LORENZ, Konrad

Sobre la agresión: el pretendido mal

Ed. Siglo XXI, Madrid 1973, 341 pp.

En el presente libro, el Premio Nobel de Medicina 1973 aplica sus tesis acerca de la analogía entre el comportamiento animal y el humano al estudio de un instinto y un tipo de comportamiento concreto: el instinto agresivo. Se encuentran aquí buena parte de las ideas que han hecho famoso a LORENZ, y probablemente éste sea su libro más conocido, así como el más útil para conocer su pensamiento. Desde el punto de vista estilístico está muy bien redactado, y salpicado de buenas dosis de ironía que hacen la lectura atractiva.

A continuación, trataremos de exponer las principales tesis del libro. Lo haremos de un modo sistemático, es decir, sin tener en cuenta el orden en que las ideas aparecen a lo largo de la obra.

1. Para LORENZ, la agresión es claramente un instinto, y concretamente uno de los cuatro instintos superiores, siendo los tres restantes hambre, sexo y miedo. Ese instinto se encuentra en los animales, y también en el hombre; y por instinto entiende LORENZ un mecanismo innato del comportamiento biológicamente determinado que tiene su origen en la evolución filogenética y se ha transmitido por lo tanto hereditariamente. Existe pues en el hombre un impulso innato que le lleva a agredir a sus congéneres (por agresión entiende LORENZ normalmente agresión intraespecífica, y es ésta la que constituye el objeto de su estudio), y que determina toda una amplia gama de conductas destructivas, abarcando desde una pelea sin importancia entre niños hasta la guerra nuclear.

En lo poco que llevamos dicho se advierte con claridad que el pensamiento de LORENZ hunde sus raíces en FREUD y en DARWIN. Como FREUD, LORENZ entiende que existen determinaciones inconscientes —instintivas— de la conducta humana; en concreto, respecto a la agresividad afirmará: "El conocimiento de que la tendencia agresiva es un verdadero instinto, destinado primordialmente a conservar la especie, nos hace comprender la magnitud del peligro: es lo espontáneo de ese instinto lo que lo hace tan temible... La opinión, completamente errónea, que se enseña de que tanto el comportamiento humano como el animal son de tipo predominantemente reactivo y que aun conteniendo elementos innatos puede modificarse por el aprendizaje, todavía tiene profundas raíces, y difíciles de extirpar" (pp. 60-61). Como FREUD, pues, el fundador de la etología asume una visión determinista del hombre, y, como FREUD, trata de analizar y describir cuáles son los determinantes innatos de la conducta humana. La diferencia con el modelo psicoanalítico vendrá dada por el hecho de que, mientras que en la concepción freudiana los determinantes instintivos son de naturaleza psicológica, es decir, aun teniendo base somática —y siendo una excitación somática la que desencadena siempre su puesta en marcha—, tienen su asiento en la psique, y concretamente en el Ello, en la teoría de LORENZ los instintos son de naturaleza estrictamente biológica.

Pero el influjo de DARWIN es todavía más perceptible, en la concepción lorenziana. En efecto, al analizar las causas de la existencia de determinantes innatos del comportamiento, LORENZ trata de buscar siempre una función conservadora de la especie. Parte de la hipótesis darwiniana según la cual las formas superiores de vida proceden de una evolución a partir de las formas inferiores, siendo el motor del mecanismo evolutivo la lucha intraespecífica, que ha hecho siempre que sobrevivan y perduren las especies mejor dotadas, y que las peor dotadas se hayan mutado para mejorar su dotación y poder conservarse; en ese juego de "selecciones naturales" y de "mutaciones" han surgido las nuevas especies: cuando a través de tales mecanismos se ha llegado a un cambio de particular entidad, nos encontramos con una especie diferente —naturalmente, el cambio es siempre gradual y muy lento. La tesis lorenziana es que el instinto agresivo ha surgido precisamente en el curso de la evolución, de tal manera que los mecanismos evolutivos han provocado que ese instinto exista en un gran número de animales y también en el hombre, y así, cada nuevo ser humano, cuando nace, nace con esa pulsión destructiva heredada de sus antepasados.

