JAMESON, Frederic

El posmodernismo o la lógica del capitalismo avanzado

Ed. Paidós, Barcelona 1991.

(t. o.: Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism)

1. La palabra posmodernismo, como todas las palabras que pretenden recoger en sí las circunstancias, corrientes y características de una época determinada de la historia, tiene una profunda ambigüedad de acuerdo con el autor que la utilice. En nuestro caso se trata del prof. F. Jameson, el cual aborda el posmodernismo desde su situación americana y desde su posicionamiento marxista. Por tanto, no es un desarrollo filosófico a la antigua usanza lo que nos va a proponer, sino un análisis de la realidad americana creada por un capitalismo de nuevo cuño cuyo fruto patente es nuestra sociedad de consumo.

Si el término modernidad se refiere a una serie de componentes sociales e ideológicos basados en el surgimiento de un nuevo tipo de hombre que confía en el poder de su razón y de su voluntad para resolver los diversos retos que planteen el mundo o la vida, el término posmodernismo conlleva la idea temporal del post como la de crisis de lo anterior y la búsqueda por parte de nuestra sociedad de un nuevo lugar de comprensión de sí misma.

Filosóficamente el posmodernismo se caracteriza con la fúnebre constatación del hundimiento de los grandes sistemas totalizantes basados en la fe en la razón, bien sea de tipo racionalista (p.e. el hegelianismo o el marxismo), bien sea de tipo cientifista (no existe ya fe en la ciencia, sino que más bien, el mito de Frankenstein se cierne como una amenazante realidad).

Socialmente cae la imagen tanto del burgués tradicional como la del proletariado redentor. Este fenómeno no se debe tanto a la quiebra de los sistemas del este europeo cuanto a la aceptación rendida de que toda forma de economía es capitalismo y de que hoy quien manda es el capitalismo de proporciones mundiales dominado por las empresas multinacionales.

2. Jameson, como buen heredero de la tradición marxista, señala el posmodernismo como fruto de la estructura económica imperante: "...toda posición posmoderna en el ámbito de la cultura —ya se trate de apologías o de estigmatizaciones— es, también, y al mismo tiempo, necesariamente, una toma de postura implícita o explícitamente política sobre la naturaleza del capitalismo multinacional actual" (p. 14). Incluso de una forma más a la antigua usanza afirma: "este es el momento de llamar al lector sobre algo obvio: a saber, que toda esta cultura posmoderna, que podríamos llamar estadounidense es la expresión interna y superestructural de toda una nueva ola de dominación militar y económica norteamericana de dimensiones mundiales; en este sentido, como en toda la historia de las clases sociales, el transfondo de la cultura lo constituyen la sangre, la tortura, la muerte y el horror" (pp. 18-19). Y como buen heredero del marxismo no puede sino sacar las conclusiones que lleven a la praxis política como objetivo final: "Esta ha sido en todo momento la intención política que han presidido los análisis siguientes: proyectar el concepto de una nueva norma cultural sistémica y de su reproducción, con objeto de reflexionar adecuadamente sobre las formas más eficaces que hoy puede adoptar una política cultural radical" (p. 21). Todas estas referencias nos permiten afirmar que en nuestro autor el marxismo es postulado básico de su pensamiento.

En la toma de postura desde el marxismo muestra sin reticencias la unión dialéctica entre capitalismo y marxismo, o mejor, la actitud parasitaria del marxismo respecto del capitalismo. El capitalismo es considerado por el autor, citando a Mandel y mirando al Manifiesto de Marx, como lo más catastrófico a la vez que lo mejor que ha ocurrido a la humanidad por su poder emancipatorio (cfr. p. 104). Labor del marxismo es elaborar su crítica de acuerdo con cada periodo del capitalismo en su evolución. Precisamente, y de acuerdo con Mandel (cfr. pp. 79 y ss.), es ahora cuando el capitalismo está en la máxima expresión de su ser al mercantilizar hasta lo más íntimo de la vida de las personas. El problema es que la irrupción de este último y radical capitalismo ha arrojado a la crítica marxista tradicional de sus baluartes. Por tanto, ya no se trata de tomar una postura crítica respecto del capitalismo, sino de encontrar pautas de pensamiento que posibiliten esa crítica, a la vez que se buscan pautas de acción para un izquierdismo político que se encuentra fuera de juego. En este sentido, el objetivo del libro de nuestro autor es describir los aspectos de las formas culturales creadas por el capitalismo tardío o multinacional.

