FROMM, Erich

The sane society

Rinehart & Company Inc., New York 1955.

(cast: "Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Hacia una sociedad sana", Fondo de Cultura Económica, México 1971, 9ª reimpresión de la 1ª ed. castellana 1956, trad. Florentino M. Torner)

 

Erich Fromm nació en Frankfurt en 1900. Estudió Sociología y Psicología en Heidelberg, más tarde se especializó en psicoanálisis en Berlín. En 1934 emigró a los Estados Unidos. En 1955 obtuvo la ciudadanía americana y desde 1962 enseñó Psicología en la New York University. Murió en 1980.

Es autor de libros que han tenido gran influencia. Entre otros títulos se pueden recordar: El lenguaje olvidado, El miedo a la libertad, Psicoanálisis y religión, El arte de amar y ¿Tener o ser?.

 

I. CONTENIDO DE LA OBRA

The sane society  —escrita en 1955— puede considerarse como un desarrollo de su obra anterior El miedo a la libertad, en la cual el autor intentaba demostrar que el hombre moderno, si bien se había liberado de las ataduras propias de la mentalidad medieval, no había alcanzado completamente la libertad que le habría de permitir construir una vida rica de significado, basada en la razón y en el amor; de ahí que, concluía, el hombre moderno buscase una nueva seguridad a través de la sumisión a un jefe, a la raza o al Estado. En el libro que ahora examinamos, sostiene la misma tesis pero aplicándola a la sociedad democrática que, en su opinión, constituye también, bajo diferentes aspectos, una huida de la libertad.

Cap. I ¿Estamos sanos?

La obra consta de siete capítulos y de un epígrafe con las conclusiones. En el primer capítulo, Fromm examina los progresos de nuestra civilización, para mostrar que hacemos mal uso de esos adelantos. Además de manifestarse en los males de la guerra y en los genocidios, es en los modelos de vida democráticos donde —según él— aparece el mayor número de perversiones patológicas. En las naciones con regímenes democráticos, el 90% de la gente sabe leer y escribir, pero esta capacidad se utiliza para devorar toneladas de publicidad vulgar y de obras insulsas. Lo mismo debe decirse en relación a la libertad sexual, que, si bien es absoluta, no ha solucionado los problemas que Freud consideraba producidos por la represión sexual. Finalmente, concluye, hay síntomas claros del desquiciamiento de nuestra sociedad, como son el aumento notable de enfermedades mentales y la abundancia de suicidios o de personas alcoholizadas, manifestaciones éstas de una profunda insatisfacción existencial (Fromm no se refiere a otro tipo de lacras sociales, porque, cuando escribió este libro, el problema de la droga era marginal, la familia era una institución bastante sólida, etc.). El primer capítulo se cierra con una descripción pesimista de la sociedad democrática, en la que hay más palabrería que verdadero diálogo, más desesperación que sufrimiento constructivo, y tantas formas de evasión que conducen hacia una vida cada vez más vacía.

Cap. II ¿Puede estar enferma una sociedad? Patología de la normalidad

Fromm recoge la tesis de los psiquiatras y sociólogos que se niegan a admitir que toda una sociedad pueda estar psíquicamente enferma; para ellos, los problemas serían siempre del individuo y su solución pasaría, por consiguiente, a través de la adaptación personal a la sociedad en la que se vive. La sociedad concluyen estos es la que es: si uno se adapta a ella, es psicológicamente sano; si no, sufrirá terriblemente y se convertirá en un desequilibrado. Fromm critica esta concepción como absolutamente errónea, y recuerda que ya Spinoza planteó el problema de la existencia de una deficiencia social. Según Fromm, existe una naturaleza humana, común a todo hombre, con una dimensión social, cuyos valores fundamentales han sido dados a conocer por hombres sabios de todos los tiempos, a partir de los albores de la Humanidad.

Cap. III La situación humana. La clave del Psicoanálisis humanista

En su intento de resolver los acuciantes problemas de una sociedad enferma, Fromm pretende partir de la concepción de hombre que se encuentra implícita en los relatos bíblicos. En primer lugar, acepta la existencia en el hombre de leyes sociales y morales, propias de una naturaleza que supera la pura animalidad, pues, aunque el hombre procede del animal —según dice—, es capaz de librarse del determinismo del instinto por medio de la conciencia de sí. Así el ser humano, a la vez que mantiene una relación con la naturaleza física, la trasciende con la razón, la fantasía y la voluntad: está vinculado a la totalidad, pero posee una autonomía personal, de la cual es responsable; conoce sus límites, pero tiende a superarlos.

Todo esto, sin embargo, crea una dicotomía: el hombre no puede librarse de la razón aunque le gustaría hacerlo, y se ve obligado a luchar, a superarse, a temer, a confiar. Este desequilibrio originario se ve agudizado por la conciencia de la muerte: el hombre desea la inmortalidad, pero conoce que ha de morir; tiene arranques divinos y ramalazos animales: "La vida toda del individuo no es otra cosa que el proceso de darse nacimiento a sí mismo; realmente, hemos nacido plenamente cuando morimos, aunque es destino trágico de la mayor parte de los individuos morir antes de haber nacido" (p. 29). Para Fromm, es una gran desgracia no tomar conciencia de esta situación e intentar evitarla, pues los problemas permanecen y se hacen patológicos. Una sociedad está sana —concluye— si responde a las justas necesidades del hombre; está enferma, si intenta engañar al hombre con respuestas insuficientes. Con el fin de demostrar esta tesis, pasa revista a las cinco necesidades básicas de la existencia humana.

A. "Relación" contra narcisismo

Según Fromm, el conocimiento de la propia provisionalidad volvería loco al hombre, si no tomara conciencia de las relaciones con sus semejantes, ya que ningún ser humano se contenta únicamente con satisfacer sus necesidades fisiológicas. El loco es aquél que no ha sido capaz de establecer relaciones adecuadas con los demás. Estas relaciones, en efecto, se establecen a menudo de forma desequilibrada: se tiende tanto a la sumisión (masoquismo) como al dominio (sadismo). En ambos casos, se pierde la integridad psíquica y la libertad que deben regir toda relación social; además, el individuo se siente continuamente amenazado por la hostilidad que surge de una relación mal establecida. "Sólo hay una pasión que satisface la necesidad que siente el hombre de unirse con el mundo y de tener al mismo tiempo una sensación de integridad e individualidad y esa pasión es el amor. El amor es unión con alguien o con algo exterior a uno mismo a condición de retener la independencia e integridad de sí mismo. Es un sentimiento de coparticipación, de comunión, que permite el pleno despliegue de la actividad interna de uno (...). En el acto de amor, yo soy uno con todo, y sin embargo soy yo mismo, un ser humano singular, independiente, limitado, mortal" (p. 34).

El amor es, para Fromm, un ejemplo de lo que llama orientación productiva. Tal orientación se da también cuando la razón comprende adecuadamente el mundo, cuando el trabajo, sobre todo el del artista y el del artesano, deja sitio para una acción personal. Así ocurre también con los sentimientos como el amor, que une sin confundir. En la experiencia amorosa se realiza la paradoja de que dos se convierten en uno, sin dejar al mismo tiempo, de ser dos. El amor entendido de este modo jamás se cierra en sí mismo, como en cambio ocurre en el narcisismo: "Si puedo decir te amo, digo amo en ti a toda la humanidad y a todo lo que vive, amo en ti también a mí mismo. En este sentido, el amor de sí mismo es lo contrario del egoísmo" (p. 34).

En la verdadera experiencia amorosa se encuentra la única respuesta a la existencia humana, pues se alcanza el equilibrio. Pero no es fácil añade Fromm este amor auténtico. Por ejemplo, una madre que ama visceralmente a su hijo, difícilmente desea que su hijo crezca y se vaya de casa, afirmando así su propia identidad. También el niño es necesariamente narcisista. El crecimiento debería conducirle a una justa afirmación de sí mismo, basada en la libertad y confianza, sin dejar por eso de pensar en los demás; pero, con frecuencia, el crecimiento físico no va acompañado de esa madurez, produciéndose así un narcisismo patológico. Es allí donde hay que buscar la clave de las enfermedades psíquicas graves, pues el narcisismo supone siempre un encerrarse en sí mismo, que impide el contacto con la realidad y con los demás, y sitúa a la persona afectada en el polo opuesto de la objetividad, de la razón y del amor.

B. Trascendencia: creatividad contra «destructividad»

El hombre, como criatura que es, se encuentra según Fromm, en un estadio de pasividad; pero debe pasar a un estadio creativo en el que trascienda su condición de criatura. Todos los seres vivientes crean la vida; pero tan sólo el hombre es consciente de ello y, por tanto, puede crearla activamente, es decir, puede crearla mediante el amor. Existe, sin embargo, una respuesta contraria: destruir la vida. La voluntad de destrucción surge cuando no se satisface de manera conveniente la fuerza creadora que hay en nosotros.

