ECO, Umberto

Il nome della rosa

Bompiani, Milán 1980[1]

 

I. INTRODUCCION

La novela responde a un conocido recurso de ficción: el narrador transcribe un manuscrito del siglo XIX, con interpolaciones, que recoge otro latino de finales del XIV, del que aún quedan citas e incluso fragmentos extensos en latín. En el documento, un cierto Adso de Melk relata hechos acaecidos a finales de noviembre de 1327.

Aunque para un propósito estrictamente literario no tenga mayor interés, es de notar que se pueden adivinar rasgos de la personalidad del autor en el protagonista de dicho relato, Fray Guillermo de Baskerville, que, como él, es “viejo” —tiene cincuenta años— y, también como él, es semiólogo: “nunca he dudado de la veracidad de los signos” (p. 595).

Dado el prolijo sistema que se adopta en el índice, parece útil transcribirlo para conocer un buen resumen de esta obra.

II. INDICE (pp. 609‑614)

Naturalmente, un manuscrito.…………………………………….…9

PROLOGO…………………………………………………………17

PRIMER DIA

Prima. Donde se llega al pie de la abadía y Guillermo da pruebas de gran agudeza……………………………...……….……….29

Tercia. Donde Guillermo mantiene una instructiva conversación con el Abad……………………………………………….……37

Sexta. Donde Adso admira la portada de la Iglesia y Guillermo reencuentra a Ubertino de Casale………………………….53

Hacia nona. Donde Guillermo tiene un diálogo muy erudito con Severino el herbolario……………………………………..84

Después de nona. Donde se visita el Scriptorium y se conoce a muchos estudiosos, copistas y rubricantes, así como a un anciano ciego, que espera al Anticristo…..………………..91

Vísperas. Donde se visita el resto de la Abadía, Guillermo extrae algunas conclusiones sobre la muerte de Adelmo, y se habla con el hermano vidriero sobre los vidrios para leer y sobre los fantasmas para los que quieren leer demasiado.……...107

Completas. Donde Guillermo y Adso disfrutan de la amable hospitalidad del Abad y de la airada conversación de Jorge ………………………...……………118

SEGUNDO DIA

Maitines. Donde pocas horas de mística felicidad son interrumpidas por un hecho sumamente sangriento.…………………….127

Prima. Donde Bencio de Upsala revela algunas cosas, Berengario de Arundel revela otras, y Adso aprende en qué consiste la verdadera penitencia ……………137

Tercia. Donde se asiste a una riña entre personas vulgares, Aymaro d'Alessandria hace algunas alusiones y Adso medita sobre la santidad y sobre el estiércol del demonio. Después, Guillermo y Adso regresan al scriptorium, Guillermo ve algo interesante, mantiene una tercera conversación sobre la licitud de la risa, pero en definitiva, no puede mirar donde querría ……………………………………….149

Sexta. Donde, por un extraño relato de Bencio, llegan a saberse cosas poco edificantes sobre la vida en la abadía……………....167

Nona. Donde el Abad se muestra orgulloso de las riquezas de su abadía y temeroso de los herejes, y al final Adso se pregunta si no habrá hecho mal en salir a recorrer el mundo………174

Después de vísperas. Donde, a pesar de la brevedad del capítulo, el venerable Alinardo dice cosas bastante interesantes sobre el laberinto y sobre el modo de entrar en él………………...191

Completas. Donde se entra en el edificio, se descubre un visitante misterioso, se encuentra un mensaje secreto escrito con signos de nigromante, y desaparece, enseguida después de haberlo encontrado, un libro que luego se buscará en muchos otros capítulos, sin olvidar el robo de las preciosas lentes de Guillermo ………...196

Noche. Donde se penetra por fin en el laberinto, se tienen extrañas visiones y, como suele suceder en los laberintos, una vez en él se pierde la orientación ......206

TERCER DIA

Entre laudes y prima. Donde se encuentra un paño manchado de sangre en la celda del desaparecido Berengario, y eso es todo ……………………………….221

Tercia. Donde Adso reflexiona en el Scriptorium sobre la historia de su orden y sobre el destino de los libros………………….223

Sexta. Donde Adso escucha las confidencias de Salvatore, que no pueden resumirse en pocas palabras, pero que le sugieren muchas e inquietantes reflexiones………………………..227

Nona. Donde Guillermo habla con Adso del gran río de la herejía, de la función de los simples en la Iglesia, de sus dudas acerca de la cognoscibilidad de las leyes generales, y casi de pasada le cuenta cómo ha descifrado los signos nigrománticos que dejó Venancio………………………………………………….238

Vísperas. Donde se habla de nuevo con el Abad, Guillermo tiene algunas ideas sorprendentes para descifrar el enigma del laberinto, y consigue hacerlo del modo más razonable. Después, él y Adso comen un pastelillo de queso………..256

Después de completas. Donde Ubertino refiere a Adso la historia de fray Dulcino, Adso por su cuenta recuerda o lee en la biblioteca otras historias, y después acontece que se encuentra con una muchacha hermosa y temible como un ejército dispuesto para el combate………………………..270

Noche. Donde Adso, trastornado, se confiesa a Guillermo y medita sobre la función de la mujer en el plan de la creación, pero después descubre el cadáver de un hombre.……………...307

CUARTO DIA

Laudes. Donde Guillermo y Severino examinan el cadáver de Berengario y descubren que tiene negra la lengua, cosa rara en un ahogado. Después hablan de venenos muy dañinos y de un robo ocurrido hace años……………………………317

Prima. Donde Guillermo induce primero a Salvatore y después al cillerero a que confiesen su pasado, Severino encuentra las lentes robadas, Nicola trae las nuevas y Guillermo, con seis ojos, se va a descifrar el manuscrito de Venancio……….326

