CERNUDA, Luis

La realidad y el deseo

F.C.E., 6ª reimpresión, México 1981.

I. BIOGRAFÍA

Luis Cernuda nace en Sevilla, el 21 de septiembre de 1902, de padre puertorriqueño —militar— y madre sevillana. El carácter rígido de su padre provocó en él una continua introversión, una constante soledad cuya única ocupación era la atenta observación del mundo que le rodeaba y de su propio mundo interior:

        Era a la cabecera el padre adusto,

        la madre caprichosa estaba enfrente,

        con la hermana mayor imposible y desdichada,

        y la menor más dulce, quizá no menos dichosa...

        (...) Pero algo más había agazapado

        dentro de ti, como alimaña en cueva oscura,

        que no te dieron ellos, y eso eres:

        fuerza de soledad, en ti pensarte vivo...

La familia

Cernuda, como bien señala este último verso, fue un hombre solitario, replegado hacia sí mismo, enfrentado con la realidad exterior, aislado en medio de los hombres, de los que se sentía extraño.

Comienza a estudiar Derecho en Sevilla y en sus años universitarios conoce a Pedro Salinas (en 1919), profesor entonces en la Facultad de Letras, con quien traba amistad y de quien recibe las primeras indicaciones literarias. Lee por entonces a los poetas del surrealismo francés: Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Reverdy, etc., y a Gide. Como éste, se dejaría llevar por una aberrante conducta homosexual, que se trasluce a lo largo de su obra literaria.

En 1924 escribe sus primeros poemas, Perfil del aire, a los que más tarde cambiaría el título por el de Primeras poesías. Nacen en él por esta época las primeras manifestaciones de aislamiento externo, con el que patentiza su introversión vital: bien vestir exagerado, dandismo, monóculo, etc.

Conoce, en 1925, a Juan Ramón Jiménez, máximo representante de la poesía pura española, con quien entabla una relación no muy duradera. Participa, en 1927, como mero oyente, en los actos celebrados en honor de Góngora al cumplirse el tercer centenario de su muerte. (Este acontecimiento literario pone en contacto por primera vez a todos los poetas de la Generación del 27 —Salinas, Guillén, Alberti, Lorca, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Aleixandre, Altolaguirre, Bergamín—, a la que pertenece Luis Cernuda).

Al año siguiente, Salinas le ofrece la oportunidad de ocupar un lectorado en la universidad de Toulouse, que acepta. Vuelve en 1929 a Madrid: "España me parecía un país decrépito y en descomposición; todo en él me mortificaba e irritaba" (Prosa completa). Publica algunos poemas en las revistas Héroe y Octubre fundada esta última por Alberti como órgano de la Asociación de escritores y artistas revolucionarios para la defensa de la cultura.

En 1935, conoce la poesía de Hölderlin: será uno de los escritores europeos que más influyan en su quehacer poético. Al año siguiente, reagrupa todos sus poemas bajo un título: La realidad y el deseo. A partir de este año, comienza la segunda etapa de su vida humana y literaria: un movimiento continuo hacia ninguna parte. Marcha a París durante tres meses. Vuelve a España y se traslada a Valencia en los primeros meses de 1937 a causa de la Guerra Civil, donde funda junto con Alberti y Gil Albert la revista Hora de España. En 1938, marcha a Inglaterra con el propósito de no volver nunca más a España. Recorre Surrey, Glasgow y Cambridge, en una etapa de constante y profunda crisis. Lee a Schopenhauer, Kierkegaard y Marx.

En 1947, marcha a Estados Unidos y dos años más tarde a México en donde se instala hasta 1952 en que vuelve como profesor a Estados Unidos. Regresa nuevamente a México en 1963, donde muere en noviembre de ese mismo año, amargado, desilusionado y solo.

Cernuda es un escritor de características personales peculiares, acentuadas por su condición de homosexual: tímido, hipersensible, observador agudo, solitario de por vida, de difícil trato. Toda su poesía trasluce esa complejidad vital. Se puede afirmar que toda su creación poética no es más que un inmenso monólogo consigo mismo.

II. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA GENERACIÓN DEL 27

Como características más destacadas de este grupo poético, al que perteneció Luis Cernuda, se pueden señalar las siguientes:

Los poetas que lo constituyen tienen una ascendencia y una educación similares. Pertenecen a la burguesía y casi todos son universitarios, e incluso varios ejercieron la docencia. Conocen, por tanto, la literatura tradicional y clásica y a los maestros de las generaciones anteriores (Machado, Unamuno, Juan Ramón Jiménez).

No tienen, como en el caso de la Generación del 98, un vínculo político ni un tono de protesta social o literaria.

Juan Ramón Jiménez y Paul Valery son los maestros más destacados de este grupo poético, aunque no hay una unidad técnica ni de inspiración entre sus componentes. Sí hay algunos vínculos sociales, y, fruto de esta afinidad, algunos puntos de vista poéticos comunes:

—Rechazo de los movimientos de vanguardia que aparecen después de la Primera Guerra Mundial, aunque aceptan y hacen suyos algunos elementos ultraístas: culto a la imagen, uso de la metáfora como parte esencial del poema; poetización de la realidad, rechazo de lo antipoético, de lo cotidiano, y del estilo sentimental propio del modernismo.

—Interés por la poesía tradicional y clásica española (Garcilaso, Góngora...).

—Entienden la poesía y el trabajo de poeta como un fenómeno universal, trascendente a lo efímero del mundo, superior. Anhelan la perfección al elaborar sus poemas. Por esto, cada autor queda bien diferenciado dentro del grupo.

Se puede hablar de tres etapas de la Generación:

Etapa inicial (1920-27): estilización culta de lo popular. Poesía pura esencial, desnuda (proceso que culmina en el neogongorismo), más intelectiva que emotiva.

Etapa de influencia surrealista (1929-39): humanización de la poesía; empleo de lo onírico, angustia existencial, uso de metáforas irracionales; tono más vehemente y emotivo.

Etapa de postguerra: expresión de la congoja íntima y social, consideraciones sobre lo esencial del hombre (existencia, tiempo, eternidad, Dios...). Se preocupan menos del estilo, y tienden a un lenguaje coloquial.

III. LA REALIDAD Y EL DESEO

Tal es el título con el que Cernuda compila toda su obra poética. En él recoge toda su experiencia vital, polarizada de principio a fin entre estos dos sustantivo. Ciertamente, la vida de Cernuda es realidad y deseo, mas no como conjunción —así parece expresarlo el título—, sino como lucha abierta y exclusiva: ambas formas de vivir son contrapuestas, contradictorias e irreconciliables.

El propio Cernuda lo expresó en la Antología de Gerardo Diego de 1934: "En 1932, solicitado, obligado casi, por el colector de esta antología escribí las siguientes líneas:

No valía la pena de ir poco a poco olvidando la realidad para que ahora fuese a recordarla, y ante qué gentes. La detesto como detesto todo lo que a ella pertenece: mis amigos, mi familia, mi país.