C. Arraigamiento: fraternidad contra incesto

Fromm parte de la existencia de vínculos profundos que se desea mantener. El vínculo más profundo es, en su opinión, el que se da entre una madre y un hijo. Al crecer, normalmente se sustituye ese vínculo por otros. Ciertamente —comenta— un hijo puede desear permanecer unido a su madre por siempre, creándose así en él una propensión a la sumisión, al miedo y a la incertidumbre cuando falta la protección de la madre o de la realidad sustitutiva, o la propensión a entusiasmos fáciles cuando se siente protegido. La sabiduría de todos los tiempos, explica Fromm, enseña a cortar el cordón umbilical por medio del tabú del incesto, que se extiende a los consanguíneos. Pero también la tribu, el clan, el país, la etnia... deben ser considerados como protectores de un modo exagerado. De ahí que en la Biblia aparezca un nuevo tabú: la prohibición a apegarse a la tierra. La expulsión del Paraíso terrenal, Abraham que debe abandonar su tierra, Jacob que se ve obligado a emigrar a Egipto, serían ejemplos magníficos según Fromm de la existencia de ese tabú, desarrollado y ampliado posteriormente por el cristianismo a través del consejo evangélico de pobreza.

Fromm critica a Freud porque éste considera la relación del hijo con la madre como si fuera siempre incestuosa, mientras aprueba la tesis de Bachofen sobre la necesidad de un justo equilibrio entre la influencia materna y la paterna. La unión armónica de esos dos influjos fue, según Fromm, un elemento decisivo para el desarrollo de la Iglesia Católica, pues a la idea de un Dios, padre, se añadía la de María, madre: "Las masas, oprimidas por autoridades patriarcales, podían recurrir a la madre amorosa, que las consolaría e intercedería por ellas" (p. 53). Fue, en cambio, el protestantismo quien trajo a Europa el espíritu exclusivamente patriarcal del Antiguo Testamento. El hombre se encontró de nuevo ante un Dios severo y riguroso; los príncipes y los Estados se convirtieron en omnipotentes por designio divino, dando así origen al individualismo y al pensamiento racional. Para Fromm, el individualismo es la raíz del totalitarismo que ha prevalecido en la primera mitad de nuestro siglo: "Como las grandes revoluciones europeas de los siglos XVII y XVIII no consiguieron transformar la libertad de en libertad para, el nacionalismo y el culto del Estado se convirtieron en síntomas de una regresión a la fijación incestuosa" (p. 56).

D. Sentimiento de identidad: individualidad contra conformidad gregaria

El hombre necesita un sentido de identidad que, paradójicamente, viene de fuera. La nación, la clase, la religión, la profesión, etc., que aportan ese sentido, con frecuencia degeneran en lo contrario, el gregarismo: "Tras la fuerte pasión por un status o situación y por la conformidad está esta misma necesidad, y muchas veces es más fuerte que la necesidad de pervivencia física" (p. 59).

E. Necesidad de una estructura que oriente y vincule. Razón contra irracionalidad

Fromm distingue entre razón e inteligencia, dando prioridad a la primera: "La razón es el instrumento del hombre para llegar a la verdad; la inteligencia es el instrumento del hombre para manipular el mundo con mejor éxito; la primera es esencialmente humana, la segunda pertenece a la parte animal del hombre" (p. 60). Cualquier sistema de orientación debe de tener en cuenta los dos aspectos. Todas las religiones son —según él— un sistema de orientación, si bien presentan la razón y la inteligencia en distintas proporciones. Cuanto mayor sea la inteligencia, menor será la razón; y a la inversa.

Cap. IV Salud mental y sociedad

En este capítulo, Fromm vuelve a su tesis de fondo: existe una naturaleza humana que se realiza en la sociedad; por eso, la estructura social puede condicionar la maduración de la persona y producir en ella resultados patológicos. Contra la tesis freudiana de la libido como origen de todas las acciones humanas, Fromm defiende la especificidad del comportamiento del ser humano. Ciertamente —añade— cuando el hombre, que tiene necesidades animales por satisfacer, debe renunciar a alguna de esas exigencias básicas para relacionarse con los demás, corre el riesgo de caer en la neurosis o en la locura. Sólo cuando la persona es capaz de entrar en relación con los demás a través del amor, se siente una con ellos al mismo tiempo que conserva su propia identidad: en este difícil equilibrio, concluye, se encuentra la fuente de la salud psíquica.

En opinión de Fromm, ni el capitalismo, que parte de la idea de un hombre en continua competición económica, ni la doctrina de Freud, que se basa en la oposición entre el deseo de una ilimitada satisfacción sexual y los tabúes sociales, son capaces de producir una sociedad sin neurosis: en el primer caso, porque el hombre se convierte en un ser incapaz de correlación; en el segundo, porque la sociedad aparece como el resultado de las frustraciones sexuales.

Cap. V El hombre en la sociedad capitalista

Fromm analiza las bases sociales, políticas, económicas y culturales de la sociedad capitalista, en busca de los síntomas patológicos que explicarán los trastornos psíquicos de los individuos que viven en ella.

A. El carácter social.

Los individuos se diferencian unos de otros pero, al mismo tiempo, se adecúan a un carácter social, común a la mayoría de la gente que varía según las épocas; así, la sociedad moderna se caracteriza por el trabajo del hombre libre. Sin embargo, el carácter social matiza Fromm no depende de causas particulares, sino de ideas políticas, filosóficas, religiosas..., que precisamente por esto, añade, no deben considerarse estructuras secundarias, como hace el marxismo. A conferir el carácter social contribuyen también, en gran medida, la educación familiar, junto con la escolar y los métodos pedagógicos.

B. La estructura del capitalismo y la condición humana.

1) Capitalismo en los siglos XVII y XVIII. El capitalismo ha nacido, según Fromm, a partir de hombres libres, que venden en el mercado laboral su propio trabajo al dueño del capital, con la confianza de que, a través del mercado, el egoísmo de cada uno obtenga el máximo beneficio para todos.

2) Capitalismo en el siglo XIX. La empresa alcanza en esta etapa el predominio sobre el hombre, que ya no es la medida de todas las cosas; por eso, explotar brutalmente al obrero deja de ser considerado un crimen. El mercado se libera finalmente de todas las limitaciones tradicionales: el sistema se basa por entero en la libre competencia y en el beneficio de las empresas. Como consecuencia, el hombre deja de ser fin en sí mismo y se convierte en un medio de los intereses económicos de otros hombres o de un gigante impersonal. Estos efectos despersonalizadores explica Fromm no son debidos a la avidez del capitalista, sino a la ley del beneficio.

Fromm acepta la idea, defendida también por el capitalismo, de que los hombres están para trabajar al servicio de la sociedad; pero según él hay muchas formas de colaboración distintas de las basadas exclusivamente en el beneficio, como la cooperación recíproca fundada en el amor, en el espíritu de servicio o en vínculos naturales. La cuestión de la autoridad es marginal para Fromm, el poder puede utilizarse para explotar y someter, o para servir, como ocurre en la relación de un maestro con sus discípulos, que es absolutamente distinta de la relación existente entre un amo y sus esclavos.

Aunque en conjunto Fromm realiza un juicio positivo de los movimientos reformadores del siglo XIX, considera que estos no han logrado salvar al hombre de las neurosis creadas por el sistema capitalista. Estos movimientos, que partían de la necesidad de suprimir la explotación del obrero y de abolir o disminuir la autoridad, han conseguido, según él, importantes resultados: en poco más de medio siglo la situación ha cambiado a favor de los obreros, y la autoridad ha disminuido mucho más de lo que un utópico del siglo pasado hubiese soñado. A pesar de todo, añade, el hombre no está más sano que entonces: ya no corremos el riesgo de convertirnos en esclavos; pero sí, en robots.

3) La sociedad en el siglo XX

a.—Cambios sociales y económicos. Los factores que, en opinión de Fromm, han actuado como motor de los grandes cambios ocurridos son dos: el desarrollo de la técnica y el triunfo indiscutible de la ley del mercado. El desarrollo de la técnica ha favorecido el aumento del capital, que ahora se halla dividido entre muchos accionistas, produciendo así una mayor separación entre la empresa y la propiedad. La ley económica, por otra parte, se impone cada vez más: si el mercado y los contratos regulan las relaciones, no hace falta saber lo que es correcto y lo que es erróneo; basta con saber si algo es adecuado y funcional. Mientras tanto, concluye, los bienes se distribuyen: todos tienen un coche y otros bienes de consumo, leen los mismos periódicos y disfrutan de los mismos espectáculos; producen, consumen, disfrutan juntos, codo con codo, sin hacer preguntas. Esto requiere, deduce Fromm, que todos quieran consumir cada vez más y que los gustos estén estandarizados; que se sientan libres y, al mismo tiempo, que estén dispuestos a ser mandados sin oponer resistencia a la máquina social.

b.—Cambios caracteriológicos. Además de la alienación económica, estudiada por Marx, Fromm considera que existen otros tipos de alienaciones, en los que el hombre se convierte también en extraño, extranjero para sí mismo: su apariencia, su rendimiento, pasan de ser suyos a ser sus dueños. La persona alienada pierde también el contacto con los demás, que se transforman así en algo parecido a ella.

