CHENU, Marie-Dominique

La théologie comme science au Xlllème siècle

Librairie Vrin. Paris 1943, 2ème édition.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

Este ensayo histórico había aparecido con el mismo título unos años antes en “Arch. hist. doctr. litt. du Moyen Age” (t. II, 1927, pp. 31-71) con una extensión bastante más breve. Allí el autor había mostrado “comment, par l'introduction de l'épistémologie aristotélicienne, s'était constituée au XIIIème siècle, dans une réflexion explicite, la théologie comme science” (p. 7). Santo Tomás habría sido el destacado artífice de dicha renovación. En los años siguientes a ese ensayo apareció una bibliografía abundante sobre el tema y el mismo autor experimentó de modo más vivo la relación estrecha entre fe y teología; de este modo se ve obligado a una revisión del ensayo. Concretamente, corrige la exposición dada en la primera obra, que describe la teología tomista con rasgos muy semejantes a la posterior “teología de conclusiones”; amplía también el estudio histórico de los maestros anteriores y contemporáneos de Santo Tomás, no para disolver la originalidad de éste, sino más bien para resaltarla, al mostrar cómo la repugnancia de la sabiduría agustiniana hacia el aristotelismo es superada por la teoría de la subalternación de las ciencias, que permite utilizar un aparato científico en la doctrina sagrada (o.cit., pp. 10-11).

Expondremos estos aspectos tratando por separado del contenido de las diversas partes de esta obra de Chenu:

I. De la dialéctica a la ciencia

La cuestión de la teología como ciencia se plantea formalmente sólo a partir del segundo cuarto del siglo XIII, sobre todo por obra de Guillermo de Auxerre, como consecuencia de la utilización de la dialéctica y de la aparición del régimen escolar de las quaestiones. Este constituye el tema del primer capítulo, donde el autor recoge además el resultado de las propias investigaciones históricas sobre la teología como ciencia en el siglo XII.

La fe tiene como objeto la Palabra de Dios y en ella se apoya; está ligada a la S. Escritura. Consecuencia inmediata de este hecho es que la teología se configura como la ciencia de un libro, empleando para ellos los métodos usuales en cada época para comentar textos literarios. En el renacimiento carolingio, el instrumento utilizado es la gramática, con la que se reducen las imágenes, alegorías o simbolismos a su sentido y alcance precisos; es la crítica de las palabras, que permanecerá siempre como instrumento básico. El arte superior del trivium —dialéctica—, apreciada ya por San Agustín como valioso utillaje teológico, toma consistencia en la teología con Abelardo. Sin embargo, con ella se permanece en cierto modo todavía en el campo de las palabras y de las formas conceptuales, sin entrar en los contenidos objetivos. La fe y la inserción de motivos racionales en su génesis. Esta parte La recepción del resto del corpus logicum de Aristóteles, donde se contiene la teoría de la ciencia, y el conocimiento de la misma ciencia aristotélica producen un cambio capital: no es ya una técnica de elaboración verbal y conceptual, sino una filosofía —unos conocimientos sobre el mundo y el hombre lo que entra en la sacra doctrina (o.cit. p. 16).

Las fuertes resistencias a este ingreso de la razón en la teología obligaron también a precisar las relaciones entre fe y razón.

II. Retórica sagrada y apologética

Estas novedades mencionadas conviven paradójicamente con la realidad de la teología como exégesis. Chenu expone el lento proceso evolutivo de esta situación, partiendo de un punto en el que todos los autores permitían el acceso de la actividad racional en el campo teológico, si bien de modo extrínseco todavía: la defensa de la fe contra la incredulidad y la duda (o.cit., p. 33).

Guillermo de Auxerre parece ser el definidor de un esquema clásico de la apologética que pronto fue aceptado por la Escolástica. No hay incompatibilidad entre la independencia absoluta de la fe y la inserción de motivos racionales en su génesis. Esta parte argumentativa tiene por fin no sólo defender la fe contra los herejes, sino también aumentarla y confirmarla en los fieles y llevar a ella a los no instruidos. Es una argumentación que se desarrolla dentro de la iluminación interior de la fe; es la misma fe que busca y encuentra razones.

Con este primer ingreso de la razón, empieza el proceso de anexión de la función argumentativa al procedimiento exegético que Chenu estudia paralelamente en dos centros universitarios decisivos: Oxford y París, donde Alejandro de Hales se plantea ya el tema de la teología como ciencia, sosteniendo que es más bien sapientia, aunque no distingue la doctrina sacra de la S. Escritura y contrapone el método propio de ésta última al método científico aristotélico de definitio, divisio, collectio.

III. Inteligencia de la fe

Expone Chenu que San Buenaventura es el primero en descartar la descripción del método según los modos literarios y en definir el trabajo propio del teólogo como elaboración racional de la fe: “modus procedendi est perscrutatorius et inquisitivus”. Lo que ya un San Anselmo o un Abelardo habían practicado, es definido por San Buenaventura. El objeto de la teología es expuesto en términos de inteligibilidad racional: el campo del teólogo es lo credibile ut intelligibile. En la Escritura, en cambio, encontramos lo credibile ut credibile.

IV. Luz de la fe y saber teologal

Sin embargo, San Buenaventura emplea el término ciencia en su genérica acepción de conocimiento y no hace mención de la analogía entre los artículos de fe y los primeros principios de una ciencia. Esta última analogía había sido ya propuesta por Guillermo de Auxerre: “Articuli fidei sunt principia fidei per se nota”, aunque sin aplicarla directamente al estudio de las funciones racionales de la fe. Tal doctrina es desarrollada ulteriormente por los antecesores de Santo Tomás: Rolando de Cremona, Eudes Rigaud O.F.M., y otros.

