LEFEBVRE, Henri

Le marxisme

Presses Universitaires de France, París 1972, 127 pp.; 1ªedición, 1948.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

Se trata de una breve introducción al marxismo, escrita por un autor marxista que ha dedicado al tema otros ensayos, frecuentemente citados en la bibliografía sobre la materia. Lefebvre pretende presentar el marxismo en toda su amplitud y con argumentos de peso, renunciando, sin embargo, a los detalles, así como, por lo general, a citas y referencias (p. 5). Con ello sigue las metas propuestas por la colección «Que sais-je?», que se dirige al gran público culto. Al final de la obra hay una pequeña bibliografía de escritos de Marx y de otros autores que han escrito sobre Marx.

El autor empieza, en la Introducción (pp. 6-22), por presentar el marxismo como una «concepción del mundo» y como «materialismo dialéctico». Para él, «concepción del mundo» supera la noción de filosofía: se trata de una visión de conjunto acerca de la naturaleza y del hombre; de una doctrina completa que lleva consigo no sólo una serie de ideas, sino también una acción que puede dar lugar a un programa político; por otra parte, mientras la filosofía es obra de pensadores aislados, la concepción del mundo es obra de una época, que se debe a varios autores (p. 7). A continuación, Lefebvre pasa a examinar lo que llama las tres únicas grandes concepciones del mundo: 1) la cristiana, que corresponderla a la época medieval culmina con Santo Tomás de Aquino), impregnada de un «pesimismo definitivo» (p. 10) y fundamentada en la jerarquía estática de los seres (p. 8); 2) la individualista y burguesa, que empieza en el siglo XVI y que, al exaltar al individuo y la razón humana, lleva consigo un optimismo fundamentado en la armonía entre los hombres (pp. 8-9); 3) la marxista, que se opone a las concepciones anteriores para abrirse a las realidades naturales, prácticas y socio-históricas: rechaza los conceptos tanto de jerarquía como de armonía, para centrarse en la contradicción fundamental que existe en el hombre y en la sociedad (pp. 9-11).

Siendo el marxismo una concepción del mundo, no corresponde sólo a la obra de Marx. Esta tiene antecedentes que se remontan al menos al siglo XVIII, en Inglaterra y en Francia; por otra parte, es indispensable el estudio de Engels y Hegel para entenderla. La originalidad de Marx estriba en que: 1) une las teorías anteriores en un sistema global; 2) supo comprender la importancia de los fenómenos económicos (materialismo histórico); 3) ha descubierto la estructura contradictoria de la economía capitalista y el papel histórico del proletariado (pp. 16-20).

Por tanto, según Lefebvre, el marxismo es a la vez ciencia y filosofía; es un materialismo dialéctico que une el materialismo filosófico y la teoría de las contradicciones. Ya que es obra no de un solo pensador, sino de una época, el nombre más adecuado de esta concepción del mundo no es el de marxismo, sino el de materialismo dialéctico (pp. 21-22). Puestas estas bases, el autor pasa a analizar, en capítulos sucesivos, la filosofía, la moral, la sociología, la economía y la política inherentes al sistema.

1.  La filosofía marxista (pp. 23-48).

Consta de dos aspectos principales, inspirados en el pensamiento de Hegel: la metodología dialéctica y la teoría de la alienación.

En el método marxista, la contradicción aparece como algo fundamental. Acerca de este problema caben dos actitudes opuestas: 1) si se trabaja desde un punto de vista metafísico según Lefebvre, la contradicción sólo existe en el pensamiento humano, por ser éste incapaz de alcanzar la verdad en su conjunto; la contradicción es entonces aparente; 2) en cambio, en la óptica marxista, la contradicción tiene un fundamento en lo real, que sería intrínsecamente contradictorio. Para el autor, ésta es la única solución acertada, y Marx el primero en haber utilizado de modo coherente este método dialéctico (p.24-27).

