CAZORLA, José

Estratificación Social en España

Cuadernos para el Diálogo, Ediciones de Bolsillo, Madrid 1973, 238 pp.

ÍNDICE

1. Un ensayo de estratificación social española, 1957

2. Familia y estratificación social

3. Desigualdades regionales y estratificación social

4. Las regiones proletarias, 1970

5. Funcionarios y estratificación social

6. Religiosidad y estructura social en Andalucía: la práctica religiosa

7. Algunas motivaciones relevantes en el desarrollo económico

CONTENIDO

El autor reúne varios trabajos sobre la estratificación social, escritos entre 1965 y 1968, a los que añade los nn. 3 y 4, compuestos para este libro. Dado que en el texto hay un abundante aparato teórico y de hipótesis, así como estudios a nivel nacional y regional, y varios apartados referentes a Andalucía, el contenido va a exponerse según este orden y no según el del autor.

1. Teoría e hipótesis de trabajo

Desde 1957, año en que Murillo Ferrol, maestro del autor, publicó su Estratificación social de España partiendo de la clasificación profesional del Censo de 1950, el tema más debatido y constante en la bibliografía española es el de las clases medias. ¿Ocurre en España una evolución semejante a la de los otros países en proceso de transformación y cambio? Frente a la tesis de Linz y A. de Miguel, enunciada en 1960, sobre el mito del crecimiento de las clases medias (tesis que de Miguel no sostendría en trabajos posteriores), el autor comprueba su evidencia en nuestra sociedad. Insiste asimismo en la aparición de las nuevas clases medias en nuestro país (obreros muy cualificados, técnicos de talleres o fábricas, empleados de nuevos servicios, personal directivo, vendedores, etc.)

Ve asimismo una relación directa entre grado de desarrollo y estratificación social, de manera que a mayor renta por habitante hay mayor amplitud de las clases medias.

a) Estratificación social y familia.

Los cambios en la estratificación social se producen casi simultáneamente a los familiares (el autor sigue esencialmente a Goode en este punto), lo cual se manifiesta en la elección del cónyuge, la eliminación de la dote, así como en la posibilidad mayor de matrimonios mixtos, igualdad en la herencia, anticoncepción, regulación del aborto en algunos casos, divorcio, etc. Es un hecho obvio que la familia tradicional y jerarquizada supone un apoyo para todo sistema social cerrado. La propia estratificación sitúa a la familia, antes que al individuo, en un nivel social determinado.

La edad en que se contrae matrimonio refleja tanto el status social como el tipo de sociedad. El control familiar sobre la propiedad conduce al control paterno sobre el casamiento de los hijos. El autor se muestra crítico hacia la familia extensa, a la que considera más o menos como un resultado de los factores económicos. Sólo los sectores acomodados pueden disponer de una vivienda independiente y amplia que favorezca ese tipo de familia.

Uno de los aspectos más estudiados por la sociología empírica es la relación entre el tamaño de la familia y la clase social. El autor parte de los postulados del ecólogo social Hawley, según el cual se han producido tres etapas en el desarrollo de esta relación: lª) tasas de natalidad similares en todas las clases; 2ª) correlación inversa a partir del siglo XIX, lo que significa que el número de hijos es menor a medida que la clase social es más elevada; 3ª) etapa actual, en la que se produce una correlación directa: a clase social más elevada corresponde una familia más amplia, mientras que en una clase social más baja se da una familia más reducida. De todas formas se indica que la edad y las creencias religiosas son también factores influyentes.

La estratificación social se refleja también en el consumo familiar. Aparte de las diferencias de consumo entre el mundo rural y el urbano, los estratos bajos se ven afectados también por el consumismo.

b) La religiosidad.

