DANIÉLOU, Jean

Évangile et monde moderne

Desclée, Tournai (Belgique) 1964, 150 pp.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

El índice del libro es el siguiente:

I. Recherche d'une éthique; II. Morale et personne; III. Morale sans péché?; IV. Église et liberté; V. Défense du pratiquant; VI. Bienheureux les pauvres; VII. Foi et mentalité contemporaine; VIII. Espoirs humains et espérance chrétienne; IX. Amour de Dieu et amour des hommes; X. Obéissance à Dieu et engagement temporel; XI. La sainteté des laïcs.

Según el propósito expresado por el autor en el prólogo, el libro es un pequeño tratado de moral para uso de laicos, y pretende responder a las cuestiones planteadas en relación a una mejor concepción de las virtudes cristianas y a su ejercicio en la vida moderna.

Empieza trazando las líneas principales de la crisis religiosa actual; analiza sus más claras desviaciones y la causa de las mismas, así como los elementos que pueden considerarse positivos dentro de esa crisis, para plantear la necesidad de una solución cristiana y positiva de la misma: “Le problème actuel est donc celui de l'insertion des valeurs permanentes de l'homme dans le contexte de la situation historique présente” (p. 13).

Con esta base, se enfrenta con diversos problemas, como la relación entre moral tradicional y existencia real-concreta, la interpretación de la realidad del pecado, el tema de la libertad, la desacralización del cristianismo, la práctica de las virtudes cristianas de pobreza, fe, esperanza y caridad, y, finalmente, la conjunción eclesial y temporal en la actuación de los laicos y la llamada universal a la santidad.

Respecto a las dificultades propuestas por el humanismo contemporáneo en relación a la moral tradicional, distingue entre los extremismos formalistas y el auténtico concepto cristiano de la libertad y de la moral, dentro del amplio contexto que connota los designios divinos de la creación y de la redención, refutando también las objeciones existencialistas modernas.

Pasa luego a dar una clara exposición del misterio del pecado y del adecuado sentido de culpabilidad, criticando la moral de Hesnard, para quien el pecado no es otra cosa que un mero sentido de culpa.

El tema de la libertad es planteado en relación a la fe, a la gracia y a la Iglesia.

Rechaza todo intento de desacralización del cristianismo, afirmando tanto la verticalidad como la horizontalidad de la caridad: adoración y amor fraterno. Es necesario para la salvación, expone, cooperar personalmente con obras, pero a la vez es necesaria la vida sacramental —la gracia— que da la pertenencia a la Iglesia.

Respecto a la práctica de la virtud cristiana de la pobreza, expone diversas interpretaciones extremas e insuficientes, para llegar finalmente a una concepción de fondo de la pobreza evangélica, y, a partir de aquí, analizar las manifestaciones que, en líneas generales, han de darse en la vida de todo cristiano.

Las dificultades que hoy se presentan dentro de una actitud global ante la fe, son revisadas en el capítulo dedicado a esta virtud, desentrañando los errores que implican y dando las soluciones positivas que pueden llevar a una mejor concepción de la fe.

Un examen de la virtud de la esperanza teologal, lleva a exponer sus relaciones con las esperanzas humanas nobles para mostrar cómo aquélla empapa toda actuación de orden temporal en los cristianos.

En el capítulo dedicado a la caridad trata del doble mandamiento del amor, debidamente jerarquizado: “Amour de Dieu et amour des hommes”. Plantea aquí la deformación horizontalista de la caridad (“Une tendance se fait jour, chez quelques-uns de nos contemporains, à mettre l'essentiel du christianisme dans la relation de l'homme avec son prochain et à affirmer dès lors que le christianisme existe partout où existe une communion humaine”: (p. 126), analizando algunas de sus consecuencias más inmediatas (sustitución del teocentrismo por un antropocentrismo radical: la Encarnación aparece así como un reconocimiento por parte de Dios de la grandeza del hombre; el cristianismo depende servilmente de los valores humanos; la relación personal con Dios, tal como se expresa en la oración, carece de sentido; toda manifestación de vida religiosa debe ser necesariamente comunitaria; la vida interior no es sino una evasión de las responsabilidades hacia los demás y un derroche inútil de energías; etc.). Expone, por otra parte, la doctrina cristiana sobre la caridad, subrayando cómo precisamente el amor a Dios lleva a amar más y mejor a todos los hombres. Respecto a las desviaciones apuntadas antes, expone una crítica que trata de alcanzarlas en su misma raíz, desentrañando ese tipo de humanismo social contemporáneo que carga de valor absoluto a la revolución, de valor mesiánico a la clase obrera, y de valor místico al marxismo (cfr. p. 124).