Dicho esto, cabe destacar dos etapas en el método marxista: 1) se empieza por el análisis abstracto de los aspectos contradictorios de la realidad (método de investigación); 2) luego viene una síntesis concreta, en la que se vuelve a la realidad en su unidad y devenir (método de exposición) (pp. 27-31).

Con este método dialéctico se llega a la teoría fundamental de la alienación del hombre. Es fácil observar en el hombre aspectos humanos (positivos) y aspectos inhumanos (negativos). En la óptica marxista, la metafísica y las religiones han intentado explicar el fenómeno, acudiendo a los conceptos externos de conocimiento sobrehumano y de verdad inmutable y eterna: de ahí la alienación del hombre. La noción filosófica de alienación ha sido recogida por Hegel. De ahí pasó a Marx, que le dio su sentido dialéctico (pp. 36-37).

Para Marx, en efecto, tanto lo humano como lo inhumano son hechos contradictorios inherentes a la misma condición humana. Sería inútil, por consiguiente, acudir al misterio del mal, del pecado o del demonio, para explicarlos. El hombre sólo puede llegar a ser sí mismo a través de conflictos sucesivos entre sus contradicciones (pp. 38-39). Se observará, en este punto, un rechazo de toda trascendencia del hombre.

La historia humana estaría, pues, hecha de una serie de conflictos. El conflicto principal es el del hombre contra la naturaleza. Luchando continuamente contra ella, el hombre produce una serie de «bienes» y de «pensamientos», distintos de él, y que, a veces, pueden aparecer como venidos de algo más allá del hombre. Marx habla entonces de «fetiches» que intentan dominar al hombre y que no son sino alienaciones concretas, que han de ser rechazadas. Pero ¿dónde se sitúa la aparición de esos fetiches? En la historia humana hay, según Marx, una interacción incesante de tres aspectos: 1) lo espontáneo (biológico, fisiológico, natural); 2) lo reflejo (aparición de la conciencia); 3) lo ilusorio. La alienación y los fetiches se sitúan en el campo de lo ilusorio (pp. 41-44).

¿Qué es entonces el comunismo? Es «le moment historique oú l'homme, ayant retrovué consciemment son lieu avec la nature (matérielle), sépanouit dans sa vitalité naturelle, mais dans les conditions d'une puissance illimitée sur cette nature, avec tout l'aport d'une longue lutte et tout l´enrichissement d'une longue histoire». Todo ello se consigue gracias al triunfo de la razón sobre la alienación múltiple (p. 47).

2. La moral marxista (pp. 49-59).

El título y contenido de este segundo capítulo no dejan de sorprender, ya que el marxismo suele presentarse a sí mismo como una ciencia y teoría social, no como una ética. Sin embargo, para Lefebvre, existe una moral marxista, con principios propios. Los enuncia, después de una crítica de las otras éticas.

A su juicio, las morales anteriores al marxismo se caracterizan por la imposición de una regla exterior al hombre, fundamentada en principios trascendentales («ideológicos»). Esas normas, por reflejar la «media» establecida, irían en contra de todo progreso y conducirían al inmovilismo social. Por otra parte, serían instrumentos de dominación de una clase social sobre las demás (pp. 49-53).

¿Cómo evitar, pues, la alienación a la que han conducido esas morales? Sencillamente, partiendo no de reglas externas al hombre, sino del estudio científico del hecho humano: habría que buscar en lo real el fundamento de las evaluaciones morales. Siendo lo real esencialmente cambiante, las normas serán el reflejo del progreso humano. ¿Y cuál será esta moral? Naturalmente, la del proletariado. Con esta ética nueva se escapa tanto al inmovilismo como a los abusos anteriores y se tiene en cuenta el avanzar de la historia y el devenir humano (pp. 55-59). La «moral» marxista será, pues, esencialmente cambiante, con el relativismo y el oportunismo que ello supone.

3.La sociología marxista (materialismo dialéctico) (pp. 60-75).

