GIDE, André

La symphonie pastorale

Edición realizada por Claude Martin, Lettres Modernes, París 1970.

 

INTRODUCCIÓN

En 1919, Gide escribe en la segunda parte de su autobiografía Si le grain ne meurt (Si el grano no muere): "No aceptaba vivir sin reglas, y las reivindicaciones de mi carne no podían prescindir del asentimiento de mi espíritu". Esta anotación —muy conocida— es la mejor introducción a "La sinfonía pastoral", publicada en 1919‑1920.

Este breve volumen se inscribe en la línea de las "narraciones", como también La porte étroite (La puerta angosta) (1909). A las narraciones se oponen, siempre según la terminología gidiana, las "sátiras", entre las cuales está, por ejemplo, Les caves du Vatican (Los sótanos del Vaticano) (1914). Se sabe que Gide sólo hará uso de la apelación "novela" en 1925, para Les fauxmounayans (Los falsificadores de moneda). "Narraciones" y "sátiras" son, por otra parte, dos formas complementarias de un mismo proyecto, que tiene por objeto definir el "yo".

Por eso es lógico, para captar el planteamiento y la significación de esta obra, referirse también al Diario (Journal) de Gide, y principalmente a los años 1916‑18. De esa confrontación nace la luz sobre "La sinfonía pastoral". En aquella "narración" despojada, la transparencia de las situaciones deja entrever intenciones y reflexiones menos nítidas.

1. RESUMEN

Primer Cuaderno (del 10 de febrero de 189... al 12 de marzo de 189...)

Inmovilizado en casa por la nieve, el pastor (clérigo) protestante de un pueblo del Jura suizo relata en una especie de diario personal una experiencia comenzada dos años y medio antes: “Aprovecharé la desocupación producida por este encierro forzoso, para volver atrás y contar cómo es que vine a ocuparme de Gertrudis. Me he propuesto escribir aquí todo lo que se refiere a la formación y el desarrollo de esta alma piadosa, que creo haber sacado de la noche sólo para adoración del amor. Bendito sea el Señor por haberme confiado aquella tarea”.*

El pastor había sido llamado a la cabecera de una anciana, en una granja aislada. Después de la muerte de esta mujer, encuentra en un rincón oscuro de la casa a la sobrina de la difunta: una joven ciega, de quince años, que vive en la mugre y la miseria. Aquella, que pronto sería llamada Gertrudis, vegeta en un estado desolador de atraso mental.

El pastor decide acogerla en su casa. La conduce en su cabriolé: “Huésped de aquel cuerpo opaco, un alma espera sin duda, encerrada entre paredes, que algún rayo de vuestra gracia la alcance, ¡Señor! ¿Permitiréis quizá que mi amor, aparte de ella la horrorosa noche?...” (12). En su casa, el pastor choca con la hostilidad de su mujer, Amelia “cuyo movimiento natural es siempre la mejor de sus reacciones; pero cuya razón lucha sin tregua y, a menudo, se impone al corazón” (14). Su hogar cuenta ya con cinco hijos y el más pequeño aún está en la cuna. A la oposición de Amelia, el pastor contesta: “—Devuelvo la oveja perdida, dije con la mayor solemnidad que pude” (14). Amelia acepta a la niña y el pastor apunta el 27 de febrero: “Me pareció al poco tiempo que había dejado en manos de Amelia una tarea pesada, tan pesada que al principio me quedé confuso” (22).

Al cabo de algunos días, después de haberla limpiado, peinado y vestido, el pastor emprende la educación de Gertrudis —nombre escogido por Carlota, una de las hijas del pastor—. Las reacciones de la chica son puramente animales: se precipita sobre la comida, se queda todo el día agazapada junto al fuego, adopta siempre una actitud a la defensiva. No sabe hablar. Para esta tarea difícil, el pastor se acuerda de los éxitos conseguidos por un médico inglés en casos similares. El doctor Martins charla con el pastor del caso de Laura Bridgeman, una joven inglesa cuyos progresos espectaculares inspiraron el cuento de Dickens, El grillo del hogar (24‑30).

Los inicios son duros y desalentadores, también porque Amelia está cada vez menos de acuerdo con su marido: “En fin, yo creo que la impulsaba una especie de celo materno, ya que más de una vez le oí comentar: 'No te has ocupado tanto de ninguno de tus hijos'. Lo cual era verdad; pues aunque quiero mucho a mis hijos, nunca creí que debiera ocuparme mucho de ellos” (32). Y el pastor argumenta sobre la parábola de la oveja perdida (32).