No sé nada, no quiero nada, no espero nada. Y si aún pudiera esperar algo, sólo sería morir, allí donde no hubiese penetrado aún esta grotesca civilización que envanece a los hombres.

Ahora, en 1934, el muchacho que yo fui, ¿qué relación tiene con el hombre que yo soy? No sé por qué intento justificar esta diversidad de un espíritu que sigue, a lo largo de los días, su destino vital. ¿Afán de exactitud sentimental? Tal vez piense al escribir esto en alguien que no conozco. Y entonces el origen de estas nuevas líneas sería una tentativa para acercar el deseo, mi deseo, a la realidad. Pero, puedo decirlo, en nadie creo."

Toda la lírica cernudiana gira alrededor de tres máximas: deseo-olvido-recuerdo. Cernuda, poeta de vida anímica inmediata, se expresa a través de "un distanciamiento idealista en figuras, un complejo de imágenes sometidas a un proceso de personificación que son la proyección de su propia individualidad. Lo que llamamos 'alma' se desdobla, en su obra literaria, en dos actividades distintas: la psíquica, que se ciñe siempre a las actividades corporales; y la espiritual, autónoma y distanciada, apenas entrevista bajo las imágenes sensuales y afectivas. Hay una continua tendencia en Cernuda a sublimar sus propias pasiones que, en sus libros últimos, llega a convertirse en una crítica amarga, irónica, llena de sarcasmo, de la sociedad que no las acepta.

El poeta es fiel, en todos sus libros, a una filosofía de tipo hedonista: el placer, la belleza, el hechizo de la mirada, la hermosura de la naturaleza y las criaturas... Y contra esta filosofía poética que enaltece únicamente la belleza material, choca la realidad frente a la cual se siente solo física, existencial y espiritualmente. Esta soledad vital le crea un insaciable deseo, siempre insatisfecho, de unión con lo bello, lo armónico, de lo cual se siente desgajado. La reconciliación entre el deseo y la realidad que lo circunda es prácticamente imposible para Cernuda que fustiga agriamente la vida mediocre que ahoga la serenidad con que han de ser sentidos y vividos los secretos de la naturaleza. Ahora bien, Cernuda nunca intenta escapar de la realidad. Se sitúa frente a ella, la critica desde su perspectiva personal y ofrece posibilidades utópicas de un nuevo mundo anclado en una soledad amorosa primero, a la manera de Garcilaso; en el deseo como aspiración, después; y en el anhelo desengañado por último, a la manera de Bécquer.

        Como la arena, tierra,

        como la arena misma,

        la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira.

        Tú sola quedas con el deseo,

        con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es

        mío, sino el deseo de todos malvados, inocentes, enamorados

        o canallas.

        Tierra, tierra y deseo.

        Una forma perdida.

("Los fantasmas del deseo", de Donde habite el olvido)

Pero no hay tranquilidad en este mundo. No se percibe aquel equilibrio clásico de la lírica castellana renacentista: el Universo creado por Cernuda vive en tensión constante. Toda su poesía nace del enfrentamiento trágico entre estos dos polos, decidiéndose de modo pleno por el deseo: del mundo externo, de la belleza física de la naturaleza y los dioses míticos, de la muerte como afirmación de la vida; deseo del todo, de la nada deseo de sí mismo, del deseo mismo...

Cada palabra poética, en la que se abandona indolente, palabra triste, desengañada y desdeñosa, más que desesperada, es la manifestación de su impotencia para extravertir la totalidad de sus contradicciones. Hay una continua introspección, a la manera del psicoanálisis freudiano, llena de disgresiones en torno al hombre y a sí mismo. Fruto de esta introspección salen a la luz, convertidas en materia poética, aquellas contradicciones: recuerdo-olvido, fe-escepticismo, efímero-permanente, accidental-trascendente, realidad-deseo.

Telarañas cuelgan de la razón

        Telarañas cuelgan de la razón

        en un paisaje de ceniza absorta;

        ha pasado un huracán de amor,

        ya ningún pájaro queda.

        Tampoco ninguna hoja,

        todas van lejos, como gotas de agua

        de un mar cuando se seca,

        cuando no hay lágrimas bastantes,

        porque alguien, cruel como un rayo de sol en primavera,

        con su sola presencia ha dividido en dos un cuerpo.

        Ahora hace falta recoger los trozos de prudencia,

        aunque siempre nos falte alguno;

        recoger la vida vacía

        y caminar esperando que lentamente se llene,

        si es posible otra vez, como antes,

        de sueños desconocidos y deseos invisibles.

        Tú nada sabes de ello,

        tú estás allá, cruel como el día;

        el día, esa luz que abraza estrechamente un triste muro,

        un muro, ¿no comprendes?,

        un muro frente al cual estoy solo.

(De Los placeres prohibidos)

Tres etapas pueden distinguirse en el quehacer poético de Luis Cernuda:

1ª, 1924-1936:

        acercamiento a la realidad

        choque con la realidad

        afirmación de su deseo

2ª, 1936-1949:

        desengaño

        culminación amorosa

        aceptación de la propia transitoriedad vital

3ª, 1949-1962:

        desgarrón afectivo

        crítica despiadada

        angustia temporal por lo que se está yendo

Podríamos decir que el camino que recorre Cernuda, vital y poéticamente, es el siguiente: el despertar del deseo, la posibilidad de incluirlo en la realidad, la imposibilidad fáctica de hacerlo, el rechazo de la sociedad, la afirmación personal del deseo, el desengaño, el olvido.

1. Primeras poesías (1924-1927). Publicado en la revista Litoral por Manuel Altolaguirre y Emilio Prados, aparece este primer libro de Cernuda, adversamente acogido por la crítica que lo calificó como un plagio de la poesía de Jorge Guillén. El poeta, bastante susceptible a juicios y críticas, reaccionó negativamente (reacción que mantendrá hasta sus últimos días atacando a sus detractores). En realidad, los autores en quienes se había inspirado eran Reverdy y Mallarmé, y en el tono general de estos poemas responde al modo de hacer poesía de la época. No hay plagio, pues, según el propio autor. Pero posteriormente cambia el título primitivo —Perfil del aire— por este otro, más de acuerdo, según él, con su calidad de poeta primerizo.

Hay ciertas reminiscencias de la lírica castellana de la estética barroca ("soñaremos que sueño", "y yo me iré") y un evidente contagio de las corrientes simbolistas contemporáneas.

Formalmente se inclina a la utilización de estrofas asonantadas y heptasilábicas. De vez en cuando, aparecen décimas y sonetos. Conceptualmente no hay realidad concreta sino expectación pasiva ante ella: "ingrávido presente", "tú, mi aurora futura"... Hay promesas, intuiciones, anhelos aún no desvelados:

        la palabra esperada...

        y una vaga promesa

        acunando el cuerpo...