Tercia. Donde Adso se hunde en la agonía del amor, y luego llega Guillermo con el texto de Venancio, que sigue siendo indescifrable aun después de haber sido descifrado……...338

Sexta. Donde Adso va a buscar trufas y se encuentra con un grupo de franciscanos que llega a la abadía y por una larga conversación que éstos mantienen con Guillermo y Ubertino se saben cosas muy lamentables sobre Juan XXII …351

Nona. Donde llegan el Cardenal Del Poggetto, Bernardo Gui y los demás hombres de Aviñón, y luego cada uno hace cosas diferentes……………………367

Vísperas. Donde Alinardo parece dar informaciones preciosas y Guillermo revela su método para llegar a una verdad probable a través de una serie de errores seguros………..371

Completas. Donde Salvatore habla de una magia portentosa……375

Después de completas. Donde se visita de nuevo el laberinto, se llega hasta el umbral del finis Africae, pero no se lo puede cruzar porque no se sabe qué son el primero y el séptimo de los cuatro, y al final Adso tiene una recaída, por lo demás bastante erudita, en su enfermedad de amor…………………379

Noche. Donde Salvatore se deja descubrir miserablemente por Bernardo Gui, la muchacha que ama Adso es apresada y acusada de brujería, y todos se van a la cama más infelices y preocupados que antes……………………………………399

QUINTO DIA

Prima. Donde se produce una fraterna discusión sobre la pobreza de Jesús …409

Tercia. Donde Severino habla a Guillermo de un extraño libro y Guillermo habla a los legados de una extraña concepción del gobierno temporal ………………...426

Sexta. Donde se encuentra a Severino asesinado y ya no se encuentra el libro que él había encontrado.…………………………437

Nona. Donde se administra justicia y se tiene la molesta sensación de que todos están equivocados.…………………………….450

Vísperas. Donde Ubertino se larga, Bencio empieza a observar las leyes y Guillermo hace algunas reflexiones sobre los diferentes tipos de lujuria encontrados aquel día.………..476

Completas. Donde se escucha un sermón sobre la llegada del Anticristo y Adso descubre el poder de los nombres propios…………………………………484

SEXTO DIA

Maitines. Donde los príncipes sederunt y Malaquías se desploma…………499

Prima. Donde Nicola cuenta cosas, mientras se visita la cripta del tesoro ….508

Tercia. Donde, mientras escucha el “Dies irae”, Adso tiene un sueño o visión, según se prefiera………………………………..517

Después de tercia. Donde Guillermo explica a Adso su sueño……………...530

Sexta. Donde se reconstruye la historia de los bibliotecarios y se averigua algo más sobre el libro misterioso ……………..534

Nona. Donde el Abad se niega a escuchar a Guillermo, habla del lenguaje de las gemas y manifiesta el deseo de que no siga indagando sobre aquellos tristes acontecimientos………..540

Entre vísperas y completas. Donde en pocas páginas se describen largas horas de zozobra…………………………………..551

Después de completas. Donde, casi por casualidad, Guillermo descubre el secreto para entrar en el finis Africae………..554

SEPTIMO DIA

Noche. Donde si tuviera que resumir las prodigiosas revelaciones que aquí se hacen, el título debería ser tan largo como el capítulo, lo cual va en contra de la costumbre.…………..561

Noche. Donde sobreviene la epicrosis y por causa de un exceso de virtud prevalecen las fuerzas del infierno………………...581

ULTIMO FOLIO………………………………………………….601

III. PERSONAJES

ABBONE: Abad del monasterio.

ADELMO DE OTRANTO: Monje joven miniaturista, hallado muerto en el barranco por un cabrero, antes de comenzar el relato.

ADSO DE MELK: Novicio benedictino. Narrador.

OBISPO DE ALBOREA: Dominico. De la legación pontificia.

ALINARDO DE GROTTAFERRATA: El monje de más edad de los que viven en el monasterio. Ya demente. Reaparece en la escena final arrastrado y muerto por un caballo que huía del fuego.

FRAY ARNALDO DE AQUITANIA: Franciscano del séquito de Michele de Cesena.

AYMARO D'ALESSANDRIA: Monje maldiciente, que encabeza la murmuración del grupo de los italianos por la preeminencia que el abad Abbone ha dado en los cargos a monjes extranjeros.

BENCIO DE UPSALA: Ansioso de entrar en la biblioteca, es partidario de que ésta se abra hasta que, muerto Berengario, le sustituye como ayudante y cambia de parecer. En el incendio, se le ve por última vez subiendo las escaleras.

BERENGARIO DE ARUNDEL: Ayudante de bibliotecario, de la misma edad que el difunto Adelmo de Otranto por quien, según se sabe en primer lugar por Bencio, estaba consumido de insana pasión. Al final del segundo día ha desaparecido y, luego, se le encuentra muerto.

BERENGARIO TALLONI: Del grupo de la legación de franciscanos, murmura en la comida que tienen entre ellos (con Guillermo incluido) a su llegada a la abadía, que Juan XXII está pensando en sostener que los justos sólo gozarán de la visión beatífica después del juicio.

BERNARDO GUIDONI (o GUI o GUIDO): Inquisidor. Dominico de 70 años a quien Juan XXII ha confiado el mando de los soldados franceses que acuden a la abadía.

BERTRANDO DEL POGGETTO: Cardenal. Inquisidor. El Papa le ha rogado que se ponga a la cabeza de la legación pontificia.

BONAGRAZIA DE BERGAMO: Franciscano de la corte aviñonesa.

MICER GIROLAMO: Obispo de Caffa, recoge, en la conversación ya mencionada, la murmuración que acusa a Juan XXII de haber establecido las taxae sanae poenitentiariae.

FRAY GUILLERMO DE ALNWICK: Del séquito de Michele de Cesena.