Por su actividad, los individuos entran necesariamente en una serie bastante compleja de relaciones sociales, entre las que conviene destacar las del hombre con la naturaleza (cuando lucha contra ella mediante el trabajo) y las del individuo con los demás, en este mismo trabajo. Por tanto, las relaciones básicas de toda sociedad humana serían relaciones de producción (pp. 60-63).

Si se vuelve al esquema anteriormente expuesto acerca del desarrollo de la historia humana, habrá, en la óptica del materialismo dialéctico, tres factores en las relaciones de producción: 1) lo espontáneo, lo constituyen los recursos naturales; 2) lo reflejo, la ciencia y la técnica; 3) lo ilusorio, la alienación originada por la división arbitraria del trabajo, la cual conduce a los fetiches de propiedad privada y clases sociales (pp. 64-68).

El primer factor da lugar a las fuerzas productivas de toda sociedad. Si se olvida este factor capital, las fuerzas de producción perderán su importancia para dar paso a los modos de producción, con la consiguiente organización de la propiedad; o a una superestructura ideológica, «expression (á travers les interactions complexes des individus) du mode de production, c'est-á-dire des rapports de propriété» (p. 73). Con ello se pierden de vista las relaciones directas del hombre con la naturaleza (pp. 72-74).

De ahí que «le communisme se définit par: le développement sans limites internes des forces productives, le dépassement des classes sociales, l´organisation rationnelle, consciente, contrólée par la volonté et la pensée, des rapports de production correspondant au niveau atteint par les forces productrices» (p. 75). Siendo lo fundamental de la sociología marxista las fuerzas productivas, será necesario estudiar a continuación la economía marxista tal como la expone Lefebvre.

4. La economía marxista (pp. 76-91)

Desde el punto de vista marxista, la economía política es una ciencia histórica que descubre las leyes del devenir y critica al capitalismo para superarlo (p. 78)

Muchos fetiches aparecen en la economía capitalista: el dinero y el capital son presentados como cosas, cuando se trata en realidad de relaciones humanas; el valor de intercambio implica la división del trabajo; si hay división del trabajo habrá propiedad. La conclusión es sencilla: la economía entendida de este modo aliena al hombre, especialmente al asalariado. Este, privado de los medios de producción, no tiene más remedio que vender al capitalista su fuerza de trabajo: el «supertrabajo» del obrero es fuente de provecho para el capitalista (pp. 84-89).

¿Cómo se supera el capitalismo? Centrando la economía en el proletario, que pondrá de acuerdo el modo de producción con las fuerzas productivas (pp. 90-91). De este modo, «le communisme restitue le caractére social du travail, qu'il ne peut perdre, mais qui entrait en contradiction avec la propriété privée des moyens de production» (p. 91).

5. La política marxista (pp. 92-104).

En la organización de la sociedad, Marx distinguía las funciones de dirección y las funciones políticas. Las primeras son funciones técnicas que aparecen espontánea y necesariamente: son confiadas a los individuos mejor dotados.       Pero cuando esas funciones son separadas de las necesidades a las que corresponden, se hacen políticas: entonces aparece la alienación, ya que son confiadas a unas clases sociales; así se forma el Estado. «L'État politique a donc toujours reflété la structure de classes et la domination d'une cIasse dans la société qu'il gouvernait» (p. 95). Volviendo al esquema de antes, tres elementos aparecen en la formación del Estado: el espontáneo es el proceso natural por el que aparecen las funciones dirigentes; el reflejo, cuando las funciones dirigentes pasan a ser administrativas y jurídicas; el ilusorio, cuando el Estado sirve los intereses de una clase social (pp. 92-95).