Se presagia el destino en esa entrega indolente a la realidad previsible: "la indolencia presente", "una calma vacía"... No cabe mayor desgana vital que la expresada en los siguientes versos:

        el afán, entre muros,

        debatiéndose aislado,

        sin ayer ni mañana

        yace en un limbo extático

        (...)

        frente a un mundo

        que no amanece nadie...

        el cuerpo se adormece

        aguardando su aurora

Pero en medio de esa indolencia que se adueña del ánimo, Cernuda se siente turbado ya por la cercanía del cuerpo y su posible destino temporal:

        dejando erguido el deseo

        con sus vagas ansias tercas.

Porque la realidad exterior no se opone aún a la realización de su deseo, no hay oposición exterior-interior:

        existo, bien lo sé,

        porque le transparenta

        el mundo a mi sentidos

        su amorosa presencia.

El horizonte vital máximo es el que imponen, ya, las realidades corporales a las que servilmente se limita:

        quiero como horizonte

        para mi muda gloria

        tu brazo, que ciñendo

        mi vida la deshoja.

La naturaleza y el tiempo aparecen profundamente idealizados y personificados: noche entreabierta, playa remota ingrávido presente, abismo deleitoso, cuerpo ausente, resplandor azulado, nube inútil, distancia que duerme, brisa reciente...; a través de una adjetivación lógicamente impropia, de tipo simbolista, nos remite a realidades figuradas: sombra luciente, luz altiva, orilla soñolienta, sagrado aleteo, aire vacío, humanas rosas, etc.

2. Égloga, elegía, oda 1927-1928). En estas tres composiciones, de un claro sabor renacentista-garcilasiano, persiste la abstracción temporal, aunque aumenta la concreción de los elementos naturales y la proyección existencial de Cernuda en ellos, reflejada en estos versos:

        el tiempo, duramente acumulando

        olvido hacia el cantor, no lo aniquila;

        siempre joven su voz, late y oscila,

        al mundo de los hombres va cantando.

El poeta, despertando su conciencia contemplativa, crea un lugar natural, temporalmente abstracto, sin necesidad de describirlo.

La Égloga, que recuerda las de Garcilaso, nos sumerge en un paisaje —palabra extática de nuevo— umbrío y silencioso en donde la rosa "adolescente, esbelta, fugitiva", es criatura poética. Aparecen después el agua, "tan serena"; el tiempo, "instante indeciso"; el eco... Pronto turba este idílico paisaje (su vida de entonces) la bruma: "la dicha se esconde" por ese frío celaje que se levanta en "ráfagas veloces". La realidad se convierte en promesa imposible que le deja "yerto, oscuro". La turbulencia dramática lo anega en un "infecundo hastío" y lo convierte en un sombrío reflejo. De nuevo la adjetivación, más que los sustantivos, significa la experiencia vital del poeta: confuso, ajena, estéril, infiel, probable, lánguida, fría, cruel, impura...

Con la Elegía nos traslada a una estancia interior, nocturno amoroso lleno de equívocas delicias. Aparece el cuerpo "juvenil, perfecto, leve" que mantendrá su primacía en el sentimiento amoroso desviado del poeta. Y deja traslucir también el futuro que sucede a ese amor:

        ¿Y qué esperar, amor? Sólo un hastío

        el amargor profundo, los despojos.

Cernuda es plenamente consciente de la irregularidad de su pasión amorosa y reconoce de modo preciso la única realidad que le ofrece: "insaciable, ávida amargura". Comienza, a partir de estas composiciones, la alternancia aceptación-rebeldía en la que vivirá: juego continuo de luz y sombra, paradoja constante, lucha sin tregua.

En la Oda, la tristeza desaparece: avanza un joven "vivo, bello y divino" que se despoja luego de su naturaleza inmaterial y se convierte en joven humano, de carne y hueso, aún sabiendo —es la concreción de ese "mundo eternamente presentido" por Cernuda— la tristeza que engendran "los cuidados amorosos/ que tercamente la pasión reclama". Pero el joven dios huye, símbolo quizá de esa constante huida de los demás y de sí mismo que vivió siempre el autor.

Estas tres composiciones de tan variado contenido y forma fijan la atmósfera futura en la que se desenvolverá la poesía cernudiana: deseo-amor-olvido-recuerdo.

3. Un río, un amor (1929). Es la primera obra de carácter surrealista de Cernuda.

Conviene recordar, aunque brevemente, las características del surrealismo, movimiento artístico encabezado por Adré Bretón. Entre sus logros fundamentales hay que subrayar el impulso que da a la libertad creativa (automatismo psíquico puro) en la que no se percibe racionalidad alguna, influido por las técnicas freudianas. Es un movimiento esencialmente romántico en sus aspiraciones: gusto por lo exótico, profundización en el subconsciente a través de los sueños, expresión de las más oscuras parcelas del ser humano, asociaciones irracionales, exaltación del amor, etc.

Cernuda, siguiendo los pasos de los surrealistas franceses Rimbaud, Lautreamont, Reverdy y Bretón, sustituye la pasividad corporal anterior por la actividad de su peculiar pasión amorosa contra natura, que desemboca, poéticamente, en el libro posterior Los placeres prohibidos.

Realidad y deseo son, a partir de ahora, dos actitudes y actividades opuestas absolutamente ya que la realidad circundante condena y rechaza su deseo.

La irracionalidad surrealista tiene sus manifestaciones formales (ausencia de signos suprasegmentales —curiosamente de carácter afectivo: admiraciones—, alteración de la lógica sintáctica, adjetivación discordante e ilógica) y conceptuales (paradojas vitales: "el ahogado recorre", "desdobla sus espejos", "el silencio impasible sonríe en sus oídos". La versificación se torna irregular convertida en verso libre, más apto para expresar el fluir caótico del subconsciente.

La canción del oeste

        Jinete sin cabeza,

        jinete como un niño buscando entre rastrojos

        llaves recién cortadas,

        víboras seductoras, desastres suntuosos,

        navíos para tierra lentamente de carne,

        de carne hasta morir igual que muere un hombre.

        A lo lejos

        una hoguera transforma en ceniza recuerdos,

        noches como una sola estrella,

        sangre extraviada por las venas un día,

        furia color de amor,

        amor color de olvido,

        aptos ya solamente para triste buhardilla.

        Lejos canta el oeste,

        aquel oeste que las manos de antaño

        creyeron

        apresar como el aire de la luna;

        mas la luna es madera, las manos se liquidan

        gota a gota idénticas a lágrimas.

        Olvidemos pues todo, incluso al mismo oeste;

        olvidemos que un día las miradas de ahora

        lucirán a la noche, como tantos amantes,

        sobre el lejano oeste,

        sobre amor más lejano.