FRAY GUILLERMO DE BASKERVILLE: Franciscano inglés, antiguo inquisidor, protagonista de la novela.

HUGO DE NEWCASTLE: Franciscano de la legación de Michele de Cesena.

JACQUES FOURNIER: Inquisidor.

JEAN D'ANNEAUX: Doctor en teología en París. De la legación papal.

JEAN DE BANNE (GIOVANNI DALBENA): Dominico. De la legación papal.

JORGE DE BURGOS: El monje de más edad, salvo Alinardo de Grottaferrata, de la comunidad. Es el confesor de muchos monjes. Antagonista de la historia. Al final se descubrirá como causante, de una manera u otra, de todos los crímenes.

LORENZO DECALCONE: Bachiller. De la legación pontificia.

MAGNUS DE IONA: Rubricante. Iluminador.

MALAQUIAS DE HILDESHELM: Bibliotecario. Guarda cartas dulcinianas del cillerero, a la salida de cuyo proceso es acusado por una voz anónima de homosexual. Eso explica la elección de Berengario como ayudante.

MICHELE DE CESENA: Personaje histórico. Ministro general de la orden franciscana que en la novela aparece al frente de su legación para la conferencia que tuvo lugar en la abadía.

NICOLA DE MARIMONDO: Monje vidriero. Asume las funciones de cillerero cuando Remigio de Varagine es detenido por los inquisidores.

PACIFICO DE TIVOLI: Del grupo de los italianos de la abadía, citado por Aymaro d'Alessandria.

PATRICIO DE CLONMACNOIS: Iluminador de pergaminos.

PIETRO DE SANT'ALBANO: Del grupo de los italianos de la abadía, citado por Aymaro. Estaba escribiendo una historia de la herejía.

RABANO DE TOLEDO: Iluminador.

REMIGIO DE VARAGINE: Cillerero. Conserva cartas dulcinianas de su pasado.

SALVATORE: Procedente también del movimiento dulciniano y acogido a la abadía. Habla una especie de criollo del latín. De él dice Ubertino: “es una bestia glotona y lujuriosa, pero nada, nada contrario a la ortodoxia” (p. 83).

SEVERINO DE SANT'EMMERANO: Padre herbolario. De la misma edad que Guillermo. Aparece asesinado el 5° día.

UBERTINO DE CASALE: De los franciscanos “espirituales”, había conseguido cobijo en la abadía benedictina. Se nos dice que Dante compuso un poema con párrafos de su obra “Arbor vitae crucifixae”. Adso da a entender en sus cariñosas muestras de acogida, la posibilidad de una sensualidad desviada.

VENANCIO DE SALVEMEC: Monje especialista en griego. Aparece muerto en un recipiente de sangre de cerdo al alba del día 2°.

WALDO DE HEREFORD: Iluminador.

IV. LA FABULA

Como decíamos, la ficción supone que se trata de una transcripción del manuscrito redactado por Adso en su ancianidad. Es la narración de unos hechos vividos por él mismo cuando, joven novicio, acompañaba a Guillermo de Baskerville en la abadía benedictina de Italia. Guillermo, sabio franciscano, tiene la delicada misión de mediar, con cartas del Emperador, en una reunión entre los representantes de los franciscanos y los de la curia papal de Aviñón, en los confusos tiempos de Juan XXII. Esta reunión debía celebrarse en la citada abadía como lugar neutral. Adso, por decisión de su padre, abandona la abadía de Melk y acompaña a Guillermo.

Nada más llegar a la abadía, Guillermo da pruebas de su agudeza por el modo en que conoce el nombre, estampa y camino del perdido caballo del Abad. El propio Abad pide entonces a Guillermo que investigue la muerte de un joven miniaturista.

El joven monje Adelmo de Otranto había sido encontrado muerto la misma mañana de la llegada de Adso y Guillermo, en el barranco sobre el que desaguaban los desechos de la inmensa abadía. El Abad da permiso a Guillermo para que interrogue a todos los monjes y se mueva con libertad por toda la abadía, excepción hecha de la biblioteca, a la que sólo pueden entrar el bibliotecario y su ayudante. Todos los accesos a este lugar se cierran cuidadosamente por la noche. Los monjes que trabajan en el “scriptorium” deben pedir al bibliotecario los libros que desean, tras consultar el catálogo.

Venancio, especialista en griego, mantiene esa misma mañana una discusión con Berengario, ayudante del bibliotecario Malaquías de Hildeshelm, a propósito del monje muerto, Adelmo. En la disputa se insinúa una relación anormal entre Berengario de Arundel y Adelmo de Otranto.

Durante los maitines del segundo día se descubre el cadáver de Venancio de Salvemec en un recipiente lleno de la sangre de los cerdos, guardada tras la matanza del día anterior para hacer morcillas.

Son interesantes las conversaciones de Guillermo, mientras realiza sus averiguaciones, con distintos monjes y otros habitantes de la abadía; por ejemplo, la que sostiene con Ubertino de Casale, franciscano que se encuentra en la abadía y que había tenido que ver en los desórdenes y disputas entre franciscanos, “fraticelli” y personajes de la curia papal. También conoce a Severino, el herbolario, o dialoga con Jorge, monje ciego y erudito, muy aficionado a temas apocalípticos.

Tras el hallazgo del cadáver de Venancio, Guillermo vuelve al “scriptorium”. Allí se interesa por algunas cosas que encuentra en la mesa de Venancio, pero no puede concentrarse en ellas porque surge una airada discusión sobre la risa: Jorge, el monje ciego, sostiene con ardor que la risa es mala.

En conversaciones con Bencio de Upsala y Berengario, Guillermo se entera de diversas cosas acerca de la biblioteca y de la vida en la abadía —algunas de ellas, en verdad, poco edificantes—. La conversación más importante es la que mantiene con Alinardo. Este es el monje de más edad, demente, pero en su charla deja entrever detalles de cómo entrar a través del laberinto de la biblioteca.

