GOFFI, Tullo

L'integrazione affettiva del sacerdote

Ed Queriniana (Collana “Morale e Pastorale”), 3a ed., Brescia 1967, 136 pp.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

El libro —según se afirma en el prólogo— se propone “di esprimere un atto di fiducioso amore nei valori che il seminario e la vita sacerdotale sono chiamati a comunicare”, y tiene como material básico las reflexiones escritas que hicieron al autor los alumnos de un seminario. Este propósito general se concreta luego en el tema de la educación afectiva y en el modo de plantear las relaciones del sacerdote con chicas y mujeres, como puede verse por el índice de capítulos:

I. L'evolversi del costume sacerdotale

II. Educazione alla continenza ecclesiastica

III. Presupposti umani all'educazione seminaristica circa la castità

IV. Amicizie particolari fra seminaristi

V. La conoscenza della donna

VI. Amicizia affettiva con ragazze

VII. Vita sacerdotale nella carità del Corpo Mistico

VALORACIÓN CIENTÍFICA

1. El contenido psicológico del libro es bastante elemental y genérico, por lo que escapa a una crítica de detalle. Tampoco cita la fuente de los datos que maneja, a excepción de Jung y Ancona; sin embargo, parecen bastante claras las hipótesis psicológicas en las que se apoya, es decir:

—que afectividad es sinónimo de sexualidad;

—que toda la persona está influida por la sexualidad;

—que ante el instinto sólo cabe una disyuntiva: sublimarlo o reprimirlo;

—que la adolescencia es una época de “tormentas y tensiones”.

2. Sostener que la afectividad es sinónimo de sexualidad —llámese genital, psicosexual o personal (p. 369 supone:

a) olvidar que la afectividad es algo muy complejo, que comprende fenómenos tan variados como el sentimiento estético o la sed;

b) confundir el amor sexual, con el amor erótico —al tú idealizado— y con el amor humano —al tú como realidad—; tres tendencias que surgen en distintos momentos del periodo evolutivo, y que la psicología moderna distingue y diferencia;

c) admitir el principio de evolución que explica —en el marco del pansexualismo freudiano— cómo, por sublimación, del instinto sexual derivan las tendencias superiores. La psicología actual no admite fácilmente esta hipótesis: se prefiere hablar no de evolución, sino de emergencia, para indicar que las funciones superiores (por ejemplo, el pensamiento abstracto) no proceden ni se derivan de las inferiores (la percepción), sino que emergen en la persona cuando se dan ciertas condiciones constitucionales y ambientales. Se explica mejor así, por ejemplo, que las funciones superiores (pensamiento abstracto, amor humano) puedan englobar a las inferiores, pero sin confundirse con ellas.

3. Afirmar que toda la persona está influida por la sexualidad, como insistentemente repite el autor, presupone:

a) admitir que la afectividad juega un papel esencial en la personalidad, lo cual es cierto;

b) reducir la afectividad a la sexualidad, lo cual no es cierto (cfr. n. 2);

c) aplicar erróneamente la distinción que se hace en la página 36, donde se distingue entre sexualidad genital, sexualidad psíquica y sexualidad personal. La distinción es válida, pero el autor utiliza mal los conceptos, porque del hecho de que la persona tenga sexo, parece deducir que toda la persona es sexo. La psicología de la personalidad muestra que el sexo es un rasgo más de la persona, y no precisamente de los más centrales.

4. Proponer ante el instinto la disyuntiva de reprimirlo o sublimarlo, corresponde a la visión clínica, patológica, de la personalidad, propia del psicoanálisis freudiano. Es más corriente admitir que esos mecanismos de defensa entran en función cuando no se hace uso de algo más importante: la capacidad de elección. Elegir positivamente —aceptar— no es sublimar; como elegir negativamente —renunciar— no es reprimir. La frustración no nace de negar, sino de no saber aceptar responsablemente la negativa.

5. Concebir la adolescencia como una fase de tempestades emotivas es otra hipótesis no fácilmente admitida. La mayor parte de los adolescentes evoluciona sin problemas. El autor hace descripciones demasiado extremas, tomando como dato testimonios muy parciales.