Un día, finalmente, Gertrudis empieza a reaccionar de manera positiva, y a sonreír. Desde entonces, sus progresos serán rápidos. El pastor le enseña primero a distinguir y nombrar las sensaciones físicas, y luego los movimientos. Pronto, charla con ella, sin preocuparse de si ella le sigue o no. Cuando la lleva al aire libre, al contacto con la naturaleza, Gertrudis se queda particularmente conmovida por el canto de los pájaros, que asocia a la luz. “'¿Es la tierra, decía, de veras tan bella como cuentan los pájaros? ¿Por qué se habla tan poco de ella? ¿Por qué Vd. no me lo dice? ¿Será por miedo de darme un disgusto, pensando que no la puedo ver? Se equivocaría. Oigo bien a los pájaros; creo que entiendo todo lo que dicen. —Los que pueden ver no los oyen tan bien como tú, Gertrudis mía, le dije esperando consolarla'” (38). Con ocasión de la primera sonrisa de Gertrudis, el pastor había apuntado: “Sentí una especie de encanto ante la expresión angélica que Gertrudis había tomado de repente, pues me pareció que lo que la visitaba en aquel momento no era tanto la inteligencia como el amor. Entonces, me sobrecogió un tal impulso de agradecimiento, que me pareció ofrecer a Dios el beso que di en esa bella frente” (34).

Le enseña a leer con el alfabeto Brille. Ese invierno, después de la Navidad, el hijo mayor del pastor, Santiago, estudiante de Teología en Lausanne, habiéndose roto un brazo, tuvo que pasar una temporada en casa de sus padres. Él también se interesa por la educación de la joven ciega, cuyos progresos, en esta época, son fulgurantes. Un día, el pastor lleva a Gertrudis a oír un concierto en Neufchâtel: “Se interpretaba precisamente la Sinfonía Pastoral. Digo 'precisamente', porque es la obra, como se entenderá fácilmente, que más había deseado hacerle escuchar. Mucho tiempo después de que hubiéramos dejado la sala de concierto, Gertrudis seguía en silencio y como en éxtasis. ¿Todo lo que Vd. ve es de verdad tan bonito como eso?, dijo finalmente. —¿Tan bonito como qué?, querida. Como esa 'escena al borde del arroyo'. No le contesté enseguida, pues pensaba que aquellas inefables armonías no dibujaban el mundo tal como es, sino más bien como hubiera podido ser, como podría ser sin el mal y sin el pecado. Y hasta entonces nunca me había atrevido a hablar a Gertrudis del mal, del pecado, de la muerte” (44‑46).

La falsa contestación del pastor no engaña a la ciega que ya había aprendido a distinguir lo verdadero de lo falso con sólo oír la entonación de la voz. Luego, le pregunta si es guapa. El pastor al principio se niega a contestar: “—Un pastor no tiene por qué preocuparse de la belleza de las caras, dije, defendiéndome como podía” (48); finalmente declara: “—Gertrudis, Vd. sabe muy bien que es guapa” (50).

Cada vez más celosa y amarga ante el afán excesivo y sostenido de su marido, Amelia llega a reprochárselo en presencia de Gertrudis. En su “cuaderno”, el pastor juzga severamente la actitud de su mujer (8 de marzo): “No puede darse cuenta de hasta qué punto ha angostado mi vida. Ay; ¡ojalá me exigiera alguna acción difícil! ¡Con qué alegría le ofrecería lo temerario, lo peligroso! Sin embargo, parece como si le diera asco lo que no es habitual; de tal forma que para ella el progreso en la vida consiste sólo en añadir al pasado días iguales a los demás. No desea ni acepta de mí virtudes nuevas, ni siquiera un crecimiento de las virtudes conocidas. Mira con intranquilidad, cuando no con reprobación, cualquier esfuerzo del alma por ver en el cristianismo algo distinto a una domesticación de los instintos” (52‑55).

Los progresos asombrosos de Gertrudis le hacen lamentarse de que sus niños pequeños no sean también ciegos: así no se dejarían disipar en sus estudios. Por miedo de que Gertrudis salga de su ignorancia en cuanto al mal y al pecado, el pastor evita leerle o hacerle leer la Biblia. A pesar de todo, la lleva a la iglesia para enseñarle a tocar el armonium. Uno de los primeros días del mes de agosto, el pastor —“no me dedico a espiar, pero todo lo que se refiere a Gertrudis lo llevo en el corazón” (58)— sorprende, sin que se den cuenta, a Santiago y Gertrudis, sentados juntos frente al teclado del órgano. Cuando se despide de la ciega, el chico le besa la mano.