Por la noche, con la ayuda de Adso, Guillermo se introduce en la biblioteca, construida como un laberinto, con espejos curvos y diversos artificios. Allí descubre signos nigrománticos y parece haber encontrado un libro interesante, que quizá sea la clave de la muerte de Venancio. Sin embargo, el libro desaparece, porque un visitante misterioso penetra también en el lugar y se lo lleva, ante Adso y Guillermo.

Todo el tercer día se consume en charlas con diversos personajes. Tanto Adso como Guillermo hablan con Salvatore. Se trata de un hombre simple, que llegó a la abadía acompañando al cillerero, administrador del monasterio. Los dos parecen haber participado en las revueltas de una secta conocida como dulcinianos (seguidores de Dulcino, que practicaba una especie de comunidad total de bienes y cayó en la herejía). Guillermo habla también con el Abad, y esta conversación le ayuda a desentrañar el enigma del laberinto de la biblioteca.

Por la noche, de nuevo en la biblioteca, Adso hojea algunos libros. De vuelta a su celda, se encuentra con una muchacha, y peca con ella. Trastornado por ese pecado, se confiesa con Guillermo.

Al comienzo de este tercer día, se había descubierto la desaparición de Berengario. Sólo se encuentra en su celda un paño manchado de sangre, que parecía vestigio de una tercera muerte. Sin embargo, el anciano y demente Alinardo de Grottaferrata hace notar que en la tercera trompeta del Apocalipsis la muerte viene por el agua. En efecto, la mañana del cuarto día se encuentra el cadáver de Berengario en los baños, aparentemente ahogado. Al examinar el cuerpo, Guillermo y Severino, el herbolario, descubren que tiene la lengua negra, y también algunos dedos de una mano. Las mismas características se habían podido ver en el cadáver de Venancio. Severino confiesa a Guillermo que años atrás se cometió el robo de un potente veneno de su herbolario.

Guillermo logra que el cillerero y Salvatore confiesen su turbulento pasado. Encuentra también las gafas que le habían robado, tal vez para impedirle descifrar los signos encontrados en la mesa de Venancio.

Poco más tarde, llegan los legados papales y los de los franciscanos. Ambas legaciones debían reunirse para tratar de conseguir, con la mediación de Guillermo, un acercamiento en sus posiciones sobre el modo de vivir la pobreza.

Por la noche, tras el rezo de completas, Guillermo y Adso entran de nuevo en el laberinto y llegan hasta el umbral de “finis Africae”, la habitación que buscaban. No consiguen abrir la puerta, porque desconocen la clave que lo permitiría, aparecida en un escrito que dejó Venancio sobre su mesa de trabajo.

Al final de la noche, Salvatore es apresado junto con una muchacha del pueblo vecino, la misma que había estado con Adso.

Al comienzo del quinto día tiene lugar entre los legados de la curia papal y los representantes franciscanos un encuentro, o más bien, una agria y hasta violenta discusión sobre la pobreza. Los puntos de vista no se acercan, y la reunión termina en un completo fracaso. Mientras se discute en una de las salas de la abadía, Severino, el monje herbolario, cuenta a Guillermo que ha encontrado un extraño libro en su dependencia. Guillermo le advierte que puede ser el libro tan buscado, y le señala la conveniencia de custodiarlo hasta que termine la discusión y pueda verlo. Al final de la reunión Severino aparece brutalmente asesinado a golpes con una esfera armilar; el libro ha desaparecido: Bencio, recién nombrado ayudante del bibliotecario, ha devuelto a la biblioteca el volumen descubierto en el herbolario; así espera granjearse la confianza del Abad y llegar a ser bibliotecario.

El representante de la curia papal, Bertrando, juzga a Salvatore. Este confiesa su pertenencia a la secta dulciniana. También el cillerero es juzgado, puesto que, por las declaraciones de Salvatore y del bibliotecario, se descubre su pertenencia a la misma secta. Ambos quedan encarcelados junto con la muchacha, para ser posteriormente conducidos a Aviñón y allí condenados.

Por una murmuración de algunos monjes de la abadía, Guillermo comienza a sospechar que el cargo de bibliotecario es la clave para descubrir los asesinatos y encontrar el libro desaparecido.

Durante el rezo de completas tiene lugar un sermón sobre la llegada del Anticristo a cargo de Jorge de Burgos, el invidente.

El sexto día Guillermo y Adso asisten a maitines, aunque durante estas jornadas se habían dispensado con frecuencia de los oficios litúrgicos. Al comienzo del oficio faltaba el monje bibliotecario, Malaquías de Hildeshelm. Más tarde aparece y al poco se desploma en su sitio, muerto, a la vista de todos. Guillermo lo examina y vuelve a encontrar los dedos y la lengua negros. Intrigado por su intuición acerca del cargo de bibliotecario, intenta conocer la historia de los que lo han desempeñado en los últimos años. Todos ellos eran extranjeros; además, Malaquías, el último, no tenía cualidades para ese puesto. ¿Por qué fue elegido por el actual Abad, que también había sido bibliotecario?

Todavía no ha amanecido el séptimo día cuando Guillermo encuentra el modo de entrar en el último reducto del laberinto de la biblioteca, apretando ciertas letras de una inscripción. Allí dentro le espera Jorge de Burgos, el respetado monje que, según había averiguado Guillermo en el último momento, había estado detrás de todas las muertes, como inductor. Su móvil era salvaguardar el secreto de la biblioteca: un manuscrito del perdido libro II de la Poética de Aristóteles, donde el filósofo hablaba de la risa. El anciano monje lo considera peligroso, porque puede hacer perder el miedo al diablo (cfr. p. 574).