En este sentido, observa Fromm, el monoteísmo supone un paso adelante respecto al politeísmo, en el que los hombres se construían un fetiche y alienaban en éste el propio yo: el hombre idólatra se inclina ante el trabajo de sus propias manos. En el monoteísmo continúa Fromm, Dios no es una cosa, sino el infinito, y el hombre es también en cierto modo infinito, porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Pero, incluso en el monoteísmo, es fácil volver a la idolatría, cuando se renuncia a Dios para someterse a las cosas creadas; también en el amor añade ocurre eso mismo, pues con frecuencia no es otra cosa que un fenómeno idolátrico. Otras idolatrías modernas se refieren, siempre según Fromm, a distintas instituciones y a distintos objetos: a los jefes, al Estado, a la industria, al dinero, al deporte, a los espectáculos, etc. En estos casos, aunque las relaciones humanas se intensifican y se hacen más cordiales al disminuir el miedo y el autoritarismo, las personas se convierten en partículas extrañas entre sí, que están juntas por intereses egoístas y por la necesidad de hacer uso una de otra, prevaleciendo así el egoísmo en vez de la verdadera solidaridad.

Según Fromm, el origen de esta alienación estriba en el hecho de que el yo no surge de la propia actividad del individuo que ama y piensa, sino de su papel económico-social. Al preguntar a uno ¿tú quién eres? ejemplifica Fromm, se corre el riesgo de recibir la siguiente respuesta: soy un médico o cosas parecidas, como si una máquina pudiera responder y dijese: soy un tractor, soy un coche, etc. Esto ocurre cuando el valor de la persona depende tan sólo del éxito económico o profesional.

Otro tipo de alienación, propio de la sociedad capitalista, es el conformismo. No es que en otras épocas no haya existido este fenómeno matiza Fromm, pero ahora se corre el riesgo de una estandarización, no según ciertos modelos personales, sino según modelos anónimos. Lo importante para el hombre de la sociedad capitalista es sentirse aceptado, pues a la persona alienada le resulta imposible estar a solas consigo misma. Aunque en la sociedad capitalista nadie obliga al individuo a un comportamiento determinado, el conformismo supone de modo implícito la obediencia a férreas leyes, para acomodarse al grupo en que se vive.

En el conformismo actual, continúa Fromm, se ha abierto camino el principio de que toda aspiración debe satisfacerse inmediatamente y ningún deseo debe quedar frustrado: se compra a plazos con tal de conseguir algo inmediatamente; se desea el placer sexual sin demora, después de haber preparado todas las coartadas posibles con un burdo freudianismo que ve en la represión sexual la causa de todas las neurosis. Frente al vacío existencial que surge de la actitud conformista, se busca una solución hablando, desfogándose con un interlocutor con el que se simpatiza.

Otra consecuencia del conformismo es, según Fromm, la sustitución de una autoridad racional por otra irracional, primero en la familia y luego en la sociedad. Mientras había una autoridad clara, explica, existía una oposición y rebeldía contra toda autoridad irracional, afirmándose así la conciencia del propio yo; ahora en cambio el individuo, inconsciente de su sumisión a una autoridad anónima, pierde el sentido de sí mismo convirtiéndose en un objeto.

c.—Razón, conciencia, religión. Fromm describe el modo en que estos tres elementos aparecen en la sociedad capitalista: la razón aflora, pero siempre bajo la forma de una inteligencia instrumental que encuentra su máxima expresión en la inteligencia artificial de las máquinas; la conciencia personal resulta amortiguada y silenciada: no puede desarrollarse cuando el principio vital más importante es el conformismo (cuánto más conformista es una persona, menos puede oír la voz de la propia conciencia, y menos puede obedecerla); en cuanto a la religión, nos encontramos con una gran abundancia de manifestaciones religiosas y, a la vez, con una creciente idolatría.

El monoteísmo no es compatible en opinión de Fromm con la alienación y con la ética de la corrección (la ley del mercado convierte la moral en corrección, entendida como algo que es contrario al engaño, ya que éste elimina la confianza necesaria para los negocios). En el monoteísmo, sigue Fromm, la revelación al hombre y la redención de éste constituyen el fin supremo de la vida; un fin que no puede ser subordinado a ningún otro: puesto que Dios es indefinible, el hombre creado a su imagen también es indefinible, es decir, no puede ser jamás considerado como una cosa. Ciertamente, añade, el principio de la corrección produce un cierto tipo de comportamiento ético; pero amar al prójimo, cultivar el espíritu, afrontar la muerte, no forman parte de la corrección. Para hacer frente a estas cuestiones es necesario, según Fromm, la creencia en el amor fraterno que, en épocas pasadas, se fundamentaba en la religión. El mundo de hoy, explica Fromm, deja a un lado los problemas más importantes de la vida. Si se cree en Dios, es porque se da por descontado que existe; si no se cree, es porque se supone que no existe. En ambos casos se da a Dios por descontado. Ni el creer ni el no creer quitan el sueño a nadie, ni causan ninguna preocupación seria, debido a que el amor fraterno ha sido sustituido por la corrección. Dios se ha convertido así en el Director General de la Sociedad Anónima del Universo.

d.—Trabajo y democracia. En este epígrafe Fromm compara la concepción laboral del artesano medieval, el cual podía sentirse satisfecho ante el producto acabado, con la del obrero industrial o postindustrial que ve el trabajo como una actividad que, por el momento, las máquinas no consiguen realizar completamente. Este trabajo anónimo y dividido es siempre menos querido, cuando no suscita rebeldía.

También la democracia presenta —según Fromm— síntomas de grave enfermedad. Antes existía el problema del sufragio universal, que impedía la participación democrática a las grandes masas; pero ahora que éste se ha conseguido, se descubre que los ciudadanos no participan en la vida y en las decisiones políticas. Votan a unos candidatos que, en vez de representar fielmente a los propios electores, obedecen a poderes extraños. También el voto libre está seriamente condicionado por la propaganda y por la abstracción de los problemas, tan lejanos de la propia existencia cotidiana.

e.—Enajenación y salud mental. La crítica de Fromm a las escuelas psicoanalistas americanas es muy aguda y contundente. Critica la tesis de Sullivan, uno de los psicoanalistas más conocidos, que reduce todos los trastornos a la insatisfacción de tres necesidades básicas: la necesidad de seguridad personal, es decir, la liberación de la ansiedad; la necesidad de intimidad, es decir, de colaborar al menos con otra persona; y la necesidad de satisfacción erótica. Fromm indica que estas tres necesidades, además de no agotar las causas de los problemas psicológicos, son enfocadas por Sullivan de una forma muy distinta a como lo han sido en las diferentes culturas: se sostiene la posibilidad de encontrar la seguridad satisfaciendo algunas necesidades según el modo propuesto por una sociedad dominada por la industria y el conformismo; los psicoterapeutas aconsejan al individuo adaptarse a ella, fomentando así en la persona la existencia de una intimidad cualquiera y de una sensualidad egoísta. Para Fromm, un poco de inseguridad es connatural al hombre, debido a los límites que descubre en su libertad cuando afronta los fines trascendentes de la vida.

Así pues, según Fromm, el hombre verdadero debe sufrir hasta que pueda decir soy yo; el hombre alienado, por el contrario, intenta ser lo más parecido a los demás para sentirse aceptado. Pero el temor a no resistir el reto está llenando a la sociedad de un sentimiento de ansiedad mucho más intenso que el antiguo sentimiento de pecado: "Si la edad contemporánea ha sido llamada con razón la época de la ansiedad, se debe primordialmente a esta ansiedad engendrada por la falta de sentimiento del yo. En la medida en que yo soy como usted me desea, yo no soy; estoy angustiado, dependo de la aprobación de los demás, procuro constantemente agradar. La persona enajenada se siente inferior siempre que se cree en desacuerdo con los demás" (p. 172). De este modo, vienen deformados conceptos básicos como felicidad y afecto: todos deben de ser felices, pero esa afirmación es más una condena que verdadera felicidad. La felicidad no es un simple placer y conoce el esfuerzo del crecimiento; se opone a la tristeza y a la depresión, no a la fatiga, a la seriedad y a la lucha.

Por eso, en contra de los psicoanalistas americanos, Fromm considera que el american way of life es causa de muchos trastornos: no es que las dificultades para integrarse en esa sociedad procedan de los viejos tabúes que se oponen a la libertad moderna, sino que proceden de la despersonalización a que deben someterse los individuos. Lo que estos psicoanalistas pretenden es semejante, según Fromm, a lo que hicieron los ciegos del cuento: un joven llegó a un pueblo de ciegos; con el pasar de los días, los ciegos se dieron cuenta de que aquel joven no se comportaba como ellos. Los más sabios y expertos descubrieron que por los ojos de aquel joven entraban imágenes que lo confundían y, para salvarlo, acordaron sacarle los ojos (cfr. p. 163).

Cap. VI Otros varios diagnósticos

El autor recoge una serie de críticas a la sociedad capitalista y de profecías hechas acerca de los males de los siglos XIX y XX que, en cierto modo, se acercan a las suyas. El diagnóstico de la decadencia de la civilización ha sido realizado por diferentes pensadores: desde el conservador Burckhard al radical Tolstoi, desde el anarquista francés Proudhom al americano Thoreau, y después por otros muchos, como Jack London, Durkheim y Marx. Algunos de estos profetizaron la transformación del hombre en una máquina y la aparición de regímenes autoritarios.