6. En general, en toda la obra se nota una falta de rigor científico; de modo particular:

a) en la parcialidad del uso de los datos, y en el nulo aparato crítico con que se presentan algunas estadísticas, por lo demás imprecisas;

b) en el prejuicio evidente del autor, que titula, por ejemplo, a los argumentos contrarios a su pensamiento: “chierici con incertezze” (p. 94) o “il parere di talune ragazze” (p. 96). O cuando al decir (p. 43) que los psicólogos afirman que es previsible que el seminarista sienta alguna emoción carnal, entiende previsible por deseable;

c) en la falta de un concepto preciso de madurez afectiva, que constituye el centro de la obra. Quizá la entienda como “oblatività di fronte a tutto il prossimo” (p. 40). Este concepto es claramente insuficiente.

7. En el plano psicopedagógico, el libro incurre también en numerosos defectos, aunque quizá no son tan de fondo como los anteriores:

a) suponer que la coeducación es un principio pedagógico universal (p. 84, y passim), que solucionaría la integración afectiva del seminarista, si fuera aplicable. Olvida el autor que la coeducación no nació por motivos pedagógicos, ni es principio esencial de educación, al menos en las escuelas abiertas;

b) trasladar opiniones formuladas por psicólogos en función de personas que normalmente se casan, a un caso particular como es el del seminarista. Mucho menos debe hacerse si son opiniones de psicólogos clínicos que primariamente pretenden explicar lo anormal y no lo normal;

c) caer en la tentación de ver toda la personalidad en función del aspecto que se pretende educar. Cuando se habla de pedagogía sexual es fácil, como sucede en este libro, describir al sujeto —aquí, el seminarista— como una persona obsesionada por el sexo. Ese defecto sólo puede evitarse encuadrando el problema dentro del conjunto del desarrollo de la persona, para que se vea que el educando tiene otros problemas, generalmente más vitales; d) cualquier problema educativo hay que definirlo en todas sus variables, si no —como le sucede al autor— se cae fácilmente en errores. Así, por ejemplo, la solución que se da en el libro al tema de las amistades particulares es válida en ciertas condiciones, en otras no (p. 60).

VALORACIÓN DOCTRINAL

1. A pesar del estilo a veces piadoso, y del uso frecuente del término caridad, el libro tiene un planteamiento de base impregnado de naturalismo práctico. Por ejemplo:

a) amor sexual simple, amor sexual oblativo a una persona, amor sexual oblativo a toda la comunidad (que sería —según el autor— signo de madurez afectiva) y amor caritativo apostólico, parecen constituir un continuo, una evolución. El papel de la gracia queda como olvidado. La caridad cristiana no se ve como amor que procede de Dios, sino como amor que nace del hombre y tiene a Dios por fin;

b) la ausencia de pecado en materia carnal parece depender de la madurez afectiva (p. 104, por ejemplo); por lo menos, se descuida señalar otros medios. En el fondo, da la impresión de que en contra de la intención del libro —se concibe la madurez afectiva como falta de sentimientos, de corazón;

c) las escasas referencias a los medios sobrenaturales para conseguir el equilibrio afectivo. Habla algo de la mortificación (p. 83), pero falta subrayar la vida de oración v la vida sacramental;

d) las soluciones que se ofrecen a los diversos problemas son medidas exclusivamente humanas, incluso cuando se habla de caridad: por ejemplo, para superar las amistades particulares (pp. 62-63). Igualmente, al referirse al tema del trato con mujeres o al caso del seminarista enamorado, para el que propone la siguiente solución (pp. 111-115): “farli amare i valori imperituri della continenza”, “farli presente come sia naturale che sorgano affetti eterosessuali” y “purificare e superare questi affetti” por la mortificación; y nada más;

e) en este plano se mueve la argumentación sobre la integridad afectiva (pp. 98-101) desde el punto de vista cristiano; integración que se realizaría por la caridad sin más y con el trato con diversas personas, especialmente con mujeres, según testimonia Teilhard de Chardin.

2. Una idea presente en la obra como argumento de fondo, es la hipótesis —más bien filosófica que psicológica— de la complementariedad del hombre y de la mujer. El título —integrazione, en vez de maduración— responde a esta idea. El autor parece ignorar que esa complementariedad es real desde el punto de vista social. Hombre y mujer se complementan en la familia —una misión común—, en la sociedad, en la misma Iglesia. Pero la persona individual no necesita necesariamente del otro sexo para “complementarse”; dependerá del papel que desempeñe en la sociedad.

3. Otro aspecto es el lenguaje poco claro y ambiguo que emplea el autor, y que se presta a interpretaciones que quizá van más allá de su real intención.

J.I.C. y J.L.S.

 

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