LÄPPLE, Alfred

Messaggio biblico per il nostro tempo (Manuale di Catechesi Biblica)

Ed. Paoline, Modena 1969.

(Orig.: Biblische Verkündigung in der Zeitenwende, Werkbuch zur Bibelkatechese, Don Bosco Verlag, München 1964, 3 vols.).

 

CONTENIDO DE LA OBRA

Las apretadas quinientas páginas de la edición italiana pretenden responder sobre todo al subtítulo del libro (Manual de Catequesis bíblica), en un intento de proporcionar el cúmulo de datos, situación de los estudios, orientaciones doctrinales y bibliográficas sobre la temática bíblica más relevante, desde la creación del mundo y del hombre hasta la “figura de Cristo en el Evangelio de Juan” (pp. 468-478).

El libro viene dividido en tres partes (correlativas a cada uno de los tres volúmenes de la edición original alemana). La primera se dedica a la prehistoria bíblica (pp. 9-140), es decir, a la temática conexa con la historia de los orígenes, desde Adán hasta Abraham: la creación, la primera pareja humana, el paraíso y el pecado original, Caín, los patriarcas antediluvianos, el diluvio y la torre de Babel, y la cronología de este largo período de tiempo. La segunda parte, más amplia que la anterior, trata de la propiamente historia bíblica del Antiguo Testamento o Pueblo de Israel (pp. 143-354): los Patriarcas, Moisés y la formación del pueblo de Dios, el Exodo, la conquista de la tierra prometida, Josué y los Jueces, la Monarquía de Saúl a Salomón, el Profetismo de Israel hasta el exilio de Babilonia, el pueblo israelita desde el exilio hasta la época de los Macabeos y la espera mesiánica en el bajo judaísmo. Finalmente, la tercera de estas partes está centrada en el tema de Jesucristo, Mesías y Kyrios (pp. 357-478): presenta primero un  resumen histórico de las discusiones críticas acerca de la cuestión el Jesús histórico y el Cristo de la fe, desde Reimarus hasta la escuela de Bultmann, para intentar dar una orientación católica del problema planteado por la crítica reseñada; pasa después a describir el esquema narrativo de los cuatro Evangelios, con acopio de datos sobre la situación histórica, geográfica, etc., de Palestina en tiempos de Jesús; dedica un capítulo a la armonía de los Evangelios y otro a los títulos de Jesús en los Evangelios: Profeta, Mesías, Hijo del hombre, Hijo de Dios, el Kyrios; los cuatro últimos capítulos están dedicados respectivamente a las peculiaridades literarias y teológicas de cada uno de los Evangelios, con especial referencia a la presentación en cada uno de ellos de la figura de Jesús.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

La lectura de este extenso manual de catequesis deja claramente ver que su autor no es exégeta. Posee una información muy amplia, que se demuestra por la gran cantidad y variedad de citas, que van desde textos del Magisterio de la Iglesia hasta la más variada y moderna bibliografía exegética, católica y no católica. Todo este extenso aparato bibliográfico se concentra (salvo pocas excepciones) en las publicaciones aparecidas en los últimos quince años, con abandono casi total de la tradición exegética y teológica anterior al siglo XX —prácticamente desde la exégesis patrística y escolástica— y del Magisterio igualmente anterior al siglo XX.

En primer lugar hemos de decir que tal actitud práctica implica un desconocimiento y, por tanto, una desviación, de los criterios dados repetidamente por el Magisterio, para la recta interpretación de la Biblia. En efecto, ya el Concilio Tridentino en el Decreto sobre la edición y uso de los libros sagrados (sess. IV, 8-IV-1546; cfr. Enchiridion Biblicum (Ench. Bib.), 2a ed., n. 62) dice: “nadie... se atreva a interpretarla (la Sagrada Escritura) contra el sentido que tuvo y tiene la Santa Madre Iglesia —a la cual compete juzgar sobre el verdadero sentido e interpretación de las Sagradas Escrituras— o contra el común sentir de los Santos Padres...”. El mismo criterio es repetido por la Profesión de fe tridentina de la Bula Iniunctum Nobis de Pío IV, de 13-XI-1564 (Ench. Bib., n. 73), y por la Const. dogm. Dei Filius del Concilio Vaticano I (Ench. Bib., n. 78). Y, en forma positiva, Pío XII en la Enc. Divino Afflante Spiritu, de 30-IX-1943, afirmaba que “los exégetas de las Sagradas Letras, acordándose de que aquí se trata de la palabra divinamente inspirada, cuya custodia e interpretación fue por el mismo Dios encomendada a la Iglesia, no menos diligentemente tengan cuenta de las exposiciones y declaraciones del Magisterio de la Iglesia y asimismo de la exposición dada por los Santos Padres” (Documentos Bíblicos (DBi): “Doctrina Pontificia” vol. I, B.A.C., n. 636).