De nuestro siglo, examina las críticas de R.H. Tawney, de Elton Mayo, de F.Tannenbaum, de A.R. Heron (defensor a ultranza del capitalismo, conservador, pero agudamente crítico), A. Huxley con su Brave New World ampliamente resumido, A. Schweitzer y A. Einstein. Se han hecho muchas profecías, pero en su opinión el futuro guarda aún muchas incógnitas y muchos misterios tenebrosos, porque "el aherrojamiento del espíritu colectivo, tal como lo encadenan hoy las organizaciones, la irreflexividad y las pasiones populares modernas, es un fenómeno sin precedente en la historia. (...) Todos estos obstáculos se levantan en la senda de la voluntad hacia la civilización. Una sorda desesperación se cierne sobre nosotros. ¡Qué bien comprendemos ahora a los hombres de la decadencia grecorromana, que se encontraban ante los acontecimientos y se sentían incapaces de resistirlos y abandonando el mundo a su destino, se recogían en sí mismos!" (pp. 192-193).

Cap. VII Soluciones diversas

Según Fromm, no todos aquellos que han visto y previsto la alienación en nuestra sociedad, se han resignado a lo inevitable de esa situación: muchos han propuesto una alternativa. Cualquiera que fuera su propuesta, todos se basaban en un concepto religioso-humanista del hombre y de la historia. De hecho, su fervor era ya una religión, aunque la mayoría luchaban contra una iglesia institucional.

Antes de exponer la propuesta socialista, Fromm analiza las dos grandes idolatrías autoritarias —el nazismo y el comunismo estalinista— que con pretensiones de salvar la sociedad produjeron muchas y graves heridas en el hombre, porque "la fe en la humanidad sin fe en el hombre o es insincera o, si es sincera, lleva a los mismos resultados que vemos en la historia trágica de la Inquisición, en el terror de Robespierre y en la dictadura de Lenin" (pp. 199-200). Respecto a la postura de Lenin, Fromm hace notar que sus limitaciones fueron señaladas por algunos humanistas, como Rosa Luxemburg, quien advertía la necesidad de hacer una elección entre dos concepciones opuestas: democracia o burocracia. El desarrollo de los acontecimientos en Rusia mostró, observa Fromm, cuán acertada era su previsión.

Una respuesta de signo contrario vino de algunos industriales más perspicaces, que se daban cuenta de las condiciones de alienación de sus empleados. Las propuestas oscilaron entre la compensación económica para los que hicieran más méritos, la participación en los beneficios, y la mayor consideración de sus capacidades personales. La simpatía del autor se dirige, sin embargo, hacia las propuestas socialistas. Es consciente de las connotaciones negativas de la palabra socialismo, pues en la época en que escribe se confunde con el comunismo y sus aberraciones. Al mismo tiempo se duele de cómo las ideas socialistas, incluidas las de Marx, sean tan sólo objeto de retórica y no sean estudiadas con profundidad.

La miopía de Occidente consiste, según Fromm, en identificar socialismo con comunismo, pues el primero se funda en una concepción humanista del hombre y de la sociedad. En apoyo de su tesis, expone las convicciones humanitarias de Babeuf, Charles Fourier, Robert Owen, Luis Blanch, Proudhom, Michail Bakunin, Kropotkin y de Landauer, para acabar con Marx y su teoría de la alienación del hombre. Todos estos autores, aunque con diferentes matices, hablan de amor fraterno, de realización completa del hombre y no sólo de progreso económico, de disminuir la influencia del Estado, del respeto a uno mismo y al prójimo, etc. También en Marx, Fromm descubre un humanismo radical: "como para todos los demás socialistas, el elemento básico para Marx es el hombre. Ser radical —escribió en una ocasión— significa ir a la raíz, y la raíz es el hombre mismo" (p. 211). La historia del mundo, para Marx, es la historia de la creación del hombre, pero también es la historia de la alienación del hombre, de cómo va perdiendo o delegando sus poderes, convirtiéndose así en objeto del poder de otros más que en sujeto libre.

Junto a estos aspectos positivos del marxismo, Fromm señala algunos errores de Marx. El principal es posponer la descentralización del Estado a la revolución del proletariado, pues esto ha justificado el centralismo ruso, y el comunismo en general. Otro error consiste en creer que toda emancipación es de tipo económico; los demás cambios surgirían como consecuencia de ésta. Pero esa misma prioridad ha traído consigo otra negativa, la de la política social. En definitiva, concluye, Marx ha sido un simplificador: no conocía bien la complejidad del tejido social ni los entresijos del alma humana, con pasiones a veces más fuertes que la pura necesidad económica; pensando que todo se arreglaría una vez rotas las cadenas económicas, no se daba cuenta de que a veces las cadenas son queridas por el que las lleva, por un deseo de seguridad que es más fuerte que cualquier tipo de necesidad económica.

Esta simplificación ha llevado, en opinión de Fromm, a tres hechos peligrosos: el olvido del factor moral, pues la bondad del hombre debía conseguirse inmediatamente a través de los cambios económicos; las vías autoritarias de realización del socialismo, ya que para lograrlo había que conquistar completamente el poder; y la socialización de los medios de producción, que era una condición no sólo necesaria, sino también suficiente para la transformación de la sociedad capitalista en una sociedad cooperativista. El hecho es, concluye, que en Rusia y en los países comunistas, la crítica al capitalismo se reduce a la crítica económica: todavía se hace propaganda anticapitalista diciendo que los obreros de los Estados Unidos viven en condiciones infrahumanas.

Fromm tampoco ahorra sus críticas contra el socialismo occidental, que ha perdido gran parte de su carga humanitaria: busca solamente salarios más altos y seguridad en el trabajo, sin aquella carga mesiánica y humanista de sus profetas del siglo pasado.

Cap. VIII Caminos hacia la salud mental

La última parte del libro pretende ser constructiva. Después de haber aislado y analizado los graves síntomas políticos, económicos, sociales y, sobre todo, humanos —que no duda en llamar espirituales, aunque sin aceptar la fe en Dios—, pretende afrontar esos problemas simultáneamente, en busca de una solución global. El cristianismo, sostiene Fromm, ha curado sólo el espíritu; por eso muchos, ante los urgentes problemas de la vida material, no lo han tenido en cuenta; el marxismo ha creído transformar el mundo cambiando la economía, pero se ha olvidado del espíritu.

Un segundo punto del programa de Fromm es el de intentar resolver los problemas a partir de las causas, pues de otro modo no habrá una curación radical de la sociedad. Se produce un trastorno psicológico, piensa Fromm, cuando hay un conflicto con las exigencias naturales de la persona humana: no sólo con el deseo sexual, como sostiene Freud, sino también con la necesidad de amor, de productividad, de utilidad, etc. Para curarse, hace falta tomar conciencia de este conflicto y cambiar aquellas condiciones que han ocasionado la frustración de las exigencias fundamentales. Y con los males sociales, concluye, sucede más o menos lo mismo.

Para ver dónde surge el conflicto entre el hombre y la sociedad, es necesario tener el cuadro de una sociedad sana. Para Fromm, la sociedad es sana cuando el hombre es considerado fin y no medio y, sobre todo, cuando cada individuo se considera fin a sí mismo, y no un medio para los fines de otro. En definitiva, una sociedad sana es aquella en que el hombre es el centro, y todas las actividades políticas y económicas están subordinadas a su desarrollo; es aquella en que el narcisismo, el deseo de poseer, de explotación... no son usados para el provecho personal o para aumentar el propio prestigio. Fromm busca una sociedad en la que se intente resolver juntamente los problemas personales y los sociales, y en donde la relaciones con nuestros semejantes no sean separadas de las relaciones personales. Hace falta, además, un trabajo humanizado que permita al hombre comprender el contexto laboral y participar activa y responsablemente en las decisiones que se refieran al trabajo y, más en general, a la sociedad, sintiéndose así capaz de gobernar la propia vida.

A. La transformación económica

Sólo el socialismo, según Fromm, se preocupa de que el hombre en sociedad no se convierta en esclavo de la economía. Pero el socialismo actual está vinculado al experimento comunista, que lo deforma y lo hace monstruoso. El partido laborista inglés ha intentado soluciones muy distintas aunque con escasos resultados, al no haber tenido suficiente poder y al haber cometido varios errores, como las nacionalizaciones, las cuales, además de no mejorar la vida del obrero, ocasionan un gran aumento de la burocracia, que sofoca el sistema democrático. Estos dos fracasos, el ruso y el británico, han difundido el desánimo entre la izquierda política.

La solución, para Fromm, está en el socialismo comunitario, según las indicaciones de tantos socialistas del siglo pasado. Hará falta renovar continuamente las soluciones, pero esas no son muy distintas de las técnicas que los físicos o los químicos inventan para solucionar los problemas. Por lo demás, los problemas sociales, que pueden también resolverse de forma científica, son bastante más importantes que perfeccionar un prototipo de avión. Para ejemplificar esta tesis, Fromm plantea la cuestión de la propiedad privada. No hay duda, según él, de que el marxismo está fracasando por haber dado demasiada importancia a este problema, y al problema económico en general. Los otros socialismos han visto que el problema de la libertad no es solamente económico: no hay mucha diferencia entre ser gobernado por una miríada de accionistas anónimos o por el Estado. El problema está en las condiciones de trabajo, en la participación en las decisiones, en la participación en los bienes, en la valoración de las propias aptitudes: la esclavitud asalariada acabará "cuando los trabajadores aprendan a poner la libertad por encima de la comodidad" (p. 236).