Por la noche, durante la cena, Santiago comunica su intención de quedarse en casa durante las vacaciones, en vez de ir al monte con un compañero, como estaba previsto. Después de la cena, el pastor tiene una conversación a solas con su hijo, y le hace confesar su amor por Gertrudis. “Antes de verte llevar el desorden al alma pura de Gertrudis —grité impetuoso—, preferiría no volver a encontrarte. ¡No me hacen falta tus confesiones! Sacar provecho de la debilidad, de la inocencia, del candor, es una cobardía de la que nunca te hubiera creído capaz; ¡y hablarme de esto con esa detestable frescura!... Escúchame bien: Gertrudis está a mi cuidado y no soportaré ni un día más que le hables, que la toques, que la veas” (62‑64). La contestación firme, llena de seguridad, de Santiago, que está decidido a casarse con la joven ciega, acaba por desconcertar al pastor. Éste todavía no ha admitido sus celos. Finalmente, por obediencia a su padre que apela a su conciencia —“Santiago tiene algo excelente, y es que bastan para detenerle estas sencillas palabras 'apelo a tu conciencia', que yo usaba con frecuencia cuando él era niño” (68)—, Santiago se decide a transcurrir sus vacaciones tal como lo había previsto inicialmente. “—Vuelvo a encontrar al hijo que quería, le dije en voz baja, y, atrayéndolo hacia mí, le di un beso en la frente. El, por su parte, dio un pequeño paso hacia atrás; del que, sin embargo, no quise darme por enterado” (68).

El pastor cuenta todo eso a su mujer. “Me ocurre tan pocas veces estar a solas con ella que me sentía como tímido, y la importancia de lo que tenía que decirle me perturbaba como si se tratara, no ya de las confesiones de Santiago, sino de las mías propias” (70). Amelia contesta que ya se lo imaginaba y deja caer algunas insinuaciones irónicas acerca de la inclinación de su marido por Gertrudis: “—Por lo demás, quizá Santiago vuelva del viaje curado de su amor. ¿Acaso se sabe a su edad lo que uno quiere? —¡oh! incluso con más años muchas veces no se conocen bien los propios deseos, comentó con un tono extraño” (74). Más adelante, el pastor apunta: “Las frases de Amelia, que me parecían entonces misteriosas, se hicieron después muy claras; las he referido tal como me parecieron primeramente; y aquel día me di cuenta que había llegado el momento de que Gertrudis se marchara” (76). La joven ciega irá en régimen de pensión a la casa de una señorita de la vecindad.

Aún sin darse cuenta que tiene envidia de su hijo y está enamorado de Gertrudis, el pastor visita muy a menudo a la chica en su nuevo alojamiento. Durante un paseo por el campo, frente a las radiantes montañas y a los prados floridos, el pastor quiere que Gertrudis confiese su amor hacia Santiago. Después de un diálogo en que se evocan varios pasajes del Evangelio de forma explícita o interiormente (los lirios del campo, las verdades escondidas a los sabios y reveladas a los humildes), Gertrudis confiesa: “Bien sabe que al que quiero es a Vd., pastor... ¡Oh! ¿Por qué retira Vd. su mano? No le hablaría así si no estuviera casado. Pero nadie se casa con una ciega. Entonces, ¿por qué no podríamos querernos? Diga, pastor, ¿le parece mal? —El mal no está nunca en el amor” (82). Gertrudis pronuncia palabras que provienen de una moral inocente, que ignora los mandamientos y las prohibiciones. El cuaderno se acaba con esta frase: “El sol se ponía en medio de un esplendor exaltado. El aire era tibio. Nos habíamos levantado y, charlando, habíamos empezado el sombrío camino de vuelta” (84).

Segundo Cuaderno (Del 25 de abril al 30 de mayo)

La llegada de la primavera y el derretirse de la nieve permiten al pastor reanudar las visitas y le han hecho abandonar su “cuaderno” hasta el día 25 de abril, fecha en la que lo prosigue. Al releerlo nuevamente, toma conciencia de la naturaleza de sus sentimientos hacia Gertrudis. “Es que yo no aceptaba entonces que el amor pudiera ser lícito fuera del matrimonio, y por eso me resistía a reconocer que hubiera algo de prohibido en el sentimiento que con tanta pasión me inclinaba hacia Gertrudis. La ingenuidad de sus confesiones, su sinceridad misma me tranquilizaba. Yo me decía: es una niña” (86).