El autor se propone tratar cada tema importante según un esquema bien concebido: análisis del texto sagrado, directrices doctrinales del Magisterio de la Iglesia, temática que sugiere la cuestión para la catequesis, orientaciones metodológico-catequéticas, orientación bibliográfica. Pero el esquema propuesto falla frecuentemente por varias razones: incumplimiento del mencionado esquema, parcial o deficiente presentación de las enseñanzas del Magisterio, o imperfecta comprensión e interpretación del mismo, grave falta de criterio en la valoración de las hipótesis científicas modernas. No hay discernimiento de la consistencia o inconsistencia de las hipótesis de investigación o posturas de los diversos autores cuyas opiniones se recogen.

En general, puede decirse que el autor, aun poseyendo una vasta erudición, carece de criterio en la valoración de sus fuentes bibliográficas. Como consecuencia de ello, unas veces acierta a exponer una doctrina o unas bases doctrinales seguras y, por el contrario , en otras ocasiones da por ciertas o comprobadas meras hipótesis o resultados aún no suficientemente homologados. Todo esto afecta, por ejemplo, a la valoración de los diversos intentos de investigación de las fuentes del Pentateuco, del proceso redaccional de algunos libros proféticos, de la formación literaria de los Evangelios. En algunos puntos, como veremos, el libro se aparta notablemente de la enseñanza del Magisterio.

En cuanto a la valoración desde el punto de vista de la pedagogía catequética, el autor concede demasiada audiencia a una problemática que es peculiar de ciertos ambientes restringidos, representativos solamente de personas problematizadas e influidas por un culturalismo crítico. En todo caso, además, la mayor o menor mentalidad crítica de algunos ambientes no justifica ambigüedades en la exposición de la doctrina católica. Para una amplia catequesis, el libro es excesivamente complicado y erudito. Por otra parte, Läpple se muestra exageradamente preocupado por una presentación del mensaje bíblico acomodado a la mentalidad moderna, como si ésta fuera absolutamente incapaz de entender aquél sin una previa y muy radical traducción de la Biblia a sus categorías culturales. Se entrevé en el autor un influjo —quizá más indirecto que directo, pero influjo al fin— de la posición desmitologizante de Bultmann y de otros autores.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Las características teológicas, exegéticas y catequéticas apuntadas anteriormente traen como consecuencia una general inseguridad doctrinal a lo largo de todo el libro, junto con algunos errores claros. Además de los temas ya aludidos, haremos la revisión de otros, sin pretender una valoración exhaustiva de esta extensa obra.

Por lo que se refiere al uso y recurso de autores heterodoxos, a los que cita Läpple con mayor o menor menoscabo de los católicos sólidos, ya León XIII en la Enc. Providentissimus Deus del 18-XI-1893 (Ench. Bib., n. 113) decía: “Pero lo que no conviene en modo alguno (nimium dedecet) es que, ignorando o menospreciando las excelentes obras que los maestros nos dejaron en gran número, prefiera el intérprete los libros de los heterodoxos y busque en ellos, con gran peligro de la sana doctrina y, muy frecuentemente, con detrimento de la fe, la explicación de pasajes en los que los católicos vienen ejercitando su talento y[1] multiplicando sus esfuerzos desde hace mucho tiempo y con éxito. Pues, aunque en efecto los estudios de los heterodoxos, prudentemente utilizados, puedan a veces ayudar al intérprete católico, importa, no obstante, a éste recordar que, según numerosos testimonios de nuestros mayores, el sentido incorrupto de las Sagradas Letras no se encuentra fuera de la Iglesia y no puede ser enseñado por los que, privados de la verdad de la fe, no llegan hasta la médula de las Escrituras, sino que únicamente roen su corteza”. De igual manera, el Decreto Lamentabili de la S. Congr. de la S. Inquisición, de 3-VI-1907, bajo S. Pío X, donde condena los errores del modernismo, reprobó y proscribió la proposición n 19 (Ench. Bib., n. 210) referente a los exégetas heterodoxos.