Al socialismo comunitario se le achaca, continúa Fromm, que la industria tiene necesidades objetivas; se añade además que el hombre es egoísta por naturaleza, y que sólo será feliz cuando todo el trabajo esté mecanizado. Fromm rechaza estas objeciones haciendo notar que el hombre tiene necesidad de trabajo, de cansancio, de ser puesto a prueba; tiene necesidad de asumir una responsabilidad que lo hace sufrir, pero que también le ayuda a realizarse. El problema está en la calidad del trabajo. Se piensa que sólo el incentivo de un mayor beneficio mueve al hombre a trabajar más; esto creen también quienes proporcionan el trabajo, hasta el punto de imbuir en todos la idea de que el dinero da poder. Pero si bien se mira, existen también otras motivaciones: basta pensar, por ejemplo, en los esfuerzos y en las atenciones de un ama de casa por su hogar, sin retribución económica alguna.

En apoyo de su tesis, Fromm cita algunos experimentos comunitarios que han tenido éxito, como el de una fábrica francesa en donde se eliminó la diferencia entre quien da el trabajo y quien lo realiza. El primer descubrimiento revolucionario fue que cada trabajador podía hablar de sus asuntos a los demás: todos se encontraban más libres para hablar en un clima de confianza mutua. La contrapartida fue que esas conversaciones hacían perder bastante tiempo durante el trabajo; por eso, se acordó reunirse sólo una vez por semana. Como no querían discutir sólo de un mejor resultado económico sino también de un tipo de vida más humano, se llegó a hablar de los valores fundamentales, descubriendo así la necesidad de una base ética común. Había, continúa Fromm, creyentes y no creyentes, pero todos coincidían en una serie de valores básicos: ama a tu prójimo, no te apoderes de sus bienes, mantén las promesas, gánate el pan con el sudor de tu frente; respeta a tu prójimo, su persona, su libertad; respétate a ti mismo, combate los vicios que degradan al hombre y que son nocivos para la vida social (soberbia, lujuria, avaricia, codicia, gula, ira, pereza); recuerda que hay bienes más altos que la vida misma (la libertad, la dignidad humana, la verdad, la justicia...). Quien tenía una ética privada más exigente, la vivía, pero sin exigirla a los demás. El rendimiento creció mucho y pudieron ahorrarse muchas horas, que fueron dedicadas a la formación. Las ganancias se invirtieron en una fábrica, y se creó un consejo de empresa con una nómina duplicada: nombres propuestos por los niveles más altos, y aceptados o rechazados por el nivel más bajo, para evitar la demagogia y el autoritarismo. Después, se desarrollaron iniciativas sociales en el ámbito religioso (según la confesión religiosa), intelectual, artístico, de ayuda mutua, de vida comunitaria...

De este modo, concluye Fromm, se demuestra que, cuando hay un desplazamiento del simple producir o adquirir cosas, al descubrir o mejorar las relaciones humanas, también el rendimiento económico aumenta. Es importante, de todas formas, librar al hombre del miedo al no tener con qué vivir, pues de otro modo será siempre esclavo del que compra su trabajo. Fromm se aventura a dar alguna indicación concreta sobre el modo de lograrlo, como el subsidio temporal para el que esté sin trabajo, de tal manera que se sienta libre para cambiar de trabajo y no esté sometido al mercado capitalista. Contempla también brevemente la posibilidad de que los países industrializados favorezcan el desarrollo de los países más pobres. Al final se plantea el problema de cómo impedir las inversiones capitalistas que vayan en contra del hombre, como la pornografía.

B. La transformación política

Antes de proponer la solución al problema político, Fromm describe la transformación histórica de la democracia: mientras que en la primera democracia se tendía a evitar que una minoría en el poder (el rey o los nobles) impusiese a la mayoría sus propios intereses, en la actual se tiende a que la mayoría imponga su dominio a todas las minorías, pensando con un desfasado pensamiento ilustrado que la voluntad popular siempre tiene razón, y que la mayoría representa siempre la voluntad popular. En realidad, añade con sarcasmo, el votante no puede hacer demasiado y todo acaba en que una exigua minoría poderosa por los votos obtenidos a través de la propaganda y del poder económico impone, a todos, los propios intereses y las propias ideas.

Para curar los males que aquejan al sistema democrático, Fromm sugiere la idea de formar pequeños núcleos de unas quinientas personas, que puedan reunirse periódicamente para tomar decisiones. Estos grupos nombrarían una serie de representantes para aquellos pocos problemas que deban ser resueltos más arriba. Pocos, porque en lo que se refiere a la enseñanza elemental y a muchos trabajos es mejor organizarse en pequeños grupos. También los problemas económicos y políticos de la nación deberían ser votados en estos grupos, que serían como la cámara de los comunes respecto al senado.

C. La transformación cultural

Fromm, consciente de la importancia de un buen sistema educativo, indica las deficiencias de las instituciones escolares en la sociedad capitalista, preocupadas simplemente por impartir los conocimientos necesarios para sacar adelante a la sociedad industrializada, que sólo necesita unos valores idóneos: ambición, competitividad, respeto a la autoridad pero siendo «moderadamente independiente», amistad sin un compromiso profundo con las personas, etc. Fromm, por el contrario, pide una unión entre educación teórica y práctica, invoca la formación permanente de los adultos, requiere un arte que, a semejanza del medieval, no sea obra de unos artistas separados de la realidad y de la vida misma, sino que cree la unión entre los hombres y la de estos con la realidad.

Otro elemento importante de la vida social del hombre se encuentra en los ritos. Nuestra cultura, caracterizada por el consumismo y por la pasividad, los rechaza porque el rito supone participación y actividad: "¿Qué esperamos de nuestra generación joven? ¿Qué pueden hacer cuando no tienen oportunidades para desarrollar actividades artísticas significativas, compartidas? ¿Qué otra cosa pueden hacer sino refugiarse en la bebida, en los sueños del cine, en el delito, la neurosis, la locura? ¿De qué sirve no tener casi analfabetos, tener la educación superior más amplia que haya existido en cualquier tiempo, si no tenemos una expresión colectiva de la totalidad de nuestras personalidades, ni un arte ni un ritual comunes?" (p. 287). Para Fromm, una aldea primitiva con sus ritos está mentalmente más sana y también más desarrollada incluso estando formada por analfabetos, que esta república nuestra, compuesta por consumidores y radioyentes. Ninguna sociedad sana puede construirse usando exclusivamente la razón instrumental y respondiendo a la demanda de cultura con comics, fanatismo deportivo y novelas policíacas.

Fromm enumera los diversos intentos, a partir de la Revolución Francesa, para hacer revivir los rituales colectivos. Cualquier patriotismo tiene algún rito, pero —añade— ninguno de ellos ha alcanzado la importancia que han tenido los ya perdidos rituales religiosos. Reconoce la pobreza de esas tentativas y el hecho de que los rituales no puedan ser producidos artificialmente; pero confía en que, si se reconoce la necesidad de rituales como algo característico de la naturaleza humana, aparecerán nuevos talentos capaces de suscitar respuestas colectivas.

Se hace finalmente la pregunta sobre la religión verdadera y auténtica. A Fromm le interesa el universalismo de las religiones monoteístas, la fraternidad, la unión de la humanidad, más que sus presuntas verdades absolutas: "podemos unirnos en una firme negación de la idolatría y encontrar quizá en esta negación más elementos de una fe común que en cualesquiera aseveraciones acerca de Dios. Seguramente encontraremos más humildad y más amor fraterno. Esto sigue siendo cierto aunque se crea, como creo yo, que los conceptos teísticos están llamados a desaparecer en el desenvolvimiento futuro de la humanidad" (p. 290). Por eso termina el capítulo expresando el deseo y la esperanza de que un día aparezca sobre el mundo el maestro que enseñe a los hombres esta nueva religión.

D. Sumario-conclusión

Fromm traza a grandes rasgos el desarrollo de la historia humana. Mientras que alrededor del 500 antes de Cristo aparecían, en Oriente y en países de la cuenca mediterránea, las grandes ideas que iban a transformar a la humanidad, la Europa bárbara del Norte seguía durmiendo. La Iglesia consiguió convertirla, y de ese Continente salió una nueva revolución de las ideas. Más tarde, con el poder de la técnica, se difundió la esperanza de poder tener a disposición propia los bienes de todos, librándose del miedo y del poder secular y clerical.

El hombre ilustrado, sigue Fromm, encontrándose solo con su conciencia y con su razón como únicos jueces de sus acciones, se asustó de esa libertad apenas recuperada: había encontrado la libertad para, sin haber alcanzado sin embargo la libertad de, e intentó huir de ella para entregarse a poderes totalitarios: al poder de la industria y, sobre todo, al gran ídolo de la burocracia, sofocador del individualismo, que fue pionero en el camino de la libertad. De este modo concluye Fromm los esfuerzos del hombre, que se dirigían a crear una sociedad más sana — una sociedad en la que los hombres habrían desarrollado tal grado de independencia que podrían conocer la diferencia entre el bien y el mal— cambiaron de rumbo orientándose hacia una sociedad que conduce a los hombres a la neurosis, y a la humanidad a la autodestrucción: "el peligro del futuro está en que los hombres se conviertan en robots o autómatas. Cierto es que los autómatas no se rebelan. Pero, dada la naturaleza del hombre, los robots no pueden vivir y permanecer cuerdos: se convierten en "Golems", destruirán su mundo y a sí mismos porque no pueden resistir el tedio de una vida sin sentido" (p. 298).