Naturalmente, desde esa perspectiva está claro que para fundamentar sus tesis LORENZ tendrá que demostrar la existencia de semejante instinto en los animales; precisamente el campo de la explicación del comportamiento animal es el ámbito en el que LORENZ es especialista. Efectivamente, trata de presentar tal demostración, proporcionando abundantes ejemplos a lo largo de todo el libro. Y, por otro lado, semejante punto de partida obligará al autor a no considerar la agresividad como algo intrínsecamente malo, sino como algo que cumple una importantísima función conservadora de la especie. En este sentido, tanto el título del libro que estamos comentando —El pretendido mal— como el del tercer capítulo de éste —"Donde la maldad sirve para algo bueno"— ilustran excelentemente la tesis de LORENZ. Nos referiremos a continuación a cada una de estas dos cuestiones.

2. Que en los animales existe un instinto agresivo es algo que LORENZ tiene muy claro. De entre los diversos ejemplos de distinta naturaleza que el autor aduce en su libro —el punto de partida de la investigación lorenziana es, repetimos, el estudio del comportamiento animal, y en este sentido el libro comienza con la observación de la conducta agresiva de los peces de coral— nos referiremos a uno que parece particularmente claro: las ratas, a las que LORENZ dedica el capítulo X del ensayo. Sobre ellas afirma: "En lo relativo a su comportamiento para con los miembros de la propia comunidad, los animales que vamos a estudiar son verdaderos espejos de todas las virtudes sociales. Pero se transforman en unos salvajes en cuanto tienen algo que ver con otra sociedad que no sea la suya. Las comunidades de este tipo tienen demasiados componentes para que puedan reconocerse individualmente todos; por eso, la pertenencia a una misma sociedad se manifiesta mediante un olor característico, propio de todos sus miembros" (p. 177). A pesar de su extensión, citaremos alguna de las comprobaciones experimentales que LORENZ aduce del comportamiento agresivo de las ratas, pues nos parece interesante para conocer el método de trabajo del autor:

"Que yo sepa, fue en 1950 cuando se averiguó que en los mamíferos, y de modo más concreto en los roedores, hay superfamilias que así se comportan. Fueron F. Steiniger y I. Eibl-Eibesfeldt quienes simultáneamente, y de un modo totalmente independiente el uno del otro, hicieron este importante descubrimiento, el uno con el musgaño y el otro con el ratón doméstico.

Eibl, que trabajaba entonces con Otto Koenig en la estación biológica de Wilhelminenberg, aplicaba el sano principio de vivir en contacto constante con los animales que quería estudiar, y así no solamente no perseguía los ratones que vivían libres en su barraca, sino que los alimentaba regularmente y con su comportamiento tranquilo y ponderado los amansó a tal punto que se dejaban observar sin obstáculos de muy cerca. Y sucedió un día que se abrió por casualidad un enorme recipiente donde venía Eibl criando grandes ratones de laboratorio, de coloración oscura y no muy alejados de la variedad silvestre. Cuando estos animales osaron salir de su jaula y se pusieron a recorrer la pieza, los atacaron inmediatamente con gran saña los ratones silvestres que en ella vivían, y les costó encarnizados combates volver a su tranquila jaula, antes prisión, que a partir de ese momento defendieron victoriosamente frente a los ratones silvestres que en ella querían penetrar.

Steiniger puso las ratas noruegas que había cazado en diferentes puntos de un gran cercado, que ofrecía a esos animales condiciones de vida perfectamente naturales. Al principio parecían temerse unos a otros. No estaban agresivos... Sólo se hicieron verdaderamente agresivos, empero, cuando empezaron a aclimatarse y a ocupar territorios. Al mismo tiempo empezó la formación de parejas entre ratas noruegas que antes no se conocían, ya que procedían de lugares diferentes. Si se formaban varias parejas al mismo tiempo, los combates consiguientes podían durar bastante, pero si se formaba una pareja con cierto avance, la tiranía de las fuerzas juntas de ambos cónyuges ejercía tan fuerte presión sobre los desdichados habitantes del cercado que no les dejaba formar otras parejas. Las ratas noruegas célibes perdían categoría entonces, y la pareja los perseguía incansablemente. Aunque el recinto era de 64 m2, no le hizo falta a aquella pareja más de dos o tres semanas para acabar con todos los demás habitantes, que eran 10 ó 12 ratas noruegas fuertes y adultas" (pp. 178-179).

