mayúsculas. La libertad está presente desde el principio —Víctor Hugues libertador— hasta el final de la novela —el pueblo madrileño liberándose—. La historia contada, salpicada de datos concretos, es la historia de la libertad y la esclavitud, tanto física como mental: ideas, decretos, lecturas, conversaciones, gestos, luchas, guillotina, cárcel, huidas, viajes, guerra.

No expresa Carpentier juicios personales sobre la libertad. Va narrando cómo se ensalza, se manipula, se abusa, degrada, legaliza, entontece, deslegaliza, embrutece, condena, mata y muere. La libertad es algo escurridizo, pasajero, contingente y mudable: ¿utopía, realidad o invención humana? La novela acaba con dos de los protagonistas muriendo en una guerra combatida, por ambos bandos, en nombre de la libertad.

C) Víctor Hugues. Este personaje, encarnación de los ideales revolucionarios, estricto jacobino, se convierte para los jóvenes en el símbolo del nuevo mundo. El es el espíritu de la Revolución en el Caribe. Con su presencia cambia el curso de sus vidas monótonas, intrascendentes. Su persona es como una puerta abierta por la cual los neófitos idealistas pueden adentrarse en la concreción y realización del siglo de las luces.

Carpentier crea este personaje, tomando pie de la realidad histórica, como hilo conductor del mensaje final de la obra. "¿Por qué personaje ideal? Porque creo que los personajes históricos, pero no demasiado históricos, son personajes ideales para una novela. No se puede hacer una gran novela cuyo personaje central se llame Napoleón, o se llame Julio César, o se llame Carlomagno, porque o bien se achica el personaje con las exigencias del relato novelesco, o bien, por un prurito de fidelidad, no se colocan en su boca las palabras que realmente dijo, y entonces se transforma el gran hombre en una especie de monumento, con facultad de movimiento, pero que pierde fuerza. En cambio, un personaje histórico que se puede situar netamente en una época, que es el protagonista de una acción —acaso secundaria pero muy significativa—, es un personaje que tiene las ventajas de la autenticidad, la verosimilitud, y un margen de libertad para moverlo. Pero cuando yo me enamoro del personaje de Víctor Hugues, no sé nada sobre él. Y según me había dicho Mario Petroluzzi, no conseguiría datos sobre él"[6].

El personaje de Víctor es presentado positivamente; sin embargo, con el avanzar de los acontecimientos y el fracaso de la Revolución, acaba desapareciendo hundido en una orgía de sangre. Sus vaivenes —su revolución— le llevan a romper con Esteban en primer lugar, con Sofía después, más tarde con su propio Gobierno revolucionario. Víctor es la idea clara y concreta de la Revolución. Pero termina aplastado por la misma lógica revolucionaria, bajo el peso de los acontecimientos que le desbordan y se le escapan.

Al final de la obra, Víctor es un ser sin esperanza, sin moral y sin ideales, servil ante las exigencias de la política colonial napoleónica: "¿Cuál fue, en realidad el fin de Víctor Hugues?... es indudable que su acción hipostática —firme, sincera, heroica, en su primera fase; desalentada, contradictoria, logrera y hasta cínica en la segunda— nos ofrece la imagen de un personaje extraordinario que establece, en su propio comportamiento una dramática dicotomía" (p. 365). Así se lo hace notar Sofía, quien se había confiado a él esperando inyectar la Revolución en toda América, separándose de él al verle ceder ante exigencias que ella considera monstruosas: "Quiero volver al mundo de los vivos, de los que creen en algo. Nada espero de quienes nada esperan" (p. 344).

D) La Revolución y lo goyesco. "Así mismo, las citas de Goya, colocadas a la cabeza de muchos capítulos provienen de los 'Caprichos' y se enlazan directamente con la acción de la novela. Llevan al lector hacia un desenlace que yo considero goyesco"[7]. La sola mención de Goya hace remontarse al Siglo de las Luces, la época contradictoria en que el pintor vivió, entre ambientes sociales y políticos opuestos —pintor de temas cortesanos y populares—, con un estilo artístico revolucionario, simbolista e impresionista. Goya expresa un estado anímico que va de la ironía a lo grotesco, donde la realidad se supedita al ensueño; el terror se mezcla con el humor negro y la risa causa horror.