Partiendo de la consideración del impulso dado por la Iglesia al laicado, trata el problema de la conjunción, en la actuación concreta de los laicos, de dos mundos: eclesial uno, y temporal el otro. Después de resolver las dificultades provenientes de concepciones unilaterales, apunta —como solución global— la vigencia de dos criterios: justa autonomía y libertad de lo temporal, por una parte, y orientación permanente hacia el fin último, por otra.

Trata, finalmente, de la llamada universal a la santidad y de su compatibilidad —en cualquier situación práctica— con las ocupaciones temporales.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

Sin duda alguna, un gran valor del libro es la agudeza y pulcritud de su exposición, que hace su lectura convincente y atractiva.

No pretende ser un tratado científico, sino más bien una colección de ensayos, de carácter casi divulgativo de la doctrina, pero con un contenido rico, que denota una madurada reflexión sobre los distintos temas.

Evitando un tono directamente polémico, defiende con acierto la doctrina católica, realza su valor positivo y siempre actual, y refuta objeciones muy en boga.

Manteniendo estas características a lo largo de sus once capítulos, el valor de cada uno es, sin embargo, desigual. Algunos, como el V, el VI y el IX, parecen francamente acertados. Otros, en cambio, dejan claras lagunas o no dedican suficiente importancia a ciertos temas. Así, por ejemplo, el tema de la libertad y responsabilidad personal en la actuación de los laicos (cfr. cap. X), aunque está implícito en todo el capítulo, directamente sólo se menciona en el 2º párrafo de la página 137.

Así también, el Capítulo XI, donde trata de la llamada universal a la santidad, si se tiene en cuenta la importancia de este tema, resulta pobre, y no parece resaltar toda la luz que podría arrojar sobre las demás cuestiones tratadas. Insiste, en este capítulo, en la universalidad de esa llamada, en que una misma es la santidad a la que todos, laicos o no, deben tender —“Tout chrétien est appelé à la sainteté. Seuls les moyens different” (p. 145)—, y en la no oposición entre la vocación a la santidad y la vocación a las tareas temporales. Sin embargo, se echa en falta una visión más unitaria, más profunda, que mostrara la actuación temporal y la búsqueda de la santidad como respuesta a una misma y única vocación. No menciona tampoco aquí un aspecto tan fundamental como el de la libertad y responsabilidad personales, puestas en juego plenamente —cooperando la gracia— en esa respuesta del hombre. Finalmente, no dedica mucha atención al cómo realizar en la práctica, en la vida ordinaria, ese ideal de santidad.

Por otra parte, no deja de ser notablemente curioso —y algo que, sin duda, desdice por lo menos de su categoría científica— que una obra donde se cita —y concretamente en este capítulo XI, tratando de la santidad de los laicos— desde Ghandi a Maritain, pasando por Pascal y Péguy, y que pone como modelo (!) para los laicos a La Pira (cfr. p. 148, 2, lín. ú1t.), no mencione para nada el Opus Dei, ni haga ninguna referencia a su Fundador, que viene predicando sobre este tema, de palabra, por escrito y con la realidad patente de la Obra, desde 1928.

VALORACIÓN DOCTRINAL

El libro no contiene nada contrario a la doctrina de la Iglesia, que expone y defiende con claridad. Hay, no obstante, alguna expresión que puede resultar un poco confusa, más por defecto de precisión que por otra cosa. Así, por ejemplo, cuando al defender el valor de la certeza fundada en un testimonio ajeno — en el cap. VII—, afirma que: “comme l'a montré Jean Guitton, les valeurs essentielles sur lesquelles repose une vie humaine sont fondées sur le témoignage” (p. 91); lo cual, si bien puede entenderse correctamente, necesitaría un complemento, para evitar interpretaciones erróneas (cfr. Dz. 1622).

Así también, al hablar de la santidad a la que hemos sido llamados —en el cap. XI—, tiene otra de estas afirmaciones menos claras; por ejemplo cuando dice: “Les saints sont seulement ceux qui ont accompli dès cette vie cette transformation (revestirse de Cristo). Les autres devront la connaître dans le feu purifiant du Purgatoire. Les saints prennent l'avance” (p. 145, in fine). Atribuir la santidad exclusivamente a aquellos que alcancen la gloria de la vida futura sin pasar por el Purgatorio, sin más aclaraciones, no se adecua a la consideración final del término santo in facto esse, ni tampoco in fieri.

Desde un punto de vista apologético y pastoral, la obra puede ser de utilidad: presenta sugerencias y planteamientos interesantes sobre cuestiones doctrinales puestas en tela de juicio o mal interpretadas por diversas corrientes de actualidad, a las que rebate duramente. Es de señalar, por ejemplo, la crítica hecha, a propósito del tema de la caridad cristiana (cap. IX), a la tendencia a ver en el comunismo una encarnación de la verdadera fraternidad cristiana, opuesta a todo institucionalismo eclesiástico.

J.G.C.

 

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