El tono vital se convierte, falto de voz, en llanto impotente, repentina fuga. El poeta, prisionero de nadie, siente fatiga de estar vivo. El amor, "amor menospreciado", se convierte en un sueño harapiento, "noche sin luz" "cielo sin nadie". La repetición machacona intensifica el hastío vital:

        Estar cansado tiene plumas,

        tiene plumas graciosas como un loro

        plumas que desde luego nunca vuelan,

        mas balbucean igual que loro.

        Estoy cansado de las casas,

        prontamente en ruinas sin un gesto;

        estoy cansado de las cosas,

        con un latir de seda vueltas luego de espaldas.

        Estoy cansado de estar vivo,

        aunque más cansado sería el estar muerto;

        estoy cansado de estar cansado

        entre plumas ligeras sagazmente,

        plumas del loro aquel tan familiar o triste,

        el loro aquel del siempre estar cansado.

El poeta no sabe ya qué nombre darle a sus días: "mi vida es ahora un hombre melancólico/ sin saber otra cosa que su llanto". Los suenos, fieles acompañantes, se visten también con el traje del olvido. Dejadme solo titula su poema, compendio de toda su expresión poética y vital de esos años.

4. Los placeres prohibidos (1931). Las confidencias que ha dejado entrever en poemas anteriores toman cuerpo definitivamente: sentimientos antes no dichos, pasión por placeres condenados. En este libro Cernuda hace patente de modo absoluto la primacía del deseo: nada vale para contrarrestar su adhesión a lo prohibido; expone y defiende su pasión amorosa. Concibe el amor como pasión devastadora: "todo es bueno si deforma un cuerpo". Todos los poemas de este libro están cargados de un fuerte erotismo que busca la posesión del objeto deseado, aunque manteniéndolo a cierta distancia. Se percibe una tendencia a la contemplación sensual, llena de melancolía, amargura y desengaño que acaba en una rebeldía existencial por la no consecución del deseo:

De qué país

        De qué país eres tú,

        dormido entre realidades como bocas sedientas,

        vida de sueños azuzados,

        y ese duelo que exhibes por la avenida de los monumentos,

        donde dioses y diosas olvidados levantan

        brazos inexistentes o miradas marmóreas.

        La vieja hilaba en su Jardín ceniciento;

        tapias, pantanos, aullidos de crepúsculo,

        hiedras, batistas, allá se endurecían,

        mirando aquellas ruedas fugitivas

        hacia las cuales levantaba la arcilla un puño amenazante.

        El país es un nombre;

        es igual que tú, recién nacido, vengas

        al norte, al sur, a la niebla, a las luces;

        tu destino será escuchar lo que te digan

        las sombras inclinadas sobre la cuna.

        Una mano dará el poder de sonrisa,

        otra dará las rencorosas lágrimas,

        otra el puñal experimentado,

        otra el deseo que se corrompe, formando bajo la vida

        la charca de cosas pálidas,

        donde surgen serpientes, nenúfares, insectos, maldades,

        corrompiendo los labios, lo más puro.

        No podrás pues besar con inocencia,

        ni vivir aquellas realidades que te gritan con lengua inagotable.

        Deja, deja, harapiento de estrellas;

        muérete bien a tiempo.

Y en otro poema, dice:

        mientras aguardo que tu propia presencia

        haga inútil este triste trabajo

        de ser yo solo el amor y su imagen.

        Amor concebido también como profunda herida luminosa que proclama

        la verdad de sí mismo:

        libertad no conozco sino la libertad de estar preso

        en alguien

        cuyo nombre no puedo oir sin escalofrío;

        alguien por quien me olvido de esta existencia

        mezquina...

        libremente, con la libertad del amor,

        la única libertad que me exalta,

        la única libertad porque muero...

Sin embargo, el deseo se configura al final del libro como envenenadora flecha que hiere, súbita y temida muerte:

        quiero decírtelo con la muerte;

        más allá del amor,

        quiero decírtelo con el olvido.

La siguiente colección de poemas se abre con esta idea.

5. Donde habite el olvido (1932-1933). El título proviene de Bécquer, otro de los poetas que más influye en la poesía de Cernuda. En un estudio sobre este autor, afirma: "Un agudo puñal de acerados filos, alegra y tormenta es el amor; no una almibarada queja artificiosa" (Prosa completa).

Efectivamente el amor para Cernuda es una pasión horrible, hecha de lo mas duro y amargo, donde entran los celos, el despecho, la rabia, el dolor más cruel. Nada tiene que ver el amor que vive y concibe Cernuda con un vago e impreciso sentimiento que unas cuantas lágrimas descargan de su pesar. El amor mata, aunque también es la única realidad profunda de la existencia, la única por la cual merece la pena vivir. Así, confiesa que el amor fue siempre el pretexto y el motivo de su poesía:

        (...) si mi lengua

        al mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba.

Pero si en Los placeres prohibidos reinaba el deseo, Donde de habite el olvido es el libro del fin del amor, de esa muerte amarga que es el acabamiento del amor, de su amor-pasión que deja tras de sí una estela de penosos recuerdos: "Las siguientes páginas son el recuerdo de un olvido", dice en una breve introducción, y confirma en el poema que da nombre al libro:

        Donde habite el olvido,

        en los vastos jardines sin aurora;

        donde yo sólo sea

        memoria de una piedra sepultada entre ortigas

        sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

        Donde mi nombre deje

        el cuerpo que designa en brazos de los siglos,

        donde el deseo no exista.

        En esa gran región donde el amor, águila terrible,

        no esconda como acero

        en mi pecho su ala,

        sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

        Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya

        sometiendo a otra vida su vida,

        sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

        Donde penas y dichas no sean más que nombres,

        cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

        donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

        disuelto en niebla, ausencia,

        ausencia leve como carne de niño.

        Allá, allá lejos;

        donde habite el olvido.

Y en otros versos:

        no, no quisiera volver,

        sino morir aún más,

        arrancar una sombra,

        olvidar un olvido

        (...)

        no es el amor quien muere,

        somos nosotros mismos.

El amor se ha perdido: sólo queda el deseo indiferente, lleno de reminiscencias de lo que fue, expresado en tono elegíaco:

        Adolescente fui en días idénticos a nubes,

        cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,

        y extraño es, si ese recuerdo busco,

        que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

        Perder placer es triste

        como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;

        aquél fui, aquél fui, aquél he sido;

        era la ignorancia mi sombra.

        Ni gozo ni pena; fui niño

        prisionero entre muros cambiantes;

        historias como cuerpos, cristales como cielos,

        sueño luego, un sueño más alto que la vida.

        Cuando la muerte quiera

        una verdad quitar de entre mis manos,

        las hallará vacías, como en la adolescencia

        ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

Donde habite el olvido es un libro desesperado, desengañado, de un nihilismo absoluto, como bien expresan los conceptos que aparecen en sus verso: quiero la muerte, vivir sin mí mismo, el mar es un olvido, ya no es vida ni muerte, pretendía olvidarse a sí mismo, "no creas nunca, no creas sino en la muerte de todo".