El entretenimiento del autor en cuestiones de crítica literaria interna y de exposición de opiniones no probadas, supone una desviación de lo que debe ser el interés doctrinal y catequético de una obra como la que reseñamos. Con frecuencia, además, propone las opiniones que precisamente van contra sentencias tradicionales (cfr., por ejemplo, p. 32 acerca de los capítulos I y II del Génesis; pp. 322-324 sobre el proceso redaccional del libro de Isaías, etc.). Todo ello no concuerda con los criterios dados por León XIII en la Enc. Providentissimus Deus citada (cfr. Ench. Bib., n. 119): “Desgraciadamente, y con gran daño para la religión, se ha introducido un sistema que se adorna con el nombre respetable de alta crítica, según el cual, el origen, la integridad y la autoridad de todo libro deben ser establecidos solamente atendiendo a lo que ellos llaman razones internas. Por el contrario, es evidente, que, cuando se trata de una cuestión histórica, como es el origen y conservación de una obra cualquiera, los testimonios históricos tienen más valor que todos los demás y deben ser buscados y examinados con el máximo interés; las razones internas, por el contrario, la mayoría de las veces no merecen la pena de ser invocadas sino a lo más como confirmación”. Y prohibe el Romano Pontífice, en la misma encíclica, que en las cuestiones de mera erudición “se emplee más tiempo y más esfuerzo que en el estudio de los libros santos, para evitar que un conocimiento demasiado extenso y profundo de tales asuntos lleve al espíritu de la juventud más turbación que ayuda” (Ench. Bib., n. 107).

Este error de base, es decir, conceder más importancia a supuestas razones literarias internas que a los testimonios históricos de una tradición unánime y multisecular, que aun humanamente es mucho más de fiar que cualquier hipótesis basada en análisis lingüísticos, lleva al autor a apartarse del Magisterio de la Iglesia en puntos concretos de notable importancia.

En cuanto a la doctrina sobre la creación del hombre, por ejemplo, se plantea la cuestión del monogenismo o poligenismo, como un interrogante al que después de someterlo a diversas confrontaciones termina por dejar al lector en el convencimiento de que no queda otro camino que buscar una solución teológica para dar salida al poligenismo, que es prácticamente presentado como algo seguro (cfr. pp. 71-74). Läpple se basa sobre todo y admite de lleno las tesis centrales del libro de J. De Fraine: Adam und seine Nachkommen. Der Begriff der “Korporativen Persönlichkeit” in der Heiligen Schrift, que considera a Adán como una personalidad corporativa. Semejante postura es contraria al Magisterio sobre la creación de la primera pareja humana y sobre el pecado original, además de no tener apoyo en estudios serios.

En cuanto a la explicación del pecado original, el autor se basa fundamentalmente en las opiniones de Herbert Haag[2] y de P. Schoonenberg (cfr. pp. 85-95), afirmando que los textos bíblicos han sido sencillamente forzados” (p. 95) por la enseñanza tradicional católica. Afirma que “es preciso distinguir entre la historicidad de la irrupción del pecado en la humanidad y la historicidad de los detalles del relato del paraíso y de la caída. De éstas, sólo la primera es necesaria, porque si la caída original no es histórica, no hay redención”. Esa caída original es así explicada por el autor: “En un momento bien determinado de la hominización, el hombre ha sido capaz de escoger libremente entre el bien y el mal. En el curso de la historia el pecado de origen se ha transformado en el pecado del mundo (Ioh. 1, 29) en el cual se expresa la solidaridad de todos los hombres” (p. 92). Läpple, por tanto, se aparta de la verdad de fe (cfr. Concilio Tridentino, Decreto sobre el pecado original: Dz 787-792).

En relación con el poligenismo, aceptado por el autor, deben recordarse, por ejemplo, las palabras de Pío XII en la Enc. Humani generis, del 12-VIII-1950: “Mas, tratándose de otra hipótesis, es a saber, del poligenismo, los hijos de la Iglesia no gozan de la misma libertad, pues los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien que Adán signifique el conjunto de los primeros padres, ya que no se ve cómo tal sentencia pueda compaginarse (cum nequaquam appareat quomodo huius modi sententia componi queat) con lo que las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan acerca del pecado original, que procede del pecado verdaderamente cometido por un solo Adán (quod procedit ex peccato vere commisso ab uno Adamo) y que, difundiéndose a todos los hombres por la generación, es propio de cada uno de ellos” (Ench. Bib., n. 617).

Es también excesiva, en un libro del género catequético, la extensión y minuciosidad que se concede al planteamiento crítico de la historicidad de los Evangelios y de la figura de Jesús (pp. 357-373, y de algún modo también pp. 373-383), que no queda suficientemente afirmada. Debería haberse ceñido más en este punto a la Instrucción Sancta Mater Ecclesia, de la Pont. Comisión Bíblica, del 21-IV-1964, de la cual hace una interpretación breve y desviada (p. 382), en el sentido de que da la impresión, según expone el autor, que este documento concede una amplia aceptación del método histórico-formal (Formgeschichtliche Methode), cuando por el contrario, el documento condena los muchos errores que afectan al método en cuanto a sus presupuestos filosóficos y metodológicos, reafirma la veracidad histórica de los Evangelios siempre enseñada por la Iglesia (cfr. DBi nn. 200, 218, 219, 220, 288, 428, 429, 441, 511), y puntualiza con qué cautela los técnicos católicos de la exégesis pueden usar ciertos aspectos nada más de sus procedimientos de crítica literaria.

