CROATTO, J. Silvio

Historia de la Salvación (La experiencia religiosa del Pueblo de Dios)

Ediciones Paulinas, Buenos Aires 1966, 381 pp.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

El libro es un intento de armonizar los estudios de crítica bíblica del protestantismo liberal —que niegan lo sobrenatural y reducen la Revelación a una evolución del sentimiento religioso del hombre con los puntos del dogma católico que el autor considera que pueden todavía conservarse.

La idea fundamental del autor es que la Revelación no es más que el continuado progreso de la conciencia religiosa de la colectividad; y la Biblia una obra elaborada y reelaborada varias veces que, en conjunto, contiene una exacta descripción del proceso de esa evolución. Los autores sagrados no hacen más que formular teoréticamente el sentido de la experiencia religiosa de acuerdo con las categorías intelectuales del mundo de su época: éste es igualmente el valor de las formulaciones del magisterio o de los teólogos. Esta idea —repetición de ideas y doctrinas sostenidas muchas veces por el protestantismo liberal— preside todo el desarrollo del libro. Así:

l. “La Biblia no es un libro nacido por generación espontánea, ni caído del cielo. Considerarla de esa manera sería caer en Caribdis después de haber sorteado a Escila. La Biblia —y esta afirmación será la clave del libro— nos presenta el Mensaje de salvación encarnado en una historia humana... No interesa entonces la historia sólo como historia, sino en cuanto portadora de una idea religiosa. En el mismo sentido, también las tradiciones populares o folklóricas pueden ser incorporadas a la Biblia como vehículo de una verdad...” (p. 19).

2. Por tanto: “no es que Dios revela una verdad, y luego ordena escribirla. Más bien Dios se revela dirigiendo la historia salvífica, en la que se actúa su inspiración” (p. 22).

“Dios va desplegando su mensaje a través de la historia de un pueblo que tiene su cultura, su modo de expresión, su lenguaje, su sicología... A los hebreos de la época de Abraham, Dios no les podía hablar con nuestro lenguaje. Había otro contexto cultural e ideológico, en el que se daba mucho relieve a los mitos y al folklore como expresión simbólica de una realidad captada por el sentimiento religioso del hombre” (p. 22-23).

3. En consecuencia, la Biblia “no es obra de algunos escritores fecundos que, inspirados por Dios, se hubieran puesto a redactar. No. La Biblia se formó tras un largo proceso de gestación, paralelo a la experiencia religiosa del pueblo de Israel, por la que éste llegó a la presencia de Cristo” (p. 25). Así, por ejemplo, dirá el autor en la página 26 que actualmente no puede aceptarse que Moisés fuese el autor del Pentateuco.

En el fondo —según Croatto— la Revelación no es más que la evolución del espíritu absoluto: “es un componente de la fenomenología religiosa el situar polarmente un hecho, una persona o una institución. La historia presente es un caminar entre dos polos, con la esperanza de encontrar al final lo que fue modelo paradigmático. La creación, el éxodo, la alianza... se viven o se aguardan, por referencia a dos momentos ideales, uno pasado, ejemplar; otro futuro que es síntesis y perfección final. Si el profeta modelo del Antiguo Testamento era Moisés, veremos que su anticipo escatológico será Cristo” (p. 241).

De este modo se explican las profecías: los profetas no anunciaron a Cristo; son las relecturas posteriores las que acaban de atribuir, a textos escritos con otra intención, un sentido profético (cfr., por ejemplo, p. 192).

4. Por tanto, los escritores sagrados son los formuladores intelectuales de esa experiencia religiosa colectiva: “Dios aparece cada vez más trascendental, herencia probable del pensamiento de Ezequiel y del Deutero-Isaías. La inaccesibilidad de Dios es superada por los ángeles intermediarios. La angeología es un desarrollo típico del postexilio, siendo plausibles las influencias orientales, especialmente iranias” (p. 280).

Análogamente a los párrafos citados, pueden encontrarse abundantes explicaciones de la historia de Israel, hechas con los mismos principios de base.

