GONZÁLEZ DORADO, Antonio

Los sacramentos del Evangelio

CELAM, Bogotá 1988, 606 pp.

Es el cuarto tomo de la colección "Teología para la evangelización liberadora en América Latina". La colección tiene previsto desarrollarse sucesivamente y abarcar unos 20 volúmenes. El proyecto trata de proporcionar textos teológicos básicos para el uso en los Seminarios de América Latina, y así se indica en la portada del libro.

El autor es Rector del Seminario Nacional de Paraguay y Consultor del Equipo de Reflexión Teológico-Pastoral del CELAM.

La obra se estructura en diez unidades —subdivididas a su vez generalmente en tres o cuatro temas— que van precedidas por un capítulo introductorio y seguidas de un epílogo conclusivo. Además, en cada unidad se hace una breve introducción en la que se explican los objetivos y la estructura del tema. Al final de cada unidad hay también un apartado que proporciona algunos puntos para una reflexión individual o colectiva sobre el tema tratado.

Los títulos de las unidades son:

I. La sacramentología a través de la historia.

II. Los sacramentos son símbolos de la fe.

III. Origen y misión evangelizadora de los sacramentos.

IV. Sacramentos para la edificación de una Iglesia más evangelizada y más evangelizadora.

V. Los sacramentos y los testigos del Evangelio.

VI. Los sacramentos y el culto evangelizador.

VII. La fecundidad sacramental de Cristo en la historia.

VIII. Los ministros como dispensadores de los misterios de Dios.

IX. Compromiso sacramental de los testigos evangelizadores.

X. La necesidad de los sacramentos y el sacramento de la solidaridad.

EPÍLOGO: Los sacramentos del Evangelio en América Latina.

El estilo es conciso y escueto a pesar de que no es una obra breve. Los apartados y subapartados de cada tema son bastante numerosos y se exponen, por lo general, en pocas líneas. Por este motivo en ocasiones resulta difícil seguir el razonamiento del autor y considerar la cuestión tratada en cada sitio en el conjunto de la unidad temática donde se encuentra dicha cuestión. Para evitarlo, González Dorado se esfuerza, en ocasiones, por situar de nuevo al lector, pero aún así algunas partes resultan confusas y difíciles de enmarcar.

El autor se sirve también con frecuencia de textos del Magisterio —sobre todo la Constitución Sacrosanctum Concilium y el documento de la III Conferencia del CELAM celebrada en Puebla— y de los demás lugares teológicos. Al utilizar los documentos magisteriales no repara excesivamente en el sentido "técnico" o teológico de los términos por lo que sus interpretaciones fácilmente pueden despegarse del sentido conciliar de los textos. Utiliza también otros textos del Magisterio y de algunos teólogos tal como explicamos más adelante.

A continuación se indican algunas ideas que aparecen en las distintas unidades y que considero más relevantes en orden a la valoración de la obra.

INTRODUCCIÓN

En la introducción González-Dorado expone brevemente una serie de cuestiones generales que constituyen las coordenadas dentro de la cuales se irá desarrollando la argumentación: la liturgia y los sacramentos, la relación de los sacramentos con Cristo y con la Iglesia, la organicidad del tejido sacramental en la Iglesia.

Al hablar de las funciones del tratado sobre los sacramentos en el conjunto de la teología introduce enseguida el punto de vista principal desde el que se va a considerar todo el tratado: "he titulado este manual Sacramentos del Evangelio. Con él se quiere expresar que la reflexión sobre los sacramentos está realizada desde la opción por un Cristo que se despliega en el proyecto de una evangelización liberadora" (p. 17). En las líneas anteriores ha explicado que es una Evangelización "liberadora de los pobres oprimidos, y liberadora del pecado que incluso se abre con experiencias culturales y estructurales impidiendo un mundo en el que podamos vivir como hermanos" (Ibidem).

En las pp. 18-26 desarrolla el contexto sacramentario peculiar de América Latina. Se centra sobre todo en tres puntos: los problemas que tienen origen en el proyecto pastoral de la Iglesia latinoamericana (proyecto de evangelización liberadora); los relacionados con el ecumenismo y las sectas; los conectados con la nueva cultura adveniente (que surgirá del actual diálogo entre la cultura secularizada y la religiosidad popular).