"Lo que hacen las ratas cuando un miembro de una familia extraña de ratas va a dar al territorio de las primeras (o cuando el experimentador lo pone entre ellas), es lo más horrible y repugnante que puede imaginarse. A veces el extraño se pasea durante varios minutos, y aun más largo tiempo, sin tener idea del espantoso destino que le espera. Y a todo eso, los residentes siguen en sus ocupaciones como si nada. Hasta que el intruso se acerca lo suficiente a uno de ellos para que le llegue el olor. Inmediatamente, una sacudida eléctrica recorre a este animal residente, y en un abrir y cerrar de ojos, toda la colonia ha recibido la alarma por el proceso de transferencia de la motivación, que en la rata noruega se realiza tan sólo mediante movimientos de expresión y en la rata doméstica con un grito ensordecedor... Entonces, con los ojos desorbitados por la emoción y los pelos erizados, las ratas se disponen a la caza de ratas" (p. 182).

3. En cuanto a las excelencias de la agresión intraespecífica, LORENZ opina que ésta cumple importantes funciones en orden a la conservación de las especies. Ante todo, desempeña las cinco funciones siguientes:

— Distribución regular y equitativa de todos los animales de la misma especie por todo el espacio vital disponible. "Si no hay intereses especiales de una organización social que exijan una estrecha cohabitación, es más favorable —por razones fáciles de ver— que los individuos de una especie animal estén repartidos lo más regularmente posible en el espacio vital a utilizar. Expresémoslo con una analogía de la vida profesional humana: si en determinada región de un país cierto número de médicos, comerciantes o mecánicos de bicicletas desean ganarse la vida, harán bien en establecerse cada uno lo más lejos que le sea posible de sus colegas. El peligro de que en una parte del biotopo disponible se instale una población demasiado densa, que agote todos los recursos alimenticios y padezca hambre, mientras otra parte queda sin utilizar, se elimina del modo más sencillo si los animales de una misma especie sienten aversión unos por otros. Esta es la más importante misión, dicha sin adornos ni rodeos, que cumple la agresión para la conservación de la especie" (pp. 39-40). La agresión sirve pues al propósito de la defensa del territorio: LORENZ nos cuenta en este sentido diversas observaciones experimentales que tratan de mostrar que, en los animales "territoriales", la agresividad se desencadena al acercarse un animal de la misma especie al territorio de otro.

— Selección natural de los más fuertes efectuada por los combates entre rivales. Esto ya lo había advertido DARWIN; tales combates, en efecto, hacen que sobrevivan los más fuertes, y esto es obviamente mejor para la conservación de la especie cuando ésta tiene que vérselas luego con animales de otras especies. Gracias a este proceso han surgido animales tan fuertes como los bisontes machos o algunos babuinos.

— Defensa de los hijos. "Si cupiera alguna duda al respecto bastaría a probar su existencia el hecho de que en muchos animales en que sólo uno de los sexos cuida de la progenitura, sólo éste es virtualmente agresivo contra sus congéneres, o por lo menos lo es mucho más que el otro. En el gasterósteo es el macho, en muchos cíclidos enanos la hembra" (p. 53).

— Establecimiento de una jerarquía dentro de la sociedad animal organizada. "Cada uno de los individuos que viven en una sociedad sabe quién es más fuerte y quién mas débil que él, y así puede retirarse sin presentar combate delante del más fuerte y esperar que a su vez el más débil se retire ante él si se lo topa en su camino" (p. 54).

— El caso más paradójico: gracias a la agresividad es posible el florecimiento de vínculos personales y de la amistad. Esta es la tesis a la que el autor confiere mayor importancia, y a ella se orientan, al menos, los capítulos VIII a XII del libro. Según LORENZ, los animales en que el instinto do agresión intraespecífica es muy bajo sólo son capaces de formar —como único tipo de relación social— lo que él llama "multitudes anónimas": grandes masas de individuos muy cohesionadas y que se comportan por atracción de unos sobre otros, entre los que no existe ningún tipo de identificación ni se es capaz de diferenciar a cada congénere respecto de todos los demás. En cambio, el grado de relación personal aumenta en la medida en que las especies animales presentan un más fuerte instinto agresivo, de suerte que sólo existen lazos personales —vínculos verdaderos en que dos individuos animales determinados presentan un apego el uno por el otro en cuanto tales individuos singulares, no siendo por lo tanto intercambiable ninguno de los dos "amigos"— entre los animales dotados de una más fuerte agresión intraespecífica. Y es que la singularización de la amistad va unida en sus orígenes a la agresión: "La agresión de determinado individuo se aparta de un segundo individuo, no menos determinado, pero descarga sin ninguna inhibición sobre todos los demás congéneres anónimos. Nace así la diferencia entre el amigo y el extraño, y por primera vez aparece con ella el vínculo personal entre dos individuos en el mundo".