 

II. VALORACIÓN CRITICA

Las obras de Fromm han recibido abundantes críticas desde las diversas disciplinas relacionadas con sus escritos (sociología, psicología, antropología, religión) y desde distintos enfoques políticos (liberalismo, marxismo, socialismo, etc.). La profusión de críticas revela, por lo menos, que dichos escritos han suscitado un enorme interés, tanto en el hombre de la calle como en ambientes intelectuales, desencadenando numerosas polémicas.

Psicoanálisis de la sociedad contemporánea no es una excepción. Como las restantes obras del autor, ha gozado de un formidable éxito editorial, debido seguramente a la notable erudición de que hace gala; al estilo divulgativo con toques de penetrante análisis psicológico y acentos poéticos; a la mezcla de elementos tomados en préstamo de diversas disciplinas; al sincretismo religioso, unido a una moral puramente humana, etc.

Dos son los puntos por los que esta obra ocupa un lugar destacado en la producción de Fromm:

A. La elaboración de un nuevo método para analizar los males (políticos, económicos, sociales y, sobre todo, humanos) que amenazan a nuestra sociedad, y para tratar de encontrar los remedios oportunos.

B. La propuesta de un socialismo comunitario para alcanzar esa sociedad sana, meta de la evolución humana.

A. La elaboración de un nuevo método

Aunque Fromm no teoriza sobre el método capaz de darnos la clave para resolver los problemas políticos, sociales y psicológicos, parece estar convencido de la existencia de ese método. La manifestación más clara de este convencimiento se aprecia en el modo en que Fromm analiza una cuestión tan compleja como es la de la evolución histórica de la Humanidad.

Fromm considera que el proceso histórico-evolutivo del hombre se reduce a tres fases: el matriarcado, el patriarcado y la sociedad futura. Las dos primeras fases se caracterizan por la presencia de elementos positivos junto con elementos negativos. El matriarcado está marcado por dos rasgos: el amor materno, que es positivo, y el exceso de seguridad, que es negativo. El patriarcado, en cambio, se caracteriza por otros dos rasgos que, en cierto sentido, son la antítesis de la etapa precedente: el rasgo positivo de la independencia y el negativo de la falta de seguridad, pues el padre castiga al hijo cuando desobedece sus mandatos. La tercera fase, propia de la sociedad futura, corresponde a la síntesis de los elementos positivos del matriarcado y los del patriarcado, pues el individuo de esa sociedad gozará al mismo tiempo de independencia y de seguridad.

Como puede observarse, el esquema del proceso histórico-evolutivo es esencialmente dialéctico. Pero no es dialéctico en sentido hegeliano, porque para Fromm el proceso no es necesario, sino libre; de ahí que sea posible la permanencia o fijación en una de las fases, la regresión a una fase precedente o, incluso, la destrucción del proceso por una guerra de proporciones planetarias. Nos encontramos así con un proceso que tiene una finalidad clara, la cual sin embargo se halla supeditada a la libertad humana.

¿De dónde deriva la idea de un proceso supeditado a la libertad? Parece que existe un proceso con las características señaladas por Fromm: el proceso de madurez psicológica del hombre. En efecto, este proceso contiene a la vez las dos características mencionadas anteriormente: está orientado hacia una meta, pero esta no se alcanza sin hacer uso de la libertad.

Esta tesis se ve confirmada al analizar el modo en que Fromm describe el proceso de madurez psicológica, pues éste es similar al proceso histórico-evolutivo. Según Fromm, el proceso de madurez psicológica engloba las etapas que van desde la perfecta seguridad inconsciente del embrión en el seno materno hasta la completa madurez del individuo psicológicamente sano, pasando por las fases intermedias de la inseguridad parcial y de la libertad incompleta. También, como en el proceso histórico-evolutivo, el éxito del proceso psicológico no está garantizado: son muchos los obstáculos e insidias que deben vencerse. La insidia principal son los lazos que unen al hijo con sus progenitores. En sí mismos, son lazos naturales y, como tales, positivos; pero dan origen a trastornos psíquicos cuando se mantienen indefinidamente impidiendo o dificultando el desarrollo de la personalidad del hijo: una madre posesiva puede impedir que su hijo alcance la individualidad, lo mismo que el padre excesivamente autoritario; en el primer caso, por exceso de seguridad; en el segundo, por miedo a hacer uso de la propia libertad.

Basta tener en cuenta la identidad o, por lo menos, semejanza entre los dos tipos de procesos histórico-evolutivo y psicológico para concluir que el método utilizado por Fromm es de carácter psicológico: sólo el análisis de la evolución de la psique humana conduce al establecimiento de esas tres fases.

Al método utilizado por Fromm se le pueden dirigir fundamentalmente dos críticas:

1) No se puede describir el proceso psíquico ni el histórico-evolutivo como compuesto necesariamente por tres fases.

El proceso psíquico de madurez no se puede describir como si estuviera formado por tres fases. Aunque el proceso psíquico descrito por Fromm se realiza en bastantes individuos, no se da en todos: muchos no pasan por las etapas señaladas por Fromm, debido a que carecen de uno o de ambos progenitores o a que son educados en el seno de familias polígamas. Y, a pesar de todo, alcanzan la madurez humana. Por otra parte, en el proceso de formación del individuo intervienen muchos elementos, entre los cuales hay que destacar uno tan primario como es el de los hermanos. Valores tan importantes en el desarrollo de una personalidad madura, como la solidaridad, la imitación, la colaboración y, sobre todo, el amor fraterno, están estrechamente relacionados con este elemento real, pero imposible de ser esquematizado debido a su riqueza significativa. Por último, aunque las deficiencias en el proceso explican algunos tipos de neurosis, no pueden dar cuenta de todos los fenómenos patológicos, por la sencilla razón de que en su producción no influye una sola causa, sino una multiplicidad, algunas de las cuales escapan de la libertad humana, por ejemplo los trastornos fisiológicos, los acontecimientos biográficos o históricos, etc.

Si en el ámbito psicológico no puede hablarse por tanto de un proceso en tres fases que conduzca a la madurez, aún es más difícil pretenderlo en el terreno histórico. En primer lugar, porque los desarrollos de las estructuras sociales presentan una mayor complejidad que la evolución de la personalidad. La división de la historia humana en tres etapas: matriarcado, patriarcado, sociedad futura, si bien puede aplicarse con bastantes reservas a la cultura occidental, no sirve para otras culturas, como ha sostenido la antropóloga Ruth Benedict, quien rechaza la formulación de una tesis semejante antes de haber realizado un estudio de otras organizaciones primitivas (Cfr. Escape from freedom-a synoptic series of reviews, pp. 111-113). Por otra parte, como también sostiene Benedict, en las sociedades matriarcales como la de los arapesh, indígenas americanos, hay lazos primarios positivos que implican ya la existencia de una individualidad productiva armónica que, según Fromm, se daría sólo en la sociedad futura.

2) No se puede reducir el proceso histórico-evolutivo a proceso psíquico, ni a la inversa.

El proceso histórico y el proceso psicológico no son idénticos. El punto más discutible de Fromm no es la aplicación de un esquema reductivo a la realidad psíquica o histórica que, por su gran riqueza y por el influjo de la libertad, lo supera ampliamente, sino la identidad que establece entre los dos tipos de procesos, en cuanto que el proceso histórico es una proyección del proceso psíquico.

El mismo Fromm se da cuenta de esta falta de identidad, pues hay procesos históricos como el nacimiento y difusión de una religión o de una confesión religiosa que no sólo son irreductibles a un proceso psíquico, sino que incluso producen un importante influjo en el proceso psíquico de madurez y en el histórico-evolutivo. Pero, en lugar de buscar un método más adecuado que el psíquico para estudiar los fenómenos históricos, Fromm recurre a una relación circular entre el proceso psíquico y el proceso histórico. Para ver con claridad en qué consiste esa relación circular, analizaremos la explicación que Fromm da acerca de la difusión del protestantismo. Según él, este fenómeno histórico se produjo del siguiente modo: el colapso de la sociedad medieval amenazó la clase media; esta amenaza provocó un sentimiento impotente de aislamiento y de duda; este cambio psicológico fue responsable, a su vez, del gran poder de convocatoria que tuvieron las doctrinas de Lutero y de Calvino.

Parece claro que, para Fromm, la causa de la difusión del protestantismo se debe buscar en última instancia en el cambio de estructura social, causado a su vez por el cambio económico, pero a través de la patología psicológica. Los cambios sociales influyen, pues, en los cambios culturales, en la medida en que suponen el nacimiento y estabilización de una nueva ideología; a su vez, la nueva ideología tiende a intensificar los cambios sociales que le han dado origen.