A continuación pasa a hablar del desarrollo del temario y de la metodología seguida. En este último punto el autor resalta la intención de ofrecer al lector los enunciados más importantes sobre cada cuestión que se han expresado a lo largo de la historia. Con este fin, junto a algunos Padres de la Iglesia (sobre todo Tertuliano "que nos recuerda la Iglesia de los Mártires" y S. Agustín) incluye a Santo Tomás y a dos Concilios: Trento y el Vaticano II. Finalmente "de los teólogos de la última época tenían que estar Scheeben, Schillebeeckx y Rahner, con la permanente iluminación eclesiológica de Congar y la litúrgica de Martimort que representan la madurez del pensamiento sacramentológico en nuestra época. (...) Dionisio Borobio —continúa el autor— nos ayudará con claras síntesis de las diferentes corrientes actuales" (p. 29).

UNIDAD I

En esta primera unidad González Dorado presenta una panorámica de la reflexión sobre los sacramentos a lo largo de la historia, con la finalidad de "alinear las definiciones más importantes que se han dado de sacramento a través de los siglos, de tal manera que quedemos abiertos a nuevas posibilidades dentro de una sana creatividad urgida por las exigencias pastorales" (p. 33). Para conseguir este objetivo va recorriendo —a lo largo de las ochenta páginas que componen esta unidad— las distintas etapas del desarrollo de la teología sacramentaria. Incluye también dos apartados particulares dedicados a la sacramentología en Latinoamérica y al Magisterio de la Iglesia sobre el tema.

Llama la atención el benévolo juicio que le merece la Reforma protestante. Afirma que "Lutero, e igualmente los restantes reformadores, encarna radicalmente el espíritu del hombre moderno. (...) Por ese motivo a Lutero, dentro de la Iglesia, se le puede considerar no sólo un reformador sino también un revolucionario frente a la realidad establecida en su tiempo" (p. 73). Tras citar a Y. Congar, concluye que "el movimiento de los reformadores se presenta, desde el primer momento, como un proceso de liberación de los cristianos en el seno de la misma Iglesia" (pp. 73-74).

En el apartado dedicado a la sacramentología en nuestro siglo resalta principalmente los planteamientos de Casel, Schillebeeckx y Rahner. Termina con unas líneas sobre la Sacramentología Liberadora; el autor cita textualmente a Borobio: "Los sacramentos son actos liberadores, lugares de contestación y esperanza en los que se expresa una experiencia humana (...) y la comunidad se compromete para la liberación de las esclavitudes y opresiones de los hombres y de las estructuras" (p. 87). La conclusión del apartado con esta cita deja la impresión de que se trata de la síntesis más acertada sobre el concepto de sacramento. Mas adelante, al hablar de los sacramentos en América Latina, recobrará esta idea siguiendo a Segundo y a Leonardo Boff (pp. 93-95).

En el tema dedicado al Magisterio de la Iglesia se cuestiona cuál sea el valor teológico de las definiciones conciliares y, en concreto, de las palabras "anatema sit". Expone la opinión de José María Castillo en su obra Símbolos de libertad, que afirma que "la doctrina sobre los sacramentos, tal como quedó formulada en la sesión VII, no constituye un dogma de fe para la Iglesia. Personalmente —continúa el autor, refiriéndose al valor del Magisterio de Trento creo que sus afirmaciones fundamentan enseñanzas eclesiales que pueden calificarse como doctrina católica conciliar" pero no de "fe divina o de fe divina y católica" (p. 100). A continuación otorga el mismo valor a la doctrina de la Const. Sacrosanctum Concilium.

UNIDAD II

Partiendo de la fenomenología de las religiones se cuestiona si el cristianismo es una religión, es decir, una forma de comunicación del hombre con Dios. El autor responde que sí, ya que tiene las características de cualquier religión. La particularidad de la religión cristiana es que la figura de Cristo deja paso a un ambiente no sólo "sacro" —distinto de profano— sino "sacramental" —en el que "todo lo mundano y todo lo humano, toda la historia se enriquece con una nueva significación crítica y salvífica" (p. 144). Tras distinguir tres niveles distintos de sacramentalidad —Cristo, el mundo y, en particular, los pobres, la Iglesia— afronta la cuestión de la función de los sacramentos.

Para el autor, los sacramentos son fundamentalmente "expresiones de la fe mediante palabras y cosas; (...) son la celebración de la fe de la Iglesia, del 'misterio de la fe' por una comunidad cristiana constituida en asamblea. La conexión entre fe y sacramentos no puede ser más profunda dado que el sacramento es la misma fe de la Iglesia expresándose celebrativamente por ser el gran acontecimiento de la comunidad cristiana" (p. 149). Los sacramentos siguen "la ley de los símbolos cuando se realizan en un clima de autenticidad y verdad: el amor se expresa en símbolos y los símbolos alimentan y fortalecen el amor" (p. 151).