Así queda demostrado que "la maldad sirve para algo bueno". Por ello, LORENZ termina el capítulo así titulado recapitulando sus tesis del siguiente modo: "Nunca hemos observado que el objetivo de la agresión sea el aniquilamiento de los congéneres, aunque una que otra vez se produzca algún accidente desdichado y un cuerno entre por un ojo o un diente corte una arteria...

Observémonos ahora un poco nosotros mismos y tratemos, sin presunción, y sin considerarnos de antemano malvados y pecadores, de descubrir sin prejuicios lo que nos gustaría hacer a nuestro prójimo cuando nos hallamos en el colmo de la excitación agresiva. No creo hacerme pasar por mejor de lo que soy al afirmar que el acto definitivo que me calmaría, el acto consumatorio, no sería la muerte del enemigo. La experiencia que me ha satisfecho en tales casos ha sido un par de bofetones, lo más sonoros posible, o bien un silencioso puñetazo en la mandíbula, que haga crujir bien los huesos, pero de ningún modo matarlo a tiros ni destriparlo... Y como en principio yo no desearía dar tal lección sino a individuos que merecerían verse así humillados, no puedo condenar totalmente los instintos que me moverían. Naturalmente, debemos confesarnos que alguna circunstancia podría transformar fácilmente la paliza en muerte, por ejemplo cuando de pronto aparece un arma en la mano.

En resumen, podemos decir que la agresión intraespecífica no es nada grave ni diabólico como el principio tanático, aniquilador... A no dudar, es parte esencial en la organización conservadora de la vida de todos los seres. Naturalmente, como todo lo terrenal, a veces puede funcionar indebidamente y destruir alguna vida, aunque esté destinada a favorecer el gran suceso de la vida orgánica"(pp. 58-59).

4. El texto que acabamos de citar muestra con toda claridad cómo LORENZ —al hablarnos de su propia agresividad— está completamente convencido de que se trata de un instinto que determina la conducta humana y que exige ser satisfecho, si bien no se trata de un instinto que busque la muerte —en esto LORENZ también se aparta de FREUD—, sino simplemente la agresión. Pero, al mismo tiempo, al referirse a la eventualidad de que la paliza se transforme en muerte cuando aparece un arma, LORENZ está haciendo referencia a una cuestión de la mayor importancia, que también aparece extensamente tratada en su libro: la mayor peligrosidad que el instinto de agresión presenta en los hombres en comparación con el resto de los animales. LORENZ no ve diferencia alguna entre los animales y el hombre por lo que se refiere a la existencia del instinto agresivo, sino que sin problema ninguno aplica al hombre los resultados de sus investigaciones con animales y repite una y otra vez que nosotros tenemos los mismos instintos propios de los animales, que nos ha legado el proceso de la evolución filogenética. Sin embargo, la diferencia por lo que respecta a la actuación del instinto agresivo viene dada por el hecho de que, mientras que en los animales existen mecanismos de inhibición de la agresividad, que tienen como fin "impedir que la agresión intraespecífica perjudique gravemente a la supervivencia, sin por ello descartar sus indispensables funciones por el bien de la especie", de suerte que los animales que están dotados físicamente para matar a sus congéneres se ven obstaculizados para ello por fuertes inhibidores, y no descargan su agresión más que en los casos y en la medida estrictamente necesarios para cumplir las funciones que hemos visto más arriba —salvo casos excepcionales de exceso por accidente—, en el hombre tales mecanismos de inhibición no existen.