Luisa, la señorita en cuya casa vive Gertrudis, prepara a la joven ciega para la Primera Comunión. Durante la fiesta de Pascua, Gertrudis comulga, así como el pastor, mientras Amelia, por vez primera y Santiago, que acaba de volver, se abstienen de comulgar. La educación religiosa de Gertrudis lleva al pastor a leer el Evangelio “con ojos nuevos” (90). Santiago, quien, según su padre, se ha vuelto “tradicionalista y dogmático” (90), le reprocha que escoja lo que le gusta de la doctrina cristiana. El pastor apunta entonces: “Yo no escojo entre tal o cual palabra de Cristo. Simplemente que, entre Cristo y San Pablo, me quedo con Cristo. Por miedo a tener que enfrentarlos, él (Santiago) se niega a separarlos...” (90‑92). Y el pastor sigue: “Busco a lo largo del Evangelio, busco en vano un mandamiento, una amenaza, una prohibición... Todo eso es sólo de San Pablo” (92). Por otra parte, unas líneas arriba había apuntado: “Cada vez más me parece que un buen número de nociones de las que se compone nuestra fe cristiana proceden, no de las palabras de Cristo, sino de los comentarios de San Pablo” (90).

El pastor acaba por ver en el Evangelio sólo un “método para llegar a la vida bienaventurada” (94). Se dedica entonces a una exégesis personal del versículo 'si fuerais ciegos, no tendríais pecado': “Es el pecado lo que oscurece el alma, lo que se opone a la alegría. La felicidad perfecta de Gertrudis, la que irradia todo su ser, se debe a que no conoce el pecado. Sólo hay en ella claridad y amor” (94). Por eso, el pastor no la quiere turbar: deja entre sus manos los evangelios, los salmos, el apocalipsis y las tres epístolas de San Juan. No quiere que lea a San Pablo, de quien cita un versículo: 'El pecado tomó nuevas fuerzas por el mandamiento' (Rom VIII, 13).

Más o menos en aquella época, los médicos —el doctor Martins habló del caso de Gertrudis al doctor Roux de Lausanne— juzgan que una operación quirúrgica podría devolver la vista a la ciega. El pastor anota que Santiago se mantiene distante de la chica, pero sin dejar de tenerle cariño. De hecho, ha renunciado a ella. Entre Santiago y su padre se establece una discusión sobre la interpretación del capítulo XIV de la epístola de San Pablo a los Romanos. Amelia sigue oponiendo a su marido una ironía marcada de dolor: “Qué quieres, amigo mío, me contestó el otro día, no me ha sido dado ser ciega” (100). El pastor compara la dulzura que se desprende de Gertrudis con la tristeza que envuelve a su mujer: “todo alrededor de Amelia se hace oscuro y triste” (100). Se queja de que sus niños pequeños griten y sólo tengan preocupaciones vulgares; de que se muestren insensibles a la naturaleza, a la poesía.

El 18 de mayo, el pastor relata un paseo con la ciega, por el campo. Interrogado por Gertrudis, debe decirle que Santiago ha renunciado a ella: “—¿Piensa Vd. que Santiago sigue queriéndome?. —Ha decidido renunciar a ti, contesté enseguida. —Pero, ¿cree que sabe que Vd. me quiere?, replicó” (108). Tampoco Gertrudis ignora los celos de “tía” Amelia. Luego afirma que no desea una felicidad fundada en la ignorancia y exclama: “Mire Vd., me temo que el mundo no es tan bonito como Vd. me lo ha hecho creer, pastor, ni mucho menos” (110). Gertrudis querría “estar segura de no añadir nada al mal” (112). Finalmente, pregunta si los hijos de una ciega nacen necesariamente con la misma enfermedad y hace confesar al pastor que las leyes de la naturaleza no son las de la sociedad, ni las de Dios. “Me ha dicho frecuentemente que las leyes de Dios son las mismas que las del amor. —El amor que habla aquí no es el mismo que se llama caridad. —¿Vd. me ama por caridad? —Bien sabes que no, Gertrudis mía. —¿Entonces reconoce que nuestro amor escapa a las leyes de Dios?” (114). En vano el pastor anda con rodeos: “Gertrudis, ¿piensas que tu amor es culpable? Ella rectificó: —Que nuestro amor... Me estoy diciendo a mí misma que debería pensarlo” (114). Gertrudis está turbada.

Al día siguiente, el pastor apunta en su diario: “Procuro elevarme por encima de la idea de pecado; pero el pecado me parece inaguantable, no quiero abandonar a Cristo. No, no acepto que esté pecando al amar a Gertrudis (...). Señor, ya no sé... no sé más que Vos. Guiadme. A veces, me parece que me estoy hundiendo en las tinieblas y que la vista que le van a devolver me la quitan a mí” (116). Operan a Gertrudis en Lausanne. La operación se ha desarrollado bien y la chica tiene que volver al pueblo a los veinte días. Las preocupaciones del pastor aumentan de más en más: ¿Que tal le encontrará?