Después de estos tanteos reflexivos llega Santo Tomás quien, en el Scriptum super sententiis, con un mayor conocimiento de la psicología aristotélica, da pleno sentido a esa analogía que permite aplicar a la sacra doctrina el término scientia en sentido propio. He aquí la clave que completa el edificio: el paralelismo entre la luz del intelecto agente y el lumen fidei. Ambas luces están en nosotros y reciben los datos de los sentidos: del oído, en el caso de la fe, y de los cinco sentidos, en el del intellectus principiorum.

V. La ciencia teológica

¿Cómo puede decirse que los artículos son per se nota o evidentes? En el comentario al De Trinitate de Boecio, explica Santo Tomás que la docilidad del teólogo que cree sus principios sin tener evidencia, no es más que un caso particular del régimen normal de las ciencias, que están subalternadas unas a otras. Los artículos son “per se nota in scientia quam Deus habet de seipso”. En la Summa es la subalternación el eje de la teología como ciencia. A continuación describe el autor la evolución de las formulaciones de Santo Tomás que revelan el esfuerzo de su pensamiento.

La subalternación no es una solución puramente verbal ni de artificiosidad sistemática medieval, sino que concuerda muy bien con la fe y con la ciencia. La teología queda con ello íntimamente fecundada por la fe y encuentra su fundamento en la misma ciencia divina.

Este es un caso muy particular de subalternación, distinto del que se da entre las demás ciencias humanas, donde se trata de subalternación según el objeto y según los principios. La teología no tiene un objeto distinto del de la ciencia divina, sino el mismo, pero al ser inefable, recibimos prestados los principios. Se trata de una quasi subalternatio. Todo esto pone de relieve una consecuencia: la conclusión teológica propiamente dicha no es el objeto de la teología. Por otra parte, se trata de una ciencia propia, aunque imperfecta ya que no puede conseguir evidencia de sus principios.

Este uso de la razón natural y de la filosofía, que es su fruto, no implica una profanación de lo sobrenatural, ya que los conceptos racionales no son admitidos en el saber teológico más que después de una cierta purificación, o más propiamente, de una elevación en virtud del principio: “Gratia non tollit naturam, sed perficit”. La argumentación racional se extiende a tres funciones: demostrar los preámbulos de la fe, profundizar en los misterios por medio de analogías tomadas de las creaturas y refutar las objeciones contra la fe. Sin embargo, esta clasificación de Santo Tomás no agota toda la variedad de modos argumentativos utilizados por él mismo. No se puede olvidar, por ejemplo, la tarea de sistematizar todos los misterios divinos recibidos por la fe y tampoco las deducciones propiamente dichas en el ámbito de la teología.

Si la teología es discursiva, lleva no obstante como término, y de modo más intenso que las otras ciencias, a la inteligencia o intellectus del misterio divino. El discurso racional se resuelve en consideración intelectual, en contemplación.

VI. Ciencia y sabiduría

Toda la transformación descrita se realizó sin perderse los valores agustinianos. En virtud de estos valores, en el siglo XII y comienzos del XIII, se había mantenido que la teología es propiamente sabiduría.

Lo característico de San Agustín no es —según Chenu— una actitud anti-intelectual, sino el sentido que concede a la labor racional en el campo de la fe. La ciencia es una ayuda, porque da medios de información en cuanto a la doctrina y firmeza de la conducta, y es además una propedéutica, porque la cultura humanista literaria habilita para leer la Escritura.

Para concebir la teología como ciencia, no es necesario abandonar la concepción sapiencial agustiniana, sino asumir en una unidad superior la dualidad de origen platónico entre sabiduría y ciencia. Santo Tomás alcanza esta unidad de todos los aspectos del trabajo teológico al señalar con precisión su razón u objeto formal: “sacra doctrina considerat aliqua secundum quod sunt divinitus revelata”. Esta unidad viene, por tanto, de ser intellectus fidei y la fe es “impressio divinae scientiae, quae est una et simplex omnium”.

VII. Evangelismo y renacimiento

En este último capítulo, Chenu evoca el clima en el que se realizó la audaz instalación de la epistemología en la tierra sagrada de la Revelación: el clima de despertar religioso suscitado por Santo Domingo y San Francisco. Es ahí donde se continúa el renacimiento cultural empezado con Carlomagno y que se prolongará en el quattrocento.

Este renacimiento tiene una materia, la herencia de la Antigüedad, y un espíritu evangélico que la fecunda. La concurrencia de los dos elementos ha sido fructífera gracias a un fenómeno religioso, a una inspiración mística.

Las ideas de este capítulo son un resumen de otras expuestas con más detalle en su obra sobre la teología en el siglo XII, donde señala las marcadas diferencias entre el monacato y las órdenes mendicantes, como manifestación del “réveil évangelique”.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

Constituye una monografía histórica bien documentada y es uno de los libros básicos sobre el tema. Las citas de Santo Tomás y de sus antecesores son abundantes y bien escogidas. Consigue mostrar el lento progreso de formulación explícita del papel de la actividad racional en el ámbito de la teología. También tiene en cuenta los numerosos artículos y monografías sobre los diversos aspectos del tema.

Sobresalen especialmente los capítulos IV y V, donde se precisan con claridad las novedades de la síntesis de Santo Tomás.

El libro puede ser útil para los trabajos o seminarios sobre la esencia de la teología, etc.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Esta obra de Chenu se mantiene en un nivel de exposición histórica, y no contiene ninguna afirmación incorrecta o poco conveniente desde el punto de vista doctrinal.

L.C.

 

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