El investigador hojea el volumen, animado por Jorge. Sin que lo advirtiera el ciego, Guillermo llevaba los guantes puestos, y por eso se salva: Jorge de Burgos había unido varias páginas del volumen con ungüento ponzoñoso para que, al intentar separarlas, el veneno se fuera disolviendo en la saliva del lector. Esa era la clave de las muertes misteriosas.

Tiempo atrás, Guillermo ya había deducido que Adelmo se había suicidado. El joven monje enloqueció a causa de las apocalípticas reconvenciones de Venancio durante la confesión en que le había revelado su pecado con Berengario, al que había consentido para conocer el secreto de la biblioteca. La tempestad hizo que apareciera en lugar lejano al del suicidio y con apariencias de haber sido despeñado. Venancio, vigilando los movimientos de Adelmo y Berengario, logra saber cómo acceder al libro; cuando lo hojea, víctima ya del veneno, baja a la cocina en busca de agua y allí cae muerto. Berengario lo encuentra y piensa que esta muerte se debe a su imprudencia, por lo que carga con el cadáver y lo arroja a la tinaja de sangre de cerdo. Se limpia las manchas con un trapo y, picado por la curiosidad, se esconde en los baños para ver el libro hallado junto al cadáver. Muere también envenenado. El libro queda allí y lo encuentra Severino, el monje herbolario. Jorge lo sabe, y para impedir que el libro llegue a manos de Guillermo, hace creer a Malaquías una falsa historia entre Berengario y Severino. Malaquías, por celos, mata al herbolario. Al volver a la biblioteca, quiere “averiguar por qué pesaba una prohibición tan estricta sobre un libro que lo había obligado a convertirse en un asesino” (p. 568), y muere a su vez.

“—¡Qué idiota! (exclama Guillermo)

—¿Quién? (responde Jorge)

—Yo. Por una frase de Alinardo me convencí de que cada crimen correspondía a un toque de trompeta, de la serie de siete que menciona el Apocalipsis. El granizo en el caso de Adelmo. Y se trataba de un suicidio. La sangre en el de Venancio y había sido una ocurrencia de Berengario. El agua, en el de éste último, y había sido una casualidad. La tercera parte de cielo, en el de Severino, y Malaquías lo había golpeado con la esfera armilar porque era lo que tenía más a mano. Por último, los escorpiones en el caso de Malaquías... ¿Por qué le dijiste que el libro tenía la fuerza de mil escorpiones?

—Por ti. Alinardo me había comunicado su idea, y después alguien me había dicho que te había parecido convincente... Entonces pensé que un plan divino gobernaba todas estas muertes de las que yo no era responsable. Y anuncié a Malaquías que si llegaba a curiosear, moriría según ese mismo plan divino, como de hecho ha sucedido.

—Entonces es así... Construí un esquema equivocado para interpretar los actos del culpable, y el culpable acabó ajustándose a ese esquema” (pp. 568‑569).

En esta conversación entre Jorge y Guillermo sale también a relucir la historia de los bibliotecarios: Jorge, al quedarse ciego, no puede seguir con este cargo y hace elegir a Malaquías. De este modo, tanto Malaquías como su ayudante Berengario dependen de él para su trabajo, pues no están preparados para desempeñarlo. Así también Jorge puede proteger el manuscrito de Aristóteles de la curiosidad de los demás monjes.

Cuando el monje invidente se da cuenta de que Guillermo no va a morir envenenado, le arranca el libro y comienza a destruirlo, comiéndose las hojas. En la lucha por hacerse con el manuscrito, cae una lámpara y produce el incendio de la biblioteca primero, y después de toda la abadía. Así mueren casi todos los protagonistas de la novela: el Abad, que había sido encerrado por Jorge en un pasadizo y no logra huir; Bencio, el nuevo ayudante de la biblioteca; el demente Alinardo, etc.

La novela acaba con una disquisición de Adso, ya anciano y de nuevo en su abadía de Melk. Guillermo ha muerto, a causa de la peste, unos años después de los hechos narrados.

V. EL ARGUMENTO

La mayor extensión del texto no está consumida por la fábula. Es más, la fábula es sólo alegoría del argumento. Lo que conduce a Guillermo hasta el hallazgo es, como en tantas otras novelas, la investigación de una trama inexistente y, además, descubierta por equivocación. Pues bien, este hecho es interpretado por el protagonista del siguiente modo: “Las únicas verdades que sirven son instrumentos que luego hay que tirar” (p. 596). Las digresiones, coloquios, relectura de citas, confluyen todas hacia la negación de lo absoluto, negación que no será absoluta a su vez, para no incurrir en contradicción. El agnosticismo radical no se puede teorizar, sino sólo narrar, y esto es lo que se ha hecho, como veremos.

Los temas que Eco trata en esta novela al hilo de la “trama o fábula” son múltiples, y es difícil resumirlos en pocas líneas. Recordemos algunos hechos.

Guillermo llega a la abadía con el encargo, recibido del Emperador, de mediar entre los franciscanos y la corte papal de Aviñón en la disputa sobre el modo de vivir la pobreza. Esta mediación da ocasión para múltiples disquisiciones: con su ayudante Adso, con el Abad, con el nuevo cillerero cuando le enseña los tesoros de la abadía. Asimismo, la presencia de Ubertino de Casale —de los franciscanos “espirituales”— y de Remigio de Varagine —antiguo seguidor de la secta herética de los dulcinianos— permite a Guillermo diversas consideraciones sobre la herejía, la pobreza, la castidad, o la actuación de la Jerarquía eclesiástica.

El encuentro entre los representantes de la curia papal y de los franciscanos proporciona a Eco la ocasión de exponer su interpretación de la historia de la época y su peculiar concepción de la verdad y del conocimiento.