Históricamente se observará la evolución siguiente: la democracia burguesa será sustituida por la democracia socialista y ésta dará lugar a la sociedad comunista. El socialismo no es todavía el comunismo: tiene un Estado, quedan supervivencias de épocas pasadas (clases sociales, división del trabajo). La sociedad comunista, en cambio, suprime el Estado y las funciones políticas, para volver a las funciones dirigentes; y desaparecen todas las supervivencias de la época anterior. Lefebvre señala que no existe todavía ningún país que tenga el régimen de sociedad comunista y que no se sabe cómo ni cuándo se llegará a ello (pp. 99-103). En una nota a pie de página añade: «L'U.R.S.S. est un Etat dans le cadre duquel se construit le socialisme. Non seulement le transition avec tous ses problémes mais l´entourage capitaliste y ont provoqué le maintien et le renforcement de l´État» (p. 100, n. l). Afirmación que pretende eludir todas las críticas que se puedan hacer al régimen soviético.

6. Conclusión (pp. 105-125).

Para concluir, el autor refuta unos «errores corrientes» acerca del marxismo. Con motivo de ello, precisa todavía unas cuantas ideas. Así, por ejemplo, al preguntarse cómo se ha formado la razón humana, contesta que es una propiedad natural del hombre y que aparece con motivo de una doble victoria de éste: contra la naturaleza y contra la ideología. Por tanto, procede no de la metafísica, sino de la antropología, de la psicología y de la pedagogía (pp. 109-111).

Otro tipo de «error» acerca del marxismo es el de creer que hay que superarlo. Pero el «proteja de dépasser le marxisme n'a peut-étre pas beacoup de sens ni beaucoup d'avenir, parce que le marxisme est la conception du monde qui se dépasse ellememe» (p. 125, subrayado en el texto). Aunque esta afirmación puede entrar en la lógica del sistema, el autor no explica cómo se realiza concretamente esta superación intrínseca del marxismo.

 

VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA

No hay, en este libro, aparato crítico, por haber renunciado el autor a ello; de vez en cuando aparece alguna referencia concreta a obras de Marx.

En la página 5, Lefebvre afirma su deseo de ser objetivo, de hablar sin pasión, a la vez que quiere contestar a los adversarios del materialismo dialéctico. Si bien el tono de la obra es generalmente sereno, no faltan, sin embargo, párrafos en los que se polemiza con los «autores católicos», que se consideran como los «adversaires les plus acharnés» del marxismo (p. 6).

Esta polémica está acompañada del habitual dogmatismo. Bastarán quizás unos ejemplos. Al hablar del cristianismo como concepción del mundo, Lefebvre escribe: «Que le catholicisme soit une doctrine politique -en d'autres termes, que ¨L´église ait une polítique- personne aujourd'hui ne songe á le nier et ce n'est méme plus á prouver» (p. 14). Más adelante añade: «En d'autres termes, et pour parler clairement, la conception chrétienne du monde est, aujour-d'hui, essentiellement politíque; elle ne vit que comme telle, ne reste efficace que comme telle» (p. 15, subrayado en el texto). A lo cual añade una nota a pie de página: «Les efforts des chrétiens progressistes pour dégager une nouvelle théologie, délivrée des vieilles notions hiérarchiques, sont á suivre avec intérèt et sympathie, mais non sans quelque scepticisme ...» (p. 15, n. 1, subrayado en el texto).

Ya se habrá notado más arriba el desprecio del autor por la creencia en el pecado y en el diablo. En la página 37 afirma que el cristianismo no logra distinguir lo humano de lo inhumano: todo lo humano está ahí afectado por el pecado original; y entre las consecuencias de éste se encuentran tanto la ciencia como la injusticia, tanto la rebeldía como la violencia opresiva

Cierto dogmatismo aparece también a la hora de presentar el marxismo propiamente dicho. Aparte de la última y tan rápida afirmación sobre la inutilidad de toda superación del marxismo, Lefebvre atribuye fácilmente al proletariado la solución de muchos problemas. Así, por ejemplo, la «nueva ética» es la del proletariado y las virtudes que éste necesita para vivir sus «valores propios» son: la valentía, el sentido de responsabilidad, el entusiasmo, la disciplina, etc. (p. 54-55). Es de señalar que el capítulo dedicado a la moral es quizás uno de los más superficiales del libro, y ello podría explicarse por la reserva que hemos puesto antes de comentarlo (vid. p. 4 de esta recensión).