En la última parte retoma el tema de los diversos niveles de sacramentalidad y se pregunta la razón de que el vocablo sacramento se haya aplicado sólo a siete realidades y no a otras que también tienen este carácter: la palabra, los carismas, el testimonio de la caridad, y más en general, toda realidad sensible e histórica. La respuesta —si no interpretamos mal— consiste en que cada celebración sacramental es de modo primario "lo que alimenta y robustece la fe"; cada una es "el misterio que dinamiza y robustece todos los símbolos en los que se expresa la Iglesia" (p. 159).

UNIDAD III

El objetivo de la unidad es profundizar en la relación entre Cristo y los sacramentos, con vistas posteriormente a esclarecer cuál es la función de las celebraciones sacramentales en la evangelización de América Latina.

Para conseguir el objetivo trata cuatro puntos: el papel central del Misterio Pascual; el origen de los sacramentos; la función de Cristo en la celebración sacramental y la función de toda la actividad sacramental. A cada punto le corresponde un tema.

En el tema segundo, tras un breve excursus de tipo histórico, afronta la cuestión de cuál es la posición del Magisterio de la Iglesia y de la reflexión teológica actual sobre el origen de los sacramentos. En su opinión, los textos del Concilio de Trento, aunque afirman que Cristo instituyó todos los sacramentos, dejan un amplio margen de libertad al investigador, en concreto acerca de si esta institución debe entenderse en sentido mediato o inmediato. Igualmente quedaría abierta la cuestión de si Cristo instituyó los signos sacramentales específicos de cada sacramento o sólo de modo genérico. De los textos del Concilio Vaticano II deduce que se podría hablar de "una institución permanente de los sacramentos directamente realizada por Cristo en el tiempo de la Iglesia" (p. 179).

Al tratar sobre la reflexión teológica actual relativa a la institución de los sacramentos, afirma que "en general se tiende a mantener una institución implícita en la misma fundación de la Iglesia, que se ha ido explicitando progresivamente a la comunidad" (pp. 179-180). Si no interpretamos mal, el autor sigue esta opinión, atribuyendo un papel determinante en algunos sacramentos a la comunidad primitiva, que obraría guiada por el Espíritu Santo y en recuerdo del Señor (cfr. pp. 182-183); aunque en otros sacramentos reconoce con más claridad la inmediata institución de Cristo. En esta parte apela particularmente a la teología sacramentaria de S. Buenaventura. A continuación trata de individuar la "sustancia" de los sacramentos (es decir lo que Cristo determinó de ellos) "¿Qué es lo que Cristo ha entregado a su Iglesia? —se pregunta en p. 184—. Ministerios con dinamismo celebrativo". En las líneas anteriores ha explicado que "estos ministerios implican en su ejercicio un campo muy amplio y diversificado de actividades. Pero todos incluyen dos notas: la necesidad de realizarse mediante expresiones históricas sensibles (diversidad de acciones, palabras, gestos, etc.) y el ser momentos culminantes para la Iglesia en el ejercicio del ministerio, en el que este se hace fiesta y celebración para la comunidad. Es el momento en que el ministerio se hace sacramento" (p. 184). En definitiva, el autor se orienta a una institución de los sacramentos sólo genérica.

También en relación con esta cuestión explica más adelante —en la Unidad VI— que en los sacramentos hay algunas cosas directamente instituidas por Cristo —el celebrar el Bautismo con agua o la Eucaristía con pan y vino—; se trata de medios que sirven para ligar la celebración actual de los sacramentos al Jesús histórico. A la vez el hecho de que estos elementos pasen de la cultura del Jesús histórico a las demás culturas indica que éstas no pueden encerrarse en si mismas como en un "ghetto" sino que deben estar abiertas a los demás pueblos y culturas (cfr. pp. 401-403). Con anterioridad el autor ha destacado la opinión de Van Roo sobre la importancia de la adecuación de cada signo sacramental a la cultura correspondiente en orden a su mejor comprensión (cfr. p. 400).

UNIDAD IV

Trata de establecer la relación entre la Iglesia y los sacramentos que la edifican (Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, 59). El autor entiende la Iglesia como el Gran Misterio, "el sacramento en el que se manifiesta y actúa histórica y visiblemente Cristo" (p. 222); y "que se realiza en Iglesias locales, cada una perfectamente constituida, aunque desde el principio aparece una conexión de comunión entre todas ellas" (Ibidem). No habla en cambio de la primacía de la Iglesia de Roma.