Cernuda se habla a sí mismo reconociéndose nada en la huida de su deseo: "en esta melancólica burbuja que yo soy, (...) un menudo vivir".

Todo acaba: "he amado, ya no amo más", "como tus ojos, como tus deseos, como tu amor,/ ruina y miseria que un día se anegan en inmenso olvido."

Al llegar al fondo de su derrota, adopta una actitud desdeñosa y distanciada. Se desdobla y se aleja de la realidad contemplándose a sí mismo:

        se buscaba a sí mismo,

        pretendía olvidarse a sí mismo.

El poema X es una autoconfesión amarga, aunque escrito en segunda persona debido al distanciamiento pretendido:

        arrastraba dos lentas soledades,

        su soledad de nuevo, la del amor caído.

        (...)

        mientras vas, errabundo mendigo, recordando, deseando

        recordando, deseando...

        pesa, pesa el deseo recordado.

Muestra con toda violencia la prisión a que se siente sometido: su deseo tropieza con los muros de una realidad invencible que no es la placentera realidad soñada:

        amenazadores barrotes

        ¿y qué invisible muro

        su frontera más triste

        gravemente levanta?

Siente Cernuda la cárcel del tiempo, la prisión de las horas: "fui niño/ prisionero entre muros cambiantes", y la prisión del cuerpo:

        un deseo inmenso,

        afán de una verdad

        bate contra la carne

        como un mar entre hierros

        (...)

        la prisión,

        prisión viva.

Incluso cuando el deseo consigue liberarse de estas prisiones se siente otra vez preso cuando en amor se transforma: "libertad no conozco sino la libertad de estar preso/ en alguien."

Nada salva su deseo, "un deseo que no cesa/ un grito que se pierde": después de saber que ha amado inútilmente radiantes cuerpos, afirma:

        la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira

Es el grito despechado, herido en la imposibilidad de su deseo. Detrás de ese sentimiento está su experiencia amorosa equívoca.

6. Invocaciones (1934-35). En el libro anterior, tras el fracaso amoroso, ensaya Cernuda la vuelta a la naturaleza, poblada de dioses, figuras míticas y visitantes de otro mundo (ángel, demonio, dioses, arcángel). En éste, dichas figuras son personificaciones de su impulso sensual.

Aunque el deseo sigue siendo el móvil poético primordial, hay en estos poemas una gran variedad de inspiraciones creadoras. El idealismo de las invenciones le sirve para potenciar, sin embargo, la pasión amorosa. El poeta busca la raíz de su existencia no en la vinculación con un Dios personal, trascendente, sino en la vinculación con las fuerzas elementales de la naturaleza. Enfoca el amor desde una óptica pagana: la motivación amorosa a través de la primacía del cuerpo llega a convertirse en actitud religiosa paganizante. Este libro es un intento, el último quizá, de restaurar una emoción religiosa pagana que dé trascendencia al impulso sensual. Los blancos seres inmateriales a quienes e dirige están dotados de vida inmortal pero impulsados por deseos humanos. En ellos personifica el primitivo impulso de los sentidos. Todo el libro destila una actitud religiosa paganizante y, por tanto, anticristiana.

El tono amoroso es más personal que en cualquier otra serie de versos: la pasión lo irrumpe todo: A un muchacho andaluz y El joven marino. Pero junto a la reafirmación de sus propias tedencias eróticas, aparecen la soledad y la tristeza expresadas de forma desgarrada, en un tono imprecativo y prosaico. Aumenta la desolación humana, reflejada en los poemas Dans ma peniche, Himno a la tristeza, El viento de septiembre entre los chopos.

        Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,

        oigo sus oscuras imprecaciones,

        contemplo sus blancas caricias;

        y erguido desde cuna vigilante

        soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres.

        por quienes vivo, aún cuando no los vea;

        y así, lejos de ellos,

        ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,

        roncas y violentas como el mar, mi morada,

        puras ante la espera de una revolución ardiente

        o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo

        cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

        Tú, verdad solitaria,

        transparente pasión, mi soledad de siempre,

        eres inmenso abrazo;

        el sol, el mar,

        la oscuridad, la estepa,

        el hombre y su deseo,

        la airada muchedumbre,

        ¿Qué son sino tú misma?

        Por ti, mi soledad, los busqué un día;

        en ti, mi soledad, los amo ahora.

(fragmento de Soliloquio del farero)

El viento de septiembre entre los chopos

        Por este clima lúcido,

        furor estival muerto,

        mi vano afán persigue

        un algo entre los bosques.

        Un no sé qué, una sombra,

        cuerpo de mi deseo,

        arbórea dicha acaso

        junto a un río tranquilo.

        Pero escucho; resuena

        por el aire delgado,

        estelar melodía,

        un eco entre los chopos.

        Oigo caricias leves

        oigo besos más leves;

        por allá baten alas,

        por allá van secretos.

        No, vosotros no sois,

        arroyos taciturnos,

        frágiles amoríos

        como de sombra humana

        No, clara juventud,

        no juzguéis mi destino:

        no busco vuestra gracia

        ni esa breve sonrisa.

        Corre allí, entre las cañas,

        susurrante armonía;

        canta una voz, cantando

        como yo mismo, lejos.

        Hundo mi cabellera,

        busco labios, miradas,

        tras las inquietas hojas

        de estos cuerpos esbeltos.

        Ávido aspiro sombra;

        oigo un afán tan mío.

        Canta, deseo, canta

        la canción de mi dicha.

        Altas sombras mortales:

        vida, afán, canto, os dejo.

        Quiero anegar mi espíritu

        hecho gloria amarilla.

Hay dos poemas en los que Cernuda proyecta el resumen de lo que ha sido su vida hasta ahora: Soliloquio del farero y La gloria del poeta. En el primero recorre cronológicamente sus años de niño ("quieto en ángulo oscuro"), de adolescente ("luz serena y anhelo desbocado") y de hombre maduro ("Transparente pasión soledad de siempre"). En el segundo, dialoga con el demonio vertiendo ideas y frases irreverentes, blasfemas, en un ataque despiadado contra el mundo que no lo perdona y acepta. Este poema recuerda de manera clara a Baudelaire, quien también llama al demonio "hermano mío, mi semejante".

Después de esto, Cernuda opta por la muerte: "para el poeta la muerte es la victoria", dice en su siguiente libro.

7. Las nubes (1937-1940). Con esta serie de versos comienza la etapa de madurez poética. Los poemas que lo forman, escritos en un tono clásico y más coloquial, traslucen una profunda crisis religiosa y existencial que provoca continua desazón y deseo de la muerte:

        no hay lucha ni temor, no hay pena ni deseo.

        Todo queda aceptado hasta la muerte

        y olvidado tras de la muerte contemplando,

        libres del cuerpo, y adorando,

        necesidad del alma exenta de deleite.