En la noche del 28 de mayo, el pastor cuenta el drama: queriendo coger flores azules, miosotis, al borde del agua, por lo visto, Gertrudis se cayó. La sacaron un poco mas lejos, río abajo con una congestión pulmonar. El pastor se pregunta si no quiso darse la muerte. Cuando vuelve en sí Gertrudis confiesa al pastor que en efecto ha querido suicidarse. Primero por la tristeza de Amelia: “Mi crimen consiste en no haberme dado cuenta antes; o, por lo menos —pues yo lo sabía muy bien— en haberle dejado a Vd. quererme. Pero, cuando de repente vi su rostro, y en su pobre cara se veía tanta tristeza, no pude soportar la idea de que aquella tristeza fuese obra mía... No, no, no se reproche nada; pero déjeme partir y devuélvale la alegría” (126). Y prosigue: “¡Ay! Es necesario a pesar de todo que le diga lo siguiente: de lo que me he dado cuenta en primer lugar es de nuestra culpa, de nuestro pecado. No, no proteste: 'Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado'. Pero ahora, veo...” (128).

Gertrudis le pone al tanto de que, en la clínica, se hacía leer por Santiago textos de San Pablo, que ignoraba, y también otros pasajes de la Biblia. “Me acuerdo de un versículo de San Pablo que me he repetido durante todo un día: 'Para mí, habiendo estado en otro tiempo sin ley, vivía, pero cuando vino el mandamiento, el pecado revivió y morí” (128). Es el momento de otra revelación: “Cuando vi a Santiago, entendí inmediatamente que no era Vd. al que quería; era a él. Tenía exactamente su rostro; quiero decir el rostro que me imaginaba que tenía Vd...” (128). Más este amor será imposible en adelante: Santiago se ha convertido a la religión católica y ha entrado en religión.

El delirio empieza de nuevo; la fiebre aumenta. Gertrudis morirá el día siguiente. Santiago reprocha al pastor el que no hubiese llamado a un sacerdote para que pudiera confesarla. En Lausanne, bajo su influencia, había abjurado del protestantismo. “De modo que dos seres me dejaban a la vez; me parecía que, separados por mí durante la vida, hubiesen proyectado huir de mí y unirse ambos en Dios. De todas formas, sigo convencido de que en la conversión de Santiago hubo más razón que amor” (132). Desesperado, el pastor pide a Amelia que rece el Padrenuestro. El segundo cuaderno acaba con estas palabras: “Hubiera querido rezar, pero sentía mi corazón más árido que el desierto” (132).

 

NOTA: El pastor habla en primera persona. La forma de la narración varía: el primer cuaderno y la primera fecha del segundo (25 de abril) pertenecen al género “relato”. Al principio la diferencia entre los hechos relatados y el tiempo presente es de 30 meses. Este atraso se reduce progresivamente, y las referencias cronológicas que proporciona el narrador permiten confirmarlo.

Desde el 3 de mayo ya no se trata de consignar recuerdos, sino de ir contando, al día, los acontecimientos del presente. El “diario” comienza de hecho el 3 de mayo. Muchos críticos, y el mismo Gide, han resaltado este “estrechamiento” del libro, pues la última parte resume en pocas páginas algunos acontecimientos capitales; peculiaridad a la que se hace referencia después.

2. VALORACIÓN CRÍTICA

El "mensaje" del libro

"La sinfonía pastoral" es una narración sobria y aparentemente explícita. Se lee primero como la historia del amor entre el pastor y Gertrudis, limitándose al estudio de los sentimientos. El pastor, que se separa progresivamente de Amelia y de sus hijos, cae en la trampa de una “caridad” que se convierte de hecho en una pasión meramente humana. La muerte de Gertrudis y la separación definitiva de Santiago (separación material y religiosa de su padre, por su conversión al catolicismo) castigan de alguna manera la falta del pastor.

En este sentido, la narración se puede interpretar como la denuncia de un amor culpable, de una actitud hipócrita que reviste sus pasiones con textos sagrados. A este nivel de lectura, el libro resulta bastante simple. El relato no comporta descripciones inconvenientes.

El interés literario viene del arte con el cual Gide describe la evolución de los sentimientos del pastor respecto a Gertrudis. Es “su” criatura, ya que él fue quien la despertó a la vida, a la cultura, a la belleza. Pero el pastor no es consciente de la naturaleza de sus sentimientos: sólo los descubre más tarde. De ahí la dialéctica entre la ceguera y la vista: el pastor ve, pero es ciego frente a sus sentimientos; Gertrudis está privada de la vista, pero sabe leer en los corazones.