A pesar de todo este planteamiento, el autor intenta sostener la divinidad de Cristo, con el cual “empieza el plano sobrenatural” (p. 24). Pero, con esas bases y partiendo de que el Antiguo Testamento es una pura historia humana, resulta muy difícil y confuso saber lo que entiende por divinidad de Cristo: en cualquier caso no coincide con la fe católica.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

La crítica del valor científico de este libro, puede ser la misma que para la exégesis bíblica del protestantismo liberal. Este libro —que recuerda mucho a los escritos de los exégetas modernistas (particularmente Loisy, con el que tiene párrafos de notable coincidencia) no hace ninguna labor científica de exégesis: recoge sin más las opiniones de la crítica protestante, a las que llama “nuevos estudios actuales”, que son aceptadas sin la más mínima valoración personal.

Dice poco del rigor científico del autor, el hecho notable de que no cita ni una sola declaración del Magisterio, aun en puntos que ha definido de modo directo y claro, ni siquiera para tratarla como una opinión más a tener en cuenta.

Este libro, tanto literaria como científicamente, se mueve en un nivel mucho más bajo que los escritos de los autores en los que se basa. Como ejemplo pintoresco de su falta de rigor, en el prólogo hace la siguiente advertencia: “los textos bíblicos son traducidos de sus originales hebreo, arameo o griego, si no se toman directamente de las versiones modernas, sin preferencia especial” (p. 11 in fine).

A menudo tiene expresiones que no se sabe si son irreverentes o simplemente ridículas: el libro trata de la “historia de la salvación, teledirigida por el Dios-Fuerte” (p. 28); según el autor, “Lucas desarrollará su teología de Jerusalén epicentro de la salvación” (p. 257); cfr. también págs. 233, 239, 311, etc.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Este libro se quiere presentar como un cristianismo seguro de su fe: “escandalizarse por la orientación presente de las investigaciones bíblicas, significaría tener una fe pobre, endeble, insegura”, porque esos trabajos “descubren nuevas facetas de la auténtica tradición cuyo foco es la experiencia del Pueblo de Dios, transmitida por la Biblia” (p. 18).

En realidad, muestra una absoluta inseguridad en la fe. En sus páginas la historia de la Salvación, como el mismo subtítulo pone de relieve, deja de ser la historia de la intervención de un Dios trascendente en la historia de los hombres para salvarlos, para convertirse en una historia inmanente al hombre, en la que falta lo único verdaderamente específico de la historia de la Salvación: la intervención sobrenatural y trascendente de Dios.

Respecto a la divinidad de Cristo, hay un confuso intento de salvar el dogma coordinándolo con la crítica liberal. En el fondo, no queda claro si Cristo es Dios sólo para la fe y no para la historia (es la idea de Loisy). Puede también confrontarse lo que el autor dice a propósito de la Resurrección en pp. 329-330.

En consecuencia, también toda la realidad sobrenatural de los sacramentos (pp. 337, 354, 365, etc), de la Iglesia y su Magisterio (pp. 238, 356 y ss, etc.), quedan en entredicho.

Sobre todos los puntos que quedan expuestos, el Magisterio se ha definido expresamente y en contra de las opiniones sostenidas por el autor: muchas de sus afirmaciones coinciden —a menudo literalmente‑ con proposiciones condenadas como erróneas. Concretamente, entre otros muchos textos del Magisterio, cfr. :

a) respecto a la actitud ante los estudios de la crítica heterodoxa: Dz. 1127, 2019, etc.;

b) respecto al valor de los libros sagrados y modo de estudiarlos: Dz. 1952, 2009 y ss. etc.;

c) sobre el concepto de Revelación: Dz. 2021, 2022;

d) sobre la inspiración de los autores sagrados: Dz. 2009 a 2011. En concreto, en relación al V.T.: Dz. 428, 1785, y al N.T.: Dz. 201S, 2060, etc.;

e) respecto a la distinción entre el Cristo de la historia y el Cristo de la fe: Dz. 2027, 2029, etc.

R.G.H

 

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