Max Weber fue el primero en relacionar la práctica religiosa con el puesto de la persona en la estratificación social. Sobre la base de estudios realizados en Andalucía, Francia y Alemania, se pueden establecer algunas conclusiones generales. Sociólogos alemanes señalan que —al menos en su país— la modernización de los modos de vida no entraña necesariamente un mayor abandono de las prácticas religiosas. Los franceses indican que la sociedad valora positivamente la conducta religiosa, y que la inobservancia puede provocar incluso el rechazo social. Boulard se muestra escéptico respecto al mayor nivel religioso de los ambientes rurales, y pone de relieve las presuntas limitaciones de esta religiosidad.

La idea normalmente aceptada de que la juventud se desentiende de la práctica religiosa, y que ésta aumenta en la madurez y sobre todo en la tercera edad, es puesta en duda.

c ) La Burocracia.

Los elementos de jerarquía, rigidez y disciplina que implica la burocracia se estiman como fuente de conflictos personales y frustraciones. En el mundo moderno, la burocracia se ha extendido por el crecimiento del sector de servicios, y su poder se ha reforzado gracias a la eficacia técnica y a la velocidad de comunicación.

La burocracia se ha nutrido de la clase media, que ha encontrado en el servicio burocrático cierta satisfacción a sus tradicionales aspiraciones de estabilidad económica, éxito profesional y movilidad ascendente. También la clase alta, generalmente con estudios superiores, ha contribuido poderosamente a la Administración pública.

d ) Logro y expansión económica.

El autor se detiene en el análisis realizado por el freudiano McClelland acerca del "achievement", que traduce por espíritu de logro o superación. Una persona dotada de motivaciones de logro tiende a conseguir un nivel cada vez más alto de status, bienes, servicios, preparación profesional, etc. Lo hace de modo inconsciente y casi irreversible, y su afán se traduce en actitudes de innovación, impulso y no conformismo. En conjunto, se aprecia que la motivación no sólo es mayor en los pases de desarrollo más rápido, sino también en donde se presta más atención a los medios que a los fines.

También el espíritu de logro ha sido relacionado con las valoraciones religiosas. El potencial de transformación es mayor cuanto mayor sea la importancia que las convicciones religiosas atribuyen a la responsabilidad y a las actividades industriales, y cuanto más abierta se conciba la relación del creyente con la doctrina religiosa. A mayor logro hay también mayor pluralismo e individualismo. En conclusión, puede afirmarse que la motivación del logro es un factor importante, aunque no el único, en el desarrollo, y que refleja también, hasta cierto punto, las valoraciones religiosas existentes.

2. Aplicación a España

Nos referimos a continuación a algunas consideraciones de la parte primera que el autor aplica al caso español.

a) La estratificación social española.

El autor parte de los datos establecidos por Murillo sobre el Censo de 1950, según el cual la clase media era de un 27% y la baja se aproximaba al 70%. Expone a continuación un nuevo intento de clasificación para 1957 en base a datos de renta, estructura de la propiedad, y estimaciones propias.

Obtiene así el siguiente cuadro de población activa:

 

Estratificación                                  Nº de personas                              % sobre el total

 

Clase alta                                             295.482                                                       1,0

Clase media                                       11.467.549                                                  38,8

Clase trabajadora                              17.785.220                                                  60,2

                                                      ____________                                          ______

Población en 1/6/57                           29.548.251                                                100,0

 

Estos datos demuestran una notable coincidencia con los de Murillo, y también con los de Ros Jimeno, habida cuenta de los cambios experimentados por el país en los siete años que median entre las estadísticas. A pesar de todo, dice el autor, la pirámide social española se halla lejos de la europea, donde las distancias sociales son menores.

En relación con otras variables familiares, el autor se limita a señalar que la movilidad social se ve facilitada en España por las amistades y conexiones familiares, las influencias y las recomendaciones. En cuanto a la edad del matrimonio, afirma que los jóvenes aspiran a casarse antes de los 25 años —como lo hacían por lo general a principios de siglo—, pero sólo un 25% lo consigue.