Eso hace que las relaciones entre los personajes sean de celos y de rivalidad. Amelia y Santiago son “obstáculos” que el pastor quiere superar para dar rienda suelta a su amor por Gertrudis. Las numerosas citas presentadas en el resumen muestran hasta que punto los personajes perciben claramente la inclinación del pastor por la joven ciega.

La idea primigenia de escribir este libro, se remonta a septiembre‑octubre de 1893, época en la cual Gide descubre el cuadro natural de la narración, la Brevine, en Suiza. Las lecturas de Gide alrededor de aquella época —Las vías de Dios, de Björnson, Ibsen, etc.— le confirman en una orientación bien determinada: la búsqueda de la legitimidad del placer, de la expansión del ánimo y el rechazo de una conciencia “mutiladora” y “que obceca”. La enseñanza de Cristo es entendida como rechazo del dogma, de la ley, de la autoridad, en nombre de una libertad y un amor que favorecerían los instintos.

No parece que, en la valoración de este libro, haya que atribuir una importancia demasiado grande a las disputas entre el pastor y Santiago sobre la Sagrada Escritura. Por lo demás, las tesis que se presentan son harto conocidas: una visión “protestante” o modernista, que niega cualquier valor a los escritos paulinos y reduce el Evangelio a un mandamiento del amor despegado de toda regla o ley precisa. Esto puede verse, por ejemplo, cuando el pastor afirma no haber encontrado en el Evangelio “ni mandamiento, ni amenaza, ni prohibición” (92). Lo mismo ocurre con la “domesticación de los instintos” (54), en la que el pastor no quiere encerrar el cristianismo.

Es conveniente, de todos modos, detenerse algo más en dos puntos doctrinales que se presentan de modo erróneo en esta obra:

a) San Pablo y el cristianismo

En “La sinfonía pastoral” se ponen en juego dos actitudes claramente tipificadas: la del pastor, que rechaza las epístolas de San Pablo, por contener mandatos y reglas de las que el Evangelio no hablaría, y la de Santiago, que se niega a establecer esta selección.

Cuando el pastor finge no encontrar mandamientos, leyes, etc. en el Evangelio, aparenta ignorar los mandamientos de Cristo y los innumerables pasajes del Evangelio que hablan de una ley moral revelada por Cristo. De hecho, el pastor circunscribe su lectura del Nuevo Testamento a ciertos pasajes cuidadosamente escogidos, del tipo: “amaos los unos a los otros”, y borra, naturalmente, el “como yo os he amado”. Del mismo modo podríamos citar distintos discursos de Cristo (“el que me ama guardará mis mandamientos”), donde el amor a Dios viene justamente ligado al cumplimiento fiel de una ley. Incluso cuando el pastor aconseja a Gertrudis la lectura de las epístolas de San Juan, no tiene en cuenta la invitación imperiosa del evangelista: “hijitos, no amemos con palabras y con la lengua, sino con obras y de verdad”. En cuanto al Apocalipsis —también recomendado por el pastor, por no contener, según él, ley alguna—, se olvidan de modo patente los juicios proféticos dirigidos a las iglesias, donde se recuerda la ley que debían cumplir. En resumen, el pastor sueña con una religión desprovista de mandamientos, de bienaventuranzas, de ley y, en consecuencia, de recompensa y castigo. Se trata de una visión caricaturesca: es una lectura fragmentaria de los textos Sagrados, una lectura “ciega” y para una ciega que, sin embargo, no es inconsciente de esos engaños.

Otros pasajes que interpreta según su conveniencia, se refieren al Capítulo XIV de la epístola de S. Pablo a los Romanos que versa sobre la conducta que hay que seguir con los débiles. Se recuerdan dos versículos: “yo sé y estoy persuadido en el Señor Jesús que nada hay de suyo impuro; mas para el que juzga que algo es impuro, para ése lo es” (14); y el último: “... el que duda, y aún así come, se condena, porque no obra de buena fe. Todo lo que se hace sin buena fe es pecado” (22). El pastor se cree autorizado a deducir de aquí que todo lo que se hace con buena fe está permitido. Eso es lo que intenta hacer creer a Gertrudis, olvidando que en el capítulo anterior de la misma epístola, se dice: “Despojémonos de las obras de las tinieblas, revistámonos de las armas de la luz. Andemos con decencia, como es conveniente a la claridad del día: no haya orgías ni borracheras, ni lujuria ni desenfreno, peleas ni envidias. Antes revestíos del Señor Jesucristo, y no os deis a la carne para satisfacer sus concupiscencias”.