Es indudable que, como sostiene Fromm, los cambios económicos influyen en los cambios sociales, pero no lo es menos que los cambios sociales influyen en los cambios económicos; algo análogo debe decirse también respecto a la interrelación entre cambios culturales y cambios psicológicos, y entre cambios culturales y cambios sociales o entre cambios psicológicos y cambios sociales. En definitiva no es posible señalar una causa única, a partir de la cual se producen los diferentes cambios, sino sólo factores entre los que se da una interrelación. De ahí que no se pueda afirmar, como hace Fromm, que el cambio psicológico tenga simplemente una función de mediación entre el cambio social (la causa) y el cambio cultural (el efecto); sino que los tres cambios pueden actuar como causa o como efecto, según las circunstancias. Considerar que uno de los factores actúa siempre como causa conduce a forzar el análisis del fenómeno, produciendo interpretaciones que se oponen entre sí y que, además, son difícilmente verificables. Así frente a la explicación de Fromm que parte del factor económico, la de A. Green parte del factor cultural: «luteranismo y calvinismo condujeron a la libertad religiosa, que fue acompañada por un nuevo sentimiento de impotencia y ansiedad» (Sociological analysis of Horney and Fromm, «The american journal of Sociology», LI, 6, 1946, pp. 533-40). Por otro lado, afirmar que el capitalismo es la causa de la difusión de la Reforma, a través del individuo aislado y corroído por la duda, y que, a su vez, el protestantismo favorece la difusión del capitalismo, no parece explicar por qué el capitalismo se ha difundido también en los países católicos e, incluso, en países no cristianos.

Aunque en la relación entre el proceso histórico-evolutivo y el psicológico es inaceptable una causalidad como la sostenida por Fromm, no se puede negar que exista una interrelación entre los dos procesos. Desde este punto de vista, Fromm tiene razón cuando critica la psicología de Sullivan por su carácter reductivo, es decir, porque considera que la única causa de los trastornos psíquicos es de carácter social (en concreto se trata de una inadaptación a la sociedad en que se vive). No se da cuenta Sullivan de que a veces los trastornos surgen de la adaptación a determinados tipos de sociedad en las que, como ha puesto de relieve Fromm al estudiar la sociedad consumista, no puede desarrollarse una personalidad sana. Sin embargo no puede negarse que, en ocasiones, las neurosis se producen por falta de adaptación o por una mala adaptación. En caso contrario, bastaría lograr una sociedad sana para hacer que las neurosis desaparecieran o, por lo menos, aquellas que se hallan ligadas a la ambición, a la competitividad, al conformismo, a la superficialidad, a la conciliación ambigua de las contradicciones y, sobre todo, al «mercado de la personalidad». Esto es lo que Fromm parece sostener cuando habla del socialismo comunitario como modelo de sociedad sana.

B. La propuesta del socialismo comunitario como modelo de sociedad sana.

Fromm llega a esta conclusión tras haber analizado críticamente los dos sistemas socio-económicos de mayor influjo y extensión: el capitalismo y el comunismo. Las lacras denunciadas por Fromm son reales: el capitalismo radical favorece el egoísmo humano, la insolidaridad, la competitividad despiadada; y el comunismo, la falta de libertad, la represión violenta. Los dos sistemas, a pesar de los rasgos diferenciadores, coinciden en ser profundamente inhumanos. Frente a ellos, el socialismo comunitario se presenta como la superación de los aspectos negativos anteriormente señalados: en contra del capitalismo, el socialismo exige vencer el falso egoísmo (egoísmo malo, en palabras de Fromm), abrirse a los problemas de los demás y preocuparse de su felicidad; en contra del comunismo, exige renunciar al proceso de centralización dando autonomía a los grupos intermedios, y dejar a un lado la fuerza para crear la nueva sociedad con la fuerza de la razón.

Las críticas que Fromm realiza son bastante acertadas, si bien el enfoque adoptado es fundamentalmente marxista. Según Fromm, el capitalismo parte de una premisa que aparentemente es la misma del socialismo: la atención del Estado debe centrarse en la persona humana y en el derecho de ésta al autodesarrollo, pero —añade enseguida— se aprecia la auténtica meta de estas nuevas ideas: el aumento de la productividad a través de la competición. La crítica que hace del comunismo es también la de ser un sistema inhumano, en el que se explota al hombre, se lo somete con el terror o se lo destruye. Pero, mientras el capitalismo es un sistema radicalmente corrompido, en tanto que pretende la explotación del hombre por el hombre, el comunismo es sólo una corrupción de buenos principios: los principios del socialismo. La distinta valoración de capitalismo y comunismo no se realiza, por tanto, atendiendo al sistema en sí mismo, sino al punto de partida: una falsa preocupación en el hombre, en el primer caso; una preocupación real pero mal realizada, en el segundo.

Lo que Fromm no parece descubrir es la unión profunda, puesto que se da en la misma raíz, que existe entre liberalismo y socialismo: uno y otro nacen de una concepción que niega la transcendencia y reclama para el hombre una autonomía absoluta. De ahí que sea absurdo el intento de Fromm de establecer un parentesco entre el socialismo comunitario y las religiones, pues en opinión suya el socialismo recogería los valores humanistas contenidos en las religiones y en la filosofía, despojándolos de todo aquello que les es ajeno, por ejemplo el carácter de criatura, la dependencia respecto a un Ser creador, etc.

Es en ese concepto reductivo de hombre en donde pensamos que se debe buscar el error de esos dos sistemas, y no en la finalidad real o encubierta que cada uno persigue. Ciertamente, para demostrar esta tesis, sería necesario hacer un estudio detallado del modo en que de la autonomía humana se desprenden capitalismo, socialismo y otros posibles sistemas socio-económicos que atentan contra la dignidad del hombre, pero esta labor por su extensión y complejidad excede el presente estudio. Algo se puede decir, sin embargo: la autonomía del hombre respecto a Dios, no es verdadera libertad, aunque sí suponga el uso de ésta, porque rompe el lazo que une el hombre a su origen y a su fin, falseando así la verdad más profunda del hombre, su condición de criatura. Una vez separada de su origen y de su fin, la libertad se erige en libertad absoluta; por eso, la libertad para la nada (destrucción o autodestrucción), libertad para satisfacer cualquier tipo de deseo, etc. son, si se rechaza la transcendencia, igualmente legítimas. De ahí que la distinción de Fromm entre libertad de  y libertad para  (distinción fenomenológica que nos parece verdadera) no tenga sentido para un planteamiento de libertad de como autonomía absoluta del hombre, pues una vez obtenida la independencia de la libertad respecto de la transcendencia, no existe una única libertad para, sino una multiplicidad. Si Fromm fuera coherente con su planteamiento de autonomía absoluta del hombre, no debería juzgar —como en cambio hace— los diferentes tipos de libertad para  (salvo, claro está, la libertad para el amor productivo) como libertad negativa, es decir, como huida de la libertad: si no se acepta la existencia en el hombre de una dependencia respecto a un origen que es también fin, no se puede sostener que en el hombre haya algunas posibilidades de ejercitar la libertad que lo alejan de la verdadera libertad.

Fromm por supuesto no aceptaría esta crítica porque, para él, Dios no es un ser personal, sino solamente la idea de padre que, en lugar de ser interiorizada por el hombre es colocada en un ser irreal, creado por el hombre mismo. Por eso es coherente cuando, contra el ateísmo militante, Fromm defiende algunas religiones, como la judía y la católica, por el alto valor humano que tienen, y lo es igualmente, cuando considera que en una sociedad futura, en la que el individuo consiga interiorizar la figura del padre y de la madre, la religión desaparecerá por carecer de sentido.

El problema es que, si Dios no existe, se debería intentar fundar de algún modo los valores que según Fromm posee y promueve el socialismo comunitario. Ciertamente es posible hablar de valores humanos como el amor, la fraternidad universal, la colaboración, pero ¿por qué motivo no son también valores la competitividad, el deseo de triunfar, etc.? Fromm acepta pacíficamente que hay una serie de valores humanos, reconocidos como tales por la mayor parte de las religiones. No se toma la molestia de examinar por qué son valores, ni si la concepción del hombre que aparece en las religiones es escindible de la creencia en la transcendencia o bien se halla fundamentada en ésta. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que, por ejemplo, la caridad cristiana se funda en el amor que Dios se tiene a sí mismo; sin la existencia de un Dios que se ama eterna y perfectamente, la caridad cristiana se transforma en filantropía: amor al hombre por sí mismo.

Pero un amor de este tipo, es utópico. Fromm, en cambio, pretende demostrar su posibilidad a través de la distinción entre egoísmo bueno y egoísmo malo o, en palabras de Fromm, entre egoísmo real o sano y egoísmo falso o patológico. En Fromm, la bondad se identifica con lo real y con la salud psíquica: es bueno lo que es saludable psíquicamente y es saludable lo que es real. La identificación entre bondad ética y salud mental es tal vez el punto más débil del libro y, en general, de la obra de Fromm. Para Fromm la alienación social o individual supondría una huida de la realidad, mientras que la salud equivaldría a la aceptación de la realidad. El problema es qué se entiende por realidad. Fromm, que en algunos puntos se muestra seguidor del psicoanálisis de Freud, no acepta sin embargo la distinción entre los dos principios: el del placer y el de realidad (este último es represor del primero); para Fromm, en cambio, el principio de realidad es la naturaleza humana con su dicotomía fundamental de animalidad y autoconciencia: una dicotomía que nunca se logrará eliminar, pero que se puede mantener en equilibrio; negarla o romper el equilibrio a favor de una de las partes, supone vivir en la irrealidad. La animalidad lleva a satisfacer los instintos más básicos mediante la unión con la naturaleza, mientras la autoconciencia conduce a la separación y a la vez a la toma de conciencia del carácter social de la naturaleza humana. De la animalidad surge el egoísmo, de la autoconciencia el amor a los demás. El equilibrio se obtiene en lo que Fromm llama egoísmo bueno, porque el que se ama verdaderamente ama a los demás, ya que el amor es indivisible: el amor a sí o a los otros es amor de las cualidades humanas, es decir, es amor al hombre en cuanto tal; en el egoísmo malo, en cambio, la persona «parece preocuparse demasiado de sí misma, pero en realidad intenta vanamente cubrir y compensar el fracaso en el cuidado del verdadero sí mismo» (Man for himself — an inquiry into the psychology of ethics, Rihehart, New York 1947, p. 131).