El autor desarrolla la obra de acuerdo con los siguientes puntos, los cuales marcan su diagnostico sobre el posmodernismo: "Una nueva superficialidad que se encuentra prolongada tanto en la 'teoría' contemporánea como en toda una nueva cultura de la imagen o el simulacro; el consiguiente debilitamiento de la historicidad tanto en nuestras relaciones con la historia oficial como en las nuevas formas de nuestra temporalidad privada, cuya estructura 'esquizofrénica' (en sentido lacaniano) determina nuevas modalidades de relaciones sintácticas y sintagmáticas en las artes predominantemente temporales; un subsuelo emocional totalmente nuevo —podríamos denominarlo: 'intensidades'— que puede captarse más propiamente acudiendo a las antiguas teorías de lo sublime; las profundas relaciones constitutivas de todo ello con una nueva tecnología que en sí misma representa un sistema económico mundial completamente original; finalmente, tras un breve repaso de las modificaciones posmodernistas de la experiencia vivida del espacio urbano en cuanto tal, añadiré algunas reflexiones sobre la misión política del arte en el nuevo y atribulado espacio mundial del capitalismo multinacional avanzado" (pp. 21-22).

3. El modernismo cultural se caracterizaba por las élites y las vanguardias, siempre en constante crítica de lo anterior y sobre todo del sistema burgués capitalista. Pues bien, esas élites desaparecen con el sistema posmoderno del capitalismo avanzado. Esto lo consigue no atacándolas, sino subsumiéndolas en el sistema consumista que promueve. Las críticas de la élite y las contraculturas, las ha asumido en la cultura oficial y convertido en valor de mercado en una nueva forma de consumo: la del arte y la del inconformismo. Se vende lo que se quiera. La cultura de consumo, también llamado populismo estético, ha destruido el valor de las élites y las vanguardias (cfr. pp. 11 y ss.). Al convertir la propia obra de arte en mercancía (fetichismo de la mercancía) desaparecen todo tipo de crítica y radicalidad social.

En consecuencia, el arte que es expresión de esta nueva situación cultural es un arte por propio intento insípido y superficial, que evita toda idea, expresividad o afectividad. Son los simulacros (cfr. pp. 29 y ss.), es decir, "copia idéntica de la que jamás ha existido el original" (p. 45). El simulacro guarda relación con la simulación[1], o sea, con la recreación de una situación real, pero de forma que es capaz de tener consistencia en sí misma sin referencia a ninguna realidad concreta. Esto marca en la estética el fin de los afectos (cfr. pp. 30 y ss.), es decir, el arte no comunica ni ideas, ni sentimientos, ni clama al sujeto en pos de una ideología o un mensaje. El capitalismo no necesita recursos ideológicos para imponerse en nuestra época, por lo que la ideología y la contraideología no pueden darse. El arte es, pues, manifestación de una pura cosificación, una expresión de la realidad tan cruda como muerta, algo fantasmal que en su misma realidad es sólo apariencia[2]. Al ser esto así, el arte sólo puede transmitir fragmentos, retazos de realidad sin sentido ni trabazón. En lo moderno la parodia era una forma de crítica; hoy día sólo existe el pastiche; es decir, una crítica sin vida, ni contenido, que no remueve ni lleva a la acción (cfr. pp. 43-44).

4. Si, a lo dicho anteriormente, unimos el concepto de tiempo imperante en la sociedad actual, nos encontramos, por un lado, con el fin del historicismo. Era muy propio de la modernidad el desarrollo diacrónico de los fenómenos y de las realidades sociales. En la posmodernidad esto se rompe. La influencia de las comunicaciones, de la televisión y todo el poderoso sistema publicitario que impone al cliente lo que ahora es moda, hace que el nuevo tiempo sea considerado como espacial y presentista (cfr. p. 61). En una redacción de periódico en el momento presente se manejan diversidad de horarios que abarcan el mundo, y la situación de la redacción cambia de presente en presente: ahora una noticia, ahora otra que absorbe la atención, etc.

Si alguna vez dentro de esta puntualidad presentista del tiempo se llama la atención del pasado, éste se revive pero para nuestro tiempo, o sea, como el actual mesón de época: una imitación, un simulacro (cfr. pp. 45-60). No hay génesis de esa 'historia' recreada.