Carpentier señala el tono del relato al citar a Goya, resultando un conjunto de cuadros que no existen sino que se describen con el desarrollo de los hechos, moviéndose entre la lógica y el absurdo, entre el capricho del destino y la voluntad impotente de los hombres.

 

¶4. Valoración doctrinal

Como tema de fondo, se presenta una especie de amalgama entre Revolución francesa y Masonería (expuesta con todo su aparato y nomenclatura), que para el autor significa luz, progreso y libertad, y cuyo enemigo declarado es la Iglesia Católica. Este es el marco en el que se sitúan los tres principales inconvenientes de la novela.

Por una parte, el sensualismo en las descripciones, que llega, con frecuencia, a erotismo refinado. La mujer, dentro de la descripción de costumbres, queda relegada a simple hembra: actitud encarnada también por la protagonista, Sofía, quien al plantearse el modo de ayudar a Víctor en la expansión de la Revolución, no encuentra otro mejor que usar el "factor amoroso" (cfr. Cap. VI). El sexo se entiende como unión de sentidos y "espíritu", exaltando la lujuria hasta un supuesto grado "místico": "Había oído decir que ciertas sectas orientales, consideraban el contento de la carne como un paso necesario para la elevación hacia la Trascendencia" (p. 322).

Por otro lado, las referencias del autor a la Iglesia, a la religión, clérigos, etc., son generalmente negativas, tanto por el tono irónico como por el enfoque meramente humano con que se las presenta. La ironía le lleva en ocasiones a escribir expresiones irreverentes, puestas en boca de otros.

En la descripción del ambiente histórico, el autor resalta ampliamente los aspectos más hostiles a la Iglesia. El cristianismo queda reducido a una especie de evocación sentimental. Los personajes no tienen dimensión trascendente: aunque no se oponen a la vida del espíritu, su falta de fe es declarada explícitamente.

La unión de los dos defectos anteriores —sensualismo y laicismo— se manifiesta en la calificación de la Iglesia como destructora de las costumbres indígenas en América. Incluso ciertas costumbres depravadas, antinaturales, son exaltadas y añorada su pérdida, y se achaca a la incultura de los misioneros su supresión: "Algo dijo luego de Cristóbal Colón, que, en su tercer viaje a América, descubriera esta isla poblada de seres felices, sencillos, entregados a la vida sana que constituye el estado natural del ser humano, dándole el nombre de la nave en que viajaba. Pero con el Descubridor, habían llegado los sacerdotes cristianos, agentes del fanatismo y de la ignorancia que pesaba sobre el mundo como una maldición..." (p. 144).

Un último aspecto que conviene reseñar se refiere a la actitud de fondo del autor. El tema de la Revolución le presta el instrumento para construir una trama, que puede reproducirse en cada hombre, en la que se engarzan tanto las experiencias de la angustia existencialista (desesperada resignación ante la nada), como los postulados marxistas de la lucha de clases, supuesto factor intrínseco en la historia. Ambas corrientes llevan, en la conclusión de la novela, a la absurda resignación de Esteban y Sofía (personajes que representan en cierto modo el mito de Sísifo) o a la sangrienta rebelión de Víctor (mito de Prometeo).

J.M.G. - G.R.A. (1989)

 

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[1] "El narrador omnisciente a la manera tradicional, de tono épico, diríamos, utiliza la tercera persona para narrar desde fuera de los sucesos novelescos, pero sin prohibirse a sí mismo —a su voz de narrador— el comentar, adelantar acontecimientos, el caracterizar moralmente a los personajes, etc. El narrador está en todas partes, todo lo sabe”. (Baquero Goyanes, M.: Estructura de la novela actual, Planeta, Barcelona 1972, pp. 124-125).

[2] "La del viaje, la del ir y venir de un personaje o personajes que, según van haciendo su camino, van entrando en contacto con nuevas gentes, con nuevas posibilidades novelescas, con seres que suponen otras tantas historias; bien porque las contengan sus respectivas peripecias vitales, bien simplemente porque sean capaces de contar cuentos o de poseer manuscritos que los contienen" (Baquero Goyanes, M.: Proceso a la novela actual, Rialp, Madrid 1963, p. 132).

[3] Carpentier, Alejo: El siglo de las luces, Cátedra, Madrid 1987, Introducción p. 43.

[4] Ibid., p. 46.

[5] Ibid., p. 48.

[6] Ibid., p. 44.

[7] Ibid., p. 56.