Apenas se halla descrito el tema de la relación entre natalidad y tamaño de la familia, que tanto interesa a otros sociólogos españoles.

b) Burocracia y estratificación social.

El primer intento importante hecho en España para cuantificar la burocracia es el de Ramírez Arcos (1858) que afirmó la existencia entonces de un 2,3% en el país entero. Los autores de este siglo, incluida la literatura, destacan que los funcionarios provienen fundamentalmente de la clase media. Esta situación se ha modificado ligeramente. Continúa siendo importante la superioridad educativa de la burocracia y su procedencia de la clase media, así como la relativa importancia de la mujer (33,8%) frente al varón (66,20), si se compara con otras profesiones.

c) Religiosidad y estructura social en Andalucía.

El estudio se centra en la práctica religiosa, afecta sólo a los varones, y se hace en comparación con Francia y Alemania.

Los datos comparados llevan al autor a señalar en primer término que no hay relación necesaria entre modernización y secularización, puesto que una región subdesarrollada y en ciertos aspectos muy tradicional, presenta en conjunto un nivel de práctica inferior al alemán.

La diferencia por estratos rural y urbano muestra que en Andalucía el comportamiento religioso en las ciudades es más alto que en el campo, mientras que en Alemania, el porcentaje de católicos practicantes disminuye en los grandes núcleos de población.

Sobre la juventud, las pautas varían, pero en el año de la encuesta, los jóvenes presentan un índice relativamente elevado.

En la ciudad, el número de los no practicantes aumenta con la edad.

El autor insiste especialmente en lo que forma el eje de su investigación, es decir, la relación de la práctica religiosa con la posición social. Observa que en los sectores agrarios la práctica regular alcanza un máximo en los grandes propietarios (hacia el 80%) y un mínimo en los braceros (26). En los medios urbanos, existe un abismo entre las prácticas de las élites, las clases medias y las clases populares. Aunque la imagen que identifica a la Iglesia con los poderosos está siendo superada, las clases populares tienden aún a considerarla verdadera. Para el autor, Andalucía atraviesa un proceso de secularización, que afecta de modo especial a las clases modestas.

La encuesta señala finalmente una relación entre los grados inferiores de instrucción y una práctica reducida. A menor renta, dice el autor, corresponde menor práctica. No parece, por tanto, que entre los menos afortunados se busque una compensación en la práctica religiosa.

VALORACIÓN METODOLÓGICA

El libro supone una interesante aportación al estudio de la estratificación social en España. Su valor estriba en el análisis de los estratos de la sociedad española, tanto a nivel provincial como nacional. Puede considerarse a Cazorla como pionero, junto a Murillo, de este tipo de estudios, que luego han sido realizados también por otros sociólogos españoles, como Amando de Miguel y Salustiano del Campo.

El autor parte de las insuficiencias documentales existentes, y con honradez lleva a cabo un tratamiento sistemático de las escasas fuentes que podían utilizarse cuando escribió los trabajos que ahora reúne.

Se observa rigor en el análisis de los datos procedentes de censos, monografías documentales, encuestas, muestreos, etc.

Tanto la metodología como el prisma intelectual e ideológico con que se hace el estudio muestran la formación del autor en la escuela funcionalista norteamericana, que considera sólo lo estrictamente sociológico; y en la escuela freudiana y conductista de la psicología social. Algunas interpretaciones demasiado rígidas acusan también una lejana influencia del método de análisis marxista, aunque desde luego muy atemperado.

La dificultad de aplicar a España teorías o esquemas empíricos acuñados en la situación norteamericana resta solidez al libro. También es poco consistente comparar la práctica religiosa en Andalucía con estudios sobre Francia y Alemania, países de circunstancias muy diferentes. Algunos capítulos del libro escritos hace años acusan el paso del tiempo. Esto explica algunas afirmaciones vulnerables, hechas entonces por falta de datos suficientemente fiables.