Reflejan una enfermiza melancolía, añoranza de lo nativo, desarraigo vital motivado por su exilio geográfico y espiritual: le acompaña continuamente la impresión del destierro, la tristeza del recuerdo lleno de ruinas, que provocan un sentimiento de hastío y destrucción:

        leve es la parte de la vida

        que como dioses rescatan los poetas.

        El odio y destrucción perduran siempre.

Se observa una intencionada separación de las cosas, una viva lejanía de la realidad utilizada como recurso estilístico.

Incluye poemas que son un recuerdo de Lorca y Larra y le sirven para mostrar su disconformidad con la sociedad que lo circunda. Otros son un recuerdo de España; en éstos, añora el suelo español a la vez que fustiga sus deficiencias y lamenta su exilio y el de tantos:

        madre de tantas almas idas...

        contempla ahora a través de las

        lágrimas: mira cuántos traidores,

        mira cuántos cobardes

        lejos de ti en fuga vergonzosa,

        regando tu nombre y tu regazo.

        (...)

        eres tú, son tus ojos lo que busca

        quien te llama luchando con la muerte...

        (...) No sé qué tiembla en mí

        al verte así dolida y solitaria,

        en ruinas los claros dones...

        (...)

        escribir en España no es llorar, es morir...

        (...)

        tierra mía, pasión única mía, lloras

        tu soledad, tu pena y tu vergüenza

Por último, hay una serie de poemas de contenido religioso. El primero de ellos, La visita de Dios, muestra a Cernuda en la intención de creer, de esperar en la madurez, "unas lágrimas divinas que aviven mi cosecha". Sabe que sólo Dios puede dejar en el alma la hermosura a la que tiende, la verdad y la justicia que anhela:

        mi sed eras tú, tú fuiste mi amor perdido,

        mi casa rota, mi vida trabajada, y la casa y la vida.

Sin embargo, acaba sucumbiendo al escepticismo, al nihilismo más desalentador: la tendencia a lo divino queda bruscamente cortada: "¿puedo esperar acaso?... mis tejedoras de esperanzas han muerto". En el poema Lázaro vuelve a aparecer ese hastío vital que desprecia la resurrección que Dios puede obrar en él. Rechaza, terco, todo horizonte sobrenatural aún cuando admite que sólo Dios da "fuerza para llevar la vida nuevamente".

Igualmente significativo para comprender su actitud religiosa es el poema La adoración de los Magos, el más largo de cuantos componen el libro. Dividido en cinco partes nos presenta a los Magos camino de Belén. Los tres, al partir tras la estrella ya estaban desengañados ("sólo encuentro en los demás mentira; aquí en mi pecho, aburrimiento y miedo"), dudando de Dios ("buscamos la verdad y la verdad es sueño, menos que sueño, humo). Las afirmaciones de los tres son una proyección de lo que piensa Cernuda: preferencia por los efímeros gozos terrenales, negación de lo espiritual trascendente. A su llegada a Belén, de manera irreverente contrapone la realidad al deseo:

        esperábamos una presencia

        radiante e imperiosa...

        hallamos una vida como la nuestra humana.

El final manifiesta lo previsto: un agnosticismo absoluto.

        (...) Pero ninguno de nosotros

        su fe viva mantuvo.

Las nubes supone cierto cambio en la poesía de Cernuda, en el que concurren diversos factores: la vivencia de la guerra y del exilio; el reencuentro con las obras de Unamuno y Antonio Machado, el descubrimiento de los poetas ingleses, y la asidua lectura de la Biblia. El libro es, a la vez, prototipo de la poesía de exiliados y de los movimientos de posguerra que surgen en España. "Me parece justo calificar a Las nubes como el primer libro poético de posguerra. Un libro que anticipa modos de objetividad coloquial, que plantea una temática nacional y metafísica que continúa, desde fuera y por su cauce, la corriente de la rehumanización". (Victor G. de la Concha, La poesía española de posguerra, EPESA, Madrid 1972, p. 115).

8. Como quien espera el alba (1941-1944). Con esta obra comienza la que algunos críticos califican de tercera etapa poética de Cernuda, que tiene como característica esencial la angustia temporal, el deseo de retener lo que prevé se le escapará y lo que irremediablemente se le está yendo, a pesar de haber aceptado la fugacidad de lo temporal. El deseo aparece esporádicamente y visto con la lejanía desapasionada del recuerdo. Los poemas reflejan de diversas maneras el binomio vida-muerte. Se duele del acabamiento de todo lo que amó, soñó y deseó:

        el fruto deseado amarga ahora

        y un círculo de sombra encierra el día

Se acoge al recuerdo, un recuerdo dolorido, motivado por el retorno incesante a lo que fue:

        volver debe el alma

        tal pájaro en otoño,

        y aquel dolor pasado

        visitar, y aquel gozo.

Podríamos distinguir o agrupar los poemas en tres grupos: el primero de ellos formado por los que reviven un tiempo antiguo mítico y pagano que —para dolor del poeta— no puede ser revivido plenamente: Las ruinas, Ofrenda, Urania, El águila. Cernuda se lamenta de la agonía del tiempo "tú no debes morir") con la nostalgia de quien irremisiblemente ha de dejar la vida; es más, impreca a Dios: el hombre, apto para crear lo que resiste al tiempo, cuya mente puede concebir lo eterno, encierra en sí la muerte:

        Oh Dios. Tú que nos has hecho

        para morir, ¿por qué infundiste

        la sed de eternidad, que hace al poeta?

La reacción de Cernuda pone de manifiesto de nuevo su huida de Dios (Déjame a solas/ con mis obras humanas) su rechazo de Dios ("mas tú no existes. Eres tan sólo el nombre/ que da el hombre a su miedo e impotencia").

El segundo contendría aquellos poemas que encierran veladamente referencias autobiográficas mediante la utilización continua de la segunda persona, referencia externa a sí mismo. Desarrolla en ellos definitivamente como expresión dramática de su existencia el monólogo interior. Vence el deseo obstinado de aferrarse a la ya perdida juventud y acepta el paso del tiempo y lo que muere en él.

Cuando recuerda, en estos últimos años, personas y cosas, deja que sus versos se tiñan de un desprecio palpable. Ataca duramente a su familia, inconsistente y rígida; a su patria, "llegada al paroxismo/ estúpida y cruel"; a los hombres todos. Sus ataques se vuelven más duros cuando los destina a los críticos de su poesía, revelando un desdén lleno de despecho.

Aplauso humano

        Ahora todas aquellas criaturas grises

        cuya sed parca de amor nocturnamente satisface

        el aguachirle conyugal, al escuchar tus versos,

        por la verdad que exponen podrán escarnecerte.

        Cuánto pedante en moda y periodista en venta

        humana flor perfecta se estimarán entonces

        frente a ti, así como el patán rudimentario

        hasta la náusea hozando la escoria del deseo.

        La consideración mundana tú nunca la buscaste

        la ocasión de ser fiel contigo y unos pocos,

        aunque jamás sepan los otros que desvío

        siempre es razón mejor ante la grey.