Y no existen porque el hombre es capaz —a diferencia de los animales— de pensamiento conceptual, y ese pensamiento conceptual le ha permitido un rápido progreso en su aprendizaje y un veloz adelanto material, que no ha ido acompañado de una adaptación de los instintos igualmente rápida. Así, "en la prehistoria, el hombre no necesitaba mecanismos muy desarrollados que le impidieran aplicar súbitamente golpes mortales que de todos modos no estaban en su poder. Sólo podía utilizar para ello las uñas, los dientes o las manos, para ahogar, morder o rasguñar. Pero la presunta víctima tenía tiempo suficiente de aplacar al atacante con ademanes de humildad y gritos de miedo. Siendo el hombre un animal débilmente armado, no había presión selectiva que funcionara y creara las fuertes y seguras inhibiciones que impiden el empleo de las pesadas armas de algunos animales y aseguran la supervivencia de su especie" (p. 267). Sin embargo, el pensamiento conceptual proveyó muy pronto al hombre de nuevos medios técnicos de gran utilidad, como el hacha de piedra o el fuego; los instintos no se adaptaron a la nueva situación, y esa es la razón de que —según LORENZ— el hombre no tardó en aplicar tales instrumentos "a asesinar a sus hermanos y asarlos, como lo demuestran los hallazgos efectuados en los enterramientos del hombre de Pekín: junto a las primeras huellas del uso del fuego yacen huesos humanos mutilados y visiblemente tostados" (p. 264). Por otro lado, gracias a esos medios técnicos el hombre fue capaz de dominar el medio exterior y de evitar en lo fundamental todo peligro extraespecífico. Y esta es la segunda razón de la peligrosidad del instinto agresivo entre los hombres. Según LORENZ, cuando en un determinado momento un instinto deja de cumplir una función conservadora de la especie frente a otras especies, puede volverse inútil y —en el caso de la agresión— incluso peligroso, operándose a partir de ese momento la selección únicamente por la competencia entre congéneres: nos encontramos entonces ante fallos de la evolución, de los que también existen casos en el reino animal. En el hombre, las cosas sucedieron de la siguiente manera: "Después de haber la humanidad, gracias a sus armas y sus instrumentos, sus prendas de vestir y su fuego, dominado más o menos las fuerzas hostiles de su ambiente extraespecífico, se produjo sin duda un estado de cosas en que las contrapresiones de las hordas enemigas vecinas fueron el principal factor selectivo, que determinó los siguientes pasos de la evolución humana. Nada tiene de sorprendente el que ese factor produjera un peligroso exceso de lo que se ha dado en llamar 'virtudes guerreras' en el hombre" (pp. 269-270).

5. Si así son las cosas, si el hombre se ve fuertemente inclinado a agreder a sus congéneres igual que una rata agrede a otra rata extraña, y si además no está dotado de mecanismos inhibidores que le impidan el exceso en la agresión, el futuro que se puede augurar a la Humanidad no es muy halagüeño. De todas formas, tampoco conviene exagerar los peligros de la agresividad humana: en el hombre también "la maldad sirve para algo bueno". "Hay una reacción humana que más que ninguna otra nos puede demostrar cuán imprescindible puede ser una pauta de comportamiento inequívocamente 'animal', heredada de nuestros antepasados los antropoides, precisamente para acciones que no sólo se consideran específicamente humanas y muy morales, sino que efectivamente lo son. Es la reacción llamada entusiasmo o inspiración. Esta palabra ya por sí expresa el alto origen, específicamente humano, que tiene: el espíritu, que domina al hombre. En cuanto a "entusiasmo", que procede del griego, indica que un dios se ha posesionado del hombre. Pero en realidad es nuestra antigua amiga y novísima enemiga, la agresión intraespecífica, quien domina al inspirado, y en la forma de una primigenia y nada sublimada reacción de defensa social. Esta reacción se desencadena, pues, en forma refleja perfectamente predecible, por situaciones externas que exigen combatir por algo de interés social". Ahora bien, cierto es que el hombre apenas cuenta con mecanismos de inhibición de su agresividad, y que por tanto el entusiasmo —al que LORENZ llama más adelante en su libro "entusiasmo militante"— puede desbocarse con cierta facilidad: "El hombre es el único ser capaz de consagrarse lleno de entusiasmo al servicio de los valores supremos. Pero para ello necesita una organización fisiológica comportamental cuyas propiedades animales llevan en sí el peligro de muerte para los hermanos. Y el hombre comete el fratricidio convencido de haberse visto obligado a hacerlo en servicio de esos mismos valores supremos" (p. 309).