5. De todo ello obtenemos en la sociedad poscapitalista una profunda fragmentación de la vida. Si en la modernidad lo propio del capitalismo era la alienación, en el mundo poscapitalista es la fragmentación o esquizofrenia, que el autor entiende en sentido lacaniano. Según esto, en nuestro mundo occidental se da una ruptura en la cadena de significantes que constituyen una aserción (p. 63). Según la escuela estructuralista de Saussure "el significante ha de considerarse como un efecto sentido, como el reflejo objetivo de la significación generada y proyectada por la relación de los significantes entre sí. Si esta relación queda rota, si se quiebra el vínculo de la cadena de significantes, se produce la esquizofrenia en la forma de una amalgama de significantes distintos y sin relación entre ellos" (pp. 63-64). La identidad personal une las experiencias diacrónicas de nuestra existencia a través del lenguaje, siendo, a la vez, fondo de interpretación de nuevas experiencias o de profundización en otras pasadas. Pues bien, si se rompe la cadena de significados que une en nosotros pasado, presente y futuro, caemos en una experiencia puramente material de los significantes, es decir, nuestras vivencias serían vivencias de presentes, sin posible relación entre nuestro antes y nuestro después. Seríamos esquizofrénicos en sentido lacaniano (p. 64).

Esta ruptura de la temporalidad hace que el presente temporal se libre de todas las actividades e intencionalidades que contendría, fruto de la cadena de significados para convertirse en un espacio para la praxis. "Aislado de este modo, el presente envuelve de pronto al sujeto con una indescriptible vivacidad, una materialidad perceptiva rigurosamente abrumadora que escenifica fácticamente el poder del Significante material —o, mejor dicho aún, literal— totalmente aislado. Este presente mundano o significante material se aparece al sujeto con una intensidad desmesurada, transmitiendo una carga misteriosa de afecto, descrita aquí en los términos negativos de la angustia y la pérdida de realidad, pero que puede imaginarse también en términos positivos como la prominente intensidad intoxicadora o alucinatoria de la euforia" (p. 66).

Pero tal vez no hemos de pensar que esto deja al hombre totalmente abierto y desnudo ante la sociedad. Más bien parece señalar que, a pesar de este 'avasallamiento' exterior, el hombre parece convertirse en una mónada más que nunca, como muestra el autor en el análisis de la arquitectura posmodernista del hotel Bonaventura de Los Ángeles (cfr. pp. 87-100). ¿Tal vez no es ese uno de los síntomas de la esquizofrenia misma?

6. Para los deseos del autor, todo esto supone el destrozo de la distancia crítica que le permitiría a él y a cualquier crítico un análisis que tendiera a la superación de la actual situación social. El crítico marxista debe realizar su crítica desde el momento propio del capitalismo que le sea contemporáneo, usando su mismo dinamismo (cfr. p. 104), pero actualmente la posibilidad de esa crítica está impedida. No existe la distancia crítica porque el capitalismo multinacional "ha terminado por invadir y colonizar aquellos enclaves precapitalistas (la naturaleza y el inconsciente) que ofrecían a la eficacia crítica puntos de apoyo arquimedeanos exteriores" (p. 108).

Ante esta situación, el autor propone la realización de una cartografía ("mapas") que represente la situación del sujeto en relación con la amplísima y genuina irrepresentabilidad de la ciudad en la que vive inmerso el sujeto, la cual nos aparece como un todo. El análisis de la vieja escuela (lo ideológico y lo científico) ha de ser complementado por el análisis tripartito de Lacan: imaginario-real-simbólico. Desde esto, el autor manifiesta el deseo de toda su obra: "Un nuevo arte político —si tal cosa fuera posible— tendría que arrostrar la posmodernidad en toda su verdad, es decir, tendría que conservar su objeto fundamental —el espacio mundial del capital multinacional— y forzar al mismo tiempo una ruptura con él, mediante una nueva manera de representarlo que todavía no podemos imaginar: una manera que nos permitiría recuperar nuestra capacidad de concebir nuestra situación como sujetos individuales y colectivos y nuestras posibilidades de acción y de lucha, hoy neutralizadas por nuestra doble confusión espacial y social. Si alguna vez llega a existir una forma política de posmodernismo, su vocación será la invención y el diseño de mapas cognitivos globales, tanto a escala social como espacial" (pp. 120-121).

Este es el afán que mueve a determinados movimientos de tipo marxista cuya inspiración es que "para Marx y para Lenin, el socialismo no era cuestión de retornar a sistemas de organización social más restringidos (y por tanto menos represivos y acaparadores); al contrario, concibieron las dimensiones alcanzadas por el capitalismo en sus épocas respectivas como la promesa, el marco irreversible y la condición de posibilidad de un socialismo nuevo y de mayor alcance" (p. 111). Nos encontramos, pues, ante los planteamientos de una nueva izquierda marxista que quiere afrontar el reto del capitalismo actual.

 

                                                                                                                 G.Q. (1995)

 

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[1] Cfr. Braudillard, Simulacres et simulation. Ed. Galilée, Paris 1981.

[2] Vid. el análisis del cuadro "zapatos de polvo de diamante" en la p. 27 y ss.