Otro pretexto lo constituyen las conversaciones sobre la ciencia con el herbolario y el monje vidriero. En la misma línea están las ideas que Guillermo vierte sobre la cultura en sus visitas a la biblioteca. Con motivo del juicio del cillerero y Salvatore, Guillermo teoriza sobre la Inquisición y la herejía. Las locuras de Alinardo y el sermón de Jorge de Burgos dan pie para interpretar el Apocalipsis, el sentido de la historia, el futuro...

Hay, por tanto, un buen ramillete de temas, de personajes —algunos históricos—, de situaciones y problemas que son utilizados por Eco como instrumento para “narrar” su teoría del conocimiento y su visión agnóstica, basada en ella. En la exposición de lo que hemos dado en llamar “fábula” —trama más o menos policíaca— hemos ido señalando la aparición de ocasiones en que se establecen discusiones o se presentan “instrumentalmente” los hechos. En las líneas que siguen, trataremos de explicitar las ideas de fondo de la novela.

En primer lugar Guillermo, como inquisidor, ha aprendido que las acciones humanas son radicalmente ambiguas. Adso, discípulo suyo y autor del manuscrito, adelanta estas conclusiones:

“Porque lo que vi más tarde en la abadía (como diré en su momento) me ha llevado a pensar que a menudo son los propios inquisidores los que crean a los herejes. Y no sólo en el sentido de que los imaginan donde no existen, sino también porque reprimen con tal vehemencia la corrupción herética que al hacerlo impulsan a muchos a mezclarse con ella, por odio hacia quienes la fustigan” (p. 65).

Pero esta equivocidad no afecta sólo a las acciones emprendidas por los poderosos. El “simple” Salvatore, al relatar movimientos populares de la época, habla de la persecución a los judíos. Adso le pregunta si no son “los señores y los obispos quienes acumulan esos bienes (que a los “simples” les eran negados) a través del diezmo y si, por tanto, los pastorcillos no se equivocaban de enemigos” (p. 233). “Me respondió que cuando los verdaderos enemigos son demasiado fuertes, hay que buscarse otros enemigos más débiles” (p. 234).

Ahora se comprenderá la tremenda ironía que encierra la siguiente expresión de Adso:

“Pero entonces (me decía) era evidente que Guillermo había perdido la ayuda del Señor, que no sólo enseña a percibir la diferencia (entre la fe ortodoxa y la fe perversa de los herejes), sino que también, por decirlo así, señala a sus elegidos otorgándoles tal capacidad de discriminación. Ubertino y Chiara habían conservado la santidad justamente porque eran capaces de discriminar. Esa y no otra cosa era la santidad” (p. 151; el paréntesis y el subrayado son nuestros).

El mensaje recurrente de la novela se concreta en que toda manifestación religiosa es sólo aparente. Esta idea se transmite a través de los mismos personajes —los monjes de la abadía y demás eclesiásticos, que de un modo u otro llevan una doble vida—, y por medio de los diálogos. Veamos algunos ejemplos. Se comienza con la afirmación, no exenta de orgullo, del Abad Abbone: “la abadía es pequeña, pero rica” (p. 45), y se sugiere que el tener algo por malo es fruto de la represión del deseo: “y, en efecto, las palabras de Jorge (vituperando estos inventos medievales) despertaron en mí un gran deseo de ver los tigres y monos del claustro, que aún no había examinado” (p. 103; el paréntesis es nuestro). En este sentido, es sintomático que el espléndido canto de los maitines del segundo día se matice diciendo que “pocas horas de mística felicidad son interrumpidas por un hecho sumamente sangriento” (p. 127).

El carácter alienante que se atribuye a lo religioso se desprende de numerosos pasajes: “en las ciudades italianas son los bienes los que sirven para obtener dinero (...). Así se explica que la rebelión contra el poder se manifieste como reivindicación de la pobreza” (p. 155). Por eso el murmurador monje italiano Aymaro d'Alessandria, cuando pretende que la abadía cambie, en realidad “quiere que se vuelva a la tradición. Pero la vida del rebaño ha cambiado y para volver a la tradición (a la gloria y al poder de otros tiempos) la abadía debe aceptar que el rebaño ha cambiado, y por ello debe cambiar” (p. 156; el paréntesis es nuestro).

No es una actitud aislada en esta abadía. Véase este fragmento de diálogo entre Adso y Guillermo:

“—¿Por eso la Iglesia de Roma acusa de herejes a todos sus enemigos?

—Por eso. Y por eso también considera ortodoxa toda herejía que pueda someter a su control”.

La herejía de Dulcino habría consistido fundamentalmente en tomarse en serio el propósito de transformar el orden de las cosas, cuando, según comprende Adso, la Iglesia enseña que “no hay que transformar el orden de las cosas, aunque haya que esperar con fervor su transformación” (p. 278).

Sin duda, la abadía se presenta simultáneamente como un reflejo de la Iglesia y un compendio de actitudes individuales igualmente falsas:

“—Date una vuelta por la cocina y coge una lámpara.

—¿Un hurto?

—Un préstamo, a la mayor gloria del Señor.

—En tal caso, contad conmigo” (pp. 172‑173).

La ironía se señala expresamente por ejemplo en el parlamento con el que Abbone encubre su codicia por las piedras preciosas:

“—Y entonces, cuando percibo en las piedras esas cosas superiores, mi alma llora conmovida de júbilo, y no por vanidad terrenal o por amor a las riquezas, sino por amor purísimo de la causa primera no causada.

—En verdad ésta es la más dulce de las teologías —dijo Guillermo con perfecta humildad—.

Y pensé que estaba utilizando aquella insidiosa figura de pensamiento que los retóricos llaman ironía, y que siempre debe usarse (en contra de lo que hace Guillermo) precedida por la “pronuntiatio”, que es su señal y justificación” (el paréntesis es nuestro).