6. Sin embargo, y a pesar de todo, el libro de LORENZ se cierra con un capítulo titulado "Confesión de esperanza". En efecto, Konrad LORENZ confiesa su esperanza porque estima que existen medios para evitar que la agresividad se torne peligrosa. De entrada, uno tendería a pensar en dos posibles medios de control de la agresión que, sin embargo, están condenados al fracaso: "Únicamente quien ignore la espontaneidad esencial de las pulsiones instintivas y esté acostumbrado a representarse el comportamiento tan sólo en términos de respuestas condicionadas o incondicionadas podría abrigar la esperanza de disminuir y aun eliminar la agresión poniendo al hombre lejos de toda situación estimulante capaz de desencadenar un comportamiento agresivo... El otro intento que también fracasaría con toda seguridad sería el de controlar la agresión oponiéndole un veto moral" (p. 312). Para LORENZ sí que sería, en cambio, teóricamente posible el intento de eliminar, mediante técnicas de ingeniería genética, las bases genéticas de la agresividad: sin embargo, resulta desaconsejable, dado que —como sabemos— el instinto agresivo desempeña importantes funciones.

Descartados esos tres posibles medios, quedan en cambio otros cuya eficacia sí parece probable. Estos son ante todo la reorientación y ritualización de la agresión, el establecimiento de vínculos personales y el encauzamiento del entusiasmo militante. Por un lado, la agresividad puede perfectamente descargarse sobre objetos sustitutivos, y ritualizarse, evitando el daño del contrario sin al mismo tiempo acabar con la combatividad. En este sentido, LORENZ fija su atención de un modo especial en el deporte, que es "una forma de lucha ritualizada especial, producto de la vida cultural humana. Procede de luchas serias, pero fuertemente ritualizadas. A la manera de los combates codificados, de los 'duelos por el honor', de origen filogenético, impide los efectos de la agresión perjudiciales para la sociedad y al mismo tiempo mantiene incólumes las funciones conservadoras de la especie. Pero además, esta forma culturalmente ritualizada de combate cumple la tarea incomparablemente importante de enseñar al hombre a dominar de modo consciente y responsable sus reacciones instintivas en el combate. La caballerosidad o 'limpieza' del juego deportivo, que se ha de conservar en los momentos más excitantes y desencadenadores de agresión, es una importante conquista cultural de la humanidad. Además, el deporte tiene un efecto benéfico porque hace posible la competencia verdaderamente entusiasta entre dos comunidades supraindividuales. No solamente abre una oportuna válvula de seguridad a la agresión acumulada en la forma de sus pautas de comportamiento más toscas, individuales y egoístas, sino que permite el desahogo cumplido de su forma especial colectiva más altamente diferenciada" (pp. 315-316).

El establecimiento de relaciones personales entre los hombres de diferentes naciones y grupos sociales es también sumamente importante, pues el conocimiento inhibe la agresión, e impide la creación de imágenes colectivas abstractas —lo que algunos autores recientes han llamado "imágenes de enemigo": "No hay persona capaz de odiar a un pueblo en el que tenga varios amigos. Unas cuantas 'pruebas' de ese tipo bastan para despertar una sana desconfianza respecto de todas esas abstracciones que atribuyen a 'los' alemanes, 'los' rusos o 'los' ingleses propiedades o cualidades nacionales típicas... por lo general desfavorables, claro está" (p. 317). Finalmente, el entusiasmo militante debe ser encauzado y dirigido a aquellas empresas colectivas en las que es posible poner de acuerdo a individuos de todo partido y nación, como el arte y la ciencia.

Estas son las recomendaciones finales de LORENZ. Si éstas se cumplen, la agresividad no desaparecerá, sino que seguirá cumpliendo sus importantes funciones: pero se verá complementada por mecanismos inhibidores que impidan la agresión efectiva. Y entonces será posible obedecer el más importante precepto ético, que hoy no podemos cumplir: el precepto de amar a todos los hombres sin distinción.

VALORACIÓN DOCTRINAL

La obra de LORENZ parte de bases falsas, pues su método de investigación se basa en el estudio del comportamiento animal —en el que el autor es ciertamente un experto— y en la extrapolación sistemática al hombre de los resultados de dicho estudio. Por lo tanto, se afirma el carácter determinante de los instintos sobre la conducta humana —al igual que sobre la animal—, y se desconoce por completo el papel que en el hombre tienen el entendimiento y la voluntad: aunque LORENZ afirme que reconoce el valor de la libertad, y que éste no resulta negado por su teoría (pp. 255-256), en la práctica se desnaturaliza por completo su significado. Nos encontramos, en conclusión, ante una obra claramente desaconsejable.

 

                                                                                                                 N.N. (1989)

 

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