También interpreta de modo torcido algunos versículos del cap. VII, presentándolos como la apología de la liberación de una ley portadora del pecado: “Y yo viví algún tiempo sin ley, pero sobreviviendo el precepto, revivió el pecado y yo quedé muerto, y hallé que el precepto, que era para vida, fue para muerte”. También en este caso es necesario leer el capítulo entero. S. Pablo se está refiriendo a la ley mosaica, que, después de la venida de Cristo, no puede dar la salvación.

No obstante, los inconvenientes de todas estas afirmaciones son relativos, en cuanto que las palabras de Santiago, hijo del pastor, desacreditan formalmente este modo de proceder. Por otra parte cabe preguntarse si verdaderamente el pastor es protestante. Gide lo presenta más bien como un partidario de la vuelta a la naturaleza y al instinto. Ya no cree en una religión revelada. Se podría decir que se encuentra más cercano de un neo‑modernismo —para el cual la religión es sólo un sentimiento subjetivo—, y de una actitud muy generalizada en nuestros días, según la cual toda regla moral sería una invención humana, herencia histórica de la civilización judeo‑cristiana, y no exigencia de la ley natural o divino‑positiva.

b) La naturaleza humana y la ley moral

Hacíamos notar que el pastor parece poco protestante. En efecto, para el protestantismo la naturaleza humana está radicalmente corrompida por el pecado original, por lo que no podemos realizar ninguna obra buena. Pero el pastor no cree en el pecado original. Por tanto, automáticamente, todos los deseos que emanan de nuestra naturaleza serían buenos; de ahí su cuidado para que Gertrudis no oiga hablar del mal ni del pecado, como si se tratara de cosas que no tienen nada que ver con su vida "inocente". El pastor ignora manifiestamente, o simula ignorar, que existe una ley moral natural, inscrita en el alma humana, que incita a hacer el bien y a evitar el mal. Todo lo más, parecería que la realización de determinados deseos infringiera las leyes humanas (el adulterio atenta contra la ley del matrimonio) y que el mal consiste sólo en esto, cuando en realidad y antes que nada, es una falta contra la ley de Dios.

La génesis de ''La sinfonía pastoral''

Aunque podían señalarse otros inconvenientes que se presentan en una primera lectura "literal" de "La sinfonía pastoral", parece suficiente con lo que se ha dicho.

Ahora bien, si se tiene en cuenta la fuerte componente autobiográfica de esta obra (declarada por el mismo Gide), la lectura se ilumina con una luz distinta, particularmente cruda, que no conviene ignorar.

"La sinfonía pastoral" se redactó muy de prisa, en Cuverville, en 1918: el primer cuaderno en primavera, el segundo en octubre, a la vuelta de una estancia de tres meses en Inglaterra. Gide no había salido solo para Inglaterra: abandona a su mujer Madeleine, que no ignora los ambiguos sentimientos de su marido al llevarse consigo al joven Marc Allégret. La narración se interrumpe con el viaje. Después de su estancia en Cambridge con Marc, Gide vuelve a empezar penosamente la redacción del libro que se le presenta en adelante extraño a las preocupaciones del momento. Tiene prisa para acabar: de ahí nace el desequilibrio, la precipitación de los acontecimientos en la narración, que los críticos se hartaron de subrayar. Gide mismo apunta en su Diario el 19 de octubre: "Estoy intranquilo de haber llegado tan pronto al final de mi "sinfonía pastoral"; quiero decir que he agotado mi tema, mientras que las proporciones y el equilibrio del libro exigían un desarrollo más extenso".

Pese a que Gide enmascara en el Diario su identidad bajo el nombre de "Fabricio" y la del "otro" bajo el de "Miguel", se sabe que se trata de Marc Allégret. Un joven nacido con el siglo, uno de los hijos del pastor Elie Allégret, tutor de Gide tras la muerte de su padre. La pasión por Marc que Gide siente desde su nacimiento es de tal fuerza que funde "el corazón y los sentidos", y da a Gide la impresión de la felicidad total. Se acabó con la fidelidad del corazón hacia Madeleine. Esta pasión, verdaderamente obsesiva hacia 1918, le empuja a abandonar a Madeleine y a embarcarse con Marc. "Abandono Francia en un estado de angustia indecible. Me parece que me despido de todo mi pasado... ", anota en su Cuaderno el 18 de junio.

De hecho, la educación de Gertrudis por el pastor reproduce fielmente la iniciación de Marc‑Miguel por Fabricio-Gide del Diario. Esta educación va en la línea de la liberación, de un "liberarse", para emplear un término propio de Gide: se trata de romper las barreras —"es el inconveniente de una educación puritana cuando se aplica a quien no soporta ser reprimido" (Diario, 9‑VIII‑1917) —. En "La sinfonía pastoral" Gide, al traspasar su aventura con Marc a la pareja pastor‑Gertrudis, se limita a hacer el proceso del desarraigo de los principios "puritanos", etapa previa en el "liberarse" de Marc.