Por otra parte, uno podría preguntarse por qué Lefebvre no demuestra más detenidamente cómo los proletarios son los únicos en poner de acuerdo, en el campo de la economía, el modo de producción y las fuerzas productivas (cfr. pp. 90-91)

Es interesante observar la contradicción metodológica que el autor reivindica para el marxismo: en las páginas 24-27 achaca a la «metafísica» el tratar únicamente sobre el pensamiento (principio que sería válido para los sistemas derivados del principio de inmanencia), mientras que el marxismo se fija en la dialéctica de lo real. A continuación, en toda la obra se hace un análisis de la realidad sometiéndola al filtro de tres postulados apriorísticos: lo espontáneo, lo reflejo y lo ilusorio.

A pesar de una declaración preliminar de objetividad, serenidad y cierta profundidad, hay en la obra una tendencia al tono apasionado, a inexactitudes de interpretación, al dogmatismo. Las referencias al cristianismo son relativamente frecuentes y siempre erróneas.

 

VALORACIÓN DE LAS CONCLUSIONES

Este libro no llega a grandes conclusiones (teóricas o prácticas), ya que sólo es una breve introducción al tema planteado. Sin embargo, cabe señalar unas tendencias generales y también algunas omisiones.

A lo largo de la obra se nota un desprecio agudo hacia la filosofía y una voluntad marcada de arruinar sistemáticamente todo intento metafísico. Al autor sólo le interesan realidades inmediatas, sensibles, concretas, esencialmente cambiantes y Según prácticas. Y no quiere en ningún momento salir de ellas él, frente al problema de la contradicción, «seule la raison dialectique apporte une solution, car seule elle s'efforce de comprendre les conditions concrétes de la recherche et les caractéres concrets du réel» (p. 27). En cambio, para la «actitud metafísica», las contradicciones -según Lefebvre- provienen de fallos del pensamiento humano, y ello -para él- es inconcebible. El error de la metafísica radicaría entonces en creer en una verdad eterna e inmutable, anterior al esfuerzo del hombre para captarla. Sobre estos puntos convendría recordar las enseñanzas del Concilio Vaticano I acerca del valor y los límites de la razón humana en la búsqueda de la verdad (cfr. Const. Dgm. Dei Filius).

Semejante desprecio de la metafísica sólo puede conducir a un materialismo cerrado al espíritu. Prueba de ello es la Conclusión, en la que Lefebvre presenta la razón humana como una propiedad tan natural como el cerebro, la mano y la postura vertical; como se ha visto, el autor se apresura a precisar que su estudio no corresponde a la metafísica (p. 110).

Por otra parte, acerca del problema moral, el autor estima que las éticas anteriores al marxismo van intrínsecamente contra todo progreso. A lo largo de la historia, cualquier progreso sólo hubiera podido realizarse a pesar de las éticas existentes o contra ellas. Y todas las éticas anteriores desembocaron en el fariseísmo o pura y simplemente en la inmoralidad (pp. 51-52).

Aparte del hecho de que generalmente el marxismo huye de presentarse como una ética, cabe preguntarse qué «progreso» supone una ética que desconoce de modo absoluto los valores espirituales del hombre. Más que un progreso se trataría de un retroceso de una reducción de lo sobrenatural a lo humano-natural y de lo humano a lo material.

Finalmente, hay en este libro una omisión que parece fundamental. Aunque tiene afirmaciones sueltas y breves en este sentido, no dedica ningún capítulo, ningún apartado, a la alienación religiosa ni al ateísmo, que es algo constituyente del marxismo. ¿Cómo explicar una omisión tan importante y, por otra parte, una insistencia quizás abusiva sobre la ética marxista? ¿Para atraer más fácilmente a esos cristianos progresistas que Lefebvre aconsejaba seguir con simpatía, pero también con cierto escepticismo?.

J.G.

 

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