Fromm tiene razón en lo que afirma sobre el egoísmo malo, no así en su tesis del egoísmo bueno, pues el amor a las cualidades del hombre en abstracto no hace nacer el amor ni de sí mismo ni de los demás individuos. Tanto el amor a sí mismo como a los demás es un amor a seres particulares y no a abstracciones (la abstracción posee una bondad muy limitada porque no es un ser real, sino un ente de razón). El amor a sí mismo nace de la tendencia a ser y a mantenerse en el ser, la tendencia más básica que se encuentra en el origen de las demás tendencias. Pero este mantenerse en el ser, en el hombre, sólo en contadas ocasiones prescinde del modo de vivir que corresponde al hombre en cuanto ser racional; lo cual, desde otra perspectiva, es lo mismo que decir ser social. El amor a los demás está pues contenido, de algún modo, en el amor a sí mismo que, precisamente por eso, puede ponerse como modelo de amor a los demás. El problema surge cuando hay un enfrentamiento entre el amor de sí y el amor a los demás o cuando no se sabe hasta dónde se debe llegar en el amor a los demás. La entrega de la propia vida por los demás excede los límites del equilibrio natural entre estos dos amores y pertenece al orden de la caridad.

Por otra parte, el amor a todos por igual no sólo es humanamente imposible (cada uno tiene preferencias afectivas que se refieren a cualidades concretas poseídas por las personas en distinto grado), sino que es injusto, en la medida en que los lazos de parentesco, de amistad, etc. no deben ser dejados de lado. Un amor en el que no exista una jerarquía es, además de falso, radicalmente injusto, pues las personas que nos han dado más amor deben ser más queridas. Sólo una concepción del amor como espontaneidad productiva que sólo es deudora de la propia capacidad de dar, puede pretender un amor a todos en términos de absoluta igualdad. Por otra parte, no existe un solo modelo de amor (para Fromm sería el amor fraterno), precisamente porque el amor es jerárquico, sino una diversidad de modelos: el amor paterno, esponsal, fraterno, filial. Si se reducen estos tipos de amor a uno solo, se va contra la misma naturaleza del amor y las relaciones interpersonales se hacen antinaturales.

El socialismo comunitario de Fromm, fundado en los conceptos de la fraternidad universal y del amor como actividad productiva, tiene todas las características de una fe en el hombre. En efecto, el socialismo comunitario se presenta como unión o comunión de todos los hombres en los contenidos anteriormente mencionados, en los que los hombres pueden comprenderse recíprocamente; estos contenidos tienen, además, la virtud de dar sentido a la vida del hombre y de ser los cimientos para construir una comunidad que supere a los individuos permitiéndoles al mismo tiempo mantener su personalidad. Como cualquier otra fe humana el socialismo comunitario pretende una obediencia de todos los hombres. Y es aquí, como en cualquier otra fe humana, en donde el socialismo comunitario naufraga, pues la obediencia que exige no puede fundarse en la confianza en un Ser de verdad infinita, sino sólo en el consenso humano; pero por más numeroso que sea este y por más que se reduzcan los contenidos para alcanzarlo, nunca existirá un consenso perfecto, sino que siempre dejará fuera algunas personas o, por lo menos, algunos contenidos.

 

III. VALORACIÓN DOCTRINAL

Se ha dicho con razón que la mayor mentira es una verdad a medias. Este es el motivo por el que la obra de Fromm, a pesar de los muchos aciertos y valores positivos, ha ejercido un notable influjo negativo en un vasto público. En efecto, la obra de Fromm, que afirma verdades importantes —como el concepto de una naturaleza humana abierta al amor—, que propone algunas máximas morales de gran transcendencia, y que se muestra defensora de numerosos valores positivos, tiene el gran defecto de rechazar como verdadero el más pequeño atisbo de transcendencia.

La posición de Fromm respecto a la religión es clara: la idea de Dios, común a las principales religiones, es necesaria para la educación del hombre, para ayudarle a superar los egoísmos, los particularismos. La Biblia, incluido el Nuevo Testamento, desarrolla aún más la función humanizadora de las religiones, abriendo el corazón humano a la fraternidad universal, al altruismo, a la universalidad. Sin embargo —lo dice también claramente en otros libros, como en El arte de amar— una vez que la Humanidad alcance la madurez, la religión desaparecerá, pues, al poseer los valores a que aspiraba, el hombre se dará cuenta de que aquel Dios a quien hasta entonces había estado adorando era el hombre mismo.

En la evolución del hombre religioso al hombre maduro, Fromm ve un proceso semejante al que se da en el paso de la niñez a la adolescencia: el niño tiene necesidad de los padres para vivir, aprender y crecer hacia la plena autonomía; pero una vez alcanzada ésta, los padres deben mantenerse al margen pues ya no hacen falta. La comparación es sugestiva pero muy endeble, pues, si bien la ayuda material de los padres puede dejar de ser necesaria, no es posible negar su existencia, ni el vínculo que une a ellos, ni los lazos afectivos permanentes que son propios de la naturaleza humana; el mandato de "honrar padre y madre" no es, en definitiva, sólo para los menores de edad. Si esto sucede en el caso de los padres terrenos, en el caso de la paternidad divina con mayor razón: no es posible alcanzar la autonomía, porque nuestra dependencia respecto a Dios es completa y nuestra madurez o perfección humana se alcanza en la medida en que le amamos.

Cuando se afirma que Fromm acepta una Biblia sin Dios, en realidad se entiende una adhesión genérica a algunos valores de fondo, y no a lo que constituye el fundamento de los Libros sagrados: la actuación de Dios en la historia de los hombres y la revelación de su vida íntima. Esto mismo le lleva a no ver diferencias entre la Biblia y el contenido de las demás religiones. Ciertamente establece una jerarquía desde el punto de vista de la sabiduría alcanzada, situando al cristianismo en primer lugar, no porque distinga en él algo sobrenatural, sino porque ve en él más universalidad y más fraternidad que en las restantes religiones. Dentro del cristianismo, a su vez, da la preeminencia al catolicismo, porque a través de la función desempeñada por la Virgen María se educa al hombre en valores como la ternura y el amor, ajenos al protestantismo.

La obra de Fromm contribuye así a aumentar la gran confusión actual, que lleva a juzgar positivamente la dimensión religiosa del hombre si bien de modo parcial, como un rincón de la intimidad humana lleno de misterio. Los distintos tipos de religiones, sectas y cultos aparecen como otras tantas manifestaciones posibles y, en cuanto posibles, no necesarias de esa dimensión. Se llega así a un sincretismo religioso, en el que la religión se reduce a un simple sentimiento humanitario. La elección de una religión o de otra no tiene nada que ver con la verdad, sino sólo con la simpatía hacia ciertos valores, cuando no es el simple apuntarse a una especie de club o sociedad de amigos. Fromm, que en su libro ¿Tener o ser? denuncia muchas idolatrías, muchos egoísmos sutiles, propios del tener, del poseer, del poder que garantiza el ser apreciado verdadera o aparentemente por los demás, no se da cuenta de que su crítica a la religión parte de una idolatría más perniciosa: la de sustituir a Dios por un hombre que, sin Dios, se rebaja a la animalidad o a la soberbia más cegadora.

El hombre, sin Dios, sigue necesitando fe, esperanza y amor para dar sentido a su existencia. Claro está que estas tres virtudes ya no tendrán a Dios ni como objeto ni como fin, sino sólo al hombre. Pero, por más hermoso que sea el ideal humano en el que descansen estas tres virtudes, no se alcanzará nunca la meta, porque ésta no es más que un espejismo. Fromm elige para sí y para la sociedad futura el ideal del amor productivo. Pero para hacerlo realidad, no basta la elección, sino que hay que mantenerla, especialmente cuando hay dificultades o cuando parece imposible de ser llevado a la práctica. Este mantener la elección es propio de la virtud de la esperanza, que en este caso nace de una fe humana, fe en la verdad y bondad de ese ideal. Pero la fe en un ideal humano, por muy grande que sea, no puede transmitirse con la misma fuerza con que nació en el alma del primero que la tuvo; con el tiempo se desgasta, se desvirtúa y se convierte sólo en un ideal más, que convoca sólo a unos pocos. Fromm ha podido infundir esperanzas en algunos cenáculos de intelectuales inconformistas y en personas deseosas de recuperar valores perdidos; pero la consistencia real de su sistema no supera a la de otras muchas utopías.

U.B. — A.M.

 

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