Como el pastor, Gide conoce los celos: "... antes de ayer, y por vez primera en mi vida, he sentido el tormento de los celos. En vano intentaba impedirlo. M. no llegó hasta las 10 de la noche. Yo sabía que estaba en casa de C... No podía vivir. Me sentía capaz de las peores locuras" (Diario, 8‑XII‑1917). "C." es Cocteau, al que Gide, loco de celos, hubiera querido matar. En una carta a León Pierre‑Quint, en 1926, Gide confesará: "Mi odio hacia C..., mi mayor sufrimiento, las necesidades de golpear, mi vida completamente desarreglada, se debían a la influencia moral de C..., a su garbo que había cegado, hechizado un espíritu todavía infantil... Yo estaba como Pygmalion cuando encuentra la estatua destrozada, su obra destruida; mi trabajo, mis cuidados de educador, mi espíritu eran deshechos por otro: el 'amable' C... No eran celos, era otra cosa". Esta es la misma situación que se transparentará en las relaciones entre el pastor y Santiago: "mi" trabajo se acerca a "mi" Gertrudis. Los reproches dirigidos a Cocteau son del mismo corte que las invectivas del pastor hacia su hijo.

Nueva lectura de ''La sinfonía pastoral''

A la luz del apartado anterior se llega a captar mejor la naturaleza de los personajes. Gertrudis responde a la imagen de Marc. Amelia toma algunos de sus rasgos de Madeleine. "A tu lado me iba pudriendo", escribirá Gide a su mujer la víspera de su partida con Marc. Santiago es a la vez el rival y el testigo de las búsquedas que fueran otrora las del mismo Gide.

El personaje del pastor aparece con evidencia mucho más enigmático. Aunque juega perfectamente el papel de Gide en sus relaciones con Marc, el pastor no es portavoz del escritor, en cuanto que aquél se afana por encontrar en las Escrituras el fundamento de su felicidad 'natural', mientras que para Gide, cuando reemprende la redacción de "La sinfonía pastoral", esta operación parece superada: él no necesita en manera alguna apoyarse en la Escritura, ni polemizar con S. Pablo para justificar su derecho a gozar. Lo que distingue a Gide de su pastor es que éste se mantiene en una postura 'religiosa' (de una religión revelada, por más que ésta se acepte sólo parcialmente y con extrema libertad). Sea como sea, Gide querrá siempre mantener las distancias entre sus ideas personales y las del pastor. En 1945 escribirá al crítico americano Mischa Harry Fayer: "A través de él, más que el intento de expresar mi propio pensamiento, he dibujado el sinsentido a donde podía conducir mi propia doctrina, cuando esta ética no es ya controlada severamente por un espíritu crítico siempre atento y poco indulgente o complaciente consigo mismo".

En definitiva, explicando "La sinfonía pastoral", Charles du Bos, que aún algunos años después confiaba en la conversión de su amigo, hablaba en términos muy atinados del "fondo turbio que se trasparentaba bajo la limpidez de la forma". Ahora podemos apreciar esta turbia profundidad.

3. CONCLUSIÓN

Un viejo proyecto de libro, centrado en un marco natural que Gide descubre en 1893 y en el problema de la educación de los ciegos; las búsquedas espirituales por tanteos pero fervientes; la aventura con Marc, y la explosión del drama familiar: éstas son las fuerzas que modelan la redacción de "La sinfonía pastoral". La unión con Marc relega a un segundo plano la búsqueda de una conformidad consigo mismo y con Dios. Al volver de Cambridge es cuando Gide prosigue y termina la narración: ésta es la clave de la súbita aceleración del relato. El escritor quiere concluir un tema ya antiguo y, al tiempo, de una ardiente actualidad para él. La ambigüedad del título parece disipada: Gertrudis queda arrebatada por la Sinfonía Pastoral, particularmente por la escena al borde del arroyo (46), que anuncia su tentativa de suicidio en el río. Ahí está el efecto del encanto malsano que ejerce esa otra "sinfonía" constituida por las palabras hipócritas del pastor. Retórica de la mentira que recuerda la que Gide utilizó para seducir a Marc, hijo de otro pastor.

D.L.

 

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* Los números entre paréntesis indican las páginas a que corresponden las citas en la edición señalada al principio. Se trata de una edición crítica en la que el texto de "La sinfonía pastoral" ocupa sólo páginas pares, estando las impares reservadas a comentarios y notas de Claude Martin.