Pero no todo en el estudio es resultado de la simple encuesta o del tratamiento numérico. De vez en cuando se hacen juicios de valor o generalizaciones discutibles, ya sea procedentes de la bibliografía usada, o propias del autor.

La familia se presenta como producto de una simple ideología o evolución casual de la sociedad, al margen, por lo tanto, de la Ley Natural o de la Ley divina. Su carácter jerárquico sirve de apoyatura, dice el autor, al sistema social jerárquico.

En realidad, la experiencia demuestra lo falso de estas afirmaciones. En Suecia, por ejemplo, donde casi el 40% de los hijos nacen de uniones extraconyugales, la jerarquía del sistema es muy acusada. La desintegración de muchas familias —divorcio en continuo aumento, hijos que se emancipan de sus padres, etc.— es un fenómeno paralelo al desarrollo del control y de la jerarquización estatal.

Parecen asimismo gratuitas las relaciones que se establecen entre frecuencia del divorcio y posición social. Muchos estudios norteamericanos realizados en los años sesenta han quedado desfasados en una sociedad donde las actitudes y criterios han evolucionado rápidamente. Hoy las crisis familiares influyen más en la descomposición de la sociedad que en la jerarquización de ésta.

En lo que se refiere al estudio sobre la religiosidad en Andalucía, no hay que olvidar que una encuesta referida a los años 1968-69 puede haber quedado superada diez años más tarde, habida cuenta de los cambios ocurridos en el país. También es un enfoque insuficiente intentar medir la religiosidad solamente en base a los varones y según la práctica dominical, sin atender a otras manifestaciones de religiosidad popular tan propias de Andalucía.

Las relaciones que se apuntan entre espíritu de logro, desarrollo y religión es otro punto discutible. Cabría preguntarse si la revolución industrial fue sólo iniciada por poblaciones protestantes. En el caso de España, lo ocurrido en Cataluña y el país Vasco no responde a una pauta uniforme que permita establecer una regla general.

Debe reconocerse que el autor habla del logro como un factor más entre otros. Pero hay que señalar también que tal espíritu está más relacionado con la educación que con elementos puramente psicológicos.

Se hacen numerosas afirmaciones gratuitas en el estudio sobre los funcionarios, de cuya superioridad intelectual y social hace sentencia el autor. En realidad, tal afirmación vale en todo caso en algunos Ministerios solamente; y desde luego no puede aplicarse al terreno social. En las regiones subdesarrolladas la afirmación del autor puede ser cierta, aunque hoy es bien conocido el descenso —en una sociedad de masas y consumista— del prestigio social del profesor frente al técnico. Es muy discutible la supervaloración que se hace del ocio en España, sobre todo cuando se afirma que nuestros empresarios disfrutan a menudo del mismo horario de trabajo que sus empleados, lo cual no se halla de acuerdo con la realidad. Las horas de permanencia del técnico o del ejecutivo son, por término medio, superiores a las que trabajan los obreros manuales, y esta permanencia asciende con el grado de responsabilidad.

Es también discutible, al menos a nivel nacional, la supuesta importancia del trabajo infantil. Seguramente el fenómeno es más cierto en Andalucía, pero es descendente, dada la importancia de la emigración en las últimas décadas y el aumento de la escolarización.

Finalmente, parece excesiva la afirmación de que los desequilibrios regionales no han interesado al Estado desde la terminación de la guerra civil. El autor dice que hasta el III Plan de Desarrollo no se hace nada por suprimir o disminuir tales desequilibrios, cuya corrección se hizo hasta entonces mediante trasvases de mano de obra rural al medio urbano. Los Planes documentan más bien lo contrario. Otra cosa es que no se cumplieran los objetivos propuestos, y que la iniciativa privada prefiriera seguir aprovechando las ventajas económicas propias de las grandes concentraciones urbanas.

 

                                                                                                              M.F.R. (1980)

 

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