        Pero a veces aún dudas si la verdad del alma

        no debiera guardarla el alma a solas,

        contemplarla en silencio, y así nutrir la vida

        con un tesoro intacto que no profana el mundo.

        Mas tus labios hablaron, y su verdad fue el aire.

        Sigue con la frente tranquila entre los hombres,

        y si un sarcasmo escuchas, súbito como piedra,

        formas amargas del elogio ah descifre tu orgullo.

El tercer grupo recogería los poemas en los que se enfrenta con Dios inmerso en una crisis religiosa profunda. Persiste su actitud contradictoria: admite necesitar a Dios:

        no destruyas mi alma, oh Dios, si es obra de tus manos;

        sálvala con tu amor, donde no prevalezcan

        en ella las tinieblas con su astucia profunda

pero expresa, junto a la necesidad, el rechazo pertinaz y último:

        sólo resta decir: me pesan los pecados

        que la ocasión o fuerza de cometer no tuve.

        He vivido sin ti, mi Dios, pues no ayudaste

        esta incredulidad que hizo triste mi alma.

Son frecuentes las referencias al demonio (Noche del hombre y su demonio, es el título de uno de los poemas). Al final, parece que lo único que permanece es el amor, pero no es la trascendencia, sino el recuerdo y la perdurabilidad en las generaciones posteriores.

        No importa que la vida

        te desterrara de esa orilla verde,

        su silencio sonoro,

        su soledad poblada;

        lo que el amor te ha dado

        contigo ha de quedar, y es tu destino,

        en el alba o en la noche,

        en olvido o memoria

        que si el cuerpo de un día

        es ceniza de siempre,

        sin ceniza no hay llama,

        ni sin muerte es el cuerpo

        testigo del amor, fe del amor eterno,

        razón del mundo que rige las estrellas.

        Como flor encendidas,

        como aire ligeras,

        mira esas otras formas juveniles

        bajo las ramas donde silva el cuco,

        que invocan hoy la imagen

        oculta allá en la fuente,

        como tú ayer; y dudas si no eres

        su sed hoy nueva, si no es tu amor el suyo,

        en ellos redivivo,

        aquel que desde el tiempo inmemorable,

        con un gesto secreto,

        en su pasión encuentra

        rescate de la muerte,

        aceptando la muerte para crear la vida.

        Aunque tu día haya pasado,

        eres tú, y son los idos,

        quienes por estos ojos nuevos buscan

        en la faz de la fuente

        la realidad profunda,

        íntima y perdurable;

        eres tú, y son los idos,

        quienes por estos cuerpos nuevos vuelven

        a la vereda oscura,

        ante el tránsito ciego de la noche

        huyen hacia el oriente,

        dueños del sortilegio,

        conocedores del fuego originario,

        la pira donde el fénix muere y nace.

En el estilo del libro, se mezclan el tono coloquial, con versos clásicos ("su silencio sonoro", "su soledad poblada", "el viento fantasmal entre los olmos/ las hojas idas mueve y las futuras") ("Con tácita premura en cada ciclo/ la primavera acerca más la muerte/ y adondequiera que los ojos miren/ memoria de la muerte sólo encuentran". Los poemas Amando en el tiempo, Río vespertino, destacan por su clasicismo).

9. Vivir sin estar viviendo (1944-1949). Se acrecienta en esta serie el escepticismo existencial del poeta a la vez que aumenta la esperanza de que su voz sea eco en almas afines a la suya algún día. El deseo, la pasión y la conciencia del deseo están sin estar "en los cuerpos en soledad heridos". El tiempo ha dejado la vida presente vacía y la pasada se convierte en un recuento dolorido sin encanto. Mas el poeta se obstina en vivir el tiempo contra el tiempo, movido por ese deseo de pervivencia poética. El recuerdo será la materia prima de este existir:

        la mirada que anhela, vuelta hacia lo futuro,

        es nostálgica ahora, vuelta hacia lo pasado.

Las voces que se fueron, las fatigas olvidadas, las preguntas que quedaron sin responder y el tiempo malgastado. Todo sumergido en el reino de las sombras. Cernuda, desligado en parte del deseo, destila en su poesía una serie de variaciones poéticas que enriquecen el contenido temático de este libro y los posteriores. Son poemas de contenido existencial y con una continua referencia a su propio existir: El nombre, el sino, el retraído, el viento, el alma... tienen resonancias becquerianas de última hora, puramente románticas:

        vuelto hacia ti prosigues

        el divagar enamorado...

        esperan tus recuerdos

        el sosiego exterior de los sentidos

        para llamarte o para ser llamados,

        como esperan las cuerdas de la vihuela

        la mano de su dueño, la caricia

        diestra, que evoca los sonidos...

Se ensancha aún más el contenido temático de su inspiración: El poeta, el juego de azar, Un contemporáneo, Otros aires, Las edades... que reflejan el gesto ineficaz de las estatuas en los museos, la vulgar sociedad y su vida mediocre, o el contemplar sereno de las cosas. Sólo aspira ya a:

        vivir vida menos ajena que esta otra,

        donde placer y pena

        no sean accidentes encontrados

Cuatro poemas a una sombra.

II. El amigo

        Los lugares idénticos parecen,

        las cosas como antes,

        mas él no está, ni la luz, ni las hojas,

        y en esta calma hacia el final del año

        llevas la soledad por toda compañía.

        Es grato errar afuera,

        ir con tu sombra, recordando

        lo pasado tan cerca en lo presente,

        crecida ya su flor sin tiempo.

        ¿Es ésta soledad si así está llena?

        El mediodía ahora, con su cielo

        que se acerca velado

        al río de aguas ciegas,

        vuelve hacia ti la historia,

        íntimo y silencioso como un libro.

        En su sosiego crees

        que una forma ligera se encamina

        dulcemente a tu lado,

        como el amigo aquél, cuando las hojas

        y la luz, luego idas con él mismo.

        Le llamas ido, y no semeja

        su vida, transcurriendo a la distancia,

        espectro de la mente hoy,

        sino vida en la tuya, entre estas cosas

        que le vieron contigo.

        Negado a tu deseo, hallas entonces

        que si tocas tu mano es con su mano,

        que si miran tus ojos es con sus ojos,

        y tu amor en ti mismo

        tiene cuanto le dio y en él perdiera.

        No le busques afuera. El ya no puede

        ser distinto de ti, ni tú tampoco

        ser distinto de él: unidos vais,

        formando un solo ser de dos impulsos,

        como al pájaro solo hacen dos alas.

10. Con las horas contadas (1950-1956). Esta serie de poemas es la víspera del fin: ni el amor puede retenerlo, ya no le queda sino morir. Es un verso meditativo, concreto, de gran economía verbal, en el que se recrea recordando: "fuiste joven", "diste lo mejor de tu existencia/ a una sombra", "Estás solo/ frente al tiempo, con tu vida/ sin vivir".