Este juego de apariencias y falsedades se resume al decir que “tenemos una abadía diurna y una abadía nocturna, y la nocturna parece, por desgracia, muchísimo más interesante que la diurna” (p. 327).

El nervio irónico hace que continuamente se utilicen expresiones cristianas cuya aceptación es sólo formal, según se desprende de su sistemática transgresión, presentada sin contraejemplo alguno.

Particular mención a este respecto requiere el tratamiento de la castidad. Como metáfora que descalifica todos los amores egoístas (el saber egolátrico, el afán de riquezas, la ambición de poder...) es descrita por Guillermo con una ortodoxia formal impecable: “Como todas las lujurias (...), nada tiene que ver con el amor, ni siquiera con el amor carnal...” (p. 482). Pero en la práctica, se presenta como universalmente transgredida, no sólo por la historia de homosexuales a la que está ligada la cadena de crímenes, ni por la caída ocasional del joven Adso o por las actividades de Salvatore, “esa bestia glotona y lujuriosa”, sino por la sugerencia misma de que no hay más amor que el carnal, por ejemplo, en las extrañas manifestaciones de afecto con que el franciscano rezador Ubertino acoge al novicio Adso cuando es presentado por Guillermo.

Por supuesto, esta otra obsesión nunca será presentada como proclama teórica, al igual que los demás temas de fondo de la novela, sino en forma de reflexiones ocasionales de las que sólo la reiteración hace colegir que son insidiosas.

En fin, el argumento podría resumirse en esta afirmación: el único mal es el que haya quienes crean que existe algo absoluto. De ahí dimanan todos los peligros:

“—Omnis mundi creatura, quasi liber et scriptura... —murmuré— Pero, ¿qué tipo de signo sería?

—Eso es lo que no sé. Pero no olvidemos que también existen signos que sólo parecen tales, pero que no tienen sentido, como blitiri o bu‑ba‑baff...

—Sería atroz matar a un hombre para decir bu‑ba‑baff.

—Sería atroz —comentó Guillermo— matar a un hombre para decir Credo in unum Deum...” (p. 134).

Eso es, precisamente, lo que ocurre en la historia que se nos cuenta, y se podría decir que toda ella converge, como hacia su conclusión, a la siguiente afirmación de Guillermo: “el diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda” (p. 578; el subrayado es nuestro). El mismo protagonista precisa más adelante: “El Anticristo puede nacer de la misma piedad, del exceso de amor por Dios o por la verdad (...), porque la única verdad consiste en aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad” (p. 595).

En último término, el fundamento de lo absoluto es Dios, y el inmenso alegato contra lo absoluto que se encierra en El nombre de la rosa, sería un alegato de ateísmo si no se lo impidiera su propia reluctancia ante todo lo absoluto.

Si, al principio del relato, Guillermo había afirmado que el universo habla de las cosas últimas oscuramente, y había huido de la conversación que Abbone inicia sobre las vías para la demostración de la existencia de Dios según Santo Tomás de Aquino, al final, su silencio en la conversación con Adso resulta no poco elocuente:

“—Es difícil aceptar la idea de que no puede existir un orden en el universo, porque ofendería la libre voluntad de Dios y su omnipotencia. Así, la libertad de Dios es nuestra condena, o al menos la condena de nuestra soberbia.

Por primera y última vez en mi vida me atreví a extraer una conclusión teológica:

Pero ¿cómo puede existir un ser necesario totalmente penetrado de posibilidad? ¿Qué diferencia hay entonces entre Dios y el caos primigenio? Afirmar la absoluta omnipotencia de Dios y su absoluta disponibilidad respecto de sus propias opciones ¿no equivale a demostrar que Dios no existe?

Guillermo me miró sin que sus facciones expresaran el más mínimo sentimiento y dijo: —¿Cómo podría un sabio seguir comunicando su saber si respondiese afirmativamente a tu pregunta?

No entendí el sentido de sus palabras.

—¿Queréis decir —pregunté— que ya no habría saber posible y comunicable si faltase el criterio mismo de la verdad, o bien que ya no podríais comunicar lo que sabéis porque los otros no os lo permitirían?

En aquel momento un sector del techo de los dormitorios se desplomó produciendo un estruendo enorme (...)

Hay demasiada confusión aquí —dijo Guillermo—. Non in commotione, non in commotione Dominus” (pp. 596-597).

El verso medieval que cierra la novela, dándole título, explica emblemáticamente la postura nihilista de Fray Guillermo de Baskerville, discípulo en la ficción del preempirista Roger Bacon y del nominalista Guillermo de Ockam: Stat rosa pristina nomine nomina nuda tenemus. Podría traducirse:

La rosa originaria consiste en un nombre, sólo nos quedan meros nombres.

VI. VALORACION LITERARIA

En una ambientación histórica conseguida, ya descrita más arriba, se vierte la cosmovisión “moderna” o “postcristiana” del mundo tal como es presentado actualmente por ciertos medios culturales y de comunicación de masas, autotitulados “progresistas”.

La novela se inscribe en la línea de revalorización de la Edad Media que se ha convertido en moda en ámbitos culturales que antes la despreciaban como “época oscura”, y que ahora la reinterpretan, a su modo, como período germinal de las libertades sin freno (se sugiere incluso que Guillermo inhalaba “hierbas” de vez en cuando) y de la pasión por la ciencia. Así, en el “scriptorium” asombra que el protagonista use gafas, técnica aún desconocida allí (p. 95), pero de la que ya ha oído hablar el maestro vidriero (“Oculi de vitro cum capsula!”, p. 110). Lo mismo muestran los conocimientos de botánica que se le atribuyen, o los comentarios sobre el uso del imán.

A esta reinterpretación de la época pretérita se superponen preocupaciones o conocimientos propios de la nuestra. Por ejemplo, el fenómeno de la “creación de la realidad”, tan tópico de los medios de comunicación social actuales, está presente en la descripción que Guillermo hace del caballo del Abad sin haberlo visto antes:

“—Sí —dije— pero la cabeza pequeña, las orejas finas, los ojos grandes.