La relación entre Iglesia y sacramentos consiste en que éstos mantienen vitalmente los valores de las comunidades cristianas (cfr. p. 246). Distingue entre estos valores un valor central (la Eucaristía), unos valores medulares (Bautismo y Confirmación) y unos valores periféricos de servicio a la comunidad (Orden y Matrimonio) y de orientación de la comunidad (Reconciliación y Unción de Enfermos).

En concreto entiende la Eucaristía como el amor cristiano que se encarnó en el Misterio Pascual (Cfr. p. 247). Sobre la Eucaristía llama la atención la traducción o la interpretación empleada en algunos textos paulinos: "Ese pan que partimos ¿no significa ser solidarios en el Cuerpo de Cristo?" (1 Cor 10, 16) y unas líneas más adelante "la comunidad no discierne no respeta el cuerpo del Señor (1 Cor 11,29) que es la propia comunidad" (p. 229).

El último apartado de esta unidad plantea el tema de la relación entre liturgia y vida cristiana en el contexto particular de América Latina. Como primera orientación para una renovación litúrgica en el continente el autor propone "iluminar especialmente (...) la muerte injusta de Jesús por injustos tribunales humanos (Act 2,23; 3 14-15), lo que le hizo aparecer al mundo como 'uno de tantos' (Fil 2,7), solidario en la misma tragedia de tantos hombres, para 'liberar a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos'" (p. 256). Todo el apartado se orienta a poner de manifiesto que las celebraciones sacramentales son necesarias para crear el nuevo modelo de Iglesia y de "evangelización liberadora" adecuado a nuestra situación histórica. De acuerdo con este último concepto —que el autor atribuye a Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi—, "la responsabilidad evangelizadora de la Iglesia focaliza el amplio sector de los pobres, no sólo como lugar de indigencia sino también de opresión generada por unas recias estructuras injustas" (p. 255). De hecho unas páginas más adelante afirma que "la opción evangélica por los pobres es la piedra clave en Jesús para la salvación de todo el mundo" (p. 258).

UNIDAD VII

Trata sobre la causalidad de los sacramentos. Tras explicar el Papel del Espíritu Santo en la eficacia de los sacramentos y la relación existente entre el Espíritu Santo y la acción ritual sacramental (pp. 412-434) afronta el tema de cómo realiza Dios la unión de Jesús con los cristianos a través de los sacramentos (pp. 435-444).

Afirma que el Magisterio de la Iglesia no ha intervenido en esta cuestión y pasa a explicar las diversas posiciones de los teólogos sobre la importancia del signo sacramental: para algunos los signos sacramentales serían "vasos de gracia" a la que contienen (el autor nota que este concepto se emplea en los Concilios de Florencia y Trento); para la escuela franciscana, en general, se trataría de meras condiciones establecidas por Cristo para comunicarnos la gracia; finalmente, para Santo Tomás serían causas instrumentales ligadas al signo sacramental. Según el autor, la teología posterior asimiló la doctrina tomista de la causa instrumental pero olvidó su relación con el signo; y, más concretamente, que los sacramentos significando causant. El descubrimiento de este aspecto constituye, en su opinión, la principal característica del planteamiento moderno de la causalidad sacramental. La teología moderna, partiendo de la radical originalidad del fenómeno humano habría  redescubierto  toda la fuerza expresiva que se encuentra en el simbolismo sacramental, fuerza que, ciertamente, está potenciada por el Espíritu Santo pero que se desarrolla en la medida que estos "símbolos son humanamente inteligibles para el hombre, captables hasta cierto punto en su profundidad por el creyente" (p. 440). Tras estas consideraciones, González Dorado se pronuncia a favor de la "causalidad simbólica" que han desarrollado "con diversos matices Schillebeeckx y K. Rahner (...) En realidad nos encontramos —concluye— con una expresión más elaborada de lo que ya había afirmado Santo Tomás, los sacramentos significando causan" (p. 441).