Por lo que se refiere a la actitud imprudente de aceptación acrítica de hipótesis a la que antes se aludió, cabe señalar que Läpple da como seguras las teorías de las diversas fuentes del Pentateuco y del libro de Isaías, cuando en realidad sólo son hipótesis de trabajo para explicar algunas características literarias internas de esos libros. No tiene en cuenta nunca que el testimonio histórico (toda una tradición de siglos) es una prueba mucho más fuerte —como enseñó León XIII[3] — para establecer la autenticidad de un libro que cualquier prueba interna. En concreto, Läpple no tiene en cuenta al parecer lo que el Magisterio ha enseñado hasta ahora en relación a las fuentes del Pentateuco y a la autenticidad del libro de Isaías. Conviene recordar la Carta de la Comisión Bíblica al Card. Suhard, arzobispo de París, del 16-I-1948, que resume otras intervenciones anteriores de la misma Comisión (especialmente la Respuesta 3a de 27-VI-1906). La carta al Cardenal Suhard dice: “En cuanto a la composición del Pentateuco, ya en el decreto antes recordado de 27 de junio de 1906, la Comisión Bíblica reconocía poderse afirmar que “Moisés, al componer su obra, se sirvió de documentos escritos y de tradiciones orales”, y admitir también modificaciones o añadiduras posteriores a Moisés. Nadie ya, en el día de hoy, pone en duda la existencia de tales fuentes (...) Sin embargo, sobre la naturaleza y el número de tales documentos, sobre su nomenclatura y fecha, se profesan hoy, aun en el campo de los exégetas no católicos, opiniones muy divergentes. Y no faltan en varios países autores que, por motivos puramente críticos e históricos, sin ninguna tendencia apologética, rechazan resueltamente las teorías hasta ahora más en boga y buscan la explicación de ciertas particularidades del Pentateuco, no tanto en la diversidad de los supuestos documentos cuanto en la especial psicología y en los singulares procedimientos, ahora mejor conocidos, del pensamiento y de la expresión entre los antiguos orientales, o también en el diverso género literario requerido por la diversidad de materia”. Y continúa afirmando que los estudios conseguirán “confirmar la gran parte y el profundo influjo que tuvo Moisés como autor y legislador” (Ench. Bib., n. 580; DBi n. 666).

Respecto a las diversas partes del libro de Isaías (pp. 332, 333, 336), el autor da como seguro que esas partes tienen autores distintos. La crítica literaria ha detectado diferencias notables entre las llamadas primera, segunda y tercera parte de Isaías, pero de ahí a afirmar que se deben a tres autores distintos hay un paso ilegítimo científicamente y doctrinalmente. El Magisterio de la Iglesia sólo ha dado en concreto sobre este punto la Respuesta 5a de la Comisión Bíblica del 28-VI-1908, en la que se afirma que los argumentos derivados de la crítica literaria no son suficientes para poder demostrar la pluralidad de autores. Desde entonces se ha seguido investigando sobre esta cuestión, y debe decirse que, ya sea por los argumentos mismos como por la inherente limitación del valor de las llamadas pruebas internas, no puede afirmarse como segura la hipótesis de los diversos autores del libro de Isaías. Puede tomarse como hipótesis de estudio a nivel de especialistas —sin perder de vista ese carácter—, pero en cualquier caso no debería tener cabida (por superflua y aun peligrosa) en un libro que se dirige a no especialistas.

En conclusión, el libro adolece de un defecto in radice, cual es el prescindir de la Tradición exegética y teológica anterior a las últimas décadas de este siglo. En cuanto a sus resultados, como ha podido apreciarse en algunos temas —reseñados no exhaustivamente— como creación del hombre, pecado original, etc., Läpple se aparta de la verdad de fe. Junto a eso, que doctrinalmente es lo más grave, está lo ya dicho sobre la recepción acrítica e infundada de simples hipótesis.

Por otro lado, como la utilidad del libro es poca, aun en el caso de especialistas o profesores, ya que el contenido del libro se encuentra más sólida y competentemente expuesto en los buenos manuales de Sagrada Escritura, este libro parece innecesario, es más inútil, para toda clase de personas, y al mismo tiempo desorientador y nocivo.

J.M.C. y D.M.

 

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[1] Sobre Bultmann y autores con él relacionados, cfr. Recensión sobre Barthel, Pierre: Interprétation du langage mythique et Théologie Biblique.

[2] Vid. Recensión a su libro: Biblische Schöpfungslehre und Kirchliche Erbsündlehre.

[3] Cfr. el citado texto de la Enc. Providentissimus Deus (Ench Bib., n. 119).