—No sé si los tiene, pero sin duda los monjes están persuadidos de que sí. Decía Isidoro de Sevilla que la belleza de un caballo exige ‘ut sit exiguum caput et siccum prope pelle ossibus adhaerente, aures breves et argutae, oculi magni, nares patulae, erecta cervix, coma densa et cauda, ungularum soliditate fixa rotunditas’ (...) un monje que considera excelente un caballo sólo puede verlo (...) tal como se lo han descrito las ‘auctoritates’” (p. 33).

La modernidad de la teoría de la ciencia con que se argumenta se hace derivar —no siempre sin razón— de dos filósofos de carne y hueso que, en la ficción, aparecen como maestros del protagonista (Roger Bacon y Guillermo de Ockam). Por esto Guillermo cultiva un gran escepticismo para con las ideas universales junto a un serio respeto para con las cosas individuales, y afirma, como algunos filósofos neopositivistas actuales, que “todo se explica utilizando el menor número de causas” (p. 116).

Es evidente la capacidad fabuladora del autor y su fuerza para las descripciones de ambientes (la abadía en su conjunto, el refectorio, la biblioteca, el laberinto...). Más dificultades encuentra para las etopeyas. Nos encontramos ante unos caracteres lineales, de cartón‑piedra, que hacen difícil esperar que El nombre de la rosa se convierta en una obra clásica.

Finalmente, las objeciones que se podrían hacer, como las infidelidades históricas, los anacronismos (de los que el autor se cura en salud diciendo que la “copia” que sirve de original es del siglo XIX) o la manipulación que se esconde en la misma elección de una época tan conflictiva para la conciencia católica, resultan de poco relieve en la perspectiva de la ficción narrativa. Estos datos, y otros, habrá que apreciarlos desde una valoración doctrinal.

VII. VALORACION DOCTRINAL

El autor elige un período de la historia de la Iglesia especialmente conflictivo y difícil de valorar certeramente desde la actualidad. Tal elección responde a un fin determinado: contraponer a la visión cristiana del mundo —que presupone la verdad objetiva y la existencia de Dios— la cosmovisión agnóstica, que considera como único objetivo insano el de la verdad, y que ante la pregunta por Dios se encoge de hombros. Mediante la modalidad narrativa empleada se refuerza este propósito y se evita tener que resolver la aporía de cómo, si nada podemos saber con seguridad, se puede afirmar con certeza la no existencia de absoluto alguno.

En efecto, como ya hemos apuntado, aparecen relatadas unas actuaciones falsamente cristianas, pero no se muestra prácticamente ningún contraejemplo: de este modo, en la práctica, se sugiere que tal falsedad no es fruto de las debilidades de personajes concretos —incluso de muchas personas—, sino de la misma doctrina, que no sería sino apariencia y alienación.

La “modernidad” de Guillermo de Baskerville no radica sólo ni principalmente en la teoría —impensable en su momento— de la separación del trono y del altar, sino sobre todo en el carácter agnóstico que hemos puesto de relieve en el argumento: a Adso le parece “que no tenía el menor interés en la verdad, que no es otra cosa que la adecuación entre la cosa y el intelecto. El, en cambio, se divertía imaginando la mayor cantidad de posibles posible” (p. 374).

Los valores que se manifiestan en la novela son los de la concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de la carne y la soberbia de la vida, pero —y ahí está la insidia— no aparecen como males que acechan al cristiano y a todo hombre, y que pueden llegar a pervertir las virtudes, convirtiéndolas en puras apariencias; sino como el único contenido de las presuntas virtudes, que serían, así, siempre aparentes y falsas.

En el monasterio que Eco inventa late una real lucha por el poder. El inepto Abbone, amigo de las riquezas, se sostiene como abad bajo la influencia del respetado Jorge de Burgos. Este, en su día, consiguió ser bibliotecario desplazando a Alinardo gracias a los hallazgos de Silos, de los que fue portador, y cuando se queda ciego, mantiene a un inepto como bibliotecario para no perder el control del secreto. Los que lo critican, el grupo de los italianos, no son mejores: desean tener acceso a la biblioteca, sobre todo Bencio, pero cuando éste es nombrado bibliotecario, se pasa al bando de los que defienden la prohibición de libre entrada, para no compartir con nadie su poder.

Todo es concupiscencia de la carne: una historia de homosexuales forma la trama básica; se ironiza con la caída y las tentaciones de Adso, y se viene a afirmar que sólo se domina la lujuria por la represión, por otras lujurias, como hemos señalado en el apartado de argumento.

Una recreación, incluso literaria, de cualquier lugar y época de la Iglesia nos daría una historia de santos y pecadores, incluso de santos que se vuelven pecadores y pecadores que se vuelven santos. La que hemos analizado no se ajusta a la objetividad, y fuerza la evidencia mediante la fantasía de la ficción. Intenta proclamar, lo más absolutamente que sea posible sin contradecirse, que no debemos creer en ningún Absoluto, porque creerlo es la única fuente de todo mal, de toda intolerancia.

La lectura serena de esta novela revela, pues, una violencia sutil: la de tratar de persuadir de una afirmación que no se demuestra; simplemente se muestra, creando para este fin unos hechos de ficción que la argumentan y desprenden a gusto del autor. En el fondo, una lectura crítica enseña, con la Iglesia, que la verdadera pasión por la verdad es fundamento de la tolerancia más auténtica y de la verdadera libertad, mientras toda tolerancia contra la verdad termina siempre en alguna forma de violencia.

M.A.G.

 

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[1] Citamos por la ed. castellana: El nombre de la rosa, Lumen, Barcelona 1982.