En los Poemas para un cuerpo revive el deseo ahora consumado, último rescoldo amoroso. Dirigidos a aquél que motivó la alegría de su postrer amor concreto:

        Y yo, este Luis Cernuda

        incógnito que dura

        tan solo un breve espacio

        de amor esperanzado,

        antes que el plazo acabe

        de vivir, a tu imagen

        tan querida me vuelvo

        aquí, en el pensamiento...

        estas líneas escribo,

        únicamente para estar contigo

Hay una tendencia obsesiva a sublimar pasiones, haciendo e intentando hacer a Dios cómplice de su deseo contra natura, pidiéndole que le permita recobrar su amor perdido:

        Mas rogándote

        así, conozco que es pecado,

        ocasión de pecar lo que te pido...

        Por eso insisto aún, Señor, por eso vengo

        de nuevo a ti, temiendo y aún seguro

        de que si soy blasfemo me perdones...

Sólo queda ya el desmoronamiento interno, que le acecha implacable: "también tú te pones/ lo mismo que el sol, y crecen/ en torno mío las sombras/ de soledades, vejez, muerte".

11. Desolación de la quimera (1956-1962). Es su obra más desgarradora y agria: "la vida es abyecta y ruin el hombre", afirma nada más comenzar. Se encuentra, a pocos años de su muerte, hastiado del mundo y de sí mismo. Escribe con una acritud inusitada: en su ironía se adivina la voz de un ser desesperado y resentido que siente la "fatiga de estar vivo, de estar muerto". Su rencor contra todo, contra todos, alcanza su más alta cima:

        (...) alguna vez deseó uno

        que la humanidad tuviese una sola cabeza,

        para así cortársela. Tal vez exageraba:

        si fuese sólo una cucaracha, y aplastarla.

El ataque se vuelve furibundo contra su patria:

        si soy español, lo soy

        a la manera de aquellos que no pueden

        ser otra cosa; y entre las cargas

        que al nacer yo, el destino pusiera

        sobre mí, ha sido esa la más dura

        (...)

        soy español sin ganas

Cernuda se sabe acabado y se rebela: la rebeldía soberbia empapa los últimos versos:

        (...) ahora, cuando amargo

        me vuelvo y os acuso...

        acaso encuentre aquí reproche nuevo:

        que ya no hablo con aquella ternura

        confiada, apacible de otros días...

Por un motivo sólo:

        (...) si queréis

        que ame todavía, devolvedme

        al tiempo del amor. ¿Os es posible?

        Imposible como aplacar ese fantasma que de mí evocasteis.

IV. VALORACIÓN LITERARIA

En los comentarios recogidos sobre cada libro del autor, se han señalado ya algunas características de su obra poética.

En Luis Cernuda, los cambios estilísticos y temáticos nunca son tajantes; de un libro a otro, hay continuidad.

Por un lado, algunos rasgos de la poesía pura: prescinde de la anécdota; desobjetivación, emoción contenida y abstracta; pero sin llegar a identificarse plenamente con esa corriente, representada sobre todo por Jorge Guillén y Pedro Salinas, porque Cernuda no puede prescindir nunca del yo poético. En este punto, conecta con el romanticismo: subjetivación de la realidad, soledad, permanente melancolía, aunque a Cernuda el dolor no lo libera —como sucedía a los románticos—, sino que lo acerca paulatinamente a un callejón sin salida.

También hay rasgos surrealistas, pero son esporádicos, de estilo (metáforas, adjetivación...): no se identifica con los presupuestos teóricos de Bretón, Aragón, Dalí, Buñuel...

Por último, hay que mencionar la influencia clásica: Garcilaso, Góngora, Quevedo, Bécquer. Y, como rasgo muy personal, la gran musicalidad de todos sus versos, que también lo distancia de la poesía pura y del surrealismo.

Pedro Salinas resumió así la poesía de Luis Cernuda: "La realidad y el deseo es, a nuestro parecer, la depuración más perfecta, el cernido más fino, el último posible grado de reducción a su pura esencia del lirismo romántico español". (en Luis Cernuda, poeta, en Literatura, México 1949, pág. 227).

V. VALORACIÓN DOCTRINAL

A pesar de las contradicciones en que se apoya todo el quehacer poético de Cernuda es posible valorar el trasfondo que lo anima.

Su poesía es una sensación, mejor, el fruto de una sensación. El protagonista es su propio yo en tensión continua hacia el deseo y su realización: "Saciedad que nunca quiso guardar templanza". Ese deseo evoluciona hacia el amor prohibido, hacia la muerte y el olvido. Cernuda se enamora de la vida en una lucha continua contra el olvido impuesto por la realidad temporal. Ese deseo incorpóreo se proyecta en diferentes imágenes que son una materialización del deseo. Es un deseo insatisfecho omnipresente en toda la obra. La realidad prosaica está simbolizada en los muros que le separan de la consecución del deseo. Dicha realidad está personalizada en la religión (Dios) y en la patria (Estado-español). Por consiguiente sus ataques se dirigirán hacia estas dos realidades que condenan sus "placeres prohibidos".

Desde esta perspectiva, su poesía se configura como una defensa a ultranza de su irregular pasión, independientemente de la amoralidad que pueda encerrar, de la inmoralidad de su concreción. Dicha defensa supone un ataque contra lo que le condena: Dios y la sociedad "estúpida y cruel".

Cernuda hace gala de su descreimiento arreligioso e irreligioso, aunque en algunos poemas deja escapar su sed de Dios, de lo absoluto. Su fe pasa por alternancias que acaban en un agnosticismo total, debido en parte a su deseo de racionalizar la fe. Anhela creer, busca a Dios, pero cae en un panteísmo mítico y pagano. Quiere creer, pero niega a Jesucristo porque no lo admite resucitado, porque lo ve simplemente humano (en Los Reyes Magos). Es incapaz de creer en la divinidad de Cristo. Quiere creer en la resurrección, pero prefiere instalarse en los placeres momentáneos o vivir una vida futura que consista sólo en una posesión eterna de su deseo, sin el desasosiego de la temporalidad huidiza.

Es un poeta enamorado de un deseo imposible. La reflexión sobre temas trascendentes, metafísicos —amor, vida, muerte— provoca desde su poesía una sensación de vacío que rezuma pesimismo y amargura. No hay nada que salve. Todas las realidades están abocadas a la destrucción en esa obra que es un forcejeo duro entre la realidad inconmovible y la vivencia de un deseo oscuro. "Si alguna solución tenía tan desgarradora polarización el poeta la buscó en el olvido y en un creciente rencor hacia la vida". Estas palabras resumen la crítica posible de La realidad y el deseo. García Lorca opina así: "la realidad y el deseo... con su amorosa agonía encadenada, con su ira y su piedras de sombra. Libro delicado y terrible al mismo tiempo, como un clave pálido que manara hilos de sangre por el temblor de cada cuerda".

 

                                                                                                                 N.N. (1982)

 

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