EPÍLOGO

Trata sobre el modo de presentar los sacramentos en América Latina y es, a la vez, como un resumen de todo lo estudiado. Vuelve a insistir en que la prioridad indiscutible en América Latina es la evangelización liberadora de los pobres y oprimidos, que debe integrarse —y no oponerse, como podría parecer a primera vista— con la "sacramentalización" (cfr. pp. 575 y 577). "Evangelizar —escribe en p. 579— es la misión de Jesús y de la Iglesia, y es simultáneamente, el gran culto que Cristo y sus seguidores han de ofrendar totalmente ante el Padre, culto en el que se encuentra comprometida (...) la totalidad de sus exigencias y de sus vidas" (p. 579). Pero si esta función ya se cumple en la vida del cristiano no se entiende el porqué de los sacramentos. Por eso el autor continúa en p. 579: "Pero curiosamente como rompiendo las características de este nuevo culto (...) surgen los mismos sacramentos que se denominan signos y símbolos de la fe". Unas líneas más adelante resume el concepto de sacramento: "son la gran liturgia del culto de la evangelización. (...) Son actividades privilegiadas de la Iglesia, que congrega en asamblea a la comunidad de los evangelizadores dispersos en medio del mundo, asamblea en la que se hace presente vivo y visible por los ojos de la fe el mismo Señor Jesús" (p. 579).

La celebración sacramental es finalmente misterio, celebración y misión. Misterio por la presencia del Sumo Sacerdote y Evangelizador que realiza una "acción cualificada" del culto de la evangelización; celebración porque es fiesta de la comunidad evangelizadora que da gracias a Dios por tener la misma fe; misión porque la celebración termina enviando a la comunidad y a cada uno a continuar realizando en su propio ambiente el culto de la evangelización (cfr. pp. 579-581).

El libro termina con una alusión al peculiar contexto de la evangelización en América Latina y una referencia a la Virgen de Guadalupe (cfr. p. 585).

VALORACIÓN DOCTRINAL

La obra responde al intento —de por sí bueno— de explicar la existencia y necesidad de los sacramentos en el contexto peculiar de América Latina. El autor trata de mantener un equilibrio entre los diversos aspectos que deben considerarse en un trabajo teológico y didáctico, e integrarlos en síntesis que puedan aplicarse en la formación de los alumnos y en la pastoral sacramental. En este marco el autor trata de unir la vida y la actuación del cristiano con la práctica sacramental.

El proyecto queda radicalmente condicionado por la opción previa del autor relativa a la "evangelización liberadora". González Dorado concede un peso excesivo a esta opción que pasa a constituir en el conjunto de la obra el fin de todo el proceso sacramental.

En este aspecto se encuentra —a nuestro juicio— la dificultad más notable para una valoración positiva de la obra. A lo largo de ella se llega a la conclusión de que el aspecto principal de la práctica sacramental es la liberación meramente temporal: liberación de la opresión, de la injusticia estructural o personal, de la desigualdad material. Los aspectos del fin y la misión de la Iglesia latentes en la obra apenas parecen superar el umbral de lo puramente humano, tanto por la escasez de referencias a la salvación eterna de los hombres y a la gracia que los santifica, como a la desaparición de la relación personal del alma con Dios. En nuestra opinión, el autor pierde de vista que la preocupación de la Iglesia por los problemas sociales —justa y obligada en sí misma— deriva de su misión espiritual y se mantiene siempre en los límites de esa misión. La Iglesia, en cuanto tal, no tiene por finalidad establecer la justicia social en el mundo.

Existen además otros aspectos que se deben considerar también en la valoración de la obra. En particular resulta carente de fundamento la calificación de la doctrina del Concilio de Trento sobre los sacramentos como "doctrina católica conciliar" pero "no de fe". Con mayor motivo cuando todo el apoyo de la afirmación consiste en una sola referencia bibliográfica. Tampoco parece sólida la orientación del autor favorable a una institución de los sacramentos por Cristo solamente genérica —como ministerios entregados por Cristo a la Iglesia sin mayor concreción— puesto que la Iglesia siempre ha entendido que la sustancia de los sacramentos consiste en determinadas palabras, gestos, etc., que tienen su origen en Cristo. Por otra parte, al hablar del modo de causalidad de los sacramentos González Dorado no parece superar la mera causalidad natural que tiene todo signo aunque cobre mayor fuerza por la acción del Espíritu Santo. La misma terminología "causalidad simbólica" favorece el equívoco al respecto. Es de fe, en cambio, que los sacramentos confieren la gracia siempre y a todos los que no ponen óbice (cfr. Dz-Sch 1606-1607) con independencia por tanto de las condiciones reales del sujeto de captar el simbolismo sacramental.

Finalmente también parece excesivo el peso que concede el autor a algunos teólogos recientes —K. Rahner, E. Schillebeeckx, D. Borobio— cuya teología no ha obtenido en muchas cuestiones el apoyo del Magisterio de la Iglesia.

 

                                                                                                                